El Interés de Leer a Freud – por Solenne Albert – 2025/02/03

EL INTERÉS DE LEER A FREUD

Por Solenne Albert

2025/02/03


El texto de Freud titulado «Sobre el tema del llamado psicoanálisis ‘silvestre’»[1] es un texto valioso para encontrar y transmitir argumentos sólidos para oponerse a quienes afirman que se puede reducir cada vez más la duración del seguimiento y que unas pocas sesiones -una por mes, ¿por qué no?- y, ¿por qué no, con diferentes psicólogos?- permitirían aliviar nuestro sufrimiento y descubrir lo que está mal.

Una interpretación brutal

Una señora de unos cincuenta años acudió un día a la consulta de Freud y le contó esta historia: sufriendo ataques de ansiedad, había ido a ver a un médico que, en una sola sesión, le había «infligido» una interpretación brutal de su estado. Esta interpretación la había conmocionado y había aumentado sus angustias. Estos se habían desencadenado tras el divorcio de su segundo marido. El médico, le cuenta la señora a Freud con emoción, había declarado entonces a su paciente, de la nada, que su ansiedad era causada por los deseos sexuales y que sólo se le imponían tres soluciones, a saber: volver a la casa de su marido, tomar un amante o satisfacerse a sí misma.

Freud subraya que este médico debe haber ignorado un cierto número de principios psicoanalíticos de orden científico o haberlos entendido mal[2] porque se había extraviado tanto, y examina estos errores científicos uno por uno.

Simplificar no es analizar

En primer lugar, este médico ignora el hecho de que, para el psicoanálisis, el término «sexualidad» tiene un significado muy amplio, que no se limita al coito en sí, sino que abarca toda la vida amorosa. Así, la libido, concepto desarrollado por Freud, no se reduce a las necesidades sexuales, sino que tiene en cuenta toda la dimensión de la vida sentimental, en la que el amor, el deseo y el goce se entrelazan y dibujan el complejo paisaje de una vida amorosa. Así, continúa Freud, «usamos la palabra ‘sexualidad’ atribuyéndole el significado ampliado de la palabra alemana lieben (amar) y sabemos desde hace mucho tiempo que la falta de satisfacción psíquica, con todas sus consecuencias, puede existir incluso donde no faltan las relaciones sexuales normales. Como terapeutas, tampoco debemos olvidar nunca que las aspiraciones sexuales insatisfechas a menudo solo pueden encontrar su salida de manera muy imperfecta a través del coito u otros actos sexuales”[3]. Esta primera observación de Freud advierte contra la tendencia a simplificar su teoría y, por lo tanto, a hacer un uso erróneo y perjudicial de ella.

El segundo malentendido que señala Freud se refiere al hecho de que el joven médico no reconoce que se trata de un conflicto interno, y no de un problema concreto que debe resolverse mediante una solución prefabricada. Proponer y aconsejar una acción en la realidad, sin buscar analizar el conflicto psíquico del que surge el síntoma, es incompatible con la doctrina analítica, subraya Freud. Este conflicto sólo puede resolverse analizando los deseos inconscientes del paciente, deseos tejidos a partir de la tela de fantasías, ensoñaciones y recuerdos olvidados.

Por otro lado, Freud continúa demostrando que este tipo de «interpretación descabellada» no tiene por qué pretender ser analítica: esta paciente no nació de la última lluvia y no ignoraba que se le presentaban estas tres soluciones. Si no hubiera sentido repulsión contra el onanismo o las relaciones amorosas, habría recurrido hace mucho tiempo a uno de estos dos modos de satisfacción. ¿Podría el médico haber creído que una mujer de más de 40 años desconocía que era posible tener un amante, o sobreestimó su propia influencia hasta el punto de creer que ella nunca decidiría, sin la aprobación médica, dar ese paso?[4] Freud se burla de la posición de dominio y de la fantasía de superioridad que denota esta interpretación salvaje.

¿Tratamiento somático o tratamiento psicológico?

Por otro lado, continúa Freud, este médico comete el mayor error al recomendar el tratamiento somático al paciente ya que esto deja completamente de lado el tratamiento analítico en sí. «Curiosamente, la opción terapéutica propuesta por su supuesto psicoanalista no deja espacio… ¡al psicoanálisis!»[5]

Este médico ve a este paciente como un ignorante – pero – «no es la ignorancia en sí misma la que constituye el factor patógeno, esta ignorancia tiene su base en la resistencia interior». Freud especifica entonces, no sin malicia, que si el saber del inconsciente fuera tan necesario para el paciente como supone el psicoanalista inexperto, bastaría con hacerle escuchar conferencias o hacerle leer ciertos libros. Esto tendría tanto efecto sobre los síntomas como «repartir un menú a los hambrientos». Freud va aún más lejos al indicar que al revelar a los pacientes su inconsciente, de manera salvaje, «siempre provocamos en ellos un recrudecimiento de sus conflictos y un empeoramiento de sus síntomas».[6]

Dos reglas básicas

Para concluir, y esto concierne particularmente a los temas que tenemos que defender hoy, Freud exhorta al terapeuta a asegurarse de que se respeten dos reglas fundamentales antes de intentar cualquier interpretación.

La primera: «Gracias a los trabajos preparatorios, los materiales reprimidos deben estar muy cerca de los pensamientos del paciente». Por lo tanto, está contraindicado ir y decirle al paciente una verdad que le duele y que no está dispuesto a descubrir. Nada es más respetuoso que el método freudiano, que requiere cautela y paciencia.

La segunda regla: «El apego del paciente al médico (traslado) debe ser bastante fuerte. […] Toda acción psicoanalítica presupone, por tanto, un contacto prolongado con el paciente. Es un error técnico lanzar de repente a la cabeza del paciente, durante la primera consulta, los secretos que el médico ha adivinado»[7]. De hecho, señala Freud, existe el riesgo de provocar la enemistad del paciente y, por lo tanto, de impedir cualquier influencia posterior, y también existe a menudo el riesgo de hacer deducciones falsas. Esta regla fundamental no parece ser conocida por quienes hoy pretenden dictar y/o predecir el número de sesiones por paciente.

Como contrapunto a estas reglas ineludibles, Freud esperaba en el psicoanalista en formación «una cualidad elusiva que requiere un don especial: el tacto»[8]. Esta técnica, este tacto, no se aprende simplemente en los libros, se aprende, se transmite, subraya Freud, teniendo la experiencia de ser uno mismo en el análisis.


*Albert S., L’intérêt de lire Freud

[1] Freud S., “Sobre el psicoanálisis «silvestre»”(1910), Obras completas, tomo XI, Buenos Aires, Amorrortu, 2003.

[2] Ibíd.

[3] Ibíd.

[4] Ibíd.

[5] Ibíd.

[6] Ibíd.

[7] Ibíd.

[8] Ibíd.

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