LA HOJA EN BLANCO Y EL AMOR
Por Marco Mauas
2025/02/22
Jacques-Alain Miller, en su Curso del 14 de marzo de 1990[1], escribió una fórmula que permitiría dar solución a la paradoja de la sociedad de los analistas -el conjunto de los analistas- permitiendo que el resultado de un análisis fuera «un cuestionamiento, una discusión, hasta una negación que recae sobre una identificación».
La fórmula indica que «los que no pertenecen a ningún conjunto pertenecen al conjunto E*»:
x ∉ E ↔ x ∈ E*
Esto no indicaría que «sean analistas», sino que «está por verse».
Así, concluye Miller, «este conjunto [E*] de la Escuela, posee la estructura de la paradoja de Russell».
Bertrand Russell escribe en su autobiografía[2] que, en 1901, cuando descubrió su [ahora] famosa paradoja, esto implicó un golpe muy grande para él. Tocaba su existencia, no era algo intelectual.
Fue un momento difícil para él. La esposa de su amigo Albert North Whitehead, con quien escribió su ambicioso «Principia Mathematica» (notemos que a la edad de 29 años ya tenía un camino en su práctica de escribir sobre lógica) de repente sufrió dolores físicos que la dejaron postrada en cama, y Russell dice que esto le afectó más allá de lo que suponía:
«Pasé por algunas reflexiones como las siguientes: la soledad del alma humana es insoportable; nada puede penetrar en ella excepto la más alta intensidad de la clase de amor que los maestros religiosos han predicado; todo lo que no brota de este motivo es perjudicial, o en el mejor de los casos inútil; de ello se deduce que la guerra está mal, que la educación en una escuela pública es abominable, que el uso de la fuerza debe ser despreciado […]»
Llega a una reflexión donde algo lo detiene:
«Al final de esos cinco minutos […] Durante un tiempo, una especie de iluminación mística me poseyó. Sentía que conocía los pensamientos más íntimos de todos los que me encontraba en la calle, y aunque esto era, sin duda, una ilusión […]»
Inmediatamente (!), detalla el descubrimiento de su paradoja. Es el entrecruzamiento de la carta con su pequeña certeza delirante.
“[…]en el mes de mayo tuve un revés intelectual casi tan severo como el revés emocional que había tenido en febrero. Cantor tenía una prueba de que no hay un mayor número […] En consecuencia, examiné su prueba con cierta minuciosidad y me esforcé por aplicarla a la clase de todas las cosas que existen. Esto me llevó a considerar aquellas clases que no son miembros de sí mismas, y a preguntarme si la clase de tales clases es o no es miembro de sí misma. Descubrí que cualquiera de las dos respuestas implica ser contradictoria. Al principio supuse que sería capaz de superar la contradicción con bastante facilidad y que, probablemente, había algún error trivial en el razonamiento. Poco a poco, sin embargo, se hizo evidente que este no era el caso».
Durante mucho tiempo se sentó frente a una hoja de papel en blanco, tratando de resolver la paradoja.
Russell continúa, casi al mismo tiempo, un segundo golpe lo fulminó. Mientras montaba en bicicleta por el campo, de repente se dio cuenta de que ya no amaba a su esposa, Alys.
¿Qué viene antes? ¿El golpe del descubrimiento de la paradoja o el golpe de la comprensión de que ya no amaba a su esposa? Russell cuenta dos golpes, tal vez tres, incluido el dolor de la esposa de Whitehead.
Si estamos de acuerdo en que hay algún entrelazamiento entre la estructura de la paradoja y la apertura o el cierre de un amor, un amor vivo que de repente ya no vive más, entonces sería posible plantear la pregunta a aquellos que eligen «la escuela estructurada como la paradoja». ¿Implica esta decisión una decisión de una valiente disponibilidad a un destino en el amor?
La estructura de la Escuela de Analistas, como tal, permitiría tal acceso a esta pregunta crucial, a la que Russell se enfrentó, no sin dolor: ¿qué es el amor? ¿Sigo amando? ¿He conocido el amor? ¿O es, como decía Freud del análisis, como un billete de tren, que se puede usar o no?
*Mauas M., NLS-Congress 2025 — “A more serious blow”
[1] Miller, J.-A., “El banquete de los analistas”, Paidós, Buenos Aires, 2000, p. 255.
[2] Russell, B., “Autobiography”, Routledge, 1975, pp. 136-138.
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