AUTISMOS
Por Héctor Yankelevich
2021-01-16
Buenas tardes. Les estoy hablando desde Buenos Aires, Argentina. El licenciado Arturo Rogelio y Yoica me invitaron a dar una charla sobre los autismos infantiles. Es un tema vasto y en primer lugar hay que hacer una distinción entre los psicoanalistas llamamos autismo, sin distinción de Escuelas, y lo que la medicina y la neurología llama autismo.
Hace unos veinte años se descubrieron casos de niños llamados autistas y cuyo análisis genético dio que había habido problemas durante el embarazo, es decir, no de las madres sino de la formación del embrión y del niño durante el embarazo. Esos niños que presentaban defectos anatomo-fisiológicos en la construcción del cerebro eran llamados autistas por los neurólogos y los genetistas. Es un avance importante porque hay ciertas maneras de mejorarlos, pero de ninguna manera puede considerarse que son autismos en el sentido psicoanalítico. Son debilidades mentales de origen genético como la mayor parte de los problemas neurológicos en los niños tienen origen genético.
Ahora, ¿cuál es el problema del autismo para nosotros psicoanalistas? Yo empecé a trabajar con chicos autistas en el año ’79 en Francia. Y lo he hecho de manera ininterrumpida, no con gran cantidad de casos ya que no trabajo más en dispensario sino en mi consultorio.
Para hablar del autismo infantil, para poder entender qué es el autismo infantil, hay que hablar de qué es la madre analíticamente. ¿Cuál es la función materna? La función materna es la de crear en el niño, que es un organismo biológico, las condiciones de entrada del significante. Eso sucede en la mayoría de los casos, pero no en todos. Las madres tienen una capacidad mágica, la de ser eficaces con el significante. Esa eficacia materna es la que permite que haya sujeto luego de un tiempo. Pero esa eficacia necesita que la madre invente lo que los lacanianos llamamos el gran Otro. El gran Otro puede no tener realidad, puede no existir si la madre no lo inventa. Si la madre no apuesta inconscientemente a que en ese bebé que acaba de nacer va a haber un sujeto en él y va a ser independiente de ella. Esa función materna es la de hablarle al bebé, al niño, con una voz que ella no usa en sus intercambios con otros hijos, con su familia o con su pareja. Es esa voz la que el bebé va a escuchar como diferente de la voz que le dirigen los otros. En esa voz, en el efecto de la voz, la traza de esa voz, la huella de esa voz va a ser de allí de dónde se tome el bebé para construir su aparato psíquico. Y va a responder con alegría.
Ahora bien, ¿qué pasa en los casos de autismo? ¿Por qué las madres vienen y nos cuentan que no había reacción del bebé después del nacimiento, que no lloraba, que no se angustiaba? Es una respuesta difícil de dar, pero todas las madres con las que hablé trajeron a mi consulta hospitalaria o mi consultorio chicos con problemas y aun otras madres hablándome de otras experiencias. Lo que me contaban, sin darle la dimensión a eso que les ocurría. Es que no se dirigían realmente al bebé. Había un muro invisible entre ellas y el bebé; había algo inaudible para ellas y no podían dirigirse a ese hijo que tenían en los brazos y que habían deseado, porque el problema del autismo no es el problema del no-deseo. No nos basta de ninguna manera con el concepto de haber sido deseado o no para entender qué ha pasado con un chico autista en su comienzo. Lo han querido con el marido, pero una de las razones de la no-efectividad del deseo materno con el hijo es que no hubo el estrato fundante del deseo por un hijo que es el de los juegos infantiles: el juego de todas las nenas con sus muñecas queriendo tener un hijo, fundamentalmente con el padre. Ese deseo que es tierno, como decía Freud, tiene la potencia de llegar a la vida adulta y de dar el capital de deseo, sin el cual el simple deseo de tener un hijo con su pareja no basta. Es decir, cuando la madre nos tiene confianza luego de un tiempo y nos puede contar cuáles fueron sus problemas de chica en su familia, de alguna manera o de otra, con historia siempre diferentes -muy diferentes como es el caso de todos los sujetos-, ha habido algo que impidió la relación con el padre; puede venir del lado del padre, puede venir del lado de la madre, puede venir del lado de ella. Pero no se constituyó ese capital de goce en el juego a partir del cual el deseo de tener un niño se va efectivizando en la vida adulta.
Hay un segundo motivo que puede estar en relación o no con el primero. Es que estamos en presencia de una depresión no sentida como tal, o sí sentida como tal; más duro va a ser cuando no ha sido sentida como tal esa depresión. Esa depresión va a hacer que la madre crea que le habla a su hijo, pero no le está hablando. Va a creer que se dirige a él, pero no se está dirigiendo a él. En realidad, es un monólogo el que ella está teniendo consigo misma a propósito de su hijo. Una madre me decía hace algunos años en este consultorio que la episiotomía para el parto -cosa que sucede muy a menudo-, ese dolor le había quedado como un dolor insoportable durante seis meses y que había estado seis meses desconectada de todos y de su hijo. Y lo que ella hacía era mirarlo y decirse: “Qué feliz que sos”, y ella estaba envuelta en una nube de dolor. No fue el dolor de la episiotomía que pasa con paracetamol o ibuprofeno en unos días, ni es tan fuerte. Esta mujer estaba haciendo un duelo y no podía pensar el duelo que estaba haciendo.
Otras madres hicieron, no una depresión, sino un delirio a propósito de la llegada del hijo. Y el delirio es algo que impide la relación de la madre con el hijo. Es también como una nube que no deja que la relación pase. Estoy hablando de episodios que pueden ser muy duros, como puede ser un delirio, pueden ser menos graves como una depresión postparto; pero de todas maneras esa depresión postparto o anteparto que se prolonga es como un duelo porque hay algo en la llegada de ese hijo que no tiene eco en una simbolización anterior.
En ese narcisismo regresivo en que esas madres están, no hay comunicación real con el bebé, y se acude a la medicina y ni los médicos, ni los neurólogos están capacitados para pensar qué le puede estar pasando a la madre; menos ahora, en estos tiempos en que, para la neurología, el lenguaje es un producto del cerebro, es decir que, si un niño no habla, tiene un problema neurológico. Ahí el asunto está resuelto. El chico va a tener cinco actividades por semana: un día por semana va a hacer talleres, va a hacer clases de fonología, de fonoaudiología; va a tener toda una serie de instructores para aprender el lenguaje. Pero el lenguaje no se aprende, se transmite. Y el concepto de Lacan por el cual el lenguaje se transmite es el de significación fálica. Significación es fálica es un sinónimo de amor. Significar fálicamente no quiere decir que el niño sea el falo de la madre, eso va a ser una consecuencia de un fracaso de la significación fálica, que el niño sea directamente el falo de la madre porque en ese caso, la mujer está corriendo al hombre, a su pareja, de la relación con el niño. Vamos a tener otra serie de problemas.
Lo más difícil en el autismo no es solo la relación con el niño, que cuando el analista está bien plantado y tiene un deseo de trabajo con los niños y con los niños autistas, eso va a ser difícil, pero se da de maneras muy diferentes porque el niño está dispuesto a entablar una relación con el analista siempre y cuando no sienta que su madre se opone. Es muy curioso, pero yo lo he comprobado que un niño que vino, alto, grande, hermoso, una belleza -como son muchos niños autistas- con la madre y la madre no quería que el chico saliera de ese estado. Es decir, más que no querer, era que se oponía a que yo interviniese. Yo estaba en otro consultorio y había una mesa con antigüedades y el chico, el niño golpeaba la mesa, la agitaba, haciendo peligrar los objetos que estaban ahí. Ustedes me van a decir en un ambiente así, pero bueno, en ese momento no tenía otro; después hice otro lugar para el chico. Pero me di cuenta de que la madre sonreía de manera placentera cuando veía que el chico estaba a punto de romperme un objeto. Es decir que lo dejé también ahí para comprobar hasta dónde la madre tenía un placer particular en que el chico rompiera algo, impidiendo así que pudiéramos tener una relación analítica o terapéutica. Pero la comprobación no fue solamente eso sino que, en un momento dado, ella no podía venir y chico venía con la persona que lo cuidada y oh sorpresa, el chico dejó de querer romper o por lo menos de agitar la mesa peligrosamente y hacer que los objetos se cayeran. Y yendo a otro consultorio empezamos a jugar y empezó a articular algunas palabras, empezó a saludarme; y la persona que lo cuidaba lo oía articular con la voz blanca, con la voz sin sonoridad, pero lo oía articular palabras. Vuelta la madre y vuelta que aquel chico, que no la quería a la madre, no quisiera trabajar; vuelta a la persona que lo cuidaba, íbamos a trabajar juntos, a jugar al otro consultorio y de nuevo la persona que lo cuidaba me contaba qué palabras nuevas articulaba y también se despedía de mí, como pidiendo permiso para hablar, como una voz de asombro de poder articular una palabra y darle una entonación afectiva.
Lo que se presenta en el autismo no es tanto una forclusión del Nombre-del-Padre, que es lo que espera el sujeto ya en el Otro; es decir que la madre carece de esa función para darla y ésta es una de las paradojas de la feminidad: una mujer puede haber recibido, se puede haber subjetivado en el Nombre-del-Padre, pero puede ser no capaz de pasarlo, puede ser capaz -por lo menos a uno de sus hijos- de recrearlo, pero que no es un simple don, es una recreación distinta para cada hijo.
En los casos de autismo secundario que me tocó trabajar, en el más impresionante, recibí una pareja de gente de una cierta edad con un chico que había tenido un desarrollo normal, es decir, cumplía con todos los requisitos pediátricos, pero aparte era alguien que decían que hablaba por los codos, era alegre y tenía sociabilidad con los compañeros del jardín de infantes, con todo el mundo. Y de repente, lo que temían -era un chico de 5 años con los ojos tirados hacia atrás de manera que solo dejaba ver el blanco de los ojos- que no respondía, estaba inerte. Luego de jugar de él durante algún tiempo y mientras jugaba con él en mi consultorio, en la sala de espera charlaba con la madre y le preguntaba si a ella podía haberle pasado algo. Al principio lo negó, luego me dijo que sí, que había sido muy difícil haber perdido dos embarazos y ya no tenía edad para tener más hijos. Y cuando me da la fecha aproximada de los embarazos y de su pérdida, le digo: “¿Eso tiene relación la pérdida del movimiento de afectividad y de la palabra en su hijo?”. A los 15 días me dice que estaban viendo los films que tenían de él y efectivamente cuando perdió los embarazos, dejó de hablar, dejó de sonreír y ocultó la mirada, y dejó solamente el blanco de los ojos y tuvieron que sacarlo del jardín de infantes. La madre había hecho un duelo que le había impedido seguir teniendo relación con su hijo, pero ella no lo sabía. Y nunca lo aceptó aun cuando en el trabajo analítico, yo le dije al chico -una vez que me tenía confianza-: “A tu mamá le pasó algo. Perdió dos hermanitos. Estaba muy triste y vos creíste que te había dejado de querer”. La reacción fue inmediata. Dejó de tener los ojos en blanco, puso sus ojos en los míos y me lanzó una mirada inquisitiva durísima para saber si yo estaba diciendo la verdad o si estaba contando un cuento justificando a la madre. Un tiempo después, la madre me cuenta que en la casa puso cada uno de los pies en cada uno del de los padres y empezó a dar vueltas con ellos diciéndoles: “Mamá, papá, ¿no se van a olvidar más de mí?”. Un tiempo después regresaba a la escuela, escuela bilingüe, una de las mejores en Buenos Aires -si no la mejor- y comenzaba a tener relaciones de nuevo con chicos de su edad; se hacía amigos. Solo que a sus padres no los había perdonado y les hacía una escena fea, insoportable para ellos: ponía su pijama y sus juguetes preferidos en una bolsa y se decía que se iba de la casa, y se iba y se quedaba en el corredor del departamento. Y los acusaba de romperle los juguetes.
Puede haber mal encuentro del niño con la madre o puede haber buen encuentro. Otro chico en Francia que llegó a los tres años me enseñó muchísimo. Prácticamente fueron los chicos autistas que recibí hace 40 años en Francia que me enseñaron qué les pasaba y cómo tenía que trabajar con ellos. Él aceptó venir a trabajar conmigo, teniendo tres años solamente. Después me di cuenta, porque sentía que su madre se alegraba de venir a hablar conmigo y empezó a hablar al año, y empezó a decir mi apellido -que fue el primer apellido que dijo- con lo cual planteaba una relación de filiación con el analista porque el primer apellido que nombraba y lo señalaba en la puerta del hospital o en la puerta del consultorio y decía: “Los otros chicos no vienen a verlo, Monsieur Yankelevich”.
No todos los tratamientos son tan felices ni todos deben tener un desenlace feliz. El tiempo que dura el autismo es un tiempo muerto, muy difícil, extremadamente difícil de solucionar en la vida posterior. Van a ser sujetos que hablan.
Para complejizar el asunto de la forclusión del Nombre-del-Padre, para que vean que no se trata solamente de eso sino que es como resultado y no algo que hay que pensar que está desde el principio necesariamente siempre, la madre del chico que acusaba a los padres de romperle los juguetes y que se quería ir de la casa y que se llevaba bien con los compañeros de su escuela, y enseguida empezó a hablar inglés que castellano, lo que sorprendió de la madre -como también de otras madres que en análisis me contaron la infancia de chicos que luego se volvieron psicóticos, no autistas-, o lo que me contó un paciente melancólico, es que habían perdido la relación con la madre. Al principio habían creído que la madre no los quería más, exactamente igual que este niño que desarrolló un autismo secundario. Un chico del que me hablaba una paciente en análisis hizo una paranoia cuando, sin saber por qué, ella lo dejó caer cuando llegó una nena a la casa; y a pesar de que lo amaba profundamente a ese chico, no supo nunca por qué ni cómo lo dejó caer. Es decir, remplazó uno por otro; no podía con dos. No podía querer a dos de la misma manera. Lo que me sorprendió de estas madres es que la profundidad de la depresión hacía de que no veían los signos de deterioro psíquico del chico y no consultaban hasta mucho tiempo después. Esto es algo que Freud nombra, no en la relación de la madre con los niños, sino que nombra un mecanismo que es no reconocer lo que es percibido, ponerlo de costado y no creer que haya pasado, y si se reconoce que pasó -la personas que está haciendo eso: pueden ser hombres o mujeres- no se creen responsables o sujetos en aquello que estuvo pasando con alguien con el que están en relación. Ese mecanismo que no está reconocido en la literatura oficial psicoanalítica, Freud lo llama Ableugnung. Y es efectivamente pariente -pero no es lo mismo- del término Verleugnung que va a venir después y que Lacan va a designar como el mecanismo de la peversión, como el desmentido de la castración. La Ableugnung no es eso. Es una negación de que lo que yo percibo tiene sentido. Es una desapropiación del Otro, es decir “no te está pasando nada” y ahí estamos avanzando en algo mucho más activo por parte del adulto respecto del chico. El adulto no reconoce que lo que le está pasando al chico tenga que ver con él. Y así llegamos entonces a que haya un efecto forclusivo.
Entonces, lo que sucede en los autismos, sean primarios o secundarios, puede llegar a suceder también o estar en el origen de las melancolías o las paranoias, las que son consecuencia de algo que pasa en la madre. Ustedes saben que Lacan distinguía en el tratamiento con niños aquello que está originado solamente en la madre y aquellos casos que están originados en un conflicto de pareja. Después de haber enunciado eso en las dos cartas a Jenny Aurey -una pionera del psicoanálisis de niños en la institución hospitalaria; fue la primera jefa de psiquiatría infantil en tener psicoanalistas en su servicio a fin de los años ’60 en París; luego se abrieron, como por arte de magia, consultas psicoanalíticas en muchísimos otros servicios de psiquiatría infantil-, Lacan va a mostrar en el caso de Joyce que el que está en el origen de la forclusión es el padre. Es que no asume su lugar de padre de ninguna manera teniendo la posibilidad de hacerlo y ahí Lacan muestra que no solo lo que pasa en las madres es origen de psicosis o autismo, sino también lo que haga el padre en relación con toda su familia y su rol en la sociedad. Autismo, de todas maneras, es algo que le corresponde a la madre, a una depresión de la que la madre no puede dar cuenta.
El trabajo con niños autistas es apasionante y si nosotros nos adaptamos, no a jugar simplemente con el niño, sino a saber de que el niño autista piensa y piensa con palabras, pero no puede decirlas, no puede pedir. Lo que distingue al autismo es el rehusamiento, el rechazo a demandar a la palabra. Mientras ese rechazo a demandar a la palabra subsista, va a haber un goce que no puede perder. Es decir, es la demanda en la palabra lo que hace que la demanda tenga un goce que le quita al goce de la necesidad y permite el investimento de la palabra. El chico autista no quiere perder ese goce. No es algo que le podamos interpretar, tenemos que dar que se den o no la condiciones.
El primer paciente que tuve, o el segundo, empezó a hablar y salió del autismo. Por ahí fue el padre el que fue un obstáculo, a parte de la melancolía de la madre que fue un obstáculo, para el desarrollo de él como sujeto. Los chicos autistas pueden pensar de manera muy compleja. Un niño autista cuya madre era psicótica, la madre había deseado que muriera. Su delirio fue, cuando él nació estaba sola: “Vos sabés todo de mí. Será mejor que te mueras”. Católica, realmente creyente y practicante, cuando se dio cuenta de lo que había pensado de su hijo, pensó que no lo podía confesar y dejó de ir a misa. Es decir, no se confesó nunca más porque decidió ella que eso era un crimen que merecía la condena eterna y que ningún sacerdote católico era capaz de levantarle ese pecado. Ese pecado era mortal. Haberle deseado la muerte a su hijo era un pecado mortal que ningún sacerdote podía librarla. No quería hablar conmigo durante mucho tiempo hasta que apelé a todos los recursos de la seducción, arrodillarme en la sala de espera del hospital para que viniera a mi consultorio. Finalmente vino y me contó toda su infancia que había sido atroz. Y cuando me contó el delirio que tuvo con respecto a su hijo, a la semana siguiente, el chico entró a sesión con ella y empezó a jugar con la madre por la primera vez, empezó a treparse a la madre y boca abajo empezó a salir de entre sus piernas. Se deslizaba como un tobogán entre las piernas. Y ahí empezó a decir palabras. Fue claro para mí y fue un descubrimiento es que la madre me había dado su delirio y que ese delirio era un tapón que le impedía la relación con su hijo. Que, aunque se había negado en ir a confesarse -yo le había dicho que si no le tenía confianza al cura de su parroquia podía ir a otro o podía pedir una entrevista con el obispo-, seguía con su convicción delirante de que era un pecado mortal. De todas maneras, el habérmelo dicho, el habérmelo dado materialmente, es decir, cuando me lo dijo me lo depositó en mis brazos ese delirio e inmediatamente la relación del hijo con ella cambió. Es decir, la falta en ella estaba tapada por el delirio. El darme el delirio abrió la falta. El chico pasó del autismo a la psicosis. Es una psicosis de genialidad matemática. En otro momento posterior, el chico estaba haciendo torres con cubos en un rincón del consultorio y el padre me estaba contando que estaba muy preocupado porque el chico no quería ir a dormir. Y el se levantaba muy temprano en la mañana. Tenía que levantarse a las 05h00 am para estar a las 06h00 en el trabajo, y que era medianoche y el chico no quería. El padre se ocupaba de él. La madre todavía no podía. Era un padre espectacular, fuera de serie. Trabajaba todo el día y encima se ocupaba de su hijo. Bueno, no quería ir a dormir, hacía bochinche en la pieza en la casa y que él pensaba que lo hacía contra él. Yo le dije que no, que no le hacía contra él. Le dije que tenía miedo de que, si cerraba los ojos, no lo volviera a ver nunca más a él y a su madre, que por eso no quería irse a dormir. Mi pacientito estaba haciendo torres con cubos. Lo adoraba al padre. Cuando me escucho decir eso, que es un concepto difícil para un adulto que un chico pueda pensar o pueda entender -digamos- que si cierra los ojos tiene miedo de no verle más a los padres, se levantó y con toda la fuerza que tenía le dio una cachetada al padre que quedó roja e hinchada. Por supuesta que me apresuré a decirle que el padre no podía saber eso, que era gracias a lo que el padre me contaba de lo que él hacía en sesión cuando jugábamos que yo podía entender lo que le estaba pasando, pero que el padre no lo sabía. Dense cuenta ustedes del grado de abstracción que puede tener un chico de esa edad, cinco años, de entender una interpretación analítica. ¿Cómo le vinieron las matemáticas? Por los números de televisión de los canales franceses. El había visto un oso en una película amenazando a un bebé y tenía un susto tremendo. Y durante mucho tiempo quiso romper el televisor creyendo que el oso y el nene estaban ahí. Una vez que el padre me lo cuenta en sesión, ese efecto desaparece y lo que hace es dibujarme las letras de los canales de televisión franceses. Y para hacerme la pantalla, hace un recuadro en la página y luego va al piso, toma muchas páginas A4 y las recuadra y ahí adentro comienza a hacer números, los números de los canales. Descubre la computadora del padre y empieza a jugar a hacer cuentas en la computadora del padre. Y luego el padre me dirá que ya jugaba juegos matemáticos. Es sabida esa capacidad de los chicos autistas de salir del autismo con la matemática, la cuestión no es que sea solamente una capacidad innata cerebral, sino que lo hizo simbolizando algo que lo angustió. Ver a un oso amenazando a un bebé fue la primera angustia que tuvo porque no se había angustiado nunca. Fue la primera simbolización de esa angustia que lo llevó a la escritura y al cálculo.
Cuando hablamos las capacidades, es cierto que en el cerebro pueden ya estar. La cuestión analítica no es negar que haya capacidades innatas o que no las haya, o que haya otras; otro chico se pudo haber dedicado a la pintura como manera de simbolizar una escena vista en la televisión creyendo que era real. Es decir, las letras de los canales eran las letras por las que mataba lo real de esa escena y se apoderaba de las letras como de algo como con lo que él podía trabajar. Es decir, la muerte de la cosa se produjo en el tratamiento en sesión; el homicidio de la cosa, el asesinato de la cosa, la eficacia del significante apareció en sesión como con todos los otros chicos autistas. A partir de ahí, nosotros seguimos el tratamiento, pero no podemos dirigirlo más allá de lo que el paciente nos deja, siguiendo aquello que el paciente va a seguir como su guía de simbolización y sabiendo que el tiempo en que no hablaron, el tiempo en que se rehusaron, rechazaron pedir algo, ese tiempo está muerto para las adquisiciones, fundamentalmente la del estadio del espejo. No lo pudieron hacer porque no hubo en la madre el investimento fálico a través de la significación que hace que le chico no solo se desarrolle biológicamente, sino que haya un cuerpo pulsional que es en donde se enraíza lo simbólico. si no hay verdaderamente en el autismo cuerpo pulsionalizado porque no hubo una producción de goce que las pulsiones van a hacer fragmentos luego; y es de ese goce también de quien vendrá luego el sujeto. Eso es la estructura en general.
El autismo llevará a la psicosis de maneras geniales o no geniales, pero vale la pena -porque tendremos sujetos que hablan, que podrán tener una historia-; como me decía uno de mis pacientes: “Antes estaba muerto”. Otro de los chicos cuando comenzó a hablar dibujó un pollito rompiendo desde adentro la cáscara del huevo y asomando la cabeza. Era él el que nacía. El nacimiento a la palabra va a ser representado en los análisis. Muchas veces me pasó que un chico con trazos en donde es el goce inconsciente el que llevaba su mano dibujaba una mujer embarazada y adentro una forma que era un bebé. Ningún chico que hable va a hacer eso. Los chicos autistas cuando salen del autismo nos muestran una capacidad de representar lo que significa la entrada del lenguaje en el cuerpo que ningún chico que va a ser un sujeto en la estructura -sea cual fuere su neurosis- es capaz de hacer. la cuestión es que ese premio que nos dan a nosotros, tenemos que lograr que ellos puedan hacer algo con eso. Y sobre todo, lo más difícil, que las familias -el madre y el padre- nos permitan hacer todo ese recorrido con ellos, porque hay veces que no lo permiten. Es cierto que muchas veces el obstáculo son los padres: es la madre por celos -si el analista es mujer-, o tendrán un neurólogo al lado del psicoanalista -que el psicoanalista no conoce su existencia- querrá decir que el psicoanálisis es peligroso. Son los riesgos del oficio.
Pero aprendemos mucho de la estructura cuando trabajamos con chicos autistas. No es una experiencia de la cual nosotros podamos salir indemnes. Si lo hacemos dándonos es porque ellos descubren en nosotros algo de nuestra infancia que quedó como una interrogación. Esa interrogación seguramente es la que nos llevó a ser analistas, pero es una interrogación sobre la infancia, que no es la de todos los psicoanalistas.
Bueno, creo que por aquí me quedo. Gracias.
Presentación para Yoica: (1) Facebook. Último acceso: 2021-01-18