UN PULMÓN ARTIFICIAL
Por Claudio Godoy
2025/08/14
Claudio Godoy:
Bueno, buenas noches. El título del trabajo es “Un pulmón artificial.”
Esta noche nos interroga sobre la época, las estructuras clínicas y el inconsciente. Nunca está de más preguntarnos por la época porque siempre se corre el riesgo de estar un poco en retraso frente a lo vertiginoso de las transformaciones del presente, más aun desde la aceleración postpandémica, de la digitalización y el estatuto que tomó el smartphone en nuestra existencia. No es un gadget más, es uno que se devoró a todos los otros, un órgano más del cuerpo del parlêtre, su memoria objetivada o su doble virtual donde se espera encontrar la clave del crimen en el último mensaje. Este objeto al que estamos adheridos o somos adictos al plus-de-goce siempre disponible que ofrece es el medio y el escenario en el que transcurre gran parte de la vida contemporánea de los seres hablantes. Lacan decía que la televisión era devoradora. Podemos imaginarnos de lo que diría del smartphone ahora dotado con una inteligencia artificial capaz de terminar con la poca natural que nos queda.
Somos contemporáneos de una transformación del estatuto del saber y la verdad como no tiene antecedentes en la historia de la humanidad. Se lo suele comparar con la invención de la imprenta por Gutenberg, pero creo que no sería exagerado decir que la digitalización globalizada y totalizante la rebasa en una radicalidad cuyas consecuencias aún desconocemos en todo su alcance. En general, hemos caracterizado a la época con una serie de referencias que han sido muy fecundas: la evaporación paterna, el discurso capitalista, el plus-de-goce en su cénit nos han servido para dar cuenta de las torsiones que éste produce en las estructuras clínicas, así como la proliferación de síntomas ligados a los consumos que van desde los excesos hasta las privaciones más extremas. Pero si algo caracterizaba muchos de esos síntomas que solemos denominar actuales o contemporáneos, se caracterizan por presentarse como la repetición de un Uno que no se liga con ningún S2, que no es permeable a ninguna elaboración de saber, un Uno mudo que itera una y otra vez.
La articulación entre S1 y S2 es la base del algoritmo de la transferencia y la constitución del sujeto supuesto saber, condición para abonarse el inconsciente. Sin embargo, se constataba en el curso del tratamiento que muchos de esos casos podían desplazarse desde la refractaria posición inicial hasta un síntoma en el sentido analítico abriendo su dimensión de verdad y saber supuesto o, por el contrario, revelar la dimensión psicótica del fenómeno. Es la manera que tenemos de verificar que se trata de un sujeto neurótico, la manera freudiana denominada neurosis de transferencia, esa neurosis artificial que nos permite verificar que se trata de una estructura neurótica. Neurosis o psicosis no son categorías psiquiátricas, sino forjadas por Freud en la experiencia por su modo de respuesta en la transferencia.
Ahora bien, en la historia del psicoanálisis se dio un paso fundamental cuando los psicoanalistas se aventuraron más allá de esta clínica de la neurosis de transferencia. Fue la clínica de las psicosis en donde se trató de no retroceder en ese campo en el cual el retorno en lo real del Uno atormenta al sujeto al convertirlo en su mártir sin que necesariamente pueda encontrar en el S2 del delirio el anclaje estabilizador. Esta clínica abría una perspectiva muy grande que, a su vez, la trasciende porque revelaba la eficacia del encuentro con un analista para sujetos cuyos síntomas no son permeables al sentido o al desciframiento del inconsciente. No buscan un saber supuesto. Había una clínica posible del Uno no sólo de lo que entra en la lógica S1àS2, una clínica de la relación del sujeto con esos S1 que lo atormentan y sus tratamientos posibles.
Con diversas metáforas he intentado caracterizar la modernidad digital contemporánea y su impacto en nuestros modos de vida evocando desde la fluidez cambiante de lo líquido hasta la trama risomática de las redes para explicar cómo se configura un nuevo sujeto que incrementa su aislamiento cuanto más hiperconectado está, sumergido en un universo donde la repetición del Uno reduce toda experiencia -incluso la sexual- a registrarse sólo como una experiencia aditiva, numerable, expresable en el lenguaje del rendimiento. Él mismo busca afirmarse como un Uno en una autoconstrucción. Editor solitario de su selfie, rechaza su división, no cree en el inconsciente y se siente liberado de las determinaciones del Otro. Se identifica de este modo a la imagen que construye para darse un ser, una identidad que cotiza por su valor de exposición en el enjambre digital.
Los nuevos dispositivos alimentan por esta vía un individualismo radicalizado en tanto alientan al sujeto a personalizar sus preferencias y prescindir de cualquier otra instancia de mediación poniendo en el centro de todo al Uno-solo, constituyendo -como lo denomina Jacques-Alain Miller- el “Un-dividualismo moderno”, algo que muy tempranamente Lacan advertía, en 1948 y que hoy cobra plena vigencia. Decía Lacan:
“La promoción del yo en nuestra existencia conduce conforme a la concepción utilitarista del hombre que la secunda a realizar cada vez más al sujeto como individuo, es decir en un aislamiento del alma cada vez más emparentado con su abandono original.”
La caída del padre, efectivamente, era equivalente para Lacan al ascenso o realización del individuo. Estas burbujas sustentadas por la impregnación de la técnica en la asistencia del parlêtre del siglo XXI operan en la época de la evaporación del padre como la defensa que la época ofrece. En el Seminario XXIII, Lacan introdujo el concepto de «ego» para designar algo distinto de la función especular del yo por él destacada, una nominación reparadora de la ausencia de hecho de la nominación paterna. Puede constatarse con frecuencia en la clínica que la fórmula “Soy lo que digo” -versión contemporánea del cogito cartesiano, tal como ha destacado Jacques-Alain Miller- se sostiene en una nominación imaginaria. Marie-Hélène Brousse advertía recientemente esta proliferación de los egos señalando que “los egos son lo ordinario de la psicosis”. El individuo se afirma sin división en antinomia con el inconsciente. Sin embargo, lo real insiste y la angustia irrumpe cuando la burbuja se rompe, momento de fracaso de la defensa localizable en algunas coyunturas precisas, aquellas en las que el sujeto tiene que pasar al acto con su cuerpo más allá del nombre o cuando la contingencia lo confronta con una alteridad que no se reabsorbe en la burbuja. Es la irrupción perturbadora de lo Otro.
La fragilidad óntica de lo inconsciente demuestra que éste no es una propiedad psicológica ni fisiológica. Más aun, no es ni no es. De ahí que Lacan haya destacado su estatuto ético. El carácter elusivo y fragmentario con el que se presenta busca realizarse, habita siempre el futuro, está por venir, requiere que haya un deseo que lo realice tanto de parte de aquel que atraviesa el umbral que lo instituye como analizante como del Orfeo analista, de quien de la acción de su deseo para no hacer resistencia a su apertura.
Consentir o rechazar el inconsciente son posiciones éticas que determinan la entrada en análisis. Ponen en juego un acto, por eso no pueden reducirse nunca a una técnica ni a un formalismo protocolar o estándar. Conlleva el pasaje vía transferencia del “No pienso” -posición inicial del sujeto que dice “no” al inconsciente- al “No soy” que lo afirma y constituye su verdad. Pero es un hecho que, como hemos señalado, la práctica analítica desde sus inicios con sujetos adultos neuróticos se ha expandido sin cesar. Hay analistas con niños, con psicóticos, con alcohólicos, con anorexias, con bulimias, con fenómenos psicosomáticos, autistas, etc., y la lista sigue abierta porque, como lo ha señalado Jacques-Alain Miller en su texto “Las contraindicaciones al tratamiento analítico”, no hay objeciones al encuentro de un sujeto con un analista, no hay contraindicaciones a priori ya que, por su deseo, un analista es un objeto versátil que puede tener distintos usos. El deseo del analista lo sitúa fuera de un lugar de dominio del saber, no juzga ni corrige, resulta ajeno a los métodos coercitivos en que incurren otros tratamientos y ofrece un lazo inédito que permite alojar algo muy singular del sujeto.
Cuando algo de esto ocurre, hay un efecto transferencial indudable que da otro margen de maniobra en esos casos refractarios. Esto plantea -como sostiene Miller- una disyunción entre el psicoanálisis y el psicoanalista, entre la formación y la práctica o, dicho de otro modo, entre el psicoanálisis puro y el aplicado a la terapéutica. “El psicoanálisis puro no es más que uno de los usos a los que el psicoanalista se presta”, señalaba Miller. En este aspecto, la clínica de las psicosis -en especial de las psicosis ordinarias- nos enseñan ellas que no se trata del desciframiento del inconsciente, sino de la importancia de las maniobras transferenciales. Sujetos que no se abonan al inconsciente, al sujeto supuesto saber, pero sí al analista en donde éste puede pasar a ejercer una función fundamental en el anudamiento del sujeto.
Vale recordar que lo puede esperarse de un analista es la perturbación de la defensa pues, si no, uno siempre dice la misma cosa. Es el monólogo del Uno-solo, el del individualismo contemporáneo. Abrirse a dialogar con un analista es perturbar el monólogo, le da existencia al Otro, pone en juego una dimensión transferencial, aunque no sea por la vía del sujeto supuesto saber, pero donde se constituye sin duda un lazo. Tal vez no sea el inconsciente transferencial, pero el equívoco propiciado por lalengua en el diálogo permita algo de la Une-bévue, de Una-equivocación, en donde lo real del inconsciente haga su guiño fugaz. “El psicoanálisis”, decía Lacan, “no es un progreso. Es una innovación, un nuevo lazo social, la invención de un nuevo objeto, el analista”. Como lo señala Lacan en 1973: “El discurso de la ciencia tiene consecuencias irrespirables para lo que se llama la humanidad. El análisis es el pulmón artificial gracias al cual se intenta asegurar lo que hay que encontrar de goce en el hablar para que la historia continúe”. Me pareció muy interesante esta definición del análisis como “un pulmón artificial” frente a lo irrespirable de nuestra época.
Quisiera concluir con la respuesta que Lacan le da a un etnólogo que le manifestó en Oxford que objetaba la existencia del inconsciente. Se puede encontrar esto en el texto de Lacan redivivus que es magnífico. Le escribió Lacan esta respuesta al que objetaba el inconsciente:
“No se preocupe. Usted niega el inconsciente porque nada se lo impone, lo cual es una suerte. Alégrese mientras eso dure y no venga a buscarme antes del primer síntoma dado que no siente que usted ya lo es, síntoma en lo social.”
Gracias.
*Intervención en la 2da Noche Preparatoria hacia la Jornada «El sí y el No. Consentir o rechazar el inconsciente» organizada por la EOL. Inédito.

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