Discurso de Clausura en Strasbourg – por Jacques Lacan – 1968/10/13

Discurso de clausura del Congreso de Strasbourg[1]

                                                         13 de octubre de 1968

Por Jacques Lacan


Resultaría de ceremonia aportar el discurso de conclusión. Ese discurso, considero que se los he hecho bajo una forma y una incidencia que ha sido útil o no, no lo sé, que cada uno se interrogue al respecto visto que lo hice en otro momento, es decir para desear, era su contenido, un tono más vivo y un enfoque más estimulado. Ya sea su consecuencia o no, el resultado está al menos en que el tono de lo que se dijo ayer era indiscutiblemente más conciso. Lo repito, no se trata de los textos que fueron aportados en el primer día, sino del nudo que ellos podían formar en conjunto y del carácter conciso de lo que era confesión y réplica. Esta mañana parece, al menos según tal testimonio, que el resultado fue más satisfactorio aún. Entonces, mi Dios ¿por qué querer dar lo que sea que cerraría lo que esencialmente permanece abierto?

¿Qué permanece abierto? Muchas cosas, por supuesto de entrada la cuestión que ha sido puesta aquí al orden del día, la de las relaciones entre “psicoterapia y psicoanálisis”. Respecto de eso, por supuesto, se habría podido desear que se despejase de una manera más explícita una directiva. Es cierto que, lo repito y no en absoluto en función de condiciones locales, hay una cuestión muy precisa que estaba planteada desde el primer día y en el discurso de Bauer: ¿Debemos considerar el poder mantener la función que ocupa la psicoterapia llamada de inspiración analítica, como algo que pueda ser tomado “de plano”[2] como etapa de la formación?

No se trata por supuesto, de practicar en eso no sé qué malthusianismo de la práctica, primero porque es estrictamente imposible de obtener, como la experiencia lo probó, una de las primeras cosas que he puesto en el principio de los estatutos de la Escuela, es que hay que ver de frente que es así como eso transcurre y que incluso en los lugares en que se hace firmar un papelito, porque ustedes lo saben, hay lugares en que eso se hace, y desde luego todo el mundo firma ese papelito que consiste en decir que no se hará psicoanálisis más que cuando vuestro psicoanalista los autorizara expresamente; mediante lo cual precisamente se hacen psicoterapias de inspiración analítica hasta por los codos, hasta que llega ese momento; en esta perspectiva es totalmente claro que las psicoterapias de inspiración analítica no se distinguen en nada de lo que, una vez obtenida la autorización, el candidato, porque en ese momento es como candidato que recibirá dicha autorización, hará a partir de allí.

Entonces, no es cuestión de excluirlos, sería incluso más bien cuestión de tenerlo en cuenta y de preguntarse si sí o no puede ser retomado lo que pasa a ese nivel, puede ser de algún modo retomado en el psicoanálisis mismo, que sin embargo está a punto de proseguirse. Hay una especie de oscurecimiento, de cortina corrida sobre lo que funciona de un lado mientras que el sujeto está a punto de proseguir su propio análisis el cual verdaderamente en cuanto a mí, en cuanto a mi experiencia, apareció siempre como uno de los lastres, uno de los fardos más pesados de arrastrar y que en muchos casos imponen al análisis un límite estricto. Quiero decir que los psicoanálisis llamados didácticos son de vez en cuando hay que decirlo, del orden de lo limitado, no quiero decir del fracaso porque incluso eso se presta también a la ambigüedad; hay en el análisis como en lo que es fundamentalmente el acto mismo, pero es el acto psicoanalítico el que nos lo descubre, algo ambiguo que hace que por supuesto se podría decir que más valdría en algunos casos que se pudiese calificar un psicoanálisis, y especialmente didáctico, de fracaso más bien que de éxito. Pero que haya un límite, que haya un momento en que del sujeto en ese tipo de psicoanálisis no se pueda sacar más nada, que no se pueda más hacerle dar otro paso más, es cierto que es en la negligencia, en la negligencia profunda en que se está de lo que constituyen para él no solamente esta actividad que se llama psicoterapia de inspiración analítica o no, también mil otras prácticas de las que el psicodrama es ciertamente el lugar más eminente en cuanto a esas clases de efectos y podría, él, por ejemplo, ser fácilmente apartado del campo.

Sobre el tema de las psicoterapias de inspiración analítica algo debería poder formularse, algo que permita al analista dosificar y al mismo tiempo, en algunos giros del psicoanálisis didáctico moderar de acuerdo con el tema (sujet), la incidencia de esta práctica paralela. Nosotros no estamos en eso, ¿y por qué? Porque el modo en el cual podrían ser instituidas esas precauciones, no es susceptible actualmente de ser formulado de modo unívoco para todos los psicoanalistas, en la medida en que, debido a una iniciación desigual en algunos recovecos teóricos, no se puede decir que se puedan hacer intervenir reglas precisas, de una forma claramente localizada, en un nivel parejo para todos.

La presencia, vuelvo a eso y viene al caso decirlo, del psicoanalista como tal, con todas las cuestiones que plantea llamar al psicoanalista o a un psicoanalista, lo cual ciertamente no es lo mismo, está ahí de algún modo dejada en blanco y en estado de vacuola, en el centro de todo lo que hizo a nuestros debates. Estaba claro que era imposible, en cualquier momento, formular otra cosa que esto, estaba supuesto que de esta función del analista dependía el carácter más o menos autorizable de tal o cual práctica psicoterapéutica a título de psicoanalítica. Al respecto, la fórmula que yo experimenté en un artículo antiguo, de hará unos quince años, el que destaqué recién, guarda desgraciadamente toda su actualidad, a saber, que si no se puede decir que no se hayan dado luego algunos pasos en el plano teórico de lo que es y debe ser la función del psicoanalista, es claro sin embargo que las cosas no han entrado aún en la institución.

Es esto lo que en un texto que representa el armazón de lo que comuniqué en Roma y no sin intención en ese lugar, texto que publiqué en el primer número de esta revista que, gracias a Dios, logré sacar antes del bendito mes de mayo, porque en su tumulto es claro que toda su estructura y su sentido habrían sido de algún modo distorsionados —entonces en Scilicet hablé hasta cierto punto de un fracaso. Es cierto que seguramente algo se juega alrededor de la duplicidad que constituye la función del psicoanalista y la del enseñante. Si resulta que ustedes particularmente pueden ponerlo en evidencia a mi nivel, es seguramente que, en eso, desde hace mucho, no me rehusé a asumir la antinomia, pero estarían equivocados en creer que el mismo problema no se plantea y no se planteará un día u otro a nivel de cada uno de ustedes. Como lo subrayó muy bien esta mañana, por ejemplo Dumézil, ustedes no pueden escapar a eso desde el momento en que en tal o cual institución extranjera de psicoanálisis, son convocados a una posición de psicoanalista; desde el momento en que están allí, es decir que ustedes no están en su casa, se les ruega asumir algo que participa de las funciones de la enseñanza, ustedes enseñan al menos a la gente a conducirse respecto de ese lobo que han introducido en su corral y por eso es necesario que ustedes expliquen un poco sus costumbres. Ustedes están allí en posición de enseñante.

Me parece que repetidas veces e incluso para mí demasiadas veces, porque me sucedió durante esas vacaciones releer los textos de algunos seminarios ya antiguos y de períodos sensibles, esos períodos obstinados en que yo, a ese seminario no podía proseguirlo con toda corrección  más que imponiéndome no prestar ni la menor atención a lo que en una institución  que no era para nada la institución extranjera de la cual hablo, sino justamente, propiamente hablando, la institución analítica de la que yo formaba parte, se maquinaba y se tramaba no sé qué operación sintética de la cual yo sabía muy bien por adelantado que un día u otro no facilitaría mi tarea. Este desinterés bastante extraordinario no deja de plantearme graves cuestiones en cuanto a mí. Y de todos modos eso, por un feliz concurso de no sé qué, que se puede aquí llamar destino, finalmente no ha perjudicado para nada ni la propagación ni la difusión de mi discurso. Yo hubiese querido seguramente que los que me acompañaron a lo largo de estos caminos difíciles, se hubiesen beneficiado ellos mismos del éxito de este discurso.

Quién sabe si mi reforma, la mía, la que propuse en esta Proposición del 9 de octubre, podría ser mucho más fácil a los incomodados que aquella en la cual se empeña un político extraordinariamente astuto. ¿Por qué? Precisamente porque ella no tenía alcance más que en un medio en que las incidencias efectivas de tal reforma son infinitamente menos molestas de lo que pueden serlo a nivel de la universidad. Resumiendo, nuestra reformita era, sobre todo, debo decirlo, la introducción de una manera absolutamente diferente de aportar una solución general a los problemas del examen y eso basta para que nos haya representado como un vacío extraordinario, que hace que de repente, no va a haber más diálogo entre el examinador y el examinado. Basta haber sido examinado un instante en la vida, para saber que lo que se intercambia con un examinador no es nunca y solo, más que lo que se llaman boludeces calificadas como tales, por una complicidad absolutamente general en que el examinador demanda que se le digan boludeces bien clasificadas, por otra parte, el examinado también se esfuerza de hacerlas bien redondas y rosadas. Vuelve con su familia y cuenta las bellas boludeces que ha logrado sacar de su examinador. Evidentemente que es en eso que esto se apoya, que esas cosas pueden durar durante siglos de un modo atemperado en tanto que hay lo que se llama diálogo; solamente hay un momento en que eso se usa, donde uno se da cuenta justamente de que la boludez ¡no es un elemento de diálogo!

¿Se entiende por qué? Ustedes no imaginan lo que son los pobrecitos los queridos preciosos, que de pronto no tienen en efecto más nada que hacer que enviar adoquines que se notan. Son los que se llama de modo bastante grotesco los enseñantes. ¿Por qué cómo se recluta a los enseñantes? Justamente a causa de ese sistema de exámenes un enseñante se recluta, bajo la forma de un bien enseñado. Cuando usted da prueba de que está bien enseñado, es decir que es capaz de acarrear de derecha a izquierda un acarreo suficiente de boludeces, entonces será consagrado enseñante. Solo hacia los 45 o 50 años, no es por nada que cada tanto hablo de menopausia, eso no va más. Es decir que ustedes enseñantes, se darán cuenta ustedes mismos de eso. Y son ustedes que arruinan esos planes, como se lo ha podido ver. Los que han bromeado más en este asunto, no se imaginen que eran los que estaban en la calle Gay-Loussac, ¡eran los enseñantes quienes se precipitaban allí, pensando finalmente! ¡Ahí está lo que habríamos podido ser! ¿De quién ustedes no habrían recibido ese testimonio?

Naturalmente, ahora eso toma un aspecto desdeñoso; un tipo que se atreve a firmar con un nombre rabelesiano y que no se toma por rabo de pera como se dice, nos resume los acontecimientos. Epistemón, de él hablo. Todo el mundo parece saber quién es. Yo puedo hacer como si no lo supiera. Él dice que había una estudiante, una fanática que lo corría a sol y a sombra mientras él atorraba por la calle Gay-Loussac, en el momento en que llovían Molotov y que se encarnizaba en llamarlo Epistemon-boludo (Epistemon-con). No está mal. Lo que él vio en esta historia es que era el fin del estructuralismo. Es enorme. ¿Por qué sería el fin del estructuralismo? Parece que lo que testimonia de eso es que es un acontecimiento indiscutiblemente dialéctico. Si hay algo que no es evidente es eso. E incluso es tan poco evidente que incluso es a causa de eso que puede preguntarse si es un acontecimiento. Porque la distinción juguetona entre la estructura y la historia viene de tipos que leen muy rápidamente y que se dieron cuenta de que Levy-Strauss dialogó con Sartre y entonces se imaginan que a causa de eso todo el estructuralismo expulsa la historia y declaran que el 14 de julio es un mito. Son esa especie de asimilaciones graciosas en las cuales se desplazan como si la estructura no implicase estrictamente y de entrada justamente, la dimensión de la historia. Es porque la historia no es pura y simplemente una diacronía que se puede hablar de dialéctica; toda dialéctica implica justamente un lazo sincrónico; eso no quiere decir para nada que la estructura no tiene nada que hacer con la historia: ellas se sostienen como estrictamente una a la otra complementarias.

Si por el contrario hay algo que distingue lo que pasó, es que eso forma parte de las cosas que en la historia, están connotadas. ¿Connotadas por qué? Al final les cuento el comienzo porque me irrita, me dejo arrastrar, les cuento el comienzo de un pequeño coso que había comenzado a escribir sobre los acontecimientos y que, mi Dios, aparecerá o no aparecerá más bien porque como se los he dicho, en fin, ahora tengo responsabilidades, tengo responsabilidades respecto de la historia. Entonces si se dice que yo digo acontecimientos que no son acontecimientos, eso ya va a hacer cierto ruido, se lo va a comunicar en París. Si yo digo además que llamo a eso un asunto (affaire), van a decir: lo asimila al asunto Dreyfus o al asunto del Collier. Y bien si, justamente. Lo que distingue al asunto Dreyfus como al asunto del Collier es que no podemos colocarlo en la dialéctica, marxista u otra. Eso quiere decir solamente al menos algo e incluso brutalmente bien (salement bien) algo. El asunto Dreyfus, hay que decirlo de todos modos, es por eso que no hubo únicamente viejos chochos en el estado mayor en 1914, sirvió al menos para algo, para una limpieza. En cuanto al asunto del Collier, si se hubiese sabido leerlo… pero justamente no se sabe jamás leer una cosa que se puede clasificar como asunto (affaire).

Son consideraciones totalmente laterales pero que deben estar destinadas a volver un poquito las cosas a su lugar y no hacernos creer que, porque en la Escuela se está un poquitito agitado alrededor del asunto mayo, se ha progresado mucho; al contrario, eso marcó estrictamente la detención de todo lo que habría podido producirse. No dudo de que, a mi requerimiento, con un leve retraso, me habrían aparecido manifestadas cierto número de cosas, concernientes al fundamento teórico de mis proposiciones, quiero decir que habría aparecido en el boletín de la Escuela Freudiana; en lugar de eso hoy parece que se enreda, que se embrolla, mientras que cuando lo adelanté, mucha gente me dijo que estaban totalmente de acuerdo acerca del lugar en que yo había puesto esa palabra desubjetivación. Porque en fin, cuando se hace un análisis es al menos para que cuando se está allí, en la tarea, en el laburo, y bien sucede que se vea un poquito algo como el revés de la trama, uno da vuelta eso un poco y a partir del momento en que se dieron cuenta de que hay un revés y que además ese no es un revés sino que es la misma cosa, ustedes tienen un poco menos el sentimiento de que son un sujeto libre. Quien refiere esta confianza hecha a su libre subjetividad, nosotros hemos palpado muy muy bien eso en estos últimos tiempos, y hemos podido palpar también de un modo muy directo la conexión en un gran número de casos con la psicosis, por último, quiero decir que hay gente que, sin ir más lejos esta mañana, nuestro querido amigo Israël, nos relataba algunos hechos menudos que podrían estar bajo la rúbrica general: de la disputa en el asilo. Al menos, no es por azar que las cosas suceden; hay cierta relación. Eso se produjo cierto número de veces y no forzosamente entre gente que se puede clasificar entre los más frágiles. Estaban quizás entre los mejores los que se volvieron en este asunto un poco demasiado trastornados. Sea como sea, son cosas más bien cuya naturaleza nos recuerda lo que hay de estructural entre la ideología de la libertad y una existencia que no es tan fácil de definir porque la existencia quiere decir tratar de sustraerla a todo lo que la capte inmediatamente. La existencia de la locura, la existencia de la locura justamente, es lo que hemos palpado aquí, jamás la tenemos auténtica porque, desde cierto período que, como por azar, era la subida al punto más ascendente de nuestro horizonte político de la libertad como tal, a saber la revolución francesa, muy precisamente desde este ascenso al cenit del término libertad, es desde ese momento que la locura está consagrada a esta segregación respecto de la cual a nosotros nos cuesta tanto esfuerzo poder reconocer cuál es su esencia.

Es allí, al corazón del problema, que somos llevados en este congreso como lo fuimos también en el último, en el que evoqué ayer mientras que Maud Mannoni no estaba, a saber el congreso que ella por si sola supo reunir el año último, la conjunción en un solo nudo de las relaciones del sujeto de nuestra época con esos tres términos: primero el niño, el niño del cual se supone que en nuestra sociedad entró finalmente en la plenitud de sus derechos, cada uno sabe que el paraíso es para los niños vivir en nuestra época, cada uno sabe de que precauciones los rodeamos los queridos bonitos, hay también tales precauciones, atenciones, devociones, que es necesario a su respecto levantar un ejército entero de asistentes sociales, psicoterapeutas y de C.R.S.[3] para alcanzar el fin de las consecuencias de esta educación; y además el psicótico, porque por supuesto, no es por azar que lo encontramos forzosamente en el mismo rincón; y finalmente la función de la institución sobre la cual se puede decir que aquí es sobre lo cual hemos quedado con más hambre.  Es que, en verdad, la unión no está hecha de otro modo que por la práctica en ciertas instituciones, por la puesta en juego de un estatuto subjetivo efectivamente conquistado por tal o cual y por algunos y no forzosamente por el vecino. Por qué no está hecho todavía y bien es cierto que hay en eso razones que consisten en la institución psicoanalítica misma y que el psicoanálisis es responsable de esta hiancia. Y es por lo cual yo deseo que en el corazón de nuestra Escuela vengan trabajadores de los que no deseo especialmente que sean analistas, pero en fin que estén aun bastante frescos, no demasiado inmunizados por la práctica misma del análisis, contra una visión estructural de los problemas.

Nassif, que está allá, que vino a presentar ante ustedes un trabajo que ha podido sin duda parecer a tal o cual de entre ustedes un poco largo, me parece, lo subrayé esta mañana, que justamente ese discurso tiende a buscar, a manifestar de un modo preciso en tal nivel de la historia justamente del psicoanálisis, un modelo que conviene, que muestra justamente que cada momento tiene su estructura, que el niño no es una forma laxa del adulto, que la hipnosis no es por supuesto una forma laxa del psicoanálisis. Si se produjo algo que hizo salir al psicoanálisis de la hipnosis, eso es quizás simplemente algo que a fin de cuentas puede escribirse en el pizarrón, inscribiéndose allí de un modo tan formalizado como tal o cual axioma o teorema en la teoría de conjuntos, mostrando que es por un pequeño cambio, una pequeña báscula entre dos términos, por un uso del principio de dualidad, el cual impone, para que una fórmula sea válida o más exactamente deducible de otra, cierto número de cambios de signos que van completamente a lo largo de la fórmula y de lo cual ninguno podría ser omitido para que la fórmula permanezca válida. El pasaje de la hipnosis al psicoanálisis se trata de algo tan estrictamente definible como formalmente manipulable.

Cuando hayamos llegado a la formalización suficiente, habremos ganado un poquito. Solamente ¡he ahí! El problema es el mismo para nosotros y para los matemáticos. Los matemáticos gozan del milagro de que no saben de qué son el juguete. No saben ni por qué ni como progresan los desbarajustes matemáticos. Sin embargo, eso se produce e incluso no se ha detenido desde exactamente Eudoxio y Euclides también por supuesto, y Arquímedes. Eso no se ha detenido. No saben por qué continúa, por qué no se detiene. O por qué la matemática esta casi tan completamente renovada desde el tiempo en que yo era un niñito, como ha podido serlo en el siglo XVII, por ejemplo, o sea entre el antes y el después del cálculo integral. Y los que tratan de abarcar la cosa estrechamente, no llegan a formular nada de nada; ni la menor posibilidad de captar dónde está el tema (sujet) del progreso matemático.

Es por eso por lo que nosotros tendríamos que tomar el ejemplo de allí. Sería necesario que el psicoanalista tenga en cuenta que en la medida en que está implicado en esta función de muchas dimensiones que es primero la que tiene con este acto insensato que lo hace funcionar como psicoanalista, también aquella que hace y que tiene siempre que hacer con ese más uno (plus un) que, cosa extraña, aun hace problema para algunos entre ustedes, aunque mostré dónde puede residir su encarnación de una manera permanente. Cuando ustedes sean dos psicoanalistas habrá siempre un tercero, cuando sean tres habrá siempre un cuarto, cuando sean cuatro habrá siempre un quinto. En tanto psicoanalistas no pueden evitar este error de cálculo.

Si de esto, estuvieran verdaderamente compenetrados es decir que forma parte de vuestro estatuto de psicoanalista cuando operan, no poder nunca jamás tomarse por completo en vuestra aprehensión de vuestro objeto, esto por sí solo les evitaría caer en esa pendiente que es siempre la gran tentación del psicoanalista y que hay que llamar por su nombre: la de volverse un clínico; porque un clínico se separa de lo que ve para adivinar los puntos clave y ponerse a aporrear en el asunto. No es en absoluto para disminuir el alcance de ese saber hacer (savoir-faire). No se pierde nada. Con una sola condición, es la de saber que ustedes, lo más verdadero que hay en ustedes, forma parte de ese teclado. Y que naturalmente, como no se toca con la punta de sus dedos lo que es sí-mismo, cuando se está justamente como se dice, al margen (sur la touche) cuando se es la tecla misma (la touche soi-même), estén ustedes bien seguros de que falta siempre algo a vuestro teclado y de que es con eso con lo que ustedes tienen que ver. Es porque falta siempre algo a vuestro teclado que, al analizante, ustedes no lo engañan, porque es justamente en lo que les falta a ustedes que él va a poder hacer bascular lo que a él le enmascara la suya. Son ustedes quienes le servirán de vertedero.

En tanto que no hayan admitido eso, estarán preguntando aquello de lo que hablo cuando hablo de des-ser (désêtre) y de des-subjetivación (désubjectivation); es sin embargo en lo cual estamos tomados en todo momento y que nos pone, es necesario decirlo, en situaciones algunas veces de lo más penosas, porque en tanto que no hay más que nosotros que sabemos lo que somos como vertedero, a eso se puede al menos (encore) acomodarse. Todo el mundo vive con eso y se acomoda muy bien y se tienen todos los aparatos para enmascarar la cosa en la vida social habitual. Solo de tiempo en tiempo, para nosotros que hacemos las cosas sabiéndolas, eso toma un alcance un poco chocante para el público exterior. Sucede que uno de nuestros pacientes se vuelve psicótico. No debe ofender a nadie que se diga eso; son esos accidentes los que justamente, para nosotros no deben ser tomados como accidentes, es totalmente esencial para nuestra posición.

Si sucede que se pueda dar esta distinción entre psicoterapia y psicoanálisis, ¿por qué hoy, al final de este discurso que es precisamente el que acabo de improvisar, no se las daría? La diferencia, por qué no decirlo así, es que una psicoterapia es un tejemaneje logrado, en lugar del psicoanálisis, que es una operación en su esencia condenada al fracaso. Y ese es su logro. Es sobre esta fórmula, de la cual espero que ustedes no harán una regla de conducta: siempre que yo la malogre bien, como decía el otro: — ¿la bajé suficientemente? Diré simplemente, puesto que ustedes esperaban algo de mí: — ¿se las di?


Traducción / Versión: Roberto Pinciroli

[1] Lacan, Jacques. Texto extraído de: http://www.teebuenosaires.com.ar/biblioteca/trad_01.pdf

[2] En castellano en el original. (N.T.) RAE: de plano. 1. loc. adv. Enteramente, clara y manifiestamente.2. loc. adv. Dicho de incidir el sol o cualquier foco de luz potente: De lleno, perpendicularmente. El sol daba de plano sobre las murallas.3. loc. adv. Der. Dicho de aceptar una resolución judicial: Sin trámites.

[3] La C.R.S : Compagnie Républicaine de Sécurité.

Crea un sitio web o blog en WordPress.com

Subir ↑

A %d blogueros les gusta esto: