La Alucinación o la Topología de la Represión – por Hervé Damase – 2025/02/07

LA ALUCINACIÓN O LA TOPOLOGÍA DE LA REPRESIÓN

Por Hervé Damase

2025/02/07


La alucinación en el niño es una realidad clínica difícil de aprehender, ya que ésta no es objeto de una subjetivación crítica desde el principio. Al imponerse al sujeto, es un fenómeno lienguajero que adopta formas variadas que van desde frases impuestas hasta ruidos parasitarios.

¿Cómo, entonces, puede el clínico que trabaja con el niño, tanto en una consulta como en un entorno institucional, tener una idea de la presencia de tales fenómenos experimentados en el cuerpo del parlêtre? ¿Cuál sería en sí el interés de tal exploración?

En su texto «Interpretar al niño»[1], Jacques-Alain Miller nos invita a considerar cuán crucial es tal señalamiento porque si bien no todos los niños tienen que lidiar necesariamente con la alucinación, hay algunos que se encuentran desarmados para lidiar con ella.

Así, para tener siquiera una idea de la presencia de las alucinaciones, es requisito elaborar una concepción de las mismas, como indica Lacan siguiendo a Freud al postular que «la realidad humana se construye sobre un fondo de alucinación previa».[2]

J.-A. Miller nos dice que vayamos a ver lo que Lacan dice sobre este tema en la lección del 3 de diciembre de 1958 del Seminario VI, El deseo y su interpretación, donde aporta algunos elementos valiosos para situar precisamente el surgimiento de la alucinación, a partir del análisis del sueño de una niña muy pequeña de diecinueve meses.

El sueño de la pequeña Anna

En esta lección, Lacan retoma el análisis de este sueño que el propio Freud presenció y que le permite precisar en qué se diferencia el sueño del niño de aquel del adulto. En los niños, la tesis según la cual el sueño es la realización de un deseo es más radical: » el deseo iría derechito, de la manera más directa, a lo que el sujeto desea.»[3]

De este modo, Freud retoma lo que observa con la pequeña Ana: » Mi hija menor {es Anna Freud} , que tenía diecinueve meses, había vomitado cierta mañana y por eso se la tuvo a dieta el resto del día. La noche que siguió a ese día de hambre se la oyó proferir, excitada, en sueños: «Anna Feud, Er(d)beer, Hochbeer, Eier(s)peis, Papp». »[4]

¿Es este sueño un sueño, en el sentido psicoanalítico? Es lícito planter la pregunta en vista de la necesidad de que, para que un sueño sea tomado en consideración, sería necesario que el soñador diera el relato. Aquí, estamos presenciando un sueño «vivo», en el que Freud recoge palabras de la boca del soñador en el mismo momento en que ella está soñando. Lacan objeta que no es así: se trata de un sueño en el sentido de que son significantes producidos por el sujeto durante su sueño: » El valor ejemplar del sueño pescado por Freud radica en que sea articulado en voz alta durante el sueño, lo cual no deja ningún tipo de ambigüedad en cuanto a la presencia del significante en su texto actual».[5]

Una vez establecido esto, se trata de un sueño en su forma elemental, en cuanto que enuncia una serie de palabras que son nombres, el primero de los cuales es el del sujeto mismo: «allí reside lo esencial de la implicación del sujeto humano en el acto de la palabra: en ésta, él se cuenta, se nombra».[6]

Este sueño, por otro lado, destaca la función de satisfacción que éste permite operar. Al soñar con fresas, la pequeña Anna obtiene su venganza «contra la política sanitaria del hogar»[7] que quería prohibirlas, usando su nombre «para expresar la toma de posesión«.[8]

Lacan indica que «vemos […] El significante presentarse en un estado floculado, es decir, en una serie de nominaciones. Estas nominaciones constituyen una secuencia cuya elección no es indiferente […] se trata precisamente de todo lo que le ha sido interdicto, inter-dicto, respecto de lo cual, ante la demanda, le dijeron ¡No! ¡Nada de agarrar eso! Este denominador común introduce una unidad en la diversidad de estos términos».[9] Detrás de la serie, está lo que la funda y que es la unidad de representación, Vorstellung.

Satisfacción alucinada

La cuestión de la satisfacción pulsional, más allá de la del deseo, está, por lo tanto, en el corazón de lo que está en juego en la función de este sueño. En este sentido, Lacan retoma el proceso primario freudiano, es decir, el llamado principio del placer, para situar la cuestión de la satisfacción. Es en este punto de satisfacción donde se puede establecer una conexión con la cuestión de la alucinación: «Cuando el proceso primario es lo único que está en juego […]», dice, «termina en alucinación. […] Esta alucinación ocurre a través de un proceso de regresión [que Freud] llama regresión tópica.»[10]

La aportación de Freud es fundamental aquí cuando postula que el objeto de satisfacción, por el hecho mismo de estar prohibido, es alucinado, se crea desde cero en forma de Vorstellung. La excitación obtiene entonces «una satisfacción que es, en sentido estricto, alucinatoria».[11]

«Para Freud», nos dice Lacan, «el fenómeno alucinatorio vale […] por su inserción en un circuito. Desde este punto de vista, el proceso secundario se presenta como «un comportamiento de poner a prueba la realidad alucinatoria, de la experiencia, Erfahrung. »[12]

Criticar la alucinación de la manera correcta

Más allá de este paralelismo con el sueño, que pone en juego la cuestión de la satisfacción, Lacan indica que la alucinación es ante todo un fenómeno lenguajero que atestigua el defecto forclusivo: lo que no pudo ser simbolizado vuelve a lo real en forma de sonidos, palabras, frases que el sujeto percibe de manera más o menos distinta. Se trata de fenómenos marginales frente a los cuales el sujeto puede adoptar diferentes posturas, que van desde la duda hasta la certeza.

La posición del analista, o incluso del clínico guiado por el psicoanálisis, será entonces la de favorecer la recepción y la escucha de estos fenómenos para invitar al sujeto, no a adoptarlos tal como son, es decir, a sufrirlos, sino invitarlo a criticarlos. Pero se trata de hacerlo de la manera correcta, con tacto y delicadeza, en un diálogo que está más allá del sentido de las palabras.

Según J.-A. Miller, hay dos modos de críticas que se pueden concebir: el primero consiste en situar al clínico como un «guardián de la realidad»,[13] con el objetivo de suprimir la alucinación, que puede ser ilusoria dado su carácter real; el segundo, más realista y pragmático, «enseña cómo maniobrar la alucinación, es decir, que comunica un proceso»[14], lo que equivale a apoyar al sujeto para encontrar una manera de lidiar con lo real de la alucinación, es decir, en definitiva, defenderse de él.


*Damase H., L’hallucination ou la topologie du refoulement – JIE8 – Rêves et fantasmes chez l’enfant

[1] Miller J.-A., Interpretar al Niño – por Jacques-Alain Miller – 2013/03/23 – PSICOANÁLISIS LACANIANO

[2] Lacan J., El Seminario, libro VI, El deseo y su interpretación, Buenos Aires, Paidós, 2017, p. 77, citado por Miller J.-A. en “Interpretar al niño”.

[3] Lacan J., El Seminario, libro VI, El deseo y su interpretación, Buenos Aires, Paidós, 2017, p 75.

[4] Ídem.

[5] Ibíd., p. 82.

[6] Ibíd., p. 85.

[7] Ibíd., p. 75.

[8] Ídem.

[9] Ibíd., p. 82.

[10] Ibíd., p. 77.

[11] Ídem.

[12] Ibíd., p. 79.

[13] Lacan J., “Del psicoanálisis en sus relaciones con la realidad”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2021, p. 380.

[14] Miller J.-A., Interpretar al Niño – por Jacques-Alain Miller – 2013/03/23 – PSICOANÁLISIS LACANIANO

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