En la Locura de Nuestro Goce, Sólo Hay el Otro para Situarlo – por Gresiela Nunes de Rosa – 2025/10/29

EN LA LOCURA DE NUESTRO GOCE, SOLO HAY EL Otro PARA SITUARLO…

Por Gresiela Nunes da Rosa

2025/10/29


… sino en la medida en que estamos separados de él».

(Lacan, Televisión)

Decimos que la Escuela, esta Escuela en la que estamos situados, es más que una institución. Decimos que es una experiencia. ¿Y qué significa esto?

Creo que esto significa que más que una serie de elementos funcionales, procedimentales y burocráticos que permiten que exista una institución, lo que está en juego es la forma en que las personas que participan en ella se relacionan con lo que constituye la vida de esta institución. Creo que este es un punto fundamental en la Escuela. Lo que cada uno pone de sí mismo en la vida institucional es lo que hace de la Escuela una experiencia.

También decimos que el análisis personal es más que un tratamiento, es una experiencia. Es un dispositivo en el que uno experimenta los poderes de la palabra y también los límites de la palabra. En el que uno experimenta la forma en que se configura y puede reconfigurarse la relación con el Otro. En el que se experimenta la acción del inconsciente, en el que puede manifestarse como transferencial y también como real. En el que uno experimenta la manifestación de lo ominoso y también de la singularidad absoluta. Es un dispositivo en el que se experimenta la posibilidad de la invención.

¿En qué sentido esta experiencia de análisis toca la experiencia de la Escuela? Podemos decir que en ambos lugares está en juego el agujero que convoca a cada uno, a cada uno que está dispuesto a la experiencia analítica y a cada uno que está dispuesto a la experiencia de la Escuela, a poner algo de sí mismo. En ambos lugares hay un «no hay saber. En el análisis hay un «no hay saber» previo que define quién es el sujeto y cuál es la mejor salida del síntoma. En la Escuela hay un «no hay saber» que define lo que es un psicoanalista. En ambos dispositivos, análisis y Escuela, este «no hay saber» nos convoca al discurso de la histeria, que es la posición analizante misma, la que nos lleva a trabajar, a querer saber.

También estoy muy interesado en ubicar allí, en un lugar y otro, la importancia de la singularidad. No necesitamos decir aquí que esto es lo que pretende un análisis. Y en relación con la Escuela, decimos que es un colectivo de unos pocos solos, un colectivo de singularidades. Pues bien, si nos tomamos en serio lo que nos enseña el psicoanálisis, sabremos que al final la relación sexual no existe, y que no hay posibilidad de colectivos que no sean de unos solos. El hecho es que, en la Escuela, esto se toma muy en serio. Es necesario lidiar con esta verdad.

Lo que implica que no hay posibilidad de un colectivo que no sea de unos pocos es el hecho de que uno goza. El humano es el que está solo con su goce. Si un análisis nos permite afianzar nuestro fantasma que apunta a la ilusión de plenitud con el Otro, si un análisis nos permite ir más allá de eso, es porque nos permite tocar el punto donde gozamos, que gozamos solos. Y si uno goza solo, la conclusión lógica es que el otro también es alguien que goza, que goza solo. Como sabemos, no hay comunicación a nivel de goce.

En la clase que Romildo do Rego Barros impartió recientemente en CPOL, nos dijo que el amor y el odio están relacionados con lo real. El primero suple la relación sexual que no existe. El odio, digamos, es más lúcido que el amor porque está apoyado por unaridades, el Uno. «Te odio porque no gozas como yo», sería el resultado de la manifestación de unaridades.

¿Cómo podría ser posible que la manifestación de unaridades produjera algo más que odio? ¿No es ese el propósito de la experiencia de Escuela? No es que no haya odio en la institución, como dijo el propio Miller en «Causa y consentimiento» que estamos estudiando en el Seminario de Orientación Lacaniana de la Sección de este año, nuestra «familia analítica» tiene mucho que ver con la familia de los Atridas, es decir, hay mucha violencia y traición en juego. Pero el ideal, el horizonte, la propuesta no es esa. La propuesta es que sepamos hacer algo mejor que el odio en relación con la manifestación de unaridades. Entonces hay una posición ética allí.

Esta posición ética me parece la propia de la experiencia de la Escuela. Experimentar, en el trabajo institucional, otra respuesta que el odio. Porque el odio, aunque no se engaña como el amor porque no quiere hacer de dos uno, también se mueve por la creencia de que solo hay espacio para uno. Es necesario destruir al otro para ser. El odio es un intento de consolidar el ser. Por lo tanto, es necesario abandonar la necesidad de ser, para que se pueda hacer algo más con la manifestación de unaridades. Romildo nos dijo: tiene que haber una novedad en la economía del deseo. Se necesita una nueva relación con el deseo que no incluya al otro como una promesa de plenitud a través del amor, o de destrucción a través del odio, sino que lo incluya en lo que trae como alteridad misma. Ahí podemos pensar en un vínculo social que prescinde de la necesidad de hacer consistir la relación. ¿No podría tomarse la alteridad como una especie de espejo que refleja precisamente lo que queda de lo que no se identifica? ¿No sería la presencia misma del agujero? ¿No sería la alteridad un espejo seguro para el goce?

«En la locura de nuestro goce, sólo hay el Otro para situarlo, pero en la medida en que estamos separados de él», dice Lacan. Y en «Racismo 2.0» Laurent dice: «La lógica desarrollada por Lacan es la siguiente. No sabemos qué es el goce desde el que podríamos orientarnos. Solo sabemos cómo rechazar el goce del Otro». Así que podemos pensar que la presencia del goce del Otro, que tendemos a pensar que siempre es incorrecto, puede servir como brújula para el reconocimiento del propio goce.

Si hablamos de una Escuela de analizantes, es porque la alteridad siempre presente hace que la respuesta a ella sea la condición de análisis misma. Podemos ver esto en funcionamiento, por ejemplo, en el trabajo del cártel, en el dispositivo mismo de las conversaciones, en la posibilidad de que cada uno sostenga una enunciación. Pero también podemos ver esto en el propio trabajo institucional. Cómo el propio camino de cada uno, con su estilo, su enunciación, su modo de hacer, en resumen, con su goce, en la medida en que muestra la diferencia absoluta allí, es capaz de funcionar como una especie de invitación a algo más que al odio, es decir, a lanzarse a la posición analítica.

Por supuesto, esto depende del trabajo de análisis personal. Es en el análisis donde se puede ir más allá del fantasma de la completitud o de la necesidad de destruir al otro para dar consistencia al ser. Pero la Escuela puede ser entonces el lugar donde esta experiencia se vuelve válida más allá del análisis, de modo que la posición de análisis es el motor de la educación.


*Trabajo presentado en la plenaria «Gozo e a Escola», en la Jornada da EBP-SC.

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