AMOR MONSTRUOSO. NADA ES MÁS INHUMANO QUE EL AMOR
Por Thomas van Rumst
2025/01/09
Al principio del amor está el encuentro, una contingencia. Lo que sigue a este instante no es necesariamente del mismo orden. La palabra se mezcla y con ella el inconsciente, que puede tomar la forma de destino, fantasma o delirio. En la retroacción, se dirá que estaba escrito, en el cielo de las ideas, ¡desde siempre! Una necesidad se deduce de ello, entonces. Ahora bien, esto no es suficiente para tranquilizar a todos y cada uno de los interesados.
El hecho de que haya sido escrito desde siempre no garantiza que dure para la eternidad. Por eso hay que pedirlo, una y otra vez. El amor demanda amor, y lo hace en forma de signo. «El amor, por supuesto, hace señas, y siempre es recíproco. […] Por eso hasta inventaron el inconsciente: para darse cuenta de que el deseo del hombre es el deseo del Otro, y que el amor, si es una pasión que puede ser la ignorancia del deseo, sin embargo, lo deja en todo su alcance. Cuando uno mira de cerca, uno ve los estragos. »[1]
Lo que se ignora apasionadamente es la dependencia, la sumisión[2] del deseo del hombre al deseo del Otro. «Amar es esencialmente querer ser amado».[3] Es esta reciprocidad la que hace que la especificidad del amor sea una pasión del ser[4]. Es sólo a través del narcisismo que el amor encuentra su satisfacción. Su verdadero objeto es el yo propio.
Sin embargo, en términos de satisfacción, Lacan propone una «distinción radical» entre «amarse a sí mismo a través del otro […] y la circularidad de la pulsión».[5] El propio Freud tuvo que resignarse a que ni el amor ni el odio son avatares de la pulsión[6], lo que no quiere decir que no estén articulados.
Si el amor es una demanda, la pulsión no lo es menos. Es una demanda silenciosa que exige y cuyo único fin es su satisfacción. El objeto por medio del cual se satisface a sí mismo es sólo episódico.
Ni el amor ni la pulsión tienen realmente un objeto como objeto. Es sólo por el intermediario del fantasma que un objeto es capaz de ocupar este lugar entre la ficción de una historia de amor y lo real de una satisfacción pulsional. Sus objetos, si es que se les puede llamar así, no tienen nada que ver unos con otros. De ahí la pregunta: ¿Ahí donde gozas, es que me amas?
«La pulsión es lo que queda cuando desaparece el Otro del amor».[7] Las contribuciones de Freud a la psicología de la vida amorosa se basan en la disyunción entre la pulsión y el amor. Esta disyunción, mantenida en la transferencia por el deseo del analista, es incluso «el resorte fundamental de la operación analítica».[8] En su confusión, como en la hipnosis, «pocos sujetos pueden dejar de sucumbir, en una captura monstruosa», a «la ofrenda a dioses oscuros de un objeto de sacrificio». Para obtener un «testimonio de la presencia del deseo»[9], de la falta de este Otro oscuro, lo que se da como mártir no es del orden de la falta, sino de la pérdida.
Lo «monstruoso» en cuestión es el retorno en lo real de lo que es verworfen, rechazado en el amor, y que es la verdad «que da el sentido de Eros»[10]. El significado de Eros, léanse los últimos capítulos de El malestar en la cultura de Freud, es Tánatos. Es la pulsión de muerte la que, a través del superyó, su portavoz, hará el «trabajo sucio» para realizar el programa de Eros al servicio de la civilización: el de hacer Uno. Por lo tanto, el amor no es solo una cuestión de Eros. Cuando «el amor se manifiesta en lo real a través de los efectos más inconvenientes y deprimentes»[11] podemos leer en él los efectos de malestar y culpa que resultan de la incidencia del superyó. Lo que comienza con amor, termina en culpa.
Para que una pareja, una familia o una nación se mantengan unidas, debe haber un Triebverzicht, una renuncia a la pulsión. Esto se hace en nombre del amor y, sobre todo, desde la angustia de perder el amor del Otro real, en primer lugar parental, sin el cual se cae en el desamparo, Hilflosigkeit, con su corolario de angustia. Necesitamos a este Otro para satisfacer nuestras necesidades, para sobrevivir. Las nociones del bien y del mal se introyectarán de acuerdo a lo que el niño aprenda como consecuencia de sus actos. Algunas satisfacciones llevan a la pérdida del amor de los padres: ¡Esto está mal! Esto es lo que constituye al Otro como ideal, el I(A). Este lugar desde el que me gusta ser visto, desde el que me veo amado, se convierte por consecuente en una instancia de censura.
Es siguiendo este cálculo de tener que pasar por el Otro que Lacan dirá: «Sólo el amor permite que el goce condescienda con el deseo».[12] Condescender es decir que el amor no tira necesariamente hacia arriba, que el amor no está necesariamente al servicio del Bien, aunque sea soberano, y que, por lo tanto, entra en el ámbito de la ética.
La renuncia a la satisfacción pulsional al servicio del deseo a través del amor da origen al superyó[13]. Para el ideal del yo, el hecho de ser la extensión introyectada del Otro real no es tanto una cuestión de actos como de pensamientos. Sólo se necesita la intención, de sólo pensar en satisfacerse a uno mismo, para que se produzca un sentimiento de culpa.
Cuando esta instancia del Ideal, que escudriña y critica los deseos inconscientes, está dotada de un poder punitivo que es pulsional, entonces nace el superyó. Allí donde todavía era posible liberarse de la autoridad paterna renunciando a hacer el mal, el superyó conoce cualquier deseo de transgredir y lo vuelve contra el sujeto. Es a partir de esta renuncia[14] que el superyó deriva la cantidad libidinal para atacar al sujeto. El superyó se alimenta de estas intenciones, y su ferocidad aumenta con la satisfacción pulsional renunciada. La exigencia pulsional se convierte así en la exigencia moral del superyó.
Ya sea que las pulsiones inhibidas sean libidinales o destructivas, tienen el mismo destino: el superyó los transforma en un castigo del sujeto, en dolor moral[15]. Eros y Tánatos, los dos impulsos freudianos fundamentales, se unen así a través del superyó.
¡Finalmente, son Uno, en el dolor!
*Van Rumst T., NLS-Congress 2025 — Texte d’orientation
[1] Lacan J., El Seminario, libro XX, Aún, Buenos Aires, Paidós, 2016, p. 12.
[2] Freud hablaba de Unterwerfung, lo que fue traducido por «sumisión», para describir el estado de fascinación del enamorado frente a su objeto elevado al rango de ideal. Freud S., “Psicología de las masas y análisis del yo”, Obras completas, tomo XVIII, Buenos Aires, Amorrortu, 2003, p. 108.
[3] Lacan, J., El Seminario, libro XI, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 2005, p. 261.
[4] El odio no tiene necesidad de ser recíproco y es justamente aquello que de ello hace la solidez.
[5] Lacan, J., El Seminario, libro XI, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, op. cit., p. 201.
[6] Freud S., “Pulsiones y destinos de pulsión (1915)”, Obras completas, tomo XIV, Buenos Aires, Amorrortu, 2003.
[7] Miller J.-A., «Más allá de las condiciones de amor», Introducción a la Clínica Lacaniana. Conferencias en España, Barcelona, ELP-RBA, 2006, p. 182.
[8] Lacan, J., El Seminario, libro XI, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, op. cit., p. 281.
[9] Ibíd., p. 283.
[10] “Esa verdad, si es de ella que sale el monstruo del cual conocemos bastante bien los efectos en la vida de cada día, es no obstante lo que es rechazado en el amor”, Lacan J., El Seminario, libro XIV, La lógica del fantasma, Buenos Aires, Paidós, 2023.
[11] Ídem.
[12] Lacan J., El Seminario, libro X, La angustia, Buenos Aires, Paidós, 2016, p. 194.
[13] Freud S., “El malestar en la cultura” (1930 [1929]), Obras completas, tomo XXI, Buenos Aires, Amorrortu, 2003.
[14] Versagung no significa simplemente «frustración», según una mala traducción Lacan le consagró una lección de su Seminario sobre la transferencia.
[15] Cfr. Miller J.-A., Los divinos detalles, Buenos Aires, Paidós, 2010, pp. 227-250.
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