Lo Instantáneo del Fantasma en el Niño Pequeño – por Yasmine Grasser – 2025/03/11

LO INSTANTÁNEO DEL FANTASMA EN EL NIÑO PEQUEÑO

Por Yasmine Grasser

2025/03/11


Este trabajo sobre lo «instantáneo» del fantasma comienza con una sesión de análisis con un niño menor de cuatro años, y se basa en una indicación de Lacan (S. VI) sobre el «momento de desaparición del sujeto» en la función del deseo. Esta indicación concierne a la posición del sujeto del deseo en su relación con el objeto a, tal como lo escribe Lacan en su fórmula del fantasma ($◊a). Se puede leer en la siguiente afirmación: «para lo que llamo fantasma como soporte del deseo, se requiere que el sujeto esté representado ahí en el momento de su desaparición».[1]

«Tienes un gran bolígrafo rojo como mami», me dice Robin. Sigue una pausa en la que suspende su mirada en la de su madre, quien a su vez se detiene mirando el objeto. Dice banalmente: «es verdad, tengo el mismo bolígrafo». El niño permanecerá en silencio durante toda la sesión y será sin decir una palabra que, encontrando un libro en la biblioteca con la imagen de una vela, lo coloca de incógnito frente a su madre, abierto en la página donde se extiende una dedicatoria.

La imagen del bolígrafo apoyaba su deseo infantil de jugar con él, así como el deseo de su madre de anularlo. Este momento de suspenso frente a la pluma ha indexado en cada una de las parejas su posición como sujetos de deseo. El niño no puede decirlo. La madre dice demasiadas cosas. El silencio del niño ha lastrado estas imágenes, pluma, vela, dedicatoria que, si no hacen llegar un mensaje al Otro, no son más que formas imaginarias que representan al sujeto en este momento de desaparición[2]. Robin quiere irse. Ante la falta de recursos del niño, inmediatamente le sugerí que pidiera a sus padres que regresaran, a lo que respondió con un fuerte «sí».

Al comienzo del Seminario VI, Lacan escribió la fórmula del fantasma ($ ◊ a), deducida del esquema L, para expresar que esta «ausencia» es «característica de la incidencia del deseo en la relación del sujeto con las funciones imaginarias».[3] Al final del seminario, vuelve a esta «ausencia» que sitúa en el sujeto como «tiempo suspendido, un momento de desaparición del sujeto que corresponde a un momento de acción en el que el sujeto no puede establecerse». El sujeto sólo da una vislumbre de su ser en relación con el Otro. El ser no puede decir quién es, sino que apela a «un punto de imaginario» que señala su presencia por una especie de «densidad». Este punto imaginario se articula en la estructura del fantasma[4]. Lacan nos aconseja seguir en la experiencia las transformaciones del sujeto que inscriben las identificaciones del sujeto con el falo.[5]

Pero ¿qué pasa con la madre? Dos preguntas la dividían: ¿su hijo seguía siendo su bebé o es ya un niño?

Este momento es crucial para un chico que tiene que elegir en su relación con el falo entre ser o tener. Es entonces cuando la transformación de la relación entre el sujeto y el Otro tiene que sustituir la relación madre/hijo. Esta transformación va acompañada de narraciones: en las que la escena de la pluma ha sido sustituida por otra narración específica de la madre; donde la escena del niño y el primo revisando su órgano, pronunciada por un adulto, ha sido reemplazada por el dicho de Robin: «¡No soy yo, es él!»

Estas sustituciones de las narraciones, que son la «provincia de lo simbólico», concluyen con la sustitución de la imagen del otro por el sujeto. Castigar o denunciar cuestiona a esta madre que opta por contarme la palabra de su hijo. Estas palabras la tranquilizan: ¡su hijo es un niño, como su primo! Pero esta palabra, para el analista, indica la capacidad del sujeto de «hacerse imagen del otro», i(a). Por lo tanto, existe claramente una relación entre el yo del sujeto como imagen del otro i(a) y el pequeño otro. La imagen del otro, i(a), representa al sujeto desaparecido, «exigible» en el fantasma, como indicaba Lacan. Esta operación permite al niño sustituir la relación con su madre por juegos de niños. También permite destacar el funcionamiento de la estructura cuatripartita del fantasma que Lacan acortó en la fórmula ($◊a) a través de la cual se constituye el sujeto del deseo.

Esta estructura se inicia con la primera relación del niño con su madre, centrada en la aprehensión del niño de la totalidad, es decir, de su madre como Una, de la que él es el objeto[6]. Esta relación con el Uno es el marco en el que se inscriben las relaciones del niño, como uno, con su propio cuerpo: en el espejo, donde se reconoce a su imagen como separado del Otro y al que da un valor electivo; en lo especular, cuando accede a una cierta «relación identificatoria transitiva» con otro de la misma edad. La primera relación con el Uno de la madre, subraya Lacan, sólo puede sostenerse mediante la articulación a la segunda en la relación con su cuerpo, al que regula, en la medida en que «interfiere» con él y está bajo «su dependencia». Estas relaciones están formadas por: el sujeto, su yo que es la imagen del otro i(a), el pequeño otro, el gran Otro. La escena de San Agustín, a la que se refiere Lacan, muestra que el niño se identifica primero con el niño en los brazos de su madre (con el Uno), luego se identifica con el niño que ve i(a) y que posee el objeto (a) deseado por él.

Este objeto deseado, para ser deseado por el sujeto, se ha convertido en un objeto simbólico que él puede nombrar. A través del juego de sustituciones que articula, el sujeto, que es todo acerca de su pasión celosa, se divide, dando forma a lo que es como sujeto de deseo y como sujeto hablante, a costa de modificar su relación con su madre. Porque lo que importa es que la escena de la desaparición del sujeto tenga lugar bajo la mirada del analista, y que colisione con la escena de la identificación transitiva en el Otro sorprendido por la mirada del adulto.


*Grasser Y., L’instantané du fantasme chez le petit enfant – JIE8 – Rêves et fantasmes chez l’enfant

[1] Lacan J., El Seminario, libro VI, El deseo y su interpretación, Buenos Aires, Paidós, 2017, p. 462.

[2] Ibíd., p. 475.

[3] Ibíd., p. 135.

[4] Ibíd., p. 476.

[5] Ibíd., p. 501.

[6] Ibíd., p. 17.

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