“Una clínica del enigma: ¿Qué quiere una mujer?”[1]
Clara María Holguín
Jornadas de las NEL-Guayaquil
2017-10-27
Antes de empezar quiero dar las gracias de manera especial a la NEL-Guayaquil en su conjunto y en particular a Ana (Ricaurte) quien me ha hecho el honor de hacerme presente, incluso con trabajo, y con la difícil tarea de tratar de introducir estos conceptos. Son muchas las maneras en que tendría que pensar cómo abordarlo, y no fue tarea fácil. Espero estar a la altura del trabajo que ustedes hayan desarrollado durante todo este tiempo. Pero además hay que mencionar que me trae recuerdos especiales. Hace un año estábamos aquí iniciando la gestión de la presidencia de la NEL. De manera que para mí resulta muy conmovedor estar de nuevo y ver los efectos de un trabajo que iniciamos hace un año precisamente. Muchas gracias por invitarme de nuevo a estar con ustedes, a trabajar.
Efectivamente, he intitulado mi intervención “Una clínica del enigma: ¿Qué quiere una mujer?”. Quizá resulte poco novedoso el título que he colocado para esta intervención. Sin embargo, hablar de la clínica de una mujer o de la mujer, en general, y en términos de enigma me permite mantener en el lugar de la incógnita la cuestión de lo femenino para señalar lo que esto denota. Si de un lado marca un límite del saber, un enigma se refiere a lo que no se sabe, por el otro produce, por ese mismo hecho, un querer saber. Mantener también en término de enigma la pregunta por lo femenino nos garantiza, si me permiten decirlo así, que se trata de un problema y no de una solución en tanto no parece haber nada del sentido común que alcance a resolverlo. En otras palabras, no hay forma de aproximarse a eso por la vía del significante, menos aún de modo universal. Lo femenino está ligado al límite mismo del saber, a un agujero irreducible e insuperable, eso que llamamos ‘lo imposible’. Es un problema que deberá ser abordado entonces de modo singular y siempre como una invención.
Se requiere un esfuerzo ético para abordar el tema. Decir algo sobre lo que no se puede decir. Me dejaré entonces orientar por Freud y por Lacan, que desde su posición de analizante mantienen el enigma. La pregunta freudiana funciona también para Lacan como causa de una producción de un saber inédito, lo conduce a interrogación sobre el ser del deseo: “¿Qué quiere una mujer?” a su reformulación de la singularidad del goce: “¿De qué goza una mujer?”. Si en Freud se trata de lo que a la mujer le hace falta y a los modos de sustitución posibles, en Lacan se tratará de una experiencia de un goce en exceso que resulta imposible de negativizar.
Partiré de pensar qué pasó con Freud. El saber de los llamados “picos de oro” por sus histéricas.
Invención y límite
No quiero repetir lo que ustedes han trabajo, pero me interesa situar tanto la invención freudiana como su límite. La genialidad de Freud consiste en haber sabido leer la sexualidad humana con una clave: el símbolo fálico. El falo como ordenador de la realidad psíquica para ambos sexos. A partir de la inscripción de la función del Padre por medio del complejo de Edipo. ¿De qué da cuenta eso? Da cuenta de la privación del goce. Es decir, de la pérdida de un gozar para ambos sexos. Eso se va a constituir en la constitución necesaria para el deseo. Entonces la privación de la que se trata no compete al órgano fálico, sino al goce como imposible.
Entonces tenemos que decir que la creencia en la lógica edípica es lo que no le permite a Freud ir más lejos, es decir, más allá de esa lógica fálica. Para Freud “La anatomía es el destino”. Allí confluyen las identificaciones sexuales del hombre y de la mujer. Y eso es lo que hace que Lacan le reproche haber traicionado lo más sustancial de la enseñanza de las histéricas. Lacan reconoce en Freud el haber producido un discurso cuyo mérito es mantenerse lo más posible en lo concerniente al goce. Pero le cuestiona que abandona la cuestión cuando se aproxima a eso que se llama el ‘goce femenino’.
Si bien la operación de la privación constituye una operación necesaria para ambos sexos, a partir de la cual cada quien, hombre y mujer, va a inventar su respuesta fantasmática como un intento de recuperar eso perdido: recuperación de un plus de goce de esa pérdida original, deja por fuera algo, algo que empezamos a nombrar como ‘lo deslocalizado’, lo inconmensurable que da cuenta una mujer, pero no únicamente. Será Lacan quien elevando la histeria a la categoría de discurso que va a revelar la impotencia del significante amo, su semblante, y muestra cómo el sujeto histérico encarna un goce de otro orden. Recordemos el punto de tensión en Freud en el famoso texto Análisis terminable e interminable, donde él señala que tanto en el hombre como la mujer se trata no tanto de la renuncia absoluta a la meta pasiva para el primero y la meta activa para la segunda, sino de lo que cae bajo el poder de la represión. Es lo que en ambos cae bajo la represión lo propio del sexo contrario. No-toda pasiva, subsiste en la mujer lo activo de la satisfacción pulsional. Es la manera que encuentra Freud de descubrir la imposibilidad de totalizar el modo de gozar femenino. Y se confronta con la dificultad de subsumir a la mujer a una lógica común.
Es aquí donde surge lo que llamamos ‘lo ilimitado’. El límite de la operación fálica tiene diferentes modalidades:
1.El no-apaciguamiento de la mujer en la maternidad, por ejemplo. No hay la exacta equivalencia entre niño y falo. Y esto lleva a la consiguiente aparición de niño como objeto de goce, el cual está a la vez marcado por una infinitud de goce que como tal puede llegar a condensar.
2.La frigidez, bien tolerada por la mujer.
3.La acomodación que parece no tener límites al fantasma masculino. Puede llegar a poner en juego todas sus pertenencias, y la contrapartida de esto es la exigencia amorosa. Es el caso del goce de la privación, que no es la privación del goce. Se trata más bien de un goce particular que puede tener una mujer en despojarse del registro del tener. El goce de la privación, el deseo del sujeto se encuentra obstaculizado y entonces el sujeto femenino queda a expensas de una mortificación derivada de la privación de la condición fálica del decir. La privación puede no tener límites. Es un goce que podríamos decir esencialmente femenino y viene a nombrar eso que Freud llamo el ‘masoquismo femenino’. Permite pensar una relación entre el ser y el tener. Lacan indica con esto el modo que tiene la mujer de afirmarse en su ser sacrificando el tener.
La clínica muestra cómo algunas mujeres pueden estar muy decididas en sostener este goce estragante puesto que la privación puede no tener límites. Es aquí cuando Lacan, a través de Freud, nos permite mostrar una articulación entre ese goce y el superyó. Si se dan cuenta, en todos estos casos se trata de distintas formas en las que el sin-límite, el infinito aparece como algo para lo cual el significante fálico resulta insuficiente. Es a través del mismo falo como la mujer puede prever Otro goce que no es sino un goce en los límites mismo de la operación de la castración. Es un goce que desborda, un goce más allá del falo que tiene la función de suplemento. No complementa, concepto que vamos introduciendo y que habría que pensar en dar vueltas alrededor de lo que implica pensar esto del suplemento. Es decir que la mujer está afectada no solo por la falta sino por un goce en más. No se trata entonces solo de una clínica de la falta sino de una clínica del exceso. En ese sentido podemos decir que la clínica femenina sobrepasa la histérica. El decir femenino se origina en un más allá del Penisneid. Como dice Lacan: “La mujer como la flor sumerge sus raíces en el mismo goce. Goce incógnito -agrega- del que nada puede decirse a menos que lo sienta”. Goce pues que no está marcado por la localización ni por la discontinuidad del significante fálico.
Si del lado del falo, volvamos un poco a Freud, la mujer encuentra satisfacción por sustitución del lado de este Otro goce, la satisfacción está marcada por lo infinito, excediendo la localización. El interrogante freudiano es aquí entonces reformulado. Ya no se trata solamente de preguntarnos por el objeto del deseo sino por el término del cual una mujer goza.
Pero no hay que confundir el fracaso de Freud con la verdad que él va a ubicar, es decir la no-relación sexual. No es un desarrollo inacabado, fallido. Para Lacan se trata de un problema de estructura, es lo que plantea en el año 1958 a modo de pregunta: “La mediación fálica -dice- no drena todo lo que puede manifestarse de pulsional en la mujer. Si esa mediación fálica como significante del goce sexual permite al macho saber, o al menos creer que sabe de qué goce se trata, en la mujer el falo nunca es suficiente. Algo de su sexualidad queda siempre más acá o más allá de la mediación fálica”. Y eso es lo que introduce Lacan con esa extraña noción de ‘no-toda’. La mujer es afectada por un exceso que da cuenta de un decir que está más allá de ese Penisneid. Por eso, introduce una forma de expresarlo muy especial: “La sexualidad femenina aparece como el esfuerzo de un goce envuelto en su propia contigüidad para realizarse a forti del deseo que la castración libera en el hombre dándole su significante del falo”. Extraña noción que hay que tomar con cuidado porque introduce muchísimas cosas. El goce femenino, que se define por su infinitud, trasciende entonces ese símbolo fálico, de ahí que ni la posición femenina ni masculina pueda ser reducida al género a pesar de los muchos intentos. Hoy se habla de género líquido, género neutro, etc.
¿Cómo entonces introducirnos a esto que estamos nombrando como ‘lo femenino’?
No sé si vieron una película de nuestra famosa heroína “La mujer maravilla”. La mujer maravilla es una película que como ustedes saben da cuenta de la heroína famosa que hace gala efectivamente, incluso es enunciada con el artículo “La”, de los atributos fálicos incluso de manera bastante ostentosa. Sin embargo, el guion de la película que presenta a esta mujer introduce pequeños datos que me perecen interesantes para pensar esto y les invito a verla. Son pequeños datos donde ella, además de estos atributos, presenta a la luz por ejemplo cuando ella se encuentra con el poder que viene. Algo emerge, algo se siente el cuerpo de esta mujer. De otro lado, se encuentra con un hombre que rescata en la película. Lo interesante es lo que ella a hacer con este hombre por amor. Esto para introducir un poco alguno de los datos que tengo de la propuesta de que se la vean. Vamos entonces a tratar de decir algo de esa una maravillosa, una, una y una, si es que son, maravillosas mujeres, no de “La” mujer maravilla.
Partiendo de la función fálica Lacan señala que del lado masculino se puede escribir la existencia de al menos un elemento que niega esa función. Esa excepción permite afirmar un universo masculino. Mientras que del lado femenino no existe una excepción a esa función, por lo tanto, no es posible formar un conjunto de todas las mujeres. Ellas son, cada una una excepción. Al mismo tiempo ella no puede inscribirse en esa función fálica: no-toda. Esa es la lógica que trata de introducirnos Lacan y que podemos leer como no-toda sometida a la función fálica.
Esa modalidad constituye la condición misma de inscripción de lo femenino. No solo no es posible definir un todo del conjunto de las mujeres, sino que La/ mujer misma se inscribe como la imposibilidad de ser definida toda ella bajo la supremacía de la lógica fálica. Así, Lacan puede afirmar:
1.Que La mujer no existe.
2.Que existe una dimensión del goce llamado ‘femenino’ que no se puede escribir. propio. Agrega Lacan: “el ser no-toda en la función fálica no quiere decir que no esté del todo. No es verdad que no esté del todo, está de lleno ahí, pero hay algo más”.
La raíz del no-toda es que ella esconde un goce diferente al goce fálico que no depende de aquel. Ese suplemento, algo más a la función del goce fálico lleva a Lacan a decir que la mujer tiene diferentes formas de ocultar el falo y que allí reside todo el asunto, pero también que hay algo más. Decir que no es toda, que es no-toda, es decir que su goce es dual. Lacan lo dice claramente en su famoso texto, “Lituratierra” y que Miquel Bassols pasó a desarrollar de modo extenso al situar lo femenino entre centro y ausencia:
“En el centro está localizado la función fálica. La ausencia se define por la soledad del goce femenino que no entra en ese registro”.
Entonces lo que nos dice y lo enigmático es que la mujer sin estar desafectada de esa función fálica, en esa ausencia hay un goce silencioso y eso supone no sola la falta de significante sino, cosa extraña, pueden gozar de esa ausencia incluso pueden perderse en ella. “Es una porción de goce -dice Lacan- que eventualmente se siente, pero de la que nada puede decirse”. Así que todo lo que voy diciendo son casi palabras vacías puesto que en realidad no mucho se puede decir y de allí que la experiencia y los testimonios de aquellos que finalicen el análisis puedan dar cuenta de algo que bordea precisamente eso que no puede decirse. Y agrega Lacan: “No le ocurre siempre, no les sucede a todas. Es una experiencia de goce -otro concepto a trabajar- que constituye un acontecimiento de cuerpo. Es un goce que afecta el cuerpo. Es algo que solo existe no siendo, marca inaugural traumática y contingente producto del encuentro del cuerpo con lalengua como experiencia de goce. Algo vivo aparece.” Entonces, el goce femenino al mismo tiempo que es imposible de nombrarlo y localizarlo es también infinito y opaco. Por eso siempre que hablamos de lo femenino, habrá que dar cuenta de las diferentes maneras en que se va bordeando este agujero de lo simbólico, de lo vivo y no lo mortificado. Por eso pienso que hablar de una clínica de lo femenino implica hablar de este “entre”, es allí donde la podríamos pensar: entre las formas que se tiene para abordar el falo y la manera de abordar eso otro que está fuera del falo, entre el goce fuera del cuerpo y el goce en el cuerpo.
¿Qué soluciones entonces frente a la dualidad del goce femenino? No existe pretensión alguna ni de Freud ni de Lacan de ofrecer una solución única. Mantenemos el problema. Freud da cuenta de varias soluciones según cómo se resuelvan las disyuntivas bajo las que se encuentra la niña en la siempre problemática solución del Edipo. Y eso ya tiene que sorprendernos si lo comparamos con la única salida propuesta para el hombre. Tanto que, de esta manera, Freud tiene que dejar planteada la pregunta: “¿Qué quiere una mujer?”. Conocemos las salidas propuestas por Freud: la renuncia a la sexualidad, el complejo de masculinidad y la maternidad. Son tres variaciones posibles de la demanda fálica. Las tres soluciones freudianas posibles están referidas a la posición femenina respecto a la castración, pero ninguna de estas salidas sutura un resto que queda en esa pregunta: ¿Qué quiere una mujer? Tanto es así, ya que volvemos a recordar a Freud en “Análisis terminable e interminable”, que eleva el Penisneid a la categoría de modalidad femenina del máximo obstáculo para la asunción de la castración al final del análisis. La mujer sigue demandando al Otro. La pregunta es cómo en esta demanda que a veces adquiere la forma de una exigencia particular que es fuerte, otras veces la forma de un sufrimiento, se anuda la dimensión de la demanda de amor con la voluntad de goce. Dicho sea de paso, que la expresión misma de Penisneid tiene el grave inconveniente de circunscribir excesivamente tanto la dimensión de la demanda de amor como esa voluntad de goce.
Lo problemático de la lógica fálico en cuanto a la consecución de la sexuación femenina es porque en tanto el significante condensador, localizador del goce, el falo liga el ser y el tener. Es el problema. La mujer se ve pues en el trabajo de construir un ser a partir de una nada introducida por la falta. Esta nada es objetivada siempre en términos de castración: “El Otro me ha castrado, el Otro me ha privado”. “Ella -dice Lacan- es la única cuyo goce sobrepasa aquel que surge del corpo. Por eso mismo demanda ser reconocida como única”. Es decir que al mismo tiempo que se produce una articulación entre el goce y la demanda insaciable de amor dirigida al Otro como condición de ser, ella sabe que hay una disyunción entre el goce y el significante. En ese sentido siempre es compañera de una soledad respecto de su goce. Lacan agrega algo aquí bien importante: “Ella demanda algo más que palabras de amor, ella demanda que él hable según su fantasma”. Y Lacan enseña que es posible que la palabra de un hombre resuene en el fantasma de una mujer posibilitando una experiencia de satisfacción verdadera. Es un punto importante y necesario aclarar, el mismo Lacan lo hace. “Porque el goce fálico no acerca a las mujeres a los hombres. Sin embargo, eso no implica que no puedan tener con uno solo elegido por ellas la satisfacción verdadera fálica como respuesta a la palabra del hombre”. Pero dice Lacan: “Es necesario que el hombre le hable según su fantasma fundamental, el de ella. De ese fantasma podrá extraer efectos de amor a veces y de deseo siempre”. La aclaración que hay que hacer allí es que es necesario separar el goce fálico de la satisfacción fálica. En el primer caso se trata de una pura satisfacción autoerótica. En la segunda se trata de la satisfacción a la que la mujer podría acceder en respuesta a la palabra del hombre.
En las salidas propuestas por Freud encontramos entonces: la madre y el varoncito, pero podríamos decir: ¿se encuentra una mujer? Ambas salidas por el lado del Penisneid, nos señala Lacan, llevan a la mujer en el encuentro amoroso a ir en busca de una marca fálica en el hombre: marca que será tanto la de la castración como la del órgano fálico en el cuerpo del hombre.
Para concluir con esto de la función fálica digamos que podemos situar tres soluciones:
1.La mujer que se dirige al hombre en busca del falo.
2.La demanda de esos objetos pequeños a de los cuales se ocupa maternalmente.
- El consentimiento a la posición de objeto a desde donde ella se presta.
Pero queda la pregunta que si desde esa perspectiva podemos concluir acerca del ser de una mujer. ¿Qué podemos decir de más allá del falo? Allí donde nos encontramos con eso que hemos nombrado como: “Otro goce”, eso que el mismo Miquel Bassols en su desarrollo ubica con Lacan en relación, no a la falta de ser sino a la ex–sistencia del goce, algo éxtimo al sujeto. Y lo dice Lacan: “Aquí ya no se trata de un saber, o de un conocimiento, una acumulación del saber sino de un saber-hacer”. Y nos da una pista: “Se trata de hacer del mismo modo para abordar algo de este goce, del mismo modo como un hombre se las arregla con una mujer”. Veamos de qué se trata esto y si podemos decir algo de allí.
Nos ofrece una pista para abordar esto. La elaboración de Joyce, cuando establece una equivalencia en el modo de arreglárselas con el síntoma-goce y el modo de arreglárselas con una mujer. Y propone algo que voy a mantener como pregunta y quizá cuando se nos hable del final del análisis y esto nos permitirá un abordaje diferente. La propuesta es pensar la mujer como “síntoma de otro cuerpo”. ¿Qué querrá decir que una mujer pueda funcionar como síntoma para un hombre? Una mujer, por ejemplo, puede ser síntoma de otro cuerpo. Si no se da el caso una mujer queda como un síntoma denominado ‘histérico’, o sea que paradójicamente que sólo le interesa otro síntoma. Una cita de Lacan: “Decir que cuando se da el caso y una mujer no queda del lado del síntoma histérico, nos encontramos con una solución femenina que da cuenta de una posición subjetiva respect del goce, es decir una posición más allá o más acá de la referencia del falo. Es una posción subjetiva, o sea que ya no hablamos solamente de la mujer por supuesto como género, hace equivaler el síntoma y la mujer. Es muy interesante porque lo que nos está introduciendo es precisamente una clínica como el reverso de la clínica histérica. Es la apuesta a descifrar con el trabajo que vamos a hacer.
¿Qué quiere decir esto? Voy a aventurar algunas ideas.
En primer lugar, decir la mujer como síntoma es proponer la mujer en el lugar del síntoma, hace de eso una equivalencia. Nos dice: “No es un velo, no es una máscara, no está tampoco en lugar de objeto a del fantasma del hombre”. Tampoco hemos dicho mucho, solo lo que no es.
Segundo, pensar la mujer como síntoma alude a la idea de que no se trata de una mujer cualquiera, ni tampoco del género femenino, ni de la lista de mujeres a la que un hombre haya podido acceder, sino de una, una elegida por él.
Tercero, equivalencia entre mujer y síntoma, advirtiendo que no se trata del síntoma histérico, es decir de un síntoma basado en la identificación al rasgo implicado en el goce del padre. Nos plantea el síntoma como una solución femenina por fuera de la lógica fálica. Quizá podamos pensarlo como dice Lacan en “La Tercera”: “Un síntoma que no está del lado de la represión, sino que viene de lo real como acontecimiento de cuerpo”.
Cuarto. Si es una solución sintomática se sostiene en un Otro goce, aquello que resiste a la traducción del sentido, un goce que no quiere decir nada, que ex –siste, pero dice Lacan, y lo habíamos dicho antes: “Se siente y se entromete en la relación con el partenaire”. Si una mujer es síntoma, uno podría decir que eso puede ser descifrado. El síntoma llama a ser descifrado. Podíamos decir que cree que puede decir algo de eso, que demanda ser interpretado, pero advierte aquí también Lacan: “No en el sentido de desciframiento como si se tratara de una formación del inconsciente sino como un intento de decir aquello que es impronunciable”. Para ello tendríamos que avanzar por otros conceptos: el de la letra y la escritura.
Quinto. La mujer como síntoma que entonces parece que permite localizar un goce enigmático con el cual el hombre se va a desenredar. En ese sentido, agrega Lacan que el hombre puede tener una función de relevo para una mujer si en el encuentro contingente con él ella puede experimentar no solo la satisfacción sexual, sino más allá, una alteridad radical. “Se hace -dice Lacan- otra para ella misma y también para él”.
Aquí otro concepto: el amor como vía privilegiada. El amor, y habría que ver qué tipo de amor es éste, constituye un esfuerzo para escribir ese goce, esa soledad en relación con el Otro. ¿De qué amor se trata? ¿Qué es este amor más allá del Edipo? Patrick Monribot dice: “Se trata de un amor apasionado”, y lo diferencia de la pasión: “Un amor que no evita lo real”.
Al contrario, entonces de rechazar lo femenino, esta clínica busca las modalidades sintomáticas en las que el ser parlante se autoriza a partir de eso, se autoriza en ese real del sexo. Lo femenino nos coloca frente a esta extimidad, a eso que escapa de lo simbólico que hace una mujer. La feminidad entonces, aunque sentida, queda misteriosa, éxtimo para todo sujeto, incluso para una mujer. Hay una parte que siempre escapa al saber. Esa es la soledad femenina que implica al mismo tiempo el deseo de saber sobre eso imposible. Ustedes pueden saber. Continente negro. Enigma indescifrable. El goce femenino en su dimensión de no-todo. Dice Monribot, psicoanalista francés: “Que se hable para el ser hablante lo confronta a algo ilimitado y sin duda ese carácter ilimitado exige lo que llama ‘pudor original’, allí donde el goce fálico es precisamente limitado y se basta con el pudor común”.
Entonces, ¿qué clínica? De la inexistencia del Otro, de lo ilimitado, del invento, de lo vivo. Muchas gracias.
[1] Conferencia dictada el 27 de octubre del 2017 en Guayaquil a propósito de la I Jornada de la NEL-Guayaquil “¿Qué quiere una mujer? Tratamientos de lo femenino”.