Vida Amorosa – por Florencia Shanahan – 2025/01/21

VIDA AMOROSA

Por F.C. Shanahan

2025/01/21


Si el ser hablante debe pagar por su acceso al grupo, por su inscripción en el campo del discurso, por su participación en la comunidad humana y por su invención, lo que es capaz de compensar lo que no hay, esta pérdida inaugural puede convertirse en un exceso si no se encuentra la manera de consentir lo que hay. Lo que hay, el Uno, da el estilo y el tono a la singular forma de ser de cada persona en la vida, que no es del orden de lo mismo.

¿Un análisis produce una nueva vida? Puede producir un nuevo pacto con la vida. Con la vida que tenemos. Y si este pacto incluye algo nuevo en el registro del amor, no es sin que el sujeto consienta una nueva forma de vivir la soledad, que no es la solitud, sino que permite la Otredad.

Contra un fondo de imposibilidad, es esta soledad, dice Lacan, la que se escribe. » Lo que habla, sólo tiene que ver con la soledad, sobre el punto de la relación que no puedo definir sino diciendo, como hice, que no puede escribirse. Ella, la soledad, en ruptura del saber, no sólo puede escribirse, sino que además es lo que se escribe por excelencia, pues es lo que de una ruptura del ser deja huella.»[1]

La ruptura en el ser también podría ser un nombre para el inconsciente, en las antípodas del mercado del bienestar que invade todos los órdenes de la vida con su feroz imperativo de empatía y compasión. Estos significantes llevan la carga semántica, etimológica y real de las formas de obturar, silenciar, rechazar la alteridad que nos habita. Esta alteridad no está determinada, no proviene del Otro, de las coordenadas simbólicas y de las producciones imaginarias con las que construimos nuestras defensas. Proviene del puro choque del lenguaje y el cuerpo.

El cuento de Clarice Lispector, titulado Amor[2], nos da, en cinco páginas, una visión de ello. Una mujer en un tranvía se encuentra con la mirada de un ciego, encontrándose con «algo que no nos ve». El temido y esperado encuentro es suficiente para hacer tambalear toda su realidad, y con la inquietante belleza que caracteriza la escritura de Lispector, nos lleva a la zona de la experiencia más allá de la seguridad que proporciona el fantasma fundamental, que lo simbólico ordena en la vida cotidiana. Algo queda fuera de ella, ella la llama «la hora peligrosa», y en ese encuentro es presa de la Otredad, allí donde pensaba que «había pacificado la vida tan bien, que había tenido tanto cuidado de que no explotara», un encuentro casual la enfrenta con lo que de «la vida la hizo temblar, como un escalofrío».

El sujeto del psicoanálisis implica la «mezcla de una Otredad».[3] Es, según Lacan, su prerrequisito. La transferencia es el artificio que ofrece una posibilidad de realizar este sujeto, un nuevo lazo social animado por el peculiar deseo de producir la diferencia absoluta que constituye cada ser hablante, y una manera de llevar la singularidad del propio modo de goce. Aquí no hay ninguna promesa de armonía, de paz y tranquilidad. Pero develando los efectos mortificantes de rechazarlo, este real (como individuo y también como colectivo) puede aportar algo nuevo a nuestra forma de ser en la vida y en el amor.


*Shanahan F., NLS-Congress 2025 — Love Life

**Extracto del Seminario hacia el Congreso de la NLS, London Society de la NLS, 2024/09/23.

[1] Lacan J., El Seminario, libro XX, Aún, Buenos Aires, Paidós, 2016, p. 145.

[2] Lispector, C., Complete Stories, trans., K. Dodson, London: Penguin Modern Classics, 2015.

[3] Lacan J., De la estructura como inmixión de una alteridad previa a un sujeto cualquiera | El Psicoanalisis

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