¿Para Qué el Psicoanálisis? – Por Iván Sandoval Carrión – 2018/11/15

¿PARA QUÉ EL PSICOANÁLISIS?

Por Iván Sandoval Carrión[1]

Intervención en la PUCE[2]

2018-11-15


Iván Sandoval: Buenas noches a todos. Gracias por escuchar. Gracias por estar aquí para escuchar, pero sobre todo para decir lo que quieran decir porque esta clase de eventos se sostienen y se enriquecen a través del intercambio, de la interlocución. Entonces la palabra de ustedes es muy importante.

Gracias por la invitación. Es la segunda vez que me han invitado. La primera fue hace un año allí en la FLACSO, donde hubo la oportunidad de poder hablar de la Psiquiatría. En esta ocasión, hace dos meses aproximadamente, se me invitó para hablar del psicoanálisis con esta pregunta: ¿para qué el psicoanálisis? Una pregunta que se repite, que es el título de algunos libros y algunos artículos. Hay un libro de Élisabeth Roudinesco, probablemente lo conocen, con este mismo título. Hay varios artículos de varios autores que llevan igual título. Es como si hubiera siempre la demanda de renovar la pregunta porque es como si ella no estuviera suficientemente argumentada o trabajada. En esta ocasión, retomo la pregunta, pero le voy a dar un giro. Me parece que no se trata de “¿para qué EL psicoanálisis?” sino “¿para qué UN psicoanálisis?”. Esta es una pregunta abordada y trabajada en diferentes libros y escritos por muchos autores, desde Freud mismo. Estos textos podrían leerse de manera ingenua y excluyente como si ellos se limitaran a defender el valor, la vigencia, la eficacia de los conceptos, la eficacia terapéutica del psicoanálisis frente a los psicofármacos o frente a otras prácticas clínicas, psicoterapéuticas que hoy en día se proponen como más rápidas, más efectivas y más científicas. Lo que se está pasando por alto en esta lectura ingenua es que cuando se habla del “¿para qué el psicoanálisis?” se habla desde un lugar muy particular. Lo que obliga a cambiar el título de esta conferencia: “¿Para qué un psicoanálisis?” desde la experiencia de quien habla o escribe como analizante, y eventualmente como analista, después de analizante. Solamente así “¿para qué un psicoanálisis?” puede escribirse, leerse y sostenerse cualquier texto que lleve como título esta pregunta.

Lo que nos lleva a otro campo que no es la de la mera discusión epistemológica. Nos lleva al campo de una práctica clínica singular y específica, y a una experiencia que no se queda solamente en el nivel de la definición de los conceptos, o el de las estadísticas que se usan como prueba del valor de verdad en cualquier cosa y en diferentes campos del saber. Entonces, mediante el intento de trabajar esta pregunta, cada uno dará cuenta de su propia y singular experiencia: “¿Para qué un psicoanálisis para mí? ¿Para qué mi psicoanálisis?”. Esto podría resultar en algunos puntos de convergencia entre diferentes textos a partir del mismo título, y también entre muchas diferencias entre esos mismos textos. Desde la particularidad y la singularidad anotadas, intentaré transmitir mis razones. Probablemente no son originales, seguramente no son originales. Seguramente ustedes ya han escuchado algo de esto. Pero estas razones no serán lo mismo que el testimonio de un pase, porque eso es otra cosa.

En primer lugar, un psicoanálisis para producir un alivio al dolor, a un dolor que va más allá del malestar en la cultura[3], a un dolor singular y para obtener un alivio causado por el síntoma. Un sufrimiento que va más allá de la función del síntoma, del sinthome en el anudamiento de la estructura. Esta primera razón, es la primera y la más decisiva. Después de todo, no olvidemos que, con el psicoanálisis, Freud produjo, elaboró sus conceptos, produjo esta práctica fundamentalmente como un recurso terapéutico, como una práctica clínica. Entonces, esta razón es la primera y la más decisiva, al menos lo es en mi experiencia como analizante y como clínico en la psiquiatría y en el psicoanálisis. En esa vía podríamos decir que, así como la histeria de conversión es un diagnóstico de exclusión -es decir un diagnóstico que se llega a la final, a la cansada, después de haber descartado los demás diagnósticos-, para mucha gente el psicoanálisis es una terapia de exclusión. Es decir, se llega al diván más frecuentemente como opción final antes que como primera elección. Se llega después de haber agotado la fuerza de voluntad, los consejos de los libros de autoayuda, las psicoterapias -no necesariamente inútiles de diferentes orientaciones-, la bondad y el alivio temporal que producen los psicofármacos. Los psicofármacos son buenos efectivos, sirven. Y también después de haber agotado el apoyo de la familia y de los buenos amigos. Es decir, se llega al psicoanálisis cuando todos aquellos recursos que ayudan al sostenimiento del yo han perdido su eficacia. Se llega al psicoanálisis cuando el yo, en su función de síntoma, y en su papel de desconocimiento del inconsciente y de la verdad, está en crisis; en crisis seria y quizás irreversible.

Pero esto no quiere decir que toda persona que acuda demandando un psicoanálisis ya está lista para empezarlo porque todavía intentará, inicialmente, que el analista funcione como un técnico: emparchar y reencauchar al yo, de modo que éste siga funcionando de manera eficiente. Es decir, no todos los que vienen a consulta demandando un psicoanálisis están listos. Inicialmente la demanda no es demanda de análisis. Es demanda terapéutica, es demanda de alivio, es demanda de ayuda -incluso, en el caso de los estudiantes de Psicología de la Pontificia Universidad Católica-. Esto indica que una parte de ese sufrimiento, que a veces es un sufrimiento verdadero y a veces insoportable que lleva a mucha gente donde el analista, en buena medida es un sufrimiento yoico. Es decir, es un afecto causado por una afección de la afectación. Repito, es un afecto causado por una afección de la afectación. Me explico. “Donde hay afecto -decía Freud- hay represión insuficiente de una verdad que pugna por decirse”. Para Freud, una buena represión es aquella que no produce afecto, sobre todo la angustia como afecto fundamental. Esto puede sentirse también como una afección, es decir como una enfermedad o un trastorno según el vocabulario de la psiquiatría. Y finalmente, lo que he llamado “la afectación” debe entenderse en este caso como “la presunción del ser”. El diccionario define afectación como la arrogancia, infatuación, como amaneramiento y en este caso como presunción del ser. Por eso, no es raro que algunas personas a nuestra consulta demandando la restitución de una pérdida en la imagen de sí mismos. Ellos creían que eran algo o alguien y ahora resulta que eso está en duda. Y eso produce angustia, depresión, y un cortejo sintomático variado. Esta demanda de restitución de la imagen yoica amenazada o perdida está detrás de la mayoría de las pérdidas que aquejan a los demandantes, las pérdidas amorosas en primer lugar. La mayoría de las personas que nos consultan vienen con demandas que tienen que ver con el amor y el desamor; la pérdida de un trabajo o una posición, las pérdidas del control de sí mismos o el control de otros, las pérdidas como cambios vitales, e incluso las pérdidas que ocupan algún lugar junto con los duelos por la muerte de una persona amada o cercana.

La demanda con frecuencia se expresa mediante un lugar común. Esto lo escuchamos con mucha frecuencia: “Quiero volver a ser el que yo era antes de que esto pasara, de que esto ocurra. Yo era feliz, yo era así.”, es decir yo me veía en el espejo de cierta manera y ahora ya no. “Quiero volver a ser el que yo era”. Una variante algo más elaborada de esta demanda que no siempre está verbalizada es: “Yo creía ser algo, ahora ya no sé quién soy y ya no sé lo que quiero. En todo caso, lo que quiero es dejar de sufrir”. Dicho de otra manera, los significantes que han representado al sujeto ante otros significantes están en interrogación. Este es el primer motivo y esto tiene que ver con un principio freudiano básico. Freud decía que el psicoanálisis sirve para convertir la miseria neurótica en sufrimiento normal, en sufrimiento ordinario. No es que hay una oferta o una promesa de felicidad o de dicha. Simplemente, hay el propósito de algo que permita sostenerse al sujeto frente de las pérdidas y ante las dificultades de la vida.

Esto nos lleva a un segundo motivo para hacer un psicoanálisis y prefiero plantearlo más bien como una pregunta: ¿es acaso la búsqueda de la formación psicoanalítica un argumento suficiente para un psicoanálisis si de entrada se propone como el único argumento? Esta es una pregunta polémica en cualquier espacio sobre todo en uno académico y universitario, y particularmente lo es en este espacio, el de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, cuya facultad de Psicología ha mantenido, creo que todavía mantiene una fama -no sé si buena o mala- como psicoanalítica desde hace no sé cuántas promociones. Una fama bien ganada por el interés, la dedicación y la transmisión apropiada de algunas generaciones de profesores desde hace más de 30 años. Una fama bien ganada por la intensa reacción afectiva y afectada que el psicoanálisis produce en los estudiantes, las mismas que van desde el extremo de los idilios más apasionados y adolescentes con el psicoanálisis, hasta los odios más inmediatos y viscerales, pasando desde luego por las inevitables ambivalencias afectivas. Porque eso es lo que produce el psicoanálisis: odio y amor. En todo caso, no son muchos los jóvenes que parecen indiferentes a la seducción o a la repulsión que parece suscitar una primera aproximación al discurso y a los textos del psicoanálisis.

Esto nos lleva a la pregunta por la transferencia de los estudiantes en el ámbito universitario: transferencia con la teoría, transferencia con los conceptos, transferencia con los autores, transferencia con los textos, o más bien transferencia con los docentes. Transferencia y repetición. Transferencia que entre los más jóvenes se manifiesta inicialmente como curiosidad o como franca novelería cuando se sienten convocados por cualquier evento que se propone en el nombre del psicoanálisis. De allí la convocatoria que por lo regular tiene estos eventos, excepto en esta ocasión. Todo ello está muy bien porque se empieza por la curiosidad. Se empieza preguntando y por ahí se llega a algún lugar. No tiene sentido realizar encuestas o proponer estadísticas al respecto. Pero podríamos parafrasear el pasaje bíblico: “Todos están llamados, pero pocos serán los que finalmente han escogido”. Los que han escogido el psicoanálisis saben bien que la formación empieza por su análisis para poder posteriormente producir esa experiencia con otros y para otros. Pero retomando la pregunta anterior, ¿es la formación -como único argumento- razón suficiente para un análisis? ¿Por qué no? Podríamos responder apresuradamente. Pero al tratarse de un proceso largo, difícil y costoso -en varios sentidos-, ¿se justifica hacerlo en ausencia de sufrimiento? Es decir, si no hay una demanda terapéutica. No hay razón de rechazar una demanda de ese tipo, pero ella debe ponerse en suspenso e interrogación. Con frecuencia descubrimos que el pedido de un análisis por formación encubre aquello que no puede decirse al comienzo porque todavía no es el momento para el sujeto o porque éste todavía no lo quiere saber. Es decir, que el sufrimiento de una formación psicoanalítica todavía no quiere reconocer y asumir. Porque después de todo, si solo se trata tener una formación que permita una práctica clínica, hay otras orientaciones más rápidas, más efectivas, más sencillas en lo que tiene que ver con la eliminación de las quejas sintomáticas.

Esto nos lleva a la siempre renovada pregunta: ¿por qué la elección del psicoanálisis como una práctica clínica? ¿Acaso no hay alternativas para una práctica clínica? O incluso para decirlo de una manera más sencilla y criolla, ¿no hay otras maneras más simples y gratificantes de ganarse la vida mediante una clínica psi? Porque desde luego trabajamos en esto, cobramos y con eso pagamos el supermercado. Nos ganamos la vida. Hay que decirlo, aunque suene grotesco o aunque a algunos les parezca grotesco, porque Freud lo decía. Éste era su trabajo. Por supuesto que hay otras maneras y eso nos lleva a preguntar si la supuesta elección por el psicoanálisis no será más bien un síntoma de quienes optan por ello. Una pregunta que debe trabajarse de manera suficiente en todo análisis de aquellos llamados “didácticos”: ¿qué de su inconsciente, de su verdad, de su deseo y de su goce lo llevan a usted a creer que ha elegido hacer esto para llegar a ocupar el lugar y la función de analista para otros? ¿Cómo así? Preguntas siempre presentes y renovadas que deben trabajarse en la particularidad y en la singularidad de cada uno en su análisis porque no hay una respuesta universal para ellas. Preguntas oportunas y actuales que ahora por primera vez se ha puesto en marcha una maestría universitaria que propone una articulación entre la psicología, la psicopatología clínica y la clínica psicoanalítica, precisamente aquí en la facultad de Psicología de la PUCE. Es la primera vez que se hace una maestría como ésta. En la Universidad Católica de Guayaquil ya ha algunas promociones de una maestría en el psicoanálisis, pero articulado con la pedagogía. Pero algo que tenga que ver con la cínica, es la primera vez que se hace en el país. Esto es un proyecto realmente importante en el que algunos estamos comprometidos. Es un proyecto enmarcado en la institución universitaria que va a producir una primera generación de graduados en aproximadamente un año y medio, los cuales tendrán derecho a hacer bastantes cosas con el diploma que consigan excepto asumir que ese documento los acredita como psicoanalistas. Entonces, si la sola aspiración de la formación en ausencia de sufrimiento no alcanza para sostener un análisis, ¿qué otro argumento para hacer un análisis?

Esto nos lleva a un tercer argumento. Hace bastantes años, cuando era docente de pregrado en Psicología en esta universidad, creí haber descubierto que un análisis también se hace para ser menos tontos, menos ingenuos y lo compartí con los estudiantes hace vente y pico de años. en ese tiempo yo no sabía que eso ya lo había dicho Marcel Czermak y seguramente muchos otros antes que yo, lo que no invalida el valor de descubrimiento que aquello tuvo para mí en ese momento. ¿Qué quiere decir esto que un psicoanálisis sirve para ser menos tontos, menos ingenuos? Si hace un momento decíamos que el sufrimiento neurótico tiene mucho que ver con un yo afectado, afectado por la verdad, por el inconsciente, esto quiere decir que la infatuación ha entrado en crisis. La infatuación como aquella presunción del ser, aquella presunción del saber, aquella presunción que establece una equivalencia entre ser y saber, esa arrogación de supuestas esencias, ese creerse algo y alguien allí. Esa infatuación que nos predispone a comportarnos tontamente. Si por un lado la infatuación depara continuas gratificaciones narcisistas al yo, al mismo tiempo la infatuación le proporciona cargas innecesarias, obligaciones ajenas y tribulaciones que se viven como humillaciones. Si el yo, por un lado, es función síntesis, precipitado de identificaciones, y vínculo con aquella realidad que creemos exterior, al mismo tiempo es síntoma, desconocimiento y fundamento del candor y de la tontería del que todos padecemos. Pero no podemos vivir sin un yo, por supuesto. Es una instancia de estructura a menos que seamos autistas o esquizofrénicos. Pero por lo menos podemos asumir que no somos el yo que creemos ni ningún otro yo. Es más, podemos asumir que no somos, simplemente. Es decir que padecemos de la falta de ser como condición de nuestra existencia en tanto sujetos del inconsciente. O que, a lo sumo, lo más cercano a una calidad del ser es la relación que mantenemos con los significantes que nos representan ante los otros y ante el gran Otro. asumir esa falta, esa falta de ser es un efecto no buscado, al menos no buscado inicialmente cuando se empieza y cuando se demanda un análisis. Esto supone una responsabilidad y una cierta desilusión para quienes pensaban que la condición de analizados confiere una calidad superior sobre su congéneres. Más bien resulta todo lo contrario, el paso por el diván ratifica la posición ordinaria que todo ser hablante que haya vivido la experiencia en caso de que allí efectivamente haya habido análisis.

Finalmente, un cuarto argumento. ¿Acaso la asunción de la falta, de esa castración simbólica tiene al menos un beneficio? Es lo que voy a proponer como un cuarto y último argumento para hacer un análisis. El psicoanálisis modifica nuestra relación de la verdad, entendida como verdad de la falta. La falta puede ser asumida como una alternativa frente a los rigores y las obligaciones de todo orden que nos impone la infatuación, incluyendo la infatuación de creer que hacer un análisis está en la lógica de lo necesario. No es necesario hacer un análisis. Nada ni nadie obliga a alguien a solicitar un psicoanálisis. El psicoanálisis no está en el orden de la prescripción facultativa, como dicen los médicos. A veces, un par de veces, he recibido en la consulta a pacientes que vienen con una receta de colegas, amigos médicos, traumatólogos, dermatólogos: “Dr. Fulano, por favor hacer un psicoanálisis al paciente fulano de tal”, escrito en un recetario con firma y con sello. No tiene que ver con la prescripción facultativa. Más bien tiene que ver con lo contingente, con lo facultativo, con lo optativo. Se puede hacer o no un análisis. Más del 99% de la población ecuatoriana y mundial nunca hará un psicoanálisis y se las arreglará como pueda, de diferentes maneras. Lo optativo tiene que ver con el deseo. Demandar un análisis es o puede ser un primer indicio de la puesta en juego del deseo que sostiene el sujeto. Y llegar a hacer un análisis tendrá como efecto el sostenimiento del deseo, vinculado a la falta como causa. Todo lo expuesto igualmente vale para la supuesta decisión de formarse como psicoanalista. No es necesario. Es optativo. Hay otras prácticas, hay otras orientaciones, no es necesario hacer una maestría. Es una elección, es una opción.

Hace veinte años, cuando era docente en esa universidad, creía inicialmente que la mayoría de los estudiantes que pasaban por los cursos que yo dictaba, iban a elegir el psicoanálisis como su práctica clínica. Lo pensaba por el aparente entusiasmo que ellos ponían en mis clases, o al menos eso creía yo. Evidentemente, estaba equivocado, infatuado por mi propio amor de transferencia. Dos décadas después, al menos de lo que tengo noticia, me parece que solamente uno o una de cada diez estudiantes de aquel entonces escogió finalmente la clínica psicoanalítica como su práctica, se ha formado en ella y la sostiene. Los demás han optado por otros caminos, variados y diversos, dentro de la psicología y fuera de la psicología. Y seguramente, ha tomado la decisión más correcta. Lo antedicho me lleva a revisar aquello de que la facultad de Psicología de la PUCE era una facultad psicoanalítica, si no era en el interés y en el deseo de algunos docentes. Y en el hecho de que, en nuestro medio, igual que en otros, algunas escuelas universitarias de psicología se han constituido en bastiones o en guetos del psicoanálisis frente a otras clínicas de lo psi, particularmente la psiquiatría y el cognitivismo, principalmente hoy en día. Desde hace algún tiempo vengo sosteniendo que no es necesaria la existencia de Escuelas o de facultades de Psicología psicoanalíticas. No es necesaria para la universidad ni para la transmisión del discurso del psicoanálisis. Y tampoco le hace bien a ninguna de las dos, ni a la universidad ni a la transmisión del discurso psicoanalítico ese activismo psicoanalítico que manifiestan algunos jóvenes. Todos o casi todos hemos pasado por el activismo psicoanalítico. Es parte de nuestro proceso y nuestra formación. ¿A qué llamo yo activismo psicoanalítico? A esa posición eminente y apasionadamente transferencial que podemos tener al comienzo por la cual pensamos que el psicoanálisis es una teoría, una práctica, una clínica superior, para los elegidos, con la consecuente desestimación que hacemos de otras prácticas y otras clínicas. Todo eso desde una posición muy intensa. Hoy en día, más rica y productiva para todos me parece la coexistencia de diferentes tendencias y enseñanzas dentro de la universidad y dentro de las facultades de psicología. Afortunadamente, a todos nos pasa a la final el activismo psicoanalítico. Nos pasa con el análisis. El mejor remedio para el activismo analítico es el diván. Y además los años, la vida: enamorarse, desenamorarse, casarse, divorciarse, tener hijos, tener nietos es una buena receta para el activismo psicoanalítico. Lo contrario a todo esto, es decir la exclusión tendenciosa de la enseñanza del psicoanálisis en la universidad, en el nombre de ese cientificismo de a perro, tan frecuente en nuestra academia, me parece medieval y perverso. Probablemente esa disputa territorial nos lleva recurrentemente a argumentar el por qué del psicoanálisis, limitando la discusión a un mero debate, supuestamente epistemológico, cuando en realidad es más bien una discusión política e ideológica, descuidando el hecho de que se trata de una elección clínica, en la clínica del uno por uno.

Gracias.

X: Bueno, pasamos a la ronda de preguntas. ¿Tal vez alguien quiere intervenir?

Brenda Loya: Bueno, a propósito de lo que ha construido hoy, Iván, y la pregunta que se plantea, me pregunto si podría ampliar usted este concepto del deseo del analista, que me resuena a mí en lo que ha trabajado el día de hoy. Y otra pregunta, me quedé pensando. Si no existen las Escuelas, o si las Escuelas no son necesarias, ¿dónde queda el trabajo de cada uno y el trabajo con otros?  Esas son mis preguntas.

Iván Sandoval: Evidentemente me expresé mal. De ninguna manera quiero decir que las Escuelas no existen o las Escuelas no son necesarias. Tanto es así que yo soy miembro fundador de una Escuela acá en Quito, junto con otros, junto con Patricio Moreno y otros colegas. Porque yo creo en la función de las Escuelas para la transmisión del discurso del psicoanálisis, para la formación, para el sostenimiento de su práctica. Entendiendo las Escuelas como esos espacios que están afuera del ámbito universitario. Incluso, yo pongo en cuestionamiento eso que vemos acá con mucha frecuencia, el de los colegas freelance. Yo siempre me cuestiono por qué alguien se ubica en el campo psicoanalítico desde la posición de freelance. Es decir, esto de no estar ligado a ninguna Escuela, a ningún compromiso, picoteando por aquí, por allá. Cuando viene algún invitado de alguna Escuela se asiste para ver qué se saca de allí, y así por el estilo, sin obligación ni compromiso. Yo cuestiono eso. El hecho de inscribirse en una Escuela, de trabajar en una Escuela tiene que ver con asumir una falta precisamente, la castración simbólica. Estar afuera sin compromiso me parece cómodo, y al mismo tiempo me parece peligroso. Es peligroso eso de estar por ahí solo, dando vueltas. Entonces, todo lo contrario, me parece importante el funcionamiento de las Escuelas. Por eso yo he participado con colegas en la conformación de esta Escuela o institución, como también la llamamos, a..b..c…dario Freud↔Lacan. Además, soy miembro de la Asociación Lacaniana Internacional. Esto nos compromete a trabajar, a dar cuenta del trabajo que hacemos en la clínica o en la transmisión. Cuestiono ese parroquialismo, esa disputa parroquial como la llamaba Freud, de “Mi Escuela es mejor que la tuya”. Me recuerda las películas de kung-fu de los años ’70: “Mi kung-fu es mejor que el tuyo”. Cada Escuela tiene su historia, sus relaciones de transferencia. Hay Escuelas que ponen más acento en la lógica, otras más en la topología, otras tienen relación o cierta relación con las ciencias sociales. Es decir, cada Escuela tiene su lugar, su historia, su genealogía y sus de relaciones de transferencia.

Hace pocas semanas estuve en Santiago de Chile, en un evento, en un seminario con colegas del Grupo Plus. Tienen otros intereses, otras relaciones transferenciales, incluso dentro de la misma Asociación Lacaniana Internacional. No trabajan tanto la topología. Trabajan más en otros espacios. Eso en lo que tiene que ver con su segunda pregunta.

En lo que tiene que ver con la primera, en esta relación con el deseo del analista, es decir que no podemos tomar como el deseo del analista esta demanda inicial de análisis por formación o la demanda del análisis didáctico o la inscripción en la maestría. La maestría, si bien es un evento muy importante, es al mismo tiempo algo que se inscribe en la universidad y que tiene algo que ver con el discurso de la universidad. No necesariamente o no solamente con el discurso del psicoanálisis. Que de ahí salga algo que tenga que ver con el discurso del analista, eso dependerá de lo que trabajemos ahí. Pero hacer una formación universitaria, una maestría, un doctorado no equivale al deseo del analista, o a decir: “Quiero ser analista”. No. Escuchamos esas cosas. Vienen y nos plantean esa demanda: “Vengo para empezar mi didáctico”. El análisis didáctico es algo que hay que poner en cuestionamiento. Es algo que se inscribe tradicionalmente dentro de los cánones de la IPA. Lacan interroga eso del didáctico. El análisis didáctico tiene que ser terapéutico-clínico en primer lugar. Entonces, eso no es el deseo del analista. El deseo del analista es finalmente aquello de un giro dentro de los discursos que resulta del hecho de que haya análisis. Y de alguien que haya pasado por la experiencia decida repetir esa experiencia con otros y para otros, pero después de haber trabajado ese supuesto deseo de ser psicoanalista: “Yo quiero ser psicoanalista”, para ocupar esa posición, ese lugar en relación con el discurso. Entonces, es un efecto. No es una vocación ni una primera elección. Eso se me ocurre.

Patricio Moreno: ¿Y tal vez no habría que diferenciar un poco el ámbito universitario del discurso universitario? Porque puede haber discurso universitario fuera de la universidad. Tal vez para puntuar eso de la transmisión del psicoanálisis fuera del ámbito universitario. Es otra cosa diferente.

Iván Sandoval: Gracias por la pregunta. Es muy oportuna. Es decir, el asunto del discurso universitario no es un asunto topográfico, no está restringido a la universidad como lugar físico ni tampoco como institución. Es un asunto de discurso. Es esa escritura conformada por cuatro elementos que Lacan propone como una variante light del discurso del amo en el que el lugar del agente está ocupado por esa posición del saber, ignorando lo que lo causa. Y se habla en nombre del saber a estas personas o a estas mentes que desconocen, que no tienen el saber, etc. Entonces, el discurso universitario estaba, por ejemplo, en las sabatinas. No sé si me estoy metiendo en terrenos polémicos. Yo me dediqué durante un buen tiempo, durante unos cuantos sábados consecutivos, con una libretita y un esfero gráfico a escuchar las sabatinas. Ahí desde las 10 de la mañana hasta la 1 de la tarde, hace algunos años. Hasta que me di cuenta de varias cosas. Me di cuenta de que había un guion que se repetía, me di cuenta de que había ciertos lugares comunes y me di cuenta de que por momentos ese discurso que aparentemente era un discurso político se proponía como proponía como un discurso universitario, es decir como un discurso del saber, un discurso de la academia, un discurso de la información, etc. en el nombre del amo más bien.

Patricio Moreno: Y con eso mismo de la política, porque ahora que lo menciona usted, Lacan se inmiscuyó en ese terreno. Pero con Marine Le Pen en Francia, donde están algunos de los alumnos de Lacan, ha comenzado a haber todo un movimiento justamente que analiza la política desde el psicoanálisis. ¿Es función del analista o solamente es el lugar del analista en la polis? ¿Cómo se lo podría ver eso?

Iván Sandoval: ¿Usted tal vez se refiere a ZADIG?

Patricio Moreno: A ZADIG, a lo que pasó en Brasil con Bolsonaro, que también hubo movimientos de analistas frente a eso.

Iván Sandoval: ¿Leyeron ustedes esas cartas de ZADIG a propósito de la amenaza del triunfo de Bolsonaro? Entonces ZADIG y algunos otros movimientos equivalentes son movimientos psicoanalíticos, ZADIG por ejemplo promovidos por Jacques-Alain Miller que promueven la intervención y la participación de los psicoanalistas en la opinión respecto de los asuntos sociales y políticos, particularmente. Por un lado, hay ahí la tentación del famoso psicoanálisis aplicado, que es toda una seducción y es un borde. Es decir, esta idea de que podemos agarrar todos los conceptos o incluso las categorías clínicas y hacer una aplicación, una analogía, una extrapolación no solamente a los fenómenos sociales y políticos sino también a los personajes políticos. Hace un año me parece, hubo un escándalo en los Estados Unidos por lo que un grupo de psiquiatras de la APA, de la Asociación Americana de Psiquiatría, publicaron una carta con un diagnóstico clínico del presidente Trump en el cual le chantaban varios diagnósticos de acuerdo con el DSM-5, con cifras F54.0, F72, etc. La tentación ha sido recurrente durante el gobierno del presidente Correa. Yo escribo una columna en un periódico y con frecuencia los lectores me han invitado, me han desafiado, me han dicho: “Vea, usted que es psiquiatra, ¿por qué no nos da un diagnóstico del Correa?”. Y una vez tuve una discusión con un colega psiquiatra de Guayaquil por mail porque yo cuestioné eso, y este colega que se había permitido hacer un diagnóstico, me refutó, se indignó, etc., etc. Entonces ese riesgo del psicoanálisis aplicado, de la clínica aplicada es un riesgo siempre permanente. Debemos tener cuidado con eso. Y no sé si podemos asegurar que jamás hemos cedido a esa tentación. Pero, por otra parte, debemos considerar el hecho de que tanto Freud como Lacan no fueron indiferentes a los movimientos sociales y políticos de su época, interrogando, cuestionando. Los llamados “escritos sociales”, particularmente algunos de ellos de Freud daban cuenta de su posición. Los biógrafos dicen que Freud tenía simpatías por lo que era en ese tiempo y sigue siendo, porque allá los partidos políticos duran bastante, por lo que se llama la Social Democracia. Aparentemente Freud era un simpatizante de la Social Democracia. Y era públicamente era un crítico de lo que se llamaba el bolchevismo. Y Lacan, por supuesto, también tenía una posición, una interrogación, un cuestionamiento sobre los temas y asuntos políticos de su tiempo. Lacan estuvo activo durante el mayo del ’68. Fue solidario con los estudiantes, pero al mismo tiempo los interrogó. Como sabemos los estudiantes lo abuchearon. Eso es lo que puedo decir.


[1] Iván Sandoval es médico, psiquiatra, psicoanalista de la Asociación Lacaniana Internacional y coordinador general de la Escuela de transmisión psicoanalítica a..b..c..dario Freud↔Lacan. También es articulista del diario “El Universo”.

[2] Conferencia de cierre dentro del curso introductorio al pensamiento freudiano.

[3] Cfr. Freud, Sigmund. “El malestar en la cultura”, in Obras Completas, tomo XXI. Buenos Aires: Amorrortu, 2012, pp. 57-140.

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