¡Es Cómico! – por Jacqueline Dhéret – 2025/06/27

¡ES CÓMICO!

Por Jacqueline Dhéret

2025/06/27


Hay en esta breve puntuación de Lacan, repetida varias veces en el curso de su enseñanza, un pequeño toque de ironía que equivale a la interpretación; en particular cuando revela el humor de las agrupaciones que se pueden formar entre los psicoanalistas. El instante anterior no nos veíamos allí, al momento siguiente vislumbramos cómo la palabra puede llevar enunciados que funcionan como pancartas. La observación «es cómico» nos da a entender lo ridículo de un movimiento que ya no se puede ocultar a sí mismo; una pequeña anotación efectiva, que despierta.

Nótese que Lacan no trata como cómicos a quienes, en las sociedades psicoanalíticas, promueven la «prestancia» y se cooptan a sí mismos «combinando» la «resonancia narcisista» y la «astucia competitiva».[1] Nunca se convierte en caricaturista[2] y no presenta al hombre su fealdad moral, que sabe que es de estructura. También es consciente de que algunos de los comentarios están cargados de «descaro y resentimiento».[3] Más bien, es objeto de investigación una observación tomada de un texto de Baudelaire sobre el que Jacques-Alain Miller llamó nuestra atención[4]: la risa provocada por la caricatura no está exenta de un sentimiento de miedo. La caricatura lleva una idea mordaz y juzgadora. Como lo grotesco, provoca cierto susto. Es en estas disonancias, que no son contradicciones, en las que Lacan estaba interesado.

Lacan enseña psicoanálisis. Sostiene un discurso que apunta a su elaboración. Por supuesto, a veces molesta a quienes se acercan a escucharlo, pero no hay rastro de la hilaridad excitante e incorregible de la que habla el escritor [5] sobre los artistas que disfrutan burlándose de los seguidores ortodoxos. La enseñanza de Lacan está guiada por una ética que otorga al término cómico horizontes singulares. Digamos que sus palabras no son entretenimiento, burla al otro o a los demás, donde perturban y te hacen sonreír.

No son los analistas los que hacen el ridículo, sino los discursos, en cuanto aseguran a los miembros de una sociedad analítica la rutina y la comodidad[6]. Lacan interpreta, no sin humor, la tentación permanente de la llamada a una garantía en el corazón de cada persona, a partir de lo que su experiencia no le permite ignorar: «es porque sabemos mejor que los que nos han precedido reconocer la naturaleza del deseo […], que es posible un juicio ético, que representa esta cuestión con su valor de Juicio Final: ¿Has actuado de en conformidad con el deseo que habita en ti?»[7]. No «crítica al psicoanalista, sino a su responsabilidad».[8]

Las burlas del superyó

Movilizar el superyó, la noción del Juicio Final para abordar el deseo del analista, utilizando el término conformidad, sólo puede hacer tambalearse. Un poderoso dicho que no es Witz, una nominación fantasiosa que revela la función del Ideal en su relación con la norma, y una invitación: Puedes querer conocer el deseo que habita en ti, incluso sus consecuencias para la función de psicoanalista a la que puedes, si lo deseas, prestarte. Entonces, porque ya no aspiras a verte en el cuadro ficticio de los miembros de la sociedad de psicoanalistas, trabajarás con otros para mantener viva la responsabilidad del discurso promovido por Freud. Pero entonces, ¿tendrás que lidiar con la renuncia pulsional que él nos ha enseñado que aumenta la severidad del superyó interior[9]?

Es el vínculo entre el sujeto y el goce lo que movilizó a Lacan. Esto sólo puede definirse a partir de la función del deseo de la que el sujeto es cautivo, lo que lleva a hacer distinciones: está el goce sexual marcado por la castración, está el que el objeto a condensado en el fantasma, y está el goce del superyó. El hecho de que Lacan se libere del teatro edípico, que lo sustituya por la función de la castración, le permite arrojar luz sobre el vínculo entre identificación y pulsión. 

El Juicio Final, en el contexto de la cura, puede ser entendido y leído como una llamada al puro goce. Algo se duplica en el sujeto entre la falsa autoridad del amo severo y el  id insistente que hace del que quisiera ser reconocido, elegido, un pobre pecador. La facticidad de las formas institucionales de cooptación que operan en los grupos postfreudianos, su ronroneo, ignora deliberadamente lo que enseña la experiencia de una cura: «Es en el querer ser el amo del ello que el yo se encuentra con un superyó a sus espaldas»,[10] dice J.-A. Miller, lector atento de «Kant con Sade».[11] Al no tomar en consideración el goce en su relación con el deseo inconsciente, pasamos por alto el deseo del analista como enunciación. Así que sí, podemos reírnos de la promoción del ego, de su puesta en escena por parte de los herederos de Freud que trabajaron para asegurar que el psicoanálisis se conformara. El superyó de cada uno debe haber desempeñado en ella su parte de goce, no sin burlas y rivalidades silenciosas.

Sonreír no es reír

Lacan nos invita a considerar que una revisión ética es posible cuando la cuestión del fin de la cura está en el programa inesperado de las últimas sesiones del analizante. «¿Actué de acuerdo con mi deseo?» o «¿Actuaste de acuerdo con tu deseo?». Dos preguntas pronunciadas en lugar del Otro, a menos que consideremos que el sujeto resultante de la experiencia del análisis está determinado a sacar las consecuencias de una caída: la del sujeto supuesto saber. Aquí no hay programa, no hay Otro que lo garantice, y no hay renuncia pulsional en el sentido en que Freud lo entendía, sino reordenamientos.

Puede suceder que el analizante, al final del tratamiento, murmure: «¡Fue solo eso!» y sonría ante el poco sentido que revela la caída de una identificación. No hay una última palabra, sino significantes-amos privados y un «no hay» con el que conviene conformarse. La renuncia pulsional de Freud adquiere entonces la apariencia de una nueva alianza con la pulsión que se abstiene de concluir: «¡Todo esto por esto!»[12] … Entonces podemos servirnos de su superyó, oír en él la dimensión de «¡Goza!» que nunca dejará de llevar. ¡Lo escuchamos, sin gozarlo! Caricaturizarse a sí mismo y ser autocrítico son formas de ceder al propio deseo. En el análisis, la culpa se manifiesta en el momento en que el sujeto se enreda con eso. Atestigua la proximidad del goce incluido en el fantasma. Cuando el objeto a salta, la risa no está ahí. Digamos que, en este aspecto ético, que no está exento de cierto desorden, ser responsable no nos permite decir: «es mi culpa…» Ni para concluir: «Muy poco para mí».

Cuando el pecador se convierte en pez

En este día del 1 de abril, este profesor de escuela arrastra los pies. Tendrá que lidiar con los chistes de los niños, que están dirigidos al «ojo del ídolo»[13]. Es pesado, hecho de negaciones: «No se preocupe, señor, no hay nada debajo de su escritorio…» En el recreo, tiene que estar atento a los empujones que tienen como objetivo enganchar la famosa broma del Día de los Inocentes en su espalda. Todo esto es demasiado conocido, dice el profesor, pero mañana, uf, ¡todo volverá a la normalidad! Qué fatiga, qué pérdida de sentido, dirían quienes, en la opinión pública, optan por ignorar el inconsciente.

En la sala de espera del analista, el pez del que el maestro creyó haber escapado cae de su chaqueta; detrás del dibujo, una frase: «Tus alumnos quieren envenenarte».Sin saberlo, un niño señaló la confusión del sujeto, cuya parte íntima no domina el profesor, quien usa su poderosa voz para tratar de dominar el bullicio de su clase. Lo que no estaba en el programa levanta el velo de un más allá de la represión. La contingencia no estaba en el punto de encuentro de la broma tan esperada por los niños -de este lado no había encuentro-, sino con el objeto causa del sujeto, subido de repente a la plataforma.

A Lacan le debemos, a lo largo de su enseñanza, formas de hablar alegres, vigorizantes, que despiertan el deseo y nos alejan del ronroneo del pensamiento.


*Dhéret J., C’est comique ! – J55

[1] Lacan J., “Proposición del 9 de octubre sobre el psicoanalista de la Escuela Freudiana de París”, Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2021, p. 264.

[2] Cfr. Baudelaire C., « De l’essence du rire », Œuvres complètes, tome 2, Paris, Gallimard, 1976, pp. 525-543.

[3] Ibíd., p. 529.

[4] Cfr. Miller J.-A., « Vicissitudes du valet », Ornicar ?, n° 59, noviembre 2024, pp. 163-177. 

[5] Cfr. Baudelaire C., « De l’essence du rire », op. cit., p. 526. 

[6] Lacan narra esto a propósito de un analista con el que se cruzó en EE.UU. Lacan J., “Proposición del 9 de octubre sobre el psicoanalista de la Escuela Freudiana de París”, op. cit, p. 248.

[7] Lacan J., El Seminario, libro VII, La ética del psicoanálisis, texto establecido por J.-A. Miller, Buenos Aires, Paidós, 2017, p. 370.

[8] Lacan J., Le Séminaire, livre XII, Problèmes cruciaux, texte établi par J.-A. Miller, Paris, Seuil/Le Champ freudien, 2025, p. 357.

[9] Cfr. Freud S., “El yo y el ello” (1923), Obras completas, tomo XIX, Buenos Aires, Amorrortu, 2003.

[10] Miller J.-A., « Vicissitudes du valet », op. cit., p. 173.

[11] Cfr. Lacan J., “Kant con Sade”, Escritos, tomo 2, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2018.

[12] “Ahí, pueden estar seguros de que se encuentra la estructura que se llama ceder sobre su deseo”. Cfr. Lacan J., El Seminario, libro VII, La ética del psicoanálisis, texto establecido por J.-A. Miller, Buenos Aires, Paidós, 2017.

[13] Cfr. Perelman S. J., L’Œil de l’idole, París, Éditions Wombat, 2011.

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