Congelamiento y Descongelamiento del S1 en el Sujeto Autista – Por Jean-Claude Maleval y Michel Grollier – 2021/01/18

CONGELAMIENTO Y DESCONGELAMIENTO

DEL S1 EN EL SUJETO AUTISTA

Jean-Claude Maleval y Michel Grollier

2021-01-18


La sensación de seguir siendo el mismo bajo los diversos cambios que nos afectan no se debe ni a la imagen del cuerpo ni a la propiocepción: un accidente que mutila o hace tetrapléjico no hace vacilar la identidad. Tampoco se debe a la diversidad de roles que asumimos dependiendo del contexto: un actor de teatro sigue siendo él mismo más allá de todos los personajes que encarne. El núcleo de la identidad, según Lacan, reside en la identificación de un significante-amo, tomado del Otro, que asegura una permanencia del sujeto en el tiempo y más allá de sus roles. Se encuentra a distancia de estos últimos, lo que le da la posibilidad de elegirlos, así como de abandonarlos. La identificación simbólica al S1 unifica al sujeto, le permite hacerse representar frente a otros significantes, y da un punto de anclaje a sus identificaciones imaginarias. Sin embargo, el autista testimonia inicialmente de una identidad difusa llevada por una vaga diferencia que nos lleva a considerar que la identificación primordial resulta mal garantizada. Sin embargo, ciertos testimonios indican que a veces logra adquirir un asiento de su identidad a través de un largo trabajo subjetivo. Este último consiste en varias etapas que trataremos de despejar.

Cuando el significante-amo no opera, el sujeto se experimenta como inconsistente y sus identificaciones yoicas se sienten como ficticias. Entonces está dispuesto a buscar su identidad en la imagen del espejo, pero luego percibe su insuficiencia para hacer una conexión para lastrar al sujeto. Esto es lo que muestra el signo del espejo del psicótico, en el que examina durante largas horas una imagen cuya extrañeza le cuesta identificar[1]. Durante su infancia, una autista como Williams también hace la constatación de que la identidad se escapa del espejo: «En casa», dice, «pasé horas frente al espejo, clavando mi mirada en mis propios ojos. Allí estaba susurrando mi nombre incansablemente. Estaba tratando de recordar quién era, pero también me sucedía, con gran miedo, el perder la capacidad de sentirme yo misma.»[2]

Una identidad difusa

En las formas iniciales de autismo, el sujeto no se reconoce en el espejo[3], no responde al llamado por su nombre, apenas utiliza el «Yo»[Je], incluso puede afirmar, como Mateo, de cuatro años, que él «no existe»[4]. Aquellos que se han retirado más profundamente en la nada, según la expresión de Bettelheim, aquellos cuyas vidas se extinguen, no envisten sus cuerpos. Lo que afectó al de Laurie, observó, «no la afectaba. Nada que entrara en contacto con su cuerpo entraba en contacto con lo que podía formar su ser interior. Esto no sólo era cierto para el tacto y la motilidad; esta impresión se vio reforzada por el hecho de que, además de su mutismo, parecía ciega y sorda.»[5] El cuerpo de estos amos de la nada está tan poco habitado que sus elementos no están ensamblados.[6] «Es como si», agregaba Bettelheim, «la ignorancia que tenía de su cuerpo hubiera dado a cada miembro una existencia independiente aunque «inconsciente», lo que permitió que cada pieza de su cuerpo funcionara de una manera u otra, pero sin directivas centrales de parte de Laurie»[7]. Mencionar a este punto de vista del «desmantelamiento» posee una pertinencia si se lo considera con Meltzer que se trata de una «suspensión de la atención» que permite a los sentidos vagar hacia el objeto más atractivo del instante.[8]

Las autistas que son capaces de indicar cuál era su percepción de sí mismos en su primera infancia describen el experimentarse, siguiendo el ejemplo de Williams, «como un castillo de naipes, sin vigas de apoyo, ni bases sólidas»[9]. «Nada conectaba conmigo», dice. «A falta de la más mínima base de un yo, yo era similar a un sujeto bajo hipnosis, totalmente abierto a la programación o reprogramación, sin duda ni identificación personal.»[10] Ella se vivía entonces como un «cadáver viviente.»[11] Ella titula su primer libro Nobody, Nowhere.

El testimonio de Gerland sobre su sentimiento de sí mismo en sus primeros años converge para describir un estado de indiferenciación poco consistente. Se experimentó sin un «universo interior», más bien, precisa, «un grado cero, un ni-ni, como en el estado de ser vaciado sin estar vacío o lleno sin estar lleno. Este estado sólo existía en mi fuero interior. Esa vacuidad interna no me molestó de ninguna manera: yo estaba allí, estaba en mí, eso es todo»[12]. Cuando un niño autista se experimenta así, expresa pocas ganas, sus acciones están determinadas principalmente por modificaciones en su entorno, y por medidas para protegerse de la angustia. Su percepción de sí mismo permanece difusa. Pedirles que elijan o inventen es una fuente de inquietudes. Apenas se ve a sí mismo como un actor de su presente. «Se puede ser «nadie en ninguna parte» de dos maneras», dice Williams, «la primera es ser congelada e incapaz de actuar espontáneamente por ti mismo. La segunda es ser capaz de hacer todo de acuerdo con repertorios copiados y memorizados, sin conciencia de sí, siendo prácticamente incapaz de una acción compleja y consciente. »[13]

Sin embargo, el autista no es una plastilina en espera de programación. A partir de las formas más severas, se afirma por varias conductas características: busca evitar interacciones con sus semejantes, con gusto elige un objeto autista, a veces presenta algunos estereotipos específicos, sus exigencias de inmutabilidad pueden convertirlo en un verdadero pequeño tirano, etc. Por lo tanto, Bettelheim está justificado al considerar que «el yo» no es inexistente en estos niños. «A pesar del terrible vacío de su contacto con las personas y las cosas», escribe, «acontecimientos intrapersonales tienen lugar. El Sí-mismo es sofocado, desarrollado de manera muy desigual, pero todavía parece funcionar mínimamente, suficiente para protegerlos de más perjucios suplementarios. »[14]

A veces un cierto negativismo se pone en marcha. Marcia puede llamarse a sí misma una «chica fuerte para no hacer nada»[15]; Williams considera a algunos autistas como «maestros del no-ser»; algunos padres tienen la sensación de que su hijo sufre de una «enfermedad de la voluntad»[16]. En lo que se concierne a los autistas más severos, a menudo es perceptible que el elegir los pone en pánico, por lo que prefieren no probar nada. Sin embargo, sus exigencias de inmutabilidad a veces resultan inquebrantables.

El cuerpo del sujeto cuya identidad es difusa apenas está habitado. Las manos, dice Williams, «eran esenciales para la higiene corporal y la limpieza, pero no tenían nada que ver con la intimidad». «Cuando era joven», precisa, «era demasiado complicado soportar que el cuerpo era parte de mí. Él no me obedecía y yo no fallé en identificarlo como «self» estrictamente hablando. […] Sus necesidades eran irrelevantes. […] Ignoré sus demandas.  […] Él era un «otro», yo era «self» y entendía sus mensajes como invasiones y no como sentimientos[17]. Cortado de sus afectos, el autista con una identidad difusa aparece como una especie de sabio, que parece no esperar nada, jamás contento o decepcionado, pasando fácilmente de una actividad a otra, sin parecer concernado por su vida diaria.

En formas severas de autismo, es difícil definir lo que hay que entender por sujeto, pero el término parece mantenerse para designar de dónde emana una intencionalidad que ex-siste al cuerpo y que toma la iniciativa de medidas de protección contra la angustia. Está arraigado en una identidad difusa que no es una ausencia de identidad. A pesar de su funcionamiento de camaleón, Gerland puede afirmar: «Mi sentido de identidad siempre había sido claro y nunca dependía de nadie más»[18]. Williams argumenta que las personas autistas, a pesar de su percepción poco consistente de sí mismas, están siempre conectados con el núcleo mismo de su ser[19]. Cabe señalar que se trata de interpretaciones retrospectivas de su infancia que pueden ser sospechosas de proyectar un sentido de identidad construido retrospectivamente. Sin embargo, los autistas tan severos como Deshays o Sellin no reportan ninguna confusión de identidad. Aunque dan testimonio de una inclinación a la «dependencia fusional»[20], son capaces de producir obras que certifican su singularidad y su «pensamiento independiente»[21]. Muchos reportan una identidad profunda, aislada del mundo, lo que les procura satisfacciones solitarias. «Somos una especie de diferentes», dice una «mujer autista muy etiquetada»[22] como Babouillec. «Camino en este espejo de mi profundo ser así, sin reflexionar, sin sufrimiento, en la exaltación de la dicha de estar en mi lugar en mí.»[23] Esta identidad «sin sufrimiento» es, en sus palabras, «una identidad intelectual» que mantuvo al haberla ejercido para «torcer los métodos terapéuticos» que se le propusieron.[24]

Es bien sabido que la mayoría de los autistas experimentan muy tempranamente un sentimiento confuso de ser «diferentes» debido a su funcionamiento. Estos no son objetos entre objetos, incluso si su sentido de identidad es inicialmente muy incierto. 

Una identidad transitivista[25]

Siendo difusa, la identidad del niño autista es fácilmente capturada por espejos. Williams señala que su «primera forma de construir relaciones» pasó «a través del mimetismo» y los «juegos de espejos»[26]. Cuando el sujeto se apoya en un doble, gana una dinámica de la que no es responsable. Paradigmática desde este punto de vista es la asombrosa conducta del niño autista, a menudo observada, consistente en agarrar la mano de otro para realizar un acto que él mismo podría realizar. Philippe, de tres años, «no podía explicar de lo que tenía ganas, así que venía a buscar a uno de sus parientes y tomaba su mano, como un instrumento, como si no pudiera usar la suya propia para coger lo que quería. De hecho, nunca trató por su cuenta de lograr lo que quería. En esos momentos […] realmente no parecía darse cuenta de que era una persona entera que podría haber atrapado lo que quería»[27]. Elly no pedía, por supuesto, narra su madre, «ni por un vocablo, ni por un ruido, ni siquiera un gruñido o un grito de ningún tipo, tampoco extendió su mano hacia el objeto de su gusto, pero, agarrando firmemente el brazo más cercano, ella lo proyectaba hacia el pastel. Ella se servía de ese brazo, esa mano, como una herramienta, ignorando por completo al ser humano al que pertenecía.» Extraña conducta en la que el niño autista se da la ilusión de que no es él quien actúa: el lugar de su dinámica parece estar ubicado en un otro. A primera vista, es difícil discernir la lógica.

Sin embargo, tal descentramiento del lugar de emisión de la libido, que traduce una relación transitivista entre el sujeto y un doble, se encuentra con frecuencia en la clínica del autismo. Joey “no podía hacer nada sin ser movido por máquinas. Antes de empezar a leer, incluso antes de que pudiera sentarse, debía conectar su mesa a una fuente de energía. Luego, él mismo tenía que enchufarse, conectar sus libros y lápices a la mesa y ponerse en la longitud de onda correcta” [28]. ¿Por qué este niño estaba permanentemente conectado a una máquina que parecía proporcionarle la electricidad necesaria para su animación? «Sólo podía sobrevivir sino solo al no tener ningún afecto», dice Bettelheim. “Como le era necesario actuar, tenía que asegurarse de que era algo insensible, una máquina, lo que actuaba”.[29]

Con el fin de separarse de sus afectos, algunas autistas pueden incluso duplicar la interpretación de todas sus experiencias corporales. Peter, un niño autista de diez años, según su terapeuta, «vivía toda relación en el abandono de su identidad y la fusión con la otra persona»[30]. «Al principio», escribe Mira Rothenberg, «yo era su fuerza, su salud, su contacto con la realidad, su creador y su salvador. […] Él estaba frente a frente conmigo en un estado de profunda y total dependencia […] Yo le daba mi energía y le dejaba depender de mí y alimentarse de mi fuerza […] Nunca quiso asumir ninguna responsabilidad en la vida, como si sólo estuviera interesado en su mundo imaginario. Cuando le pedía que eligiera, siempre respondía: «¿Qué es lo que Mira prefiere?» […] A menudo repetía: «Mira puede decidir por Peter. Es bueno para él. Eso le pone más cómodo.» [31] Gunilla Gerland testimonia de un funcionamiento parecido, aunque más discreto, cuando informa haber creído durante mucho tiempo que los otros sabían mejor que ella lo que ella experimentaba, por lo que confiaba en aquellos que querían hablar de ello en su lugar.[32]

En la cura analítica, desde los años 1970, Meltzer y sus colaboradores habían observado que el niño autista manifestaba «un grado inusual de dependencia frente a las funciones mentales, y no sólo a los servicios, de un objeto externo», de modo que empleaba «el objeto materno (o el objeto de transferencia materna) como una extensión del self para el cumplimiento de las funciones del yo»[33]. «Lo esencial», dice Meltzer, «es que era natural que estos niños experimentaran la situación como un llamado para que el terapeuta realizara una función del yo. Este último debía funcionar no sólo como servidor, o un sustituto, sino como un instigador en la situación; no sólo debe llevar a cabo la acción, sino también decidir qué medidas deben adoptarse y, por lo tanto, asumir la responsabilidad de la misma.»[34]

La extraña conexión inicialmente necesaria para que el autista practique la comunicación facilitada compete incluso de la identidad transitivista. Annick Deshays, un autista mudo que practica esta comunicación trata de explicar el fenómeno: «Mi discapacidad», escribe, «produce una dependencia fusional. Olvido mi autismo tan pronto como siento una fuerte directividad. Necesito ser propulsado en mi dependencia. Necesito sentir más fuerza proveedora de juego ligado al bifuncionamiento intercorporal e intelectual” [35]. Agrega: «Seguimos alimentándonos de la energía de nuestros padres”.[36]

Para describir esta curiosa conexión energética, otros practicantes de la comunicación facilitada utilizan términos similares: «Si el proceso «toma», escribe el Sr. Klonovsky, “si la persona discapacitada es dotada de inteligencia, contrariamente a lo que la apariencia externa deja suponer, algo tiene lugar que podría compararse con el paso de una corriente eléctrica: el contacto hace que la persona discapacitada pueda comunicarse por la designación o presión de las teclas del computador».[37]  Esta es la experiencia de B. Sellin. Afirma tener «necesidad de apoyo» para escribir. Señala que, si trata de hacerlo solo, si busca tomar una posición de enunciación, sin tener la ilusión de que es su madre quien le proporciona la energía, entonces surge una angustia que hace imposible su expresión: «También trato de escribir solo», confiesa, «pero la resistencia brutal de una energía negativa de la vida es bestial […] Estoy muy seguro de que puedo escribir por mi cuenta, pero el bobalicón que soy experimenta con miedo una amenaza para la vida».[38] Entendemos en estas líneas que el retorno del goce sobre un borde, aquí encarnado por su madre, constituye una estrategia inconsciente que permite atemperar la angustia.

Cuando ciertos autistas rechazan la propuesta de comunicación facilitada, parece ser porque ésta no les exime lo suficiente de la responsabilidad de sus escritos. Lena, una niña de ocho años, pide que se guarde el secreto de sus textos, y finalmente se niega a escribir después de haber confiado tener miedo de su madre y su facilitadora porque ellas podrían «descubrir algo sobre ella y sus secretos». La aversión de Ina a propósito de la escritura comenzó a crecer porque su facilitadora observó lo que escribió: «Me parece realmente repugnante», señala, «que lo vas a contar todo en todas partes».[39] Tanto para una como la otra, la ilusión según la cual es el doble que escribe no está lo suficientemente en su lugar, lo que genera el riesgo de develar su intimidad y los afectos asociados.

Cuando el sujeto autista está en una relación transitivista con su doble, posee el sentimiento de que lo vivo se aloja en él; esto es lo que suscita en un primer tiempo la asombrosa presencia de Carol para D. Williams. Poco tiempo después de haberla conocido, luego la perdió la pista, y la vio entrar en su habitación a través del espejo, y la imagen de Carol era su reflejo. «Carol», observó, «se parecía a mí en cada rasgo. Sólo la brillantez de su mirada traicionó su identidad. Era Carol la que estaba viendo allí. Empecé a hablar con ella, y ella me imitó. Eso me enojó y le expliqué que no necesitaba divertirse con eso, ya que estábamos solos. Al pasar, empezó a hacer todo lo que yo hacía». El fenómeno difiere de una alucinación porque la visión de Williams sigue dependiendo de su propia imagen especular: «Cuando no estaba frente al espejo», observaba, «ella desaparecía y yo me sentía abandonada. Cuando caminaba directamente derecho al espejo, ella volvía»[40]. Esta experiencia de un reflejo captado pone en evidencia claramente un posicionamiento del sujeto autista en el que se experimenta en la dependencia de un doble percibido como más vivo que él.

Los miramientos de la identidad entre el sujeto y su doble constituyen una consecuencia de la mayor defensa del autista que lo lleva a separarse de la vida afectiva, para no sufrir. Recordemos que es característico del autista, según Williams, el luchar por una separación del intelecto y las emociones[41]. Al volver a poner la dinámica al doble, el sujeto se absuelve de cualquier responsabilidad por sus deseos. En este sentido, Bettelheim discierne pertinentemente que la «inversión» efectuada por Joey entre las personas y las cosas en cuanto a la fuente de los vivo no sólo pretende evitar ser castigado por su propio comportamiento, sino que también es una consecuencia lógica «del hecho de que estaba muerto y que las lámparas y máquinas vivían la vida que se había extinguido en él […] Sólo podía sobrevivir si no tenía afectos. Como aún así tenía que actuar, tenía que asegurarse de que era una cosa insensible, una máquina, que actuaba.»[42]

Durante mucho tiempo el autista intenta evitar cualquier acción autónoma dándose la ilusión de que es su doble lo que lo determina. La dependencia en la que se imagina estar con respecto a su animación es particularmente llamativa.

En formas discretas de identidad transitivista, sucede que a veces la dinámica del sujeto capturado por el doble es menos discernible. Una autista de alto nivel, como J. Léger, que es considerada un «fantasma melancólico», es una referencia. «Mi expectativa secreta», dice, «era que me dijeran qué hacer, y me lo decían tan poco… Tenía la incapacidad de pedirr, el otro debía saber lo que yo pensaba. El otro tenía el mismo pensamiento que yo, obligatoriamente». Ella comenta con pertinencia: «Alusivamente, también eso dice acerca del esfuerzo necesario para ocultar mis pensamientos» [43]. En su infancia, en sus propias palabras, se «vistió» de sus hermanos y hermanas. En particular de Patrick, su «doble», su «hermano-espejo». «Tenía ante mis ojos», dice, pequeños «yoes» en los que me fundía, con Patrick, más particularmente, pero también con los demás, Marie-Agnès, los gemelos, Jean-Yves y Marie-Christine. En la adolescencia, todavía vivía sólo de ellos»[44]. Incluso en su ausencia, ella se vestía de ellos.[45] Ella explica que este mecanismo se anclaba en un esfuerzo por «hacer como los otros» con el fin de protegerse de ellos[46].  Era contemporáneo de una imposibilidad de decir lo que a ella le gustaba o lo que no le gustaba[47]. Aunque hizo muchos esfuerzos para pasar desapercibida, aunque trató de ser «transparente», aunque trató de fundirse con sus modelos, no se confundía con ellos: ella se sentía «diferente» por ser «salvaje, retraída y silenciosa»[48]. Los autistas que recurren a la identidad disimulada, lo vamos a mostrar, pueden describir su funcionamiento de una manera bastante similar, y dar las mismas justificaciones, de manera que no se el límite entre las identidades transitivistas y disimuladas no sea zanjada, lo que autoriza deslizamientos y formas de pasajes.

Una identidad disimulada

La mayoría de los autistas experimentan inicialmente un cierto vacío de su identidad, pero no todos lo remedian vía una identidad transitivista; algunos tratan de compensar este vacío aferrándose a modelos, con los que no se confunden, pero detrás de los cuales son conscientes de esconderse. Luego se esconden «detrás de las fachadas»[49], según la expresión de Williams, las cuales son designadas como «compañeros imaginarios», así como «personalidades sustitutas»[50], o incluso como «máscaras»[51], «caras», «personajes» o «farsas». El autista entonces, en la hermosa fórmula de Horiot, «puso una máscara en su diferencia»[52], elaborando una división imaginaria entre un «verdadero yo» oculto y máscaras sociales. Estas «estrategias de abnegación»[53] se despliegan para parecer normal, pero son dolorosamente vividas, acompañadas por la sensación de estar separados del mundo. Ellas son solidarias de una falta de conexión entre los afectos y los actos. Es «en ausencia de un sentido de [su] cuerpo interno», explica Williams, que el sujeto aprende a «fingir y a jugar a la comedia»[54]. Ian, su primer marido, podría describir los diferentes «rostros» que encarnaba dependiendo de las circunstancias. «Richard», perfeccionista, dominante, opinado y gerente, era el nombre de un sórdido vendedor que había conocido. «Nigel» el comediante se presentaba como alguien cool y relajado, su nombre provenía del de un piloto de carreras. «Chris» encarnaba el rol del amante romántico. «Homeboy» era la «cara» familiar de la del «hijo querido» de un «padre amoroso». «Simon», destrozado, inestable, melodramático, víctima, era el nombre dado a alguien que Ian había conocido y cuyo mundo se había derrumbado[55]. Cuando el fenómeno se pone en lo más alto, cuando el autista, en un momento de angustia, se mueve rápidamente de una «cara» a otra, le da al interlocutor la sensación de ser «una muñeca hablante comandada por un titiritero fantasmagórico.»[56]

Otro autista, Olivier, se creó una personalidad de sustitución, Bettina, originalmente copiada de Boy Georges. «Al tomar sus rasgos», dice Williams, «Olivier escapaba de su propia personalidad inexpresiva y atrofiada. Siendo el cantante, finalmente disponía de un sujeto «de mundo» para hablar y hacer amigos. Bajo el impactante maquillaje y los atuendos estrambóticos, superó su miedo a los lugares y a las personas desconocidas. Al dedicar toda su energía a ser Bettina, podía ser cualquiera, siempre y cuando no fuera él mismo. […] Bettina tenía una expresión verbal a expensas de la propia expresión de Olivier.  Ella estaba involucrada a expensas de la participación de su yo. Ella fue aceptada a expensas de un empobrecimiento de sus emociones». Bettina no era una identidad mimética por la que habría sido captado: permanecía oculto detrás de ésta, ya que a veces podía encarnar otra personalidad, masculina que, «su yo intelectual, el depósito de todas las cosas prácticas, lógicas, responsables, y aprendidas automáticamente y no empíricamente; lo había llamado el Director.»[57]

Es bien sabido que D. Williams hace tiempo que se desvaneció bajo las personalidades de Carol y Willie. «Nadie», afirmaba, «debería estar en relación con Donna, sino únicamente con los dos personajes que acepté dar en bandeja: Willie, que encarnaba toda mi furia y combatividad, y Carol, ese caparazón vacío de emociones que representaban mi sociabilidad y capacidad para interpretar diferentes roles».[58] Estas criaturas nacidas de su imaginación eran protectoras del «ser indefenso.»[59] Se habían creado para adquirir una fachada de adaptación social. Williams dejaba que sus personajes interpretaran su rol y que la gente les diera réplica, pero eso se acompañaba por una vivencia que sintió como su «propio fantasma» vigilando sus acciones y gestos. [60] Ella se escondía detrás de sus compañeros imaginarios, pero no se confundía con ellos: «Como Willie», dijo, «me sentía hombre, como Carol me sentía como una mujer, como yo me sentía neutral.» [61] Ella señala que sus «pantallas» le permitieron decir lo que pensaba, pero no lo que sentía[62]; lo que hace claramente evidente la fuente que ellos encuentran en el trabajo del sujeto para separarse de sus afectos.

La evolución de Joey en la Escuela Ortogénica de Chicago se manifestó en una desinvestidura progresiva de su máquina acompañada de la búsqueda de modelos más humanos. Primero fue un niño un poco mayor, Kenrad, todavía concebido como «una lámpara potente»; luego el «papoose de Connecticut», encerrado en un vidrio protector, que permanecía conectado a una electricidad inalámbrica; luego Mitchell, otra residente de la escuela, de quien siempre sacó un poco de fuerza en forma de energía eléctrica. El proceso acompañado de una fantasía de auto-engendramiento continuó hasta la formación de un compañero imaginario, llamado Valvus, «el autocontrolado, un alter ego externo a sí mismo, un dispositivo de seguridad», finalmente extraído del mundo de las máquinas. Todavía no era una «personalidad verdadera», constató Bettelheim, sino «una estructura exteriorizada, para una personalidad interior», gracias a ella fue capaz de empezar a «atreverse a vivir experiencias emocionales correctivas»[63]. Al igual que Willie y Carol, todo indica que Valvus desapareció por introyección, cuando el posicionamiento del sujeto le permitió integrar esta formación yoica.

La identidad oculta permaneció más discreta en Grandin, no obstante, en su infancia tuvo «un alter ego», Bisban, tomado de una serie de televisión, ella quería «controlar las cosas» como él; luego hizo a Alfred Costello, un chico de su clase, un bribón y un gran villano, el héroe de sus historias. [64] Cuando era adolescente, ella lo trajo de vuelta como un «personaje imaginario» y firmó varias de sus cartas al director de su escuela. [65] En la edad adulta, ella no oculta su identificación con una vaca. «Mi lazo con los animales de granja se remonta a cuando me di cuenta por primera vez de que la máquina de abrazar podía calmar mi ansiedad. Desde entonces, he mirado el mundo con sus ojos.»[66] Ella tuvo la idea de titular su segundo libro El punto de vista de una vaca, un animal presentado como su alter ego, que rodea con su brazo y al que se pega en la foto que figura en la portada.

La identidad oculta es afirmada fuerte y claramente por Horiot en forma de una «impostura» protectora. «Engañar a los demás para que no te maten. Así es mi vida. Una comedia».[67] Por lo tanto, para no encajar, se adapta usando una máscara. Como resultado, afirma, «me he vuelto insospechable. «[68] Tituló su segundo libro Carnet de impostor. Ella justifica tal posicionamiento por la voluntad de «protegerse del mundo y tomar parte en la comedia social»[69]. Una autista severa como Babouillec afirma en sus escritos de un posicionamiento del mismo orden, aunque más radical: «Querer a toda costa esclavizar a todos los náufragos a la causa del sistema social del momento», afirma, «es poner fin a nuestra profunda identidad».[70]Ambos indican que la eliminación de este último va acompañada de una exclusión de los afectos. Babouillec constata que «el silencio está en todas partes de mi cuerpo»[71]; mientras que Horiot señala que «los sentimientos son una prisión. Es mejor estar desprovisto de eso. Trabajo en ello cada segundo. Los sentimientos me abarrotan, me lastiman y me hacen perder»[72]. Avanzar con máscaras sólo puede contribuir al trabajo para borrarlas y enterrarlas. El persistente atractivo de la identidad disimulada, que conduce a Horiot hasta su elogio, se debe probablemente a lo que ha logrado utilizar para una valorización social reconocida, haciéndola que contribuya a su profesión. Él mismo parece discernirlo: «Me convertí antes que nada en comediante por pereza. Teniendo que dirigir y desempeñar un rol de composición para sobrevivir, convertirse en un profesional de las artes escénicas demostró ser el siguiente paso lógico. «[73]

Williams también había probado suerte en la práctica teatral, escenificando el rol de Carol, «con un número burlesco y su sonrisa para cualquier arsenal. Las risas llegaron fácilmente», relata. En el escenario se veía a una chica hablando con franqueza y desenvoltura sobre la avalancha de trágicos contratiempos que habían marcado su vida, sin la más mínima compasión por sí misma. ¿Quién en el público podría haber imaginado que Carol simplemente no tenía el sentimiento de su propia existencia?»[74]

A diferencia de Horiot, Williams no hacía elogio de la identidad disimulada, siempre ha considerado que es una «mutilación psíquica», por lo que ha luchado largamente para hacer desaparecer a sus dobles, y para lograr habitar su cuerpo, estando presente en sus afectos.

La identidad disimulada no siempre se esconde detrás de una fachada. En ciertas formas severas del espectro autista, se afirma como una inalcanzable «identidad profunda». «Estoy amurallado en mi forma de saber-estar en otro lugar», observa Babouillec, «y vivo una felicidad más allá de los límites en mi trasplante mental onírico […] Proclamo un amor sin falla por este vacío existencial que me pertenece.» [75] En el otro extremo del espectro, la identidad disimulada experimenta una forma atenuada cuando el autista no busca construirse una o más personalidades de sustitución, sino que simplemente se contenta con dar una cierta consistencia a su vacuidad apoyándose en modelos. Ella toma entonces la forma poco discernible de un conformismo social. Gerland lo nombró un funcionamiento de «camaleón» o una «monería»[76] que le hacía sufrir «de una especie de exceso de normalidad resultante de la falta de impulsos internos molestosos y de [su] voluntad de convertirse en alguien normal»[77]. La identidad disimulada es aún más discreta en Willey, porque ella la usó sólo cuando «todo lo demás fallaba». Pero luego usó un «truco de «meterse en la piel de», que», dice, «no era más que una forma sofisticada de ecolalia. Como un mimo profesional, sabía cómo tomar la personalidad de otra persona tan fácilmente como otras personas atrapan un resfriado […] Era simplemente más eficaz que yo reutilice tipos de comportamiento de otras personas, en lugar de tratar de crear comportamientos que me serían propios.»[78]

La identidad transitivista a veces tiene lugar en la cura, haciendo del analista un doble portador de lo vivo; del mismo modo, la identidad disimulada toma ahí regularmente un lugar cuando la persona autista introduce dobles en forma de figuras, imágenes, compañeros imaginarios, etc., con el fin de expresar a través de sus intermediarios sus afectos y pensamientos. Inicialmente es apropiado acogerlos como tales y no subrayar que permiten una expresión malversada. Las modificaciones del posicionamiento del sujeto se manifiestan por la evolución de los personajes. Se requiere un largo trabajo para que desaparezcan e introyectarlos.

La congelación del S1 y la de los afectos

¿Por qué el autista experimenta tal propensión a conectarse a una fuente de lo vivo localizada fuera de él, en un humano, en un objeto o en un animal? Los ejemplos precedentes convergen para evidenciar que el fenómeno encuentra su raíz en una congelación de los afectos. Recordemos que se encuentra ampliamente confirmada por los propios autistas la opinión de Bettelheim según la cual «el niño autista es […] es un niño que impide que sus afectos sean sentidos, se vuelvan conscientes y, por lo tanto, se impide actuar de acuerdo con sus afectos»[79]. «Fundamentalmente», dice Williams, «la solución que había encontrado para reducir la sobrecarga emocional y así permitir mi propia expresión consistía en luchar para y no contra la separación entre mi intelecto y mis emociones.»[80] Contrariamente a la opinión popular, considera que hay en el autismo «una voluntad de desconectarse, no de conectarse.»[81]  Los autistas, añade, son «seres humanos atrapados secretamente en la afectividad mutilada.»[82] Según B. Sellin, el autismo es «una desregulación que nunca se describió correctamente, es la ruptura humana de las primeras experiencias simples así como experiencias esenciales e importantes, por ejemplo, llorar.»[83] Un autista de alto nivel, J. March, testifica: «Había aprendido a preservarme alejándome emocionalmente de los otros. Me di cuenta de que esa distancia que ponía entre yo y los demás no era más que un caparazón protector: los sentimientos que podía experimentar me invadían hasta volverse dolorosos e insoportables. «[84] Como resultado de que no tenía «ningunas ganas de hacerse amiga de nadie a menos que esa persona resultara ser un perro o un gato.»[85] Grandin corrobora estas indicaciones: «Algo», escribe, «sucedió durante el proceso que desconectó el «alambre» en el cerebro que conecta a un niño con su madre y otros seres humanos que ofrecen su afecto. No fue hasta que yo era lo suficientemente grande y competente como para construir la máquina de abrazar que la conexión fue reparada.»[86] El trabajo inicial de la persona autista para separarse de los afectos y sufrimientos que pueden causar puede llegar tan lejos como la demanda de Joey para sus educadores: «Ya no debes amarme, eso debe parar.»[87] Kanner fue perspicaz desde el principio al considerar que el autismo consistía fundamentalmente en un trastorno de contacto afectivo. Asperger también discernió que con sus «sentimientos limitados», las personas autistas «no saben qué hacer con el afecto que se les da y lo reciben en malentendidos e incluso lo repelen.»[88] ¿Por qué hacen eso? ¿Por qué intentan, con éxito desigual, congelar sus efectos? Barron testifica su vivencia: «Las emociones son un monstruo terrible a los ojos de todos aquellos niños con autismo que son incapaces de controlarlas.»[89] Lo que Deshays confirma: «Fragilizado por las tormentas emocionales, es realmente agotador sacarme mi armadura.»[90] Le » urge a religar su mente con su cuerpo»,[91] pero ella no lo logra.

Estas múltiples indicaciones convergentes dan un comienzo de respuesta a la pregunta que Lacan se planteó en 1975: «se trata de saber -observa a propósito del autista-, ¿por qué hay algo «congelado» en él»?[92] La constatación de la congelación de los afectos constituye un elemento de respuesta. No obstante, las indicaciones de Lacan generalmente buscan desprenderse de la sintomatología para apuntar a la estructura. ¿Qué controla en el funcionamiento subjetivo esta congelación de los afectos? La indicación de Lacan nos orienta hacia una congelación del S1, el significante-amo, la piedra de lo vivo, lo que toma a cargo el goce del sujeto, haciendo posible su representación frente a otros significantes, y por lo tanto su expresión verbal, sintomática y corporal. No se trata de una carencia, sino de una congelación, porque, incluso en las formas más severas de autismo, la noción de «self asfixiado, que funciona mínimamente»[93], y «que se afirma en la negación»[94], despejada por Bettelheim, parece estar justificada. La intuición de una congelación del S1 ya fue esbozada por Lacan cuando, mirando la observación del M. Klein sobre Dick, constató la presencia de un sujeto «que está allí y que literalmente no responde»[95], sin embargo, es «maestro del lenguaje» y capaz de poner en juego «una simbolización anticipada y congelada»[96]. La congelación se refieren a una presencia, que no es plenamente activa, pero que deja la posibilidad de un descongelamiento, que, veremos, es atestiguado por autistas de alto nivel.

¿Por qué asumir un «self mínimo» incluso entre los autistas más cortados de lo vivo? Porque son capaces de mostrarse muy activos a la hora de protegerse de lo que les angustia. Una niña como Laurie, una muñeca flácida e inerte, retirada del mundo, replegada sobre sí misma, podía, sin embargo, en el más mínimo movimiento para ayudarla, precipitarse furiosamente hacia adelante, lanzarse a la garganta del cuidador y tratar de estrangularlo. [97] «Mientras que muchos de estos niños, cuando llegan aquí», señala Bettelheim, «parecen totalmente pasivos, inertes, casi muertos, su resistencia al medio ambiente es la más poderosa que jamás haya encontrado […] De hecho, toda su energía se canaliza en una sola defensa: la obliteración de todo estímulo, interior y exterior, con el fin de evitar todo dolor suplementario y el impulso de actuar.»[98] Su evitación del otro, su búsqueda de la inmutabilidad, sus estereotipias, su elección de un objeto autístico, e incluso su desconexión en relación con los afectos son el resultado de una actividad fuerte y persistente que atestigua de un trabajo subjetivo sostenido.

Una identificación simbólica, bosquejada, anticipada, congelada, parece muy pronto discernible entre los autistas. Ella se manifiesta de manera efímera y poco afirmada en las vocalizaciones involuntarias, en la expresión de afectos de rechazo del otro, así como en las elecciones de medidas de defensa. Estas expresiones del sujeto no se copian en el doble, y no se presentan como emanadas de este último. Ellas se basan en una diferencia invisible. La función unaria del significante-amo es muy tempranamente actuante y discernible; pero falla al representar el goce del sujeto frente a otros significantes.

En formas un poco severas de autismo, la congelación de los afectos comienza a disminuir volviéndose selectiva. El amor, la gentileza, la empatía, etc., los sentimientos que pueden inducir a entrar en interacciones con el otro, estos son los más fuertemente prohibidos. En este sentido, la ausencia de teoría de la mente, considerada el mayor déficit cognitivo de las personas autistas[99], sin duda tendría que ser considerada desde la perspectiva de un bloqueo de uno de los afectos de contacto, la empatía. [100] Por otro lado, el disgusto o el odio son mucho menos reprimidos. Un niño que rechaza sus afectos en su borde, como Joey, puede afirmar: «Si mis padres estuvieran aquí, los mataría […] Si estuvieran aquí y si tuviera un ventilador, pondría sus dedos en ellos y los cortaría en pedazos.»[101]  Dibs puede gritarle a su padre: «¡Te odio! ¡Te odio!» y tratar de golpearlo. [102] También puede expresar su anhelo de deshacerse de su hermana.[103] La indicación de Asperger acerca de la maldad de las personas autistas[104], al principio sorprendente, debido a su carácter generalmente un poco agresivo, encuentra allí su lugar: es más fácil para ellos expresar y actuar sentimientos negativos que atreverse a signos de afección. Los afectos que conducen a mantener a raya al otro, los que no presentan el peligro de inducir intercambios con las personas, los afectos de rechazo, estos se descongelan mucho antes.

Los sentimientos de amor en sí mismos pueden comenzar a encontrar expresión cuando recaen sobre un objeto, lugar o animal. Muchas personas autistas testimonian encuentros similares a los realizados por J. March con un gato. «Algo perturbador sucedió en mí», relata, «una conexión inexplicable, como si hubiera vivido esos nueve años esperando cruzar esa mirada. Era incapaz, en tanto niño autista, de sostener la mirada de los demás, pero la de Shara era tan intensa, tan llena de amor, que era imposible para mí desviar mis ojos de ella. Y, por primera vez en toda mi existencia, frente a esta pequeña cosa peluda, mi corazón comenzó a desbordarse de amor y felicidad, -un amor que reservé sólo para esta gata y nadie más… «[105]. Grandin ha hecho notar que «Hans Asperger observó que las personas autistas están muy atadas a los lugares y que los niños autistas sufrían más nostalgia por su país que los niños normales. Hay un lazo afectivo con los objetos y con los hábitos de la casa. Tal vez esta es una manera de compensar la ausencia de fuertes lazos afectivos con los demás».[106]

Los enfoques cognitivos rechazan la tesis de que el autismo estaría anclado en una congelación de los afectos al objetar que las personas autistas no están verdaderamente aisladas de ellos. La constatación es correcta, pero el argumento no es pertinente. El autismo, como Kanner ha discernido claramente, reside en un trastorno no de todos los afectos, sino principalmente de algunos de ellos, aquellos que incitan al «contacto». En las formas más severas, el autista ni siquiera enviste su cuerpo, la congelación es radical; pero tan pronto como avanza en el espectro, la congelación se vuelve selectiva. No todos los afectos están prohibidos, sino aquellos que incitarían a anudar lazos con los demás. Sólo algunas personas hacen excepciones cuando el autista las considera dobles y se fusiona con ellas en una relación fusional. Es el intercambio con otros lo que angustia a los autistas, la fusión permite evitarlo.

Que el estudio del «dominio emocional» haya sido hasta ahora demasiado descuidado por los investigadores cognitivos es una idea que se abre camino entre ellos. Constatan la frecuencia de una «desregulación de las emociones» en el autismo, apresurándose a añadir que no siempre está presente[107]. Con justa razón, pero la desregulación de las emociones no es bloqueo de los efectos, éste es a veces compatible con una apatía serena de sujetos discretos, sosteniendo un discurso fáctico y constante, y cuyas tomas de iniciativas son casi nulas. Sus afectos permanecen medidos, pero la dinámica subjetiva está extinguida. En su infancia, Tammet era «demasiado gentil, demasiado calmado, demasiado conciliador»[108] y «rara vez tomaba la iniciativa de hablar».[109]

La congelación del S1 le da al sujeto durante mucho tiempo el sentimiento de estar cortado de sus afectos, de manera que cuando busca integrarlos primero debe pasar por una búsqueda externa de su comprensión. «El cerebro», dice Harrisson, una autista de alto nivel, «no recibe mensajes del cuerpo, a pesar de que el cerebro y el cuerpo su trabajo cada uno por su lado».[110]  Ella subraya que «los autistas tienen emociones, pero tienen que importar el sentido de sus emociones a partir del exterior para tener acceso consciente a ellos»[111] Como resultado, los afectos son aprendidos de manera intelectual. «Quiero que me muestres emociones», le pide Williams a una familia de amigos. […] «Gracias a líneas y esquemas, vi la escala furibunda, la escala feliz y la escala triste. En estas líneas, se marcaron las variantes inferiores y superiores: cansado, ocupado, enojado, agitado, molesto, bravo y furioso. Trataron de mostrarme cómo cada estado podía traducirse en una cara o reflejarse en acciones».[112] Las metáforas de la computadora o del robot son a menudo utilizadas por los propios autistas para describir su funcionamiento: «Yo era una computadora de control lento, tanto interna como externa», escribe Williams. «Sabía cómo hacer las cosas, no obstante, no las sentía.»[113] Acercar el pensamiento del autista al trabajo de computador hace hincapié en la congelación de su anclaje en lo vivo. Asperger ya había constatado ese fenómeno al darse cuenta de que el saber del autista se desarrolla en un vacío afectivo. «Estas personas son, si hablamos crudamente, autómatas de la inteligencia», afirmaba en 1944. Es a través del intelecto que la adaptación social se hace en ellos. Hay que explicarles todo, enumerarles todo (lo que sería una falta grave de educación en los niños normales); deben aprender las tareas cotidianas como los deberes de escuela y ejecutarlas sistemáticamente.”[114]

Cuando la fuente de lo vivo parece ser externa, el cuerpo está poco habitado. «El silencio está en todas partes de mi cuerpo», dice Babouillec. «Encerrado en mi boca, encerrado en mis manos, en mis orejas, en mis ojos, en mi piel. Encerrado… […] Por miedo, por pudor, nada se mueve en este cuerpo, en mi cuerpo, en nuestros cuerpos del Silencio.»[115] «Mi cuerpo», añade, «se ejecuta como un títere sin cuerdas entregado a sí mismo, inactivado en modo de atracción terrestre.»[116] «Realmente no me percibo vivir»[117], corrobora Sellin. En las formas más severas de autismo, cuando los niños autistas «no manifiestan ninguna reacción, sea la que sea, a la defecación, debemos concluir», observa Bettelheim, «que el proceso de alienación en relación con sus sensaciones ha alcanzado proporciones tales que ni siquiera sienten lo que está sucediendo en sus cuerpos. Esta noción es corroborada por su insensibilidad al dolor.»[118] Aniquilar todos los sentimientos corporales constituye la manera más radical de operar una congelación de la vida afectiva. Una breve viñeta clínica permite captar que el autista lo discierne. Enojado por la actitud de uno de sus educadores, Joey no pudo retenerse en golpearla gritando. Poco después, dice Bettelheim, muy angustiado por haber permitido que un afecto se expresara de esta manera, «no se movió más, vaciado de cualquier sentimiento». Luego atacó su propio cuerpo. «Tengo que congelarme», dice. «Mis brazos y mis piernas deben convertirse en hielo», después, trató de arrancarlos de su cuerpo. [119] La tensión emocional, según Williams, puede llegar tan lejos como una experiencia muy real de volverse sordo, mudo y ciego.[120] En lo que a ella respecta, el autismo la hace sentir todo simultáneamente sin saber lo que ella experimenta, o bien lo corta de todas las sensaciones.[121] Su primer marido, Ian, que era autista como ella, le confió que las sensaciones de hambre, dolor, fatiga o frío se le escapaban, o que no experimentaba sino las más extremas. «Los mensajes de su cuerpo eran muy incoherentes y débiles.»[122]

Incluso en los autistas casi invisibles, debido a una buena adaptación a la vida social, incluso en aquellos, las constataciones de la dificultad del sujeto para habitar su cuerpo permanecen presentes. «No sólo me costó expresar mis sentimientos», dice March, «sino que, además, la mayoría de las veces era incapaz de identificarlos.»[123] «Todavía tengo dificultades para aceptar mis emociones», dice Grandin, «miedo de que ellas no me traguen.»[124]

Dado que el cuerpo no está habitado desde el interior, es aprehendido a partir de su imagen, de manera que es fácilmente percibido como una superficie externa, dando a Gerland el sentimiento de ser «una falsificación de otras personas, una suerte de fotocopia fallida», basada en la imitación de los demás.[125] Debido a lo que ella nombra «rupturas de sinapsis» que lo cortan de » la información corporal real», Deshays escribe: «Veo mi cuerpo como espectador y lo imagino como una documentación detallada en Internet, tanto para mí como para recibir las informaciones exteriores a mí mismo.»[126] Williams informa que su cuerpo fue aprehendido durante mucho tiempo como una mera serie de texturas que sus manos conocían, una imagen que sus ojos conocían, una serie de sonidos que sus oídos conocían y una asociación de movimientos.[127]  Ella experimentaba la sensación de su cuerpo externo observando y escuchando dónde se situaba.[128] «Siempre tuve la impresión de tener el tamaño de las personas en proximidad», precisa. «Mido un metro cincuenta y seis; por lo que eran generalmente más grandes que yo. Cuando estaba con gente de talla pequeña, suponía que era pequeña; con gente alta, pensaba que era alta. A falta de un sentido de mi cuerpo interno, ellas me servían como espejo, como un «mapa» externo.»[129] Cuando la identidad se sostiene así en una imagen, el disfrazarse puede convertirse en un calvario, a veces fuertemente rechazado; mientras no es trivial no dejarse «tomar» una foto, o renunciar al retrato de uno. Williams podía tener la impresión de que, con una foto, uno se apoderaba de ella.[130]

La congelación del S1 suscita un desfallecimiento de la experiencia interna, lo que resulta en una dificultad del sujeto para tomar posesión de su cuerpo y en expresarse sobre la base de sus afectos. Lo vivo así cortado del cuerpo hace retorno durante mucho tiempo en un borde que parece animar al sujeto cuando se conecta sobre él. A veces, sin embargo, algunos autistas logran operar una mutación subjetiva decisiva que les permite uan introyección más o menos logrado de lo vivo.

La identidad asumida

Las identidades imaginarias, transitivistas y/o disimuladas, correlacionadas a un doble, descritas anteriormente, son lo que Williams llama «la estrategia del espejo». Cuando comienza a salir de ello, constata que «había sido una excelente estrategia para romper el repliegue, aprender sociabilidad, luchar contra el aislamiento, desarrollar un lenguaje y tomar conciencia de [su] cuerpo»[131]; sin embargo, tomar conciencia de este no significa habitarlo. Además, la estrategia del espejo aleja al sujeto de lo vivo. Ella percibe que ha ido «demasiado lejos» en el uso de este recurso alienante a un borde. A partir de ahí, le parece que debe dejar la «dependencia» a su reflejo y a sus compañeros imaginarios si realmente quiere adquirir «la permanencia de la intimidad, del tacto, de la conciencia interna del cuerpo y el compartir».[132] Con el fin de dejar de experimentar la vivencia de la «mutilación psíquica» suscitada por la localización del goce en un borde externo, entendió que tenía que matar a sus dobles. Ella debía dejar de recurrir a su «protección anestésica» [133]que le permitía «suprimir» los efectos.[134] Así que procedió con sus asesinatos simbólicos. Al desvanecerse, constata, no desaparecieron por completo: se introyectaron. «No los rechacé, ellos se desintegraron (¿o se reintegraron?). Acepté sus capacidades… «[135] Incluso precisó que «la vieja Carol» se había integrado a Donna Williams.[136] Los asesinatos simbólicos de Willie y Carol no fueron lo suficientemente inmediatos como para hacerlos desaparecer. Eran sólo una indicación de una mutación subjetiva en curso. Después de su disipación, Williams desarrolló lentamente la facultad de hablar personalmente «manteniendo intacto el sentido de sí mismo y de sus emociones».[137] Aprendió a «sentir una sensación de pertenencia, no sólo a fingir»[138].  Ella discernió que un desfile insuperable había sido excavado entre su «yo interno» y sus afectos, y que ella estaba en el proceso de establecer un puente invisible para franquearlo conectándose con su cuerpo.[139] Constató que cuanto menos conectada estaba con el espejo, más consistente se volvía su sentido del cuerpo interno. «Había confiado demasiado en la imagen corporal externa en detrimento del desarrollo del sentido interno del cuerpo.»[140] Luego descubrió «una manera de vivir ese yo» al que había sido «normalmente sorda, ciega y muerta».[141] La mutación es espectacular cuando relata la emergencia de una aprehensión interna de su cuerpo. Al poner su mano en su brazo, constata no sentir aquel del exterior, «como antes, pero desde el interior». Ella se sorprende de que de repente su brazo haya sentido su mano desde el exterior. «Brazo», escribe, «no era más que una textura simple: tomaba sentido desde el interior».[142] Esta posesión de sí misma le parece la seguridad más tangible que haya conocido.[143] Ella «nunca se había sentido tan tan viva.»[144]

La desinvestidura del borde que va acompañada de una introyección de lo vivo y de una asunción de la identidad caracteriza el posicionamiento subjetivo del autista de alto nivel. Es de Jacqueline Léger. Ella, que no podía decir lo que le gustaba o no le gustaba en su infancia, ella que negaba las necesidades de su cuerpo en la adolescencia, relata que, hacia el final de su segundo análisis, se produjo una mutación decisiva para ella. La descongelación de los afectos y la asunción de la identidad, ella lo llama una «psiquización del cuerpo». Ella indica que la escritura de su libro contribuyó a este nuevo asiento subjetivo: «Me tranquilizó más que el cuerpo y la psique eran uno. Hice el gesto de poner mis manos la una en la otra de forma apretada. Esa unión aún no había sido operada del todo en mí antes. Fue sobre todo el trabajo sobre el sueño de la «piel de gato» lo que me hizo hacer esta evolución […] Este sueño, en su dimensión erótica y el hecho mismo de soñarlo dice la psiquización del cuerpo. Puede ser la parte más importante de mi libro.»[145]  Es a menudo, señala, a partir de una toma de riesgos de vivir que uno agarra algo desde la orilla.[146]

En la retroacción de una separación con un terapeuta «decepcionante», después de una cura de cuatro años, Gerland relata una modificación neta en su posición subjetiva que le parece haber ocurrido progresivamente. «Algo se había desencadenado dentro de mí, haciendo que pueda hablar automáticamente. Mientras que antes, nunca lograba hacerlo, ahora ya no tenía que pensar en todo lo que iba a decir, de escribirlo mentalmente: la palabra y el pensamiento iban de la mano espontáneamente y ya no necesitaba dar a la voz la orden de decir lo que yo quería decir». Ahora podría explicar lo que pensaba o sentía de una «manera completamente diferente a la anterior».[147] Por lo tanto, ella da testimonio de que un corte entre el goce y el intelecto cesó de funcionar. Lo vivo se insertó en el pensamiento, confiriéndole a éste un automatismo, una espontaneidad, que contrasta con el esfuerzo anterior para movilizar parsimoniosamente la voz. Es la interrupción del combate por la separación del intelecto y los efectos lo que luego le da a Gerland el sentimiento de convertirse, según el título de su libro, en Une personne à part entière.  Al final del recorrido relatado en este libro, se convierte en una autista de alto nivel, posición subjetiva que le permite afirmar: «Yo me las arreglo sola en todo.»[148]

Cuando Joey, después de tres años de haber dejado la escuela ortopédica, afirma que él también se ha vuelto capaz de valerse por sí mismo, cuando considera que pronto va a poder encontrar un trabajo y ganar su propio dinero, subraya «un factor importante», el de haberse vuelto realmente capaz de hablar con la gente acerca de sus sentimientos, dice que ya no necesita esperar, puede hacerlo tan pronto como empieza a sentirlo.[149]

Otro autista de alto nivel, Jim Sinclair, da testimonio de una mutación subjetiva caracterizada por la toma de contacto con sus afectos: «Finalmente aprendí a hablar de los sentimientos cuando tenía veinticinco años», afirma. […] «Una vez que me di cuenta de que las palabras podían utilizarse para describir experiencias subjetivas, empecé de la misma manera que lo había hecho a los doce años con los vocablos-ideas.»[150] Cabe señalar la emergencia distinta de la lengua de los «vocablos-ideas», es decir, la lengua de signos, poco conectada a los afectos[151], bien manejada intelectualmente por los autistas de Asperger; y la lengua en contacto con los afectos, arraigada en el significante, propia de los autistas de alto nivel, que predomina sobre la anterior sólo mucho más tarde. Una nostalgia por la lengua fáctica persiste entre los autistas de alto nivel, «no me gusta», señala Tammet, «cuando los mismos vocablos pueden referirse a dos cosas totalmente diferentes»[152], sin embargo, se produce en ellos una apertura a la ambigüedad significante.  Esto se evidencia en algunos por el acceso al humor y la poesía, así como en la comprensión de la mentira y la hipocresía. Cuando, después de su «eclosión»,[153] Barron comenzó a poder tomar decisiones por su cuenta[154], su madre constató que su sentido del humor desarrollaba conjuntamente. «Se estaba divirtiendo mucho», escribe, «a veces sarcástica, llegando a burlarse de sí mismo. Estábamos empezando a poder bromear a su costa y él nos estaba hacía lo mismo»[155]. Como adulto, Tammet desarrolló un gusto por la poesía y ahora se considera capaz de animar «los vocablos con su imaginación» de manera que «cada palabra sea un pájaro al que uno enseña a cantar.»[156] Incluso señala con gran finura que la poesía comienza con el uso del significante propio de la palabra habitada: «Para poder contar nuestra propia vivencia», analiza, «necesitamos poesía. Sin poesía estamos mudos. Uno puede repetir cosas, como yo lo hacía a los diez años, diálogos en novelas, como un loro que no entiende el significado de lo que dice, pero a partir del momento en que entendemos el sentido de lo que se dice […] la palabra inevitablemente se vuelve múltiple»[157]. La enunciación de los autistas de alto nivel sugiere que la lengua de los significantes se ha insertado progresivamente en la lengua de signos hasta que la ha suplantado en gran medida.

La integración de la vida afectiva operada por Tammet no fue espectacular, sin embargo, mirando hacia atrás en su pasado, constató que se hizo progresivamente: «No siempre sentí un fuerte lazo emocional con mis padres, hermanos o hermanas al crecer y no sentí ninguna falta particular de ella: no eran parte de mi mundo, simplemente. Las cosas son diferentes hoy», dice cuando escribe Nacido en un día azul, con más de veinticinco años. «Creo que enamorarme me ha permitido acercarme a mis propios sentimientos, no sólo por Neil[158], sino por mi familia y amigos, y aceptarlos»[159].  Los sentimientos ya no son sensaciones confusas para él, él se ha «acercado» a ellos, ya no le repugna asumirlos.

Haber logrado una desinvestidura del goce atado al borde constituye una de las características del autista de alto nivel. Grandin logró esto a través de repetidos cortes operados en el goce fusional que le brindaba su borde de su máquina, en el que tenía el sentimiento de que «era llevada, abrazada, suavemente acunada en los brazos de mamá».[160] Solo más tarde, en 2010, que menciona que su máquina se había roto y que no la había reparado. «Ahora», dice, «es con la gente con la que me abrazo»,[161] indicando así que «la puerta corredera de vidrio que la separaba del mundo del amor y de la comprensión humana se logró abrir».[162]

Sin embargo, Grandin afirma firmemente que su reflejo sigue cortado de sus afectos. Es conveniente minimizar por ser en parte ilusoria. De hecho, no es necesario ser autista para ponerse bajo la ilusión de que nuestras decisiones son puramente racionales. Así, Damasio lo ha demostrado sólidamente, al señalar «el error de Descartes», todo ejercicio de juicio implica la participación de la vida afectiva. Contrariamente a la intuición, el debilitamiento de la capacidad de experimentar emociones se asocia con una incapacidad de decidir.[163] El neurólogo lo demostró a partir de su clínica; gran pasividad, característica de las formas severas de autismo, parece confirmarlo, sabiendo que está correlacionado con una congelación de los afectos[164]. «Parece ser claro», señala Damasio, «que hay un hilo común que une en el plan anatómico y funcional, la facultad de razonamiento con la percepción de las emociones y el cuerpo. Es como si hubiera una pasión que subestima la razón, un impulso originado en la profundidad del cerebro, insinuándose a sí mismo en los otros niveles del sistema nervioso, y en última instancia traduciéndose en la percepción de una emoción o por una influencia no consciente orientando un proceso de toma de decisiones.»[165] Por lo tanto, se cuestionan las afirmaciones de Grandin según las cuales en su mente los hechos y las emociones están «siempre separados», de modo que «su mente se rige por la lógica, no por las emociones.»[166] Sus acciones serían «comandadas por el intelecto»[167] y su modo de pensamiento se asemejaría a la de una computadora. Sin embargo, Grandin también relata haber sido capaz de tomar decisiones importantes por su cuenta, tal como un cambio de orientación en sus estudios universitarios. Además, ejerce una profesión, imparte cursos, escribe libros, da conferencias, lleva una vida totalmente independiente, y todo esto implica múltiples decisiones diarias, las que, a pesar de su vivencia, no podría ahorrarse la participación de los afectos.

Hay que recalcar de nuevo que el corte de los afectos es selectivo. La propia Grandin lo señala: «Como la mayoría de autistas, no experimento ningún sentimiento ligado a una relación personal»[168]. Por otro lado, testifica experimentarlos por lugares y objetos. Ciertamente persiste en luchar por una disociación del pensamiento y de los afectos y lo logra mejor que ciertos autistas invisibles que han detenido esta lucha. En este sentido, señala muy pertinentemente que Donna Williams no está «en el mismo punto» que ella en el «espectro autista.»[169] Al mencionar que ésta última ha logrado un mayor distanciamiento con respecto al autismo, ella indica que la sitúa en uno más allá del punto que ella considera haber logrado. De hecho, todo indica que la integración de los afectos está mejor lograda en Williams. Grandin pensó muy tempranamente que las mujeres eran maltratadas socialmente, lo que la disgustó del matrimonio y la llevó a permanecer soltera[170]; al contrario, Williams se casó dos veces, aceptando sus sentimientos amorosos. Incluso confiesa, durante un romance homosexual, que ha logrado una de las experiencias más convincentes de comunión con su cuerpo, la sensación orgásmica.[171]

Las relaciones dependen de la percepción que el sujeto se hace de sí mismo. Es necesario amar su imagen para hacerla amable a los demás. Inicialmente, cuando el autista comienza a distinguirla, la ve como una fachada externa, poco habitada, poco atractiva.  Deshays evoca «su vestido paralizante de tonterías»[172]; Sellin se percibe a sí mismo como «feo» y «bestial.»[173] Sin embargo, a medida que se integran los afectos, la relación con la imagen se modifica. Barron tenía una «idea negativa de sí mismo», y se encontró «despreciable»[174], y después de su «eclosión», constató que la percepción que tenía de sí mismo había mejorado[175], de manera que se volvió en capaz de anudar relaciones románticas. A medida que se difumina el corte con respecto a los afectos, la imagen se transforma. Cuando el sujeto ya no se siente a distancia de ella, cuando la inviste libidinalmente, entonces adquiere una percepción falicizada de ésta que hace que su autismo sea cada vez más invisible. Cuando Williams se mira al espejo, ya no percibe a Carol. Pintó hierbas altas y rosas salvajes de todos los colores en un espejo en el que se ve sentada en la hierba y rodeada de rosas.[176]

La asunción de la identidad del autista va acompañada de una desinvestidura progresiva del borde. Inicialmente, la investidura libidinal extrema del interés específico lo convierte en un objeto protector hacia los demás de manera que funcione como un obstáculo para la relación de los demás. Cuando el clínico le pregunta a un niño autista: «¿Qué harías si no estuviera interesado en Egipto?», éste inmediatamente responde: «Entonces te dejaré de lado». Lemay insiste: «¿Te has dado cuenta de que después de cierto tiempo la gente se hartan y tratan de hablar de otra cosa?», él responde: «Lo sé bien y por eso no tengo amigos, pero tienen que escucharme o, entonces, no son nada para mí».[177] Cuando Tammet tenía unos 10 años, no tenía consciencia de que estaba molestando a aquellos a quienes hacía parte de sus centros de interés: «Cuando hablaba con alguien, a menudo era de un solo tirón, sin parar. La idea de hacer una pausa o de hablar en turnos no me venía […] No entendía que el propósito de la conversación no es hablar sólo de las cosas que a uno le interesan. Hablé con fuerza hasta que me vaciaba de todo lo que tenía que decir. Sentía que podría haber estallado si alguien me hubiera interrumpido. Nunca me pareció que el tema del que estaba hablando podría no ser interesante para mi interlocutor. Tampoco me di cuenta si éste se comenzaba a impacientar o si miraba a su alrededor. Yo continuaba hablando hasta que me decían algo del tipo: «Tengo que irme ahora.»[178]

El testimonio de Luke Jackson, un autista Asperger, corrobora lo precedente: «Sólo puedo hablar por mí mismo», escribe, «pero cuando tengo algo en mente, entonces el resto del mundo deja de existir. Supongo que puedes llamarlo egoísmo y realmente trato de pensar un poco más en los demás; pero a veces es muy difícil. Cuando se trata de dinosaurios (eso se trata de cuando era más pequeño, me apresuro a precisarlo), Pokémon, Playstations o computadoras — estos últimos siempre han sido una fascinación recurrente conmigo — siento tal ola de excitación que se eleva en mí que ni siquiera puedo describirla. Tengo que hablar sobre el tema absolutamente. Ser detenido en seco me pone en tal estado que fácilmente puedo entrar en una furia loca. Escribiendo todo esto, me doy cuenta de que todo eso puede parecer loco, pero no hago más que describir la realidad»[179]. Los tres dan testimonio de un goce solitario de su interés específico que el introducir un corte les era tan insoportable que un sentimiento de ira y rabia se apoderaba de ellos.  

Cuando se produce la mutación subjetiva que da lugar al autista de alto nivel, el interés específico deja de utilizarse como objeto protector, se convierte en un facilitador de la relación social. «A diferencia de lo que solía suceder», dice la madre de Barron, «ya no hacía alarde de su conocimiento, como hacen la mayoría de los niños autistas, en lugar de una conversación verdadera. Si encontrara a alguien que compartiera su pasión por el jazz, hablaría con entusiasmo sobre sus músicos favoritos, igualmente disfrutaría escuchar sus discos y aprender sobre sus intérpretes».[180] El interés específico ya no es un objeto cuyo conocimiento de los componentes y su ordenamiento está al servicio de la búsqueda de una inmutabilidad tranquilizadora.

Mientras el interés específico sea objeto de una pasión desbordante, sigue existiendo un borde que anima al autista. Este último se apropia de él en su estado original, sin buscar modificarlo y sin utilizarlo con fines prácticos. Es convocado voluntariamente para abrumar al interlocutor con el fin de evitar cualquier intercambio real. Cuando la participación en el pensamiento de los afectos se vuelve menos inhibida, el autista desarrolla capacidades de inventiva hacia su interés específico, lo que a veces abre oportunidades para que sea utilizado para actividades profesionales. Sabemos desde Asperger, y esto ha sido ampliamente confirmado, que desde su tierna juventud, se constata en los autistas una «predestinación a un oficio», por lo que parece que «esta profesión emerge de su constitución como un destino».[181] Cuando el autista se vuelve capaz de habitar su interés específico y convertirlo en un puente hacia lo social, deja de ser un borde que captura un goce rechazado y sobreinvestido. Los afectos ya no se mantienen a distancia por la lengua de signos, el autista invisible entonces accede a una expresión significante de estos, de manera que el interés específico se muda en un sinthome.[182] El goce del sujeto se captura de tal manera tal que da orientación a su existencia y le permite tejer intercambios sociales. La introyección consumada de lo vivo hace que no sólo el sujeto sea independiente, sino también creativo: se vuelve capaz de tomar una posición dinámica con respecto a sus objetos. Es él quien los acciona, ya no está animado por su borde. Grandin se considera hacer una «obra de pionero» en la investigación sobre el comportamiento y el tratamiento del ganado.[183] Una integración social se vuelve entonces posible, a menudo a través de sinthomes derivados del interés específico. A veces incluso se revela una aptitud a modos de goce disociados del borde. Así, Barrón se ha mostrado capaz de investir actividades profesionales independientemente de sus intereses específicos. Además, muchos autistas invisibles se han casado y han fundado una familia. No cabe duda de que el encuentro de parteneres-sinthomes se los ha hecho posible.

La mutación subjetiva que da nacimiento al autista de alto nivel a menudo va acompañada de una fantasía de auto-procreación o intentos de auto-nominación. El término autista de alto nivel, mala traducción del inglés «high functioning«, ¿es el más apropiado para referirse a la llegada de este posicionamiento subjetivo caracterizado principalmente por la capacidad de ser independiente? Otros términos han sido propuestos y podrían ser más convenientes: autismo invisible o autismo ordinario.[184] Los interesados prefieren un término menos clínico y más simpático, «Aspis» o incluso «síndrome residual de Asperger.»[185]

La referencia a «personalidades post-autistas» parece más discutible. Ciertamente, cuando la mayor defensa de lo autista, a saber, el retorno de lo vivo en un borde, casi deja de ser operativa, la mutación subjetiva es tal que despierta la tentación de introducir esta noción. Sin embargo, esta no es la opción elegida por las personas concernidas, la mayoría de las cuales todavía se consideran autistas, porque recuerdan las dificultades que tuvieron que superar, porque saben que su viaje ha sido muy específico -no comparable a aquel que ellas llaman los «neurotípicos»-. Además, testimonian que conservan algunos rasgos autistas discretos (reticencia a las interacciones sociales, atracción a la inmutabilidad, retorno temporal de trastornos sensoriales), por lo que, en su gran mayoría, ellos persisten en reivindicarse autistas. Impugnarlos conduciría a romper con su testimonio para orientarnos. Imponerles un saber que ha venido de otros lugares sobre la naturaleza del autismo, diciéndoles que han dejado de asumirlo, no sólo sería abusivo, sino que llevaría a no considerar la palabra del sujeto como el medio del descubrimiento freudiano. Mejor fundada nos parece la opinión según la cual en el nivel más alto del espectro del autismo, éste tiende a volverse invisible. Ya no cumple con los criterios de comportamiento del DSM-5,pero persiste como vivencia subjetiva.

La construcción de la identidad del autista esbozado en este texto sin duda conduce a esquematizar la clínica, se debe tomarlo para la orientación ésta perfila: las etapas se pueden entrelazar y su franqueamiento no es necesario para todos. Estar advertido de ello permite acompañar mejor al sujeto en sus esfuerzos por reducir su malestar y encontrar un asiento subjetivo. La alienación retenida, que obstaculiza al significante-amo, y que le da al doble una importancia mayor no se fija: los llamados autistas de alto nivel logran tomar una posición de enunciación, introyectar su doble yoico, habitar completamente su cuerpo, y poner en marcha un sinthome, desabonado del inconsciente, lo más a menudo a través de su interés específico.

Kanner y Asperger lo han discernido desde el principio: el autismo está anclado en una alteración de los afectos y de lo vivo, por un lado, se trata de un trastorno del «contacto afectivo», por el otro de una «perturbación de las relaciones vivientes con el medio ambiente.»[186] Tiene su origen en la congelación de los afectos, especialmente aquellos que incitan a los intercambios con otros, como lo demuestra la retención inicial de los objetos de la pulsión.[187] Las mejoras en la cognición ciertamente pueden atemperar ciertas angustias a veces, sin embargo, los resultados de las técnicas educativas sobre el funcionamiento autista siguen siendo pobres.[188] ¿Cuántos autistas invisibles han producido? Por otro lado, basarse en las pasiones de los autistas, muchos testimonios del de Affinity Therapy, lo que da cuenta de ello[189], ha allanado el camino para evoluciones «espontáneas» espectaculares (Barnett,[190] Gay-Corajoud,[191] Suskind[192]). Es de ésta que se inspira el enfoque psicoanalítico orientado por el borde. Este último no sólo permite solamente que el autista, para protegerse de sus angustias, rechace sus afectos en un objeto externo, sino que también constituye un modo autista de pasaje a la integración de lo vivo.


*J.-C. Maleval y M. Grollier. Gel et dégel du S1 chez le sujet autiste. [En línea] : https://cause-autisme.fr/2021/01/18/gel-et-degel-du-s1-chez-le-sujet-autiste/. Último acceso: 2022/07/06. Texto traducido con la amable autorización de J.-C. Maleval.

[1] Maleval J-C., Repères pour la psychose ordinaire, Navarin, Paris, 2019, pp. 93-100.

[2] Williams D., Si on me touche, je n’existe plus [1992], Robert Laffont, Paris, 1992, p. 96.

[3] Los niños autistas «se congelan como si fueran vistos por los ojos de Medusa» frente a su propia imagen. «La presencia de su propia imagen no entra en el reino de la realidad tal como la ven. Brauner A. et F., Vivre avec un enfant autistique, PUF, Paris, 1978, p. 195.

[4] Idoux-Thivet A., Ecouter l’Autisme, Autrement, Paris, 2009, p. 119.

[5] Bettelheim B., La forteresse vide [1967], Gallimard, Paris, 1969, p. 143.

[6] Ibíd., p. 140. 

[7] Ibíd., p. 150.

[8] Meltzer D. Bremmer J. Hoxter S. Wedell D. Wittenberg I., Explorations dans le monde de l’autisme [1975], Payot, 1980, p. 31

[9] Williams D., Quelqu’un, quelque part, J’ai Lu, 1996, p. 176.

[10] Ibíd., p. 12.

[11] Ibíd., p. 17.

[12] Gerland G., Une personne à part entière [1996], Autisme France Diffusion, 2004, p. 20.

[13] Williams D., Quelqu’un, quelque part, op. cit., p. 64.

[14] Bettelheim B., La forteresse vide, op. cit., p. 129.

[15] Ibíd, p. 285.

[16] Park C.C., Histoire d’Elly. Le siège [1967], Calmann-Lévy, Paris, 1972, p. 283.

[17] Williams D., Exposure Anxiety –The Invisible Cage. An Exploration of Self-Protection Responses in the Autism Spectrum and Beyond. Jessica Kingsley. UK., 2002, p. 2.

[18] Gerland G., Une personne à part entière, op. cit., p. 152.

[19] Williams D., Quelqu’un, quelque part, op. cit., p. 252.

[20] Deshays A., Libres propos philosophiques d’une autiste, Presses de la Renaissance, Paris, 2009, p. 106.

[21] Ibíd., p. 108. 

[22] Babouillec, Algorithme éponyme et autres textes, Rivages, Paris, 2016, p. 82.

[23] Ibíd., p. 129.

[24] Ibíd., p. 13.

[25] Eeologismo «transitivista» se utiliza aquí en referencia al transitivismo, término introducido en psiquiatría por Wernicke, inicialmente para referirse a la atribución a otros de lo que es específico para el sujeto. Sin embargo, el fenómeno puede llegar tan lejos como una confusión de vectores centrípetos y centrífugos de la experiencia vivida. Según Lacan el transitivismo es «una verdadera captación por la imagen del otro» (Lacan J., «Acerca de la causalidad psíquica», Escritos, tomo 1, México, 2009, p. 178]. De ello son ejemplares las situaciones en las que «el niño que pega dice haber sido pegado, el que ve caer llora» [Lacan J., «La agresividad en el psicoanálisis», Escritos, tomo 1, op. cit., p. 117).

[26] Williams D., Si on me touche, je n’existe plus, op. cit., p. 283

[27] Donville B., Vaincre l’autisme, Odile Jacob, Paris, 2006, p. 56.

[28] Bettelheim B., La forteresse vide, op. cit., p. 325.

[29] Ibíd., p. 315.

[30] Rothenberg M., Des enfants au regard de pierre [1977], Seuil, 1979, p. 246.

[31] Ibíd., pp. 277-279.

[32] Gerland G., Une personne à part entière, op. cit., p. 235.

[33] . Meltzer D. Bremmer J. Hoxter S. Wedell D. Wittenberg I., Explorations dans le monde de l’autisme, op. cit., p. 40.

[34] Ibíd., p. 41.

[35] Deshays A. Libres propos philosophiques d’une autiste, op.cit., p. 106.

[36] Ibíd., p. 91.

[37] Klonovsky M. Postface, in Sellin B., La solitude du déserteur [1995], Robert Laffont, Paris, 1998, p. 244.

[38] Sellin B., La solitude du déserteur, op. cit., p. 150 et p. 160.

[39] Stork J., Remarques psychanalytiques sur les résultats de l’expérience « d’écriture assistée », Psychiatrie de l’enfant, 1996, XXXIX, 2, p. 472-473.

[40] Williams D., Si on me touche, je n’existe plus, op. cit., p. 40.

[41] Ibíd., p. 293.

[42] Bettelheim B., La forteresse vide, op. cit., p. 325 et p. 315.

[43] Léger J., Un autisme qui se dit… fantôme mélancolique, L’Harmattan, 1997, p. 34.

[44] Ibíd., pp. 36-37.

[45] Ibíd., p. 40.

[46] Ibíd., p. 32.

[47] Ibíd., p. 36.

[48] Ibíd., p. 48.

[49] Williams D., Quelqu’un, quelque part, op. cit., p. 12.

[50] Ibíd., p. 263. 

[51] Ibíd., p. 210.

[52] Horiot H., L’empereur, c’est moi, L’iconoclaste, Paris, 2013, p. 198.

[53] Williams D., Quelqu’un, quelque part, op. cit., p. 273.

[54] Ibíd., p. 292.

[55] Williams D., Like Colour to the Blind, Jessica Kingsley Publishers, London, 1999, p. 24.

[56] Williams D., Quelqu’un, quelque part, op. cit., p. 302

[57] Ibíd., p. 264.

[58] Williams D., Si on me touche, je n’existe plus, op. cit., p. 95.

[59] Ibíd., p. 261.

[60] Ibíd., p. 209.

[61] Williams D., Everyday Heaven. Journeys Beyond the Stereotypes of Autism, Jessica Kingsley Publishers, London and New York, 2004, p. 117.

[62] Williams D., Si on me touche, je n’existe plus, op. cit., p. 89.

[63] Bettelheim B., La forteresse vide, op. cit., p. 391.

[64] Grandin T., Ma vie d’autiste [1986], Odile Jacob, Paris, 1994, p. 53.

[65] Ibíd., 95.

[66] Grandin T., Penser en images [1995], Odile Jacob, Paris, 1997, p. 165.

[67] Horiot H., Carnet d’un imposteur, L’iconoclaste, Paris, 2016, p. 124

[68] Ibíd., p. 135.

[69] Babouillec, Algorithme éponyme, op. cit., p. 41.

[70] Ibíd., p. 35.

[71] Ibíd., p. 79.

[72] Ibíd., p. 118.

[73] Ibíd., p. 134.

[74] Williams D., Si on me touche, je n’existe plus, op. cit., p. 243.

[75] Babouillec, Algorithme éponyme, op. cit., p. 124 et p. 116.

[76] Gerland G., Une personne à part entière, op. cit., p. 196.

[77] Ibíd., p. 200.

[78] Willey L. H., Vivre avec le syndrome d’Asperger [1999], De Boeck Supérieur, Louvain-la-Neuve, 2019, p. 57

[79] Bettelheim B., La forteresse vide, op. cit., p. 394.

[80] Williams D., Si on me touche, je n’existe plus, op. cit., p. 293

[81] Williams D., Quelqu’un, quelque part, op. cit., p. 263

[82] Williams D., Si on me touche, je n’existe plus, op. cit., p. 294

[83] Sellin B., Une âme prisonnière [1993], Robert Laffont, Paris, 1994, p. 102

[84] March J., La fille pas sympa. La vie chaotique et turbulente d’une jeune autiste Asperger, Seramis/Movie Planet, 2018, p. 214.

[85] Ibíd., p. 24.

[86] Grandin T., Ma vie d’autiste, op. cit., p. 128

[87] Bettelheim B., La forteresse vide, op. cit., p. 351.

[88]  Asperger H., Les psychopathes autistiques pendant l’enfance [1944], Les empêcheurs de tourner en rond, Synthélabo, Le Plessis-Robinson, 1998, p. 122.

[89] Ibíd., p. 179.

[90] Deshays A., Libres propos philosophiques d’une autiste, op. cit., p. 15.

[91] Ibíd., 54.

[92] Lacan J., «Conferencia de Ginebra sobre el síntoma» [1975], Intervenciones y textos 2, Buenos Aires, Manantial, 2017, 17.

[93] Bettelheim B., La forteresse vide, op. cit., p. 129.

[94] Ibíd., p. 524.

[95] Lacan J. El seminario, Libro I, Los escritos técnicos de Freud [1954], Buenos Aires, Paidós, 2017, p. 99.

[96] Ibíd., p. 83.

[97] Bettelheim B., La forteresse vide, op. cit., p. 237.

[98] Ibíd., p. 88.

[99] Baron-Cohen S., La cécité mentale. Un essai sur l’autisme et la théorie de l’esprit, Presses Universitaires de Grenoble, 1998.

[100] La fuga inicial de la mirada y la falta de atención conjunta se explican mejor por un bloqueo del afecto de la empatía que por un trastorno cerebral, sabiendo que las personas autistas de alto nivel tienen acceso a la teoría de la mente cuando se congelan los afectos.

[101] Ibíd., p. 333.

[102] Axline V. Dibs, Développement de la personnalité grâce à la thérapie par le jeu [1964], Flammarion, 1967, p. 97.

[103] Ibíd., p. 205.

[104] Asperger H., Les psychopathes autistiques pendant l’enfance, op. cit., p. 122.

[105] March J., Une fille pas sympa, op. cit., p. 83

[106]  Grandin T., Penser en images, op. cit., p. 164.

[107] Mazefsky C.A., “Emotion regulation and emotional distress in autism spectrum disorder : Foundations and considerations for future research.” J Autism Dev Disord. 2015 Nov; 45 (11): 3405-3408. Doi : 10.1007 / s10803-015-2602-7

[108] Tammet D., Je suis né un jour bleu [2006], Les Arènes, Paris, 2007, p. 29.

[109] Ibíd., p. 35.

[110] Harrisson B., L’autisme : au-delà des apparences, ConsulTED, Rivière du loup, Québec, Canada, 2010, p. 311.

[111] Ibíd., p. 241.

[112]  . Williams D., Quelqu’un, quelque part, op. cit., pp. 161-162

[113] Ibíd., p. 221.

[114] Asperger H., Les psychopathes autistiques pendant l’enfance, op. cit., p. 86.

[115] Babouillec, Algorithme éponyme, op. cit., p. 79.

[116] Ibíd., p. 112.

[117] Sellin B., Une âme prisonnière, op. cit., p. 96

[118] Bettelheim B., La forteresse vide, op. cit., p. 153.

[119] Ibíd., p. 394.

[120] Williams D., Si on me touche, je n’existe plus, op. cit., p. 291.

[121] Williams D., Quelqu’un, quelque part, op. cit., p. 318.

[122] Ibíd., p. 284.

[123] March J., Une fille pas sympa, op. cit., p. 224

[124] Grandin T., Ma vie d’autiste, op. cit., p. 128.

[125] Gerland G., Une personne à part entière, op. cit., p. 121.

[126]  Deshays A., Libres propos philosophiques d’une autiste, op. cit., p. 56.

[127] Williams D., Quelqu’un, quelque part, op. cit., p. 314.

[128] Ibíd., p. 312.

[129] Ibíd., p. 315.

[130] Ibíd., p. 207.

[131] Ibíd., p. 309.

[132] Ibíd., p. 309.

[133] Ibíd., p. 159.

[134] Ibíd., p. 143.

[135] Ibíd., p. 119.

[136] Ibíd., p. 167. 

[137] Ibíd., p. 246.

[138] Ibíd., p. 140.

[139] «La conexión con mi cuerpo era el puente invisible que abarcaba el desfile infranqueable que había crecido entre mi yo interior y la posibilidad de ser tocado sin perder la conciencia de mis emociones» (Williams D., Quelqu’un, quelque part, Op. Cit., 316.)

[140] Williams D., Like Colour to the Blind, op. cit., p. 18

[141] Williams D., Quelqu’un, quelque part, op. cit., p. 274.

[142] Ibíd., p. 313.

[143] Ibíd., p. 315.

[144] Ibíd., p. 314.

[145] Léger J., Communication personnelle en date du 16 octobre 2018.

[146] Léger J., Un autisme qui se dit… fantôme mélancolique, op. cit., p. 129.

[147] Gerland G., Une personne à part entière, op. cit., p. 224.

[148] Ibíd., p. 233

[149] Bettelheim B., La forteresse vide, op. cit., p. 409.  

[150] Sinclair J., “Bridging, the gaps: an inside-out view of autism”, in Schopler E. Mesibov G., High functioning individuals with autism, Plenum Press, New York, London, 1992, p. 298

[151] La adhesividad del signo al referente lo hace inadecuado para codificar los efectos, que se expresan de manera diferente en cada uno, que poseen matices, que a menudo son fugaces y cambiantes, y que son difíciles de objetivar. (Cfr. Cf. Maleval J-C., « Langue verbeuse, langue factuelle et phrases spontanées chez l’autiste », La Cause freudienne, 2011, No 78, pp. 77-102.)

[152] Tammet D., Je suis né un jour bleu, op. cit., p. 173.

[153] Barron S. et S., Moi, l’enfant autiste [1992], Plon, Paris, 1993, p. 309.

[154] Ibíd., p. 287.

[155] Ibíd., p. 289.

[156] Tammet D., Chaque mot est un oiseau à qui l’on apprend à chanter, Les Arènes, Paris, 2017.

[157] Tammet D., Conférence à l’Université Rennes 2, le 28 mars 2018.

[158] Su primer compañero.

[159] Tammet D., Je suis né un jour bleu, op. cit., p. 225.

[160] Grandin T., Ma vie d’autiste, op. cit., p. 119.

[161] Citado por Laurent E., in La bataille de l’autisme, Navarin, Paris, 2012, p. 73.

[162] Grandin T., Ma vie d’autiste, op. cit., p. 49

[163] Damasio A. R., L’erreur de Descartes. La raison des émotions [1994], Odile Jacob, Paris, 1995, p. 81.

[164] Con respecto a esto, Grandin hace un comentario que merece ser observado: «Según Antonio Damasio, escribe, los sujetos que ya no sienten emociones como resultado de un ataque de apoplejía a menudo toman decisiones desastrosas en el plano financiero o moral. Estas personas normalmente piensan y responden cuando se les pregunta sobre una situación social hipotética. Pero su comportamiento colapsa tan pronto como tienen que tomar una decisión, porque ya no tienen una señal emocional confiable a su disposición. Es como si de repente fueran autistas. [Grandin T., Pensar en imágenes, Op. Cit., 160].

[165] Damasio A. R., L’erreur de Descartes, op. cit., p. 307-308.

[166] Grandin T., Penser en images, op. cit., p. 223.

[167] Ibíd., p. 103.

[168] Ibíd., p. 68.

[169] Ibíd., p. 68.

[170] Grandin T., Ma vie d’autiste, op. cit., p. 128.

[171] Williams D., Everyday Heaven, op. cit., p. 120

[172] Deshays A., Libres propos philosophiques d’une autiste, op. cit., p. 52.

[173] Sellin B., La solitude du déserteur, op. cit., p. 54 et p. 115.

[174] Barron S. et S., Moi, l’enfant autiste, op. cit.

[175] Ibíd., p. 283.

[176] Williams D., Quelqu’un, quelque part, op. cit., p. 275.

[177] Lemay M., L’autisme aujourd’hui, Odile Jacob, Paris, 2004, p. 148

[178] Tammet D., Je suis né un jour bleu, op. cit., p. 85.

[179] Jackson L., Excentriques, Phénomènes et Syndrome d’Asperger, AFD Editions, Mouans Sartoux, 2007, p. 41.

[180] Barron S. et S., Moi, l’enfant autiste, op. cit., p. 290.

[181] Asperger H., Les psychopathes autistiques pendant l’enfance, op. cit., p. 142.

[182] “Cuando hablamos de síntoma entendemos por ello, en psicoanálisis, un elemento que puede disolverse, o pasible de desaparecer, de levantarse, en tanto que sinthoma designa este elemento en tanto que no puede desaparecer, que es constante. (Miller, J.-A. Sutilezas analíticas. Buenos Aires: Paidós, 2014, p. 15) El sinthome no se interpreta, no es una formación del inconsciente.

[183] Grandin T., Ma vie d’autiste, op. cit., p. 149.

[184] Frigaux A. Lighezzolo-Alnot J. Maleval J-C. Evrard R., « Clinique différentielle du spectre de l’autisme : l’intérêt de penser un autisme ordinaire », L’Evolution psychiatrique, [En línea] 25 April 2020. https://doi.org/10.1016/j.evopsy.2020.02.005

[185] Willey L.H. Vivre avec le syndrome d’Asperger. [1999] De Boeck Supérieur. Louvain-la-Neuve. 2019, p. 103.

[186] Asperger H., Les psychopathes autistiques pendant l’enfance, op. cit., p. 115.

[187] Maleval J-C., « La rétention des objets pulsionnels au principe de l’autisme », in Druel G., L’autiste créateur. Inventions singulières et lien social, Presses Universitaires de Rennes, 2013, p. 139-146.

[188] Maleval J-C. Grollier M., « Actualité de l’évaluation de la prise en charge des enfants autistes », 2017, [En línea] : autistes-et-cliniciens.org

[189] Perrin M. (sous la direction de), Affinity Therapy, Presses Universitaires de Rennes, 2015

[190] Barnett K., L’étincelle. La victoire d’une mère contre l’autisme [2013], Fleuve noir, Paris, 2013.

[191] Gay-Corajoud V., Nos mondes entremêlés. L’autisme au cœur de la famille, Imprim’vert, Montpellier, 2018.

[192] Suskind R., Une vie animée. Le destin inouï d’un enfant autiste, Saint-Simon, 2017.

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