¿MUJER Y VERDAD?
Por Natalie Wülfing
2025/11/26
“Cuando mi bien amada me jura que ella
Está hecha de verdad,
Yo le creo, aunque sepa bien que ella miente”
William Shakespeare, Soneto 138.[1]
“No sé cómo hacer […]
con la verdad, ni con la mujer.
Dije que una y otra, al menos para el hombre,
son la misma cosa. Son el mismo aprieto.”
Jacques Lacan, Aun
Mujer y verdad, Lacan las ama a ambas. Estos dos temas centrales del psicoanálisis comienzan con la búsqueda de la verdad de Freud en el discurso de las mujeres.
En 1895, descubrió el síntoma de la histérica, que para él ya era un síntoma hablado, aunque surgiera a nivel del cuerpo. El estatus de falsa deducción del síntoma, que él llama proton pseudos[2] en el caso de Emma, es una designación errónea de un goce que no debe ser. El acceso a la verdad sobre la causa del síntoma sigue el hilo de una red de significantes, en la que se atan dos repeticiones. La primera es la repetición de la incidencia del goce: el toque de un tendero sonriente que agarra los genitales de Emma bajo su vestido a los ocho años. El segundo es el evento reciente, que crea el trauma del incidente original de forma retroactiva. En una escena contingente (un joven y apuesto vendedor se ríe, quizá por su vestido), los dos significantes – la risa y el vestido – convergen, conectando ambos eventos. La falsa deducción no es falsa en absoluto porque la joven experimenta un deseo prohibido y hace de las «tiendas» un síntoma que marca el lugar (literalmente) de su goce.
Lacan designará al proton pseudos como la «mentira soberana».[3] Más adelante en su enseñanza, definiría el síntoma como aquello que se construye sobre lo que no existe, es decir, la verdad. El síntoma marca el lugar de la verdad, que no existe allí[4]. La verdad, al igual que La Mujer, no existe.
Freud pone en evidencia la verdad en el malentendido y el engaño en varias ocasiones: desde la hermosa carnicera que malinterpreta su deseo de soñar, un contraejemplo de la tesis del sueño como la satisfacción de un deseo; Dora, que no admite su implicación en lo que se queja; incluso el joven homosexual cuyos sueños estaban diseñados para engañar al propio Freud.
Fue Lacan quien nos mostró que el malentendido y la falsedad resultan de la estructura del lenguaje ya que el significante miente. Desde la Fehlleistung, el acto fallido, hasta el auto-ilusión del alma bella, «el lenguaje del hombre, ese instrumento de su mentira, está atravesado de parte a parte por el problema de su verdad»[5], dice. Decimos la verdad sin que lo sepamos, pero también es una pregunta eterna dentro de nosotros, fundada en una mentira.
A partir de ahí, surge la cuestión de saber de dónde habla el sujeto. En análisis, se trata de saber «por quién y para quién el sujeto plantea su pregunta. Mientras no se sepa, se correrá un riesgo de contrasentido sobre el deseo que ha de reconocerse allí y sobre el objeto a quien se dirige ese deseo. El histérico cautiva ese objeto en una intriga refinada y su ego está en el tercero por cuyo intermedio el sujeto goza de ese objeto en el cual se encarna su pregunta.»[6] La trama de la histérica está ligada a la identificación y al objeto como retransmisión de su deseo, como M. K. lo es para Dora. Este objeto en cuestión será más adelante el deseo del Otro. Lacan destaca la relación particular entre la histérica y este último, atrapado en el vaivén de la dialéctica entre fantasma y síntoma, como desarrolla Jacques-Alain Miller en su curso 1982–1983[7]. La famosa insatisfacción de la histérica es una verdad que, por definición, solo puede decirse a medias «en la medida en que el deseo sólo se mantiene por la insatisfacción que aporta allí escabulléndose como objeto.»[8]: ya sea desear el deseo del Otro como Otro, o escapar. El término «escabullir» refleja la ambigüedad entre la huida y el desnudamiento, la seducción. El falo organiza la lógica de ambos.
La histérica de Freud, cubriéndose con una mano y tirando de su ropa con la otra, también lo resume[9]. Un sketch británico de los años 90 creó un personaje inolvidable: una criada, que contorsionaba su cuerpo para seducir y esconderse de la cámara, mientras repetía en voz alta, por si alguien no la miraba, «no me mires, soy tímida.» Sin embargo, Lacan no estaba a favor de interpretar el «comportamiento histérico» como teatro. Al contrario, insistió firmemente en que «el discurso analítico se instaura con esta restitución de su verdad a la histérica. Bastó para disipar el teatro en la histeria.»[10] De hecho, la variación de la verdad de la histérica es la cuestión de la feminidad. Y la vergüenza de la verdad y de las mujeres es precisamente lo que sigue impulsando el discurso psicoanalítico.
*Wülfing N., Femme et vérité ? – NLS Congress 2026
[1] Traducción del inglés por la autora.
[2] Freud S., “Proyecto de psicología” (1950 [1895]), Obras completas, tomo I, Buenos Aires, Amorrortu, 2003, p. 406.
[3] Lacan J., El Seminario, libro XVI, De un Otro al otro, texto establecido por J.-A. Miller, Buenos Aires, Paidós, 2008, p. 196.
[4] Lacan, J., El Seminario, libro XIX, …o peor, texto establecido por J.-A. Miller, Buenos Aires, Paidós, 2016, p. 110.
[5] Lacan J., “Acerca de la causalidad psíquica”, Escritos, tomo 1, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2018, p. 164.
[6] Lacan J., “Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis”, Escritos, tomo 1, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2018, p. 292.
[7] Miller J.-A., Del síntoma al fantasma y retorno, Buenos Aires, Paidós, 2018.
[8] Lacan J., “Subversión del deseo y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, Escritos, tomo 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2009, p. 784.
[9] Freud S., “Las fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad” (1908), Obras completas, tomo IX, Buenos Aires, Amorrortu, 2003.
[10] Lacan J., El Seminario, libro XVIII, De un discurso que no fuera del semblante, texto establecido por J.-A. Miller, Buenos Aires, Paidós, 2008, p. 146.
Deja un comentario