El Lugar del Deseo – por Jeanne Joucla – 2025/09/28

EL LUGAR DEL DESEO

Por Jeanne Joucla

2025/09/28


En «Lo ominoso», Freud confiesa, en una nota, este recuerdo: durante un viaje en un coche cama, bajo el efecto de una sacudida, se abrió una puerta y » Me encontraba solo en mi camarote […] y apareció ante mí un anciano señor en ropa de cama y que llevaba puesto un gorro de viaje. Supuse que […] había equivocado […] pero me quedé atónito al darme cuenta de que el intruso era mi propia imagen proyectada en el espejo sobre la puerta de comunicación.»[1]

Una puerta abierta sobre la angustia

Freud no dice que le asuste esta aparición del doble en el reflejo de la ventanilla del coche cama,sino que no lo reconoce. Esto se refiere a la diferencia entre miedo y angustia, como señala Lacan: «ante la cual la angustia opera como señal es del orden de lo irreductible de lo real[2]«, un real fuera de cuadro. Lacan agrega: » Incluso en la experiencia del espejo, puede llegar un momento en que la imagen […] se modifique. […] que es nuestra estatura, nuestro rostro, nuestro par de ojos, deja surgir la dimensión de nuestra propia mirada, […] aurora de un sentimiento de extrañeza que es la puerta que se abre a la angustia. «.[3]

Es este movimiento por el cual familiar/extraño, heimlich/unheimlich, mirar/ser mirado se dan la vuelta hasta que se fusionan. Lacan lo ilustra con respecto a la última escena de La Dolce Vita: «¿Qué es lo que nos mira? […] piensa en el viveur [cuando] ve el ojo inerte de la cosa marina […] de qué modo la angustia emerge en la visión en el lugar del deseo gobernado por a.»[4]

El ojo que se arroja

En «El Moisés de Miguel Ángel», Freud expone, en términos imbuidos de necesidad, esta otra memoria ligada a la mirada y al deseo, cuando, en cada uno de sus viajes a Roma, va al encuentro del Moisés esculpido por Miguel Ángel para la tumba del Papa Julio II, en la Basílica de San Pietro in Vincoli: «Ninguna obra plástica ha producido nunca un efecto más intenso en mí. Cuántas veces he subido la empinada escalera que conduce […] al lugar solitario […], tratando siempre de sostener la mirada desdeñosa y airada del héroe», a veces incluso mezclándose con el populacho sobre el que, escribe, Moisés «pone su mirada».[5] Contemplar la obra y ser mirado por ella parece fusionarse.

Inhibición en el camino de acción

Freud da un lugar de honor a muchas hipótesis sobre la estatua «enigmática», como si estuviera retrocediendo ante el cuestionamiento de lo que íntimamente lo involucra en su contemplación. Luego describe el «gesto contenido» de Moisés, que se hace imposible cuando «se prepara para saltar»[6] para castigar a los renegados después de la escena del Becerro de Oro. Para él, Miguel Ángel esculpe «otro Moisés», «sobrehumano», con esta «ira […] inhibidos en el camino de la acción».[7]

Es aquí, quizás, donde Freud reconoce en este otro encarnado por el profeta, el mismo gesto comedido que le concierne, dentro del movimiento psicoanalítico y sus disidencias: «la asfixia de su propia pasión en nombre de una misión a la que se ha consagrado».[8] El gesto artístico de Miguel Ángel arroja luz, fuera de la pantalla, sobre este lugar del deseo de Freud, que gobierna a.


*Joucla J., Le lieu du désir – L’HEBDO-BLOG

[1] Freud S., “Lo ominoso” (1919), Obras completas, tomo XVII, Buenos Aires, Amorrortu, 2003, p. 247.Artículos de Laetitia Jodeau-Belle

[2] Lacan J., El Seminario, libro X, La angustia, texto establecido por J.-A. Miller, Buenos Aires, Paidós, 2016, p. 174.

[3] Ibíd., p. 100.

[4] Ibíd., p. 274.

[5] Freud S., “El Moisés de Miguel Angel” (1914), Obras completas, tomo XXIII, Buenos Aires, Amorrortu, 2003, p. 219.

[6] Ibíd.

[7] Ibíd., p. 162.

[8] Ibíd., p. 234.

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