EL PSICOANÁLISIS HACIA LA JUVENTUD
Por Christiane Alberti
2024-11-27
Fabián Naparstek:
Buenos días. Vamos a comenzar. Bienvenidos a este evento. Hay que llamarlo así. Es un evento dentro del gran evento que es el Congreso que organiza todos los años la Facultad de Psicología.
En primer lugar, presentar a Christiane Alberti. Christiane Alberti es presidente de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Practica el psicoanálisis en Toulouse, Francia. Es miembro de la Escuela de la Causa Freudiana y profesora del Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de París 8. Cuando le pregunté cómo quería que la presente me dijo: “Como tú quieras”. Así que, verdaderamente, la única presentación que puedo hacer es que es una amiga con la cual venimos trabajando desde hace mucho tiempo y es un gusto enorme tenerte nuevamente acá donde ya los estudiantes te conocen y se ve que quieren escucharte.
Quiero hacer también un agradecimiento especial a Silvia Baudini quien ha hecho la traducción de la conferencia y siempre bien predispuesta y de una muy rápida. Así que un agradecimiento muy especial para ella. Un agradecimiento a Cecilia González quien va a estar aquí en la mesa para si hiciera falta hacer una traducción simultánea. Y, finalmente, a las autoridades de la facultad, especialmente al decano Jorge Biglieri con quien estuvimos reunidos hace un rato y teniendo una charla muy interesante junto con Christiane Alberti.
Bien, paso la palabra a Christiane Alberti.
Christiante Alberti:
Para empezar, quiero agradecer a las autoridades de la Facultad de Psicología, especialmente al decano que nos recibió previamente, Jorge Biglieri; también a la Cátedra Psicoanalítica de la Orientación Lacaniana de la facultad que trabajó mucho por este evento, especialmente a Fabián Naparstek e Inés Sotelo y, también, a Silvia Baudini por la traducción de mi conferencia.
El título de mi conferencia es “El psicoanálisis en dirección de la juventud”.
“Estoy muy contento de ver a muchas figuras jóvenes porque pongo mi esperanza en esas figuras”[1]. Así hablaba Lacan en una conferencia que dio en Italia en 1974, asociando juventud y esperanza. ¿De qué esperanza se trata? La esperanza de la que habla Lacan no proviene de una visión rígida, romántica de la juventud, incluso idealizada de la juventud. Para Lacan se trata de una necesidad, de una orientación necesaria del psicoanálisis, incluso una acción del psicoanálisis. Si queremos que exista el psicoanálisis, si queremos que el porvenir del psicoanálisis dure por largo tiempo, entonces una dirección hacia la juventud es una necesidad.
Entonces, ¿por qué la juventud? Por supuesto hay una evidencia que se impone a partir del momento en que evocamos el porvenir del psicoanálisis, pero hay un elemento más esencial. Lacan cuida a la juventud, se preocupa por la juventud porque la juventud es sensible -dice Lacan- al discurso dominante, es una guía para comprender el momento presente. Podríamos decir que la juventud es como una placa sensible a la contemporaneidad, placa sensible como en la fotografía. El fotógrafo fija una imagen fugitiva sobre la placa sensible y estas reacciones sucesivas permiten la realización de instantáneas. Sobre la placa, algo se marca, se imprime ahí, pero no todo.
¿Qué enseñanza extraer de aquí? Que se trata de tener en cuenta al mundo como va para que la oferta psicoanalítica no esté encerrada en su burbuja y se sostenga. Lacan habló la lengua de su época para que la juventud vaya a su Escuela. Habló de cibernética, integró el vocabulario del marxismo, etc. Tuvo éxito. “Es un Lacan con sentido de la oportunidad”, como se expresa Jacques-Alain Miller porque estaba enganchado a su discurso y buscaba los medios para hacerlo pasar.
El título que elegí para dirigirme a ustedes se inspira en la enseñanza que podemos extraer de la enseñanza de Lacan. “En dirección de” indica, en primer lugar, un movimiento y una orientación del psicoanálisis. “En dirección de” quiere decir que si el psicoanálisis se interroga sobre el porvenir del psicoanálisis debe realizar un trayecto que lo conduzca hasta los jóvenes, debe efectuar el camino hacia la juventud, debe franquear las barreras que lo separan de la juventud, franquear los obstáculos que inhiben o le impiden a la juventud dirigirse al psicoanálisis en vez de quedarse si los jóvenes no se acercan al psicoanálisis. En ciertos momentos, es como que, si se quisiera que los jóvenes se dirijan a nosotros sin haber, nosotros mismos -psicoanalistas-, efectuado el trayecto hacia ellos.
En su dirección a la juventud, Lacan -como él mismo lo dice- no hace ninguna propaganda, no promete la felicidad ni un porvenir mejor. En lugar de ilusiones, ¿qué ofrece Lacan? Nada más que la oferta analítica misma, es decir el único discurso donde se toma en cuenta que el ser humano sufre de que lo supera y que no comprende. El único discurso que toma en cuenta lo que nos supera. Está en nosotros y, sin embargo, en un sentido extraño a nosotros mismos. Cuando el sujeto es impotente para realizar ese deseo, ya sea que ese deseo haya sido mortificado, que sea prevenido o siempre insatisfecho, el sujeto paradójicamente experimenta culpa, culpa inconsciente que se traduce en angustias, síntomas e inhibiciones o bien por una culpa consciente cuya queja incesante no deja ningún margen para acceder al deseo del que se queja por no poder realizar.
Entonces, ¿cómo hablo de la época y del momento presente a los que la juventud es sensible? Consideremos la manera en que las coordenadas de la civilización contemporánea impregnan la subjetividad marcando nuestra manera de ser con los demás y con nosotros mismos. ¿Cómo? ¿En qué sentido? ¿Cómo caracterizar esta subjetividad? Diría que nuestra civilización está caracterizada por el hecho de que el «hacer» y el «tener» prevalecen sobre el ser. Cada uno se ha vuelto hacia un objeto de satisfacción o que se supone satisfacernos, un plus-de-gozar ilusorio, una baratilla e, incluso, el elemento como calificado como humano -él mismo está considerado como un objeto cualquiera- producto de nuestra industria. La idea que se podría tener sobre esto son las de un sujeto encerrado con sus gadgets, separado del otro y del mundo, casi en una satisfacción autista o, en todo caso, solitaria.
Ahora bien, quisiera señalar que el Eros que encierra a un sujeto en su mundo tiene por efecto deslocalizarlo. ¿Cómo el sujeto se dirige sin cesar a un objeto, una causa exterior a sí mismo? En todo caso, marcado con el índice de exterioridad se ve desposeído de una parcela de interioridad. El sujeto, así, está privado de un retorno sobre sí mismo. ¿De qué se trata de cuando hablo de «interioridad»? Parece extraño en psicoanálisis. Son los efectos de la palabra que constituyen otra realidad, que crea en nosotros otra realidad que así llamada realidad. Es una realidad que sobrepasa los hechos. La palabra crea su propia realidad o, podemos decir, su propia “irrealidad”. Nos permite construir un mundo que no existe, crea la posibilidad de imaginar, crea la posibilidad de un discurso interior -como dice Lacan-, de una interioridad. Esta interioridad se debe a este punto: el eco de en el cuerpo del hecho de que hay un decir. La palabra «cuerpo» tiene un eco en nosotros porque cuerpo y palabra están anudados. Es un discurso que no es inmediatamente transparente para sí mismo y para los otros. Las palabras constituyen en nosotros más que nosotros: nuestros sueños, nuestras expectativas, nuestras inhibiciones, nuestras obsesiones… Es la escena del inconsciente. El síntoma responde a ello. Es la escena del inconsciente que hace que el yo no sea amo en su casa[2] y que constituye nuestra complejidad, nuestro espesor de ser.
Ahora bien, nuestra civilización vive bajo el régimen de un ideal de transparencia, lo que tiene como efecto quitarles a los sujetos este espesor de ser, es decir la parte de opacidad y de misterio que hace que se pueda enunciar el enigma que constituimos para nosotros mismos, que hace que podamos formular la falla, el malestar, la equivocación a través de los cuales podemos dirigirnos al Otro, posible apertura hacia una transferencia posible. Esto cambia la situación en la manera en que se presentan los sujetos en el psicoanálisis hoy. El sujeto aparece en la escena del mundo en el actuar, incluso en la agitación incesante, en cortocircuito con la palabra, lo que vuelve más complicado el acceso a su propia palabra. El cuerpo mismo es empujado al extremo como si el sujeto intentara recuperar en la sensación una existencia, un espesor de ser, un espesor de cuerpo.
Voy a tomar precisamente tres elementos que, para mí, caracterizan la manera en que hoy en día se presentan los sujetos en el análisis. Uno: identificaciones que no son identidades. Dos: una lengua radical que escotomiza el valor de la experiencia -y el psicoanálisis es sobre todo una experiencia-. Tres: una desexualización.
Entonces, voy a empezar por la desexualización, lo que Lacan nombró «zona de caída». En efecto, ¿qué ocurre cuando el sujeto está preocupado sobre todo con hacer y tener? Es decir, ¿qué ocurre cuando los objetos de la realidad, los objetos bienes prevalecen sobre la causa íntima del sujeto, la causa del deseo? Esto afecta la relación con el objeto, con el partenaire y Lacan describió precisamente lo que ocurre cuando la realidad prevalece sobre lo real. Lacan esclarece los efectos estructurales de lo que ocurre. El sujeto, dice Lacan, entra en una zona de caída. Vamos a explicarlo. Lo describe a propósito de la relación del objeto oral cuando evoca las zonas reducidas a su función de borde a propósito del erotismo. Es decir que el borde la zona erógena oral delimita la zona focalizada, erotizada. Entonces, sólo una zona y las otras zonas del cuerpo pueden intervenir, por supuesto, pero están desexualizadas. Son las zonas llamadas por Lacan desexualización y función de la realidad. Dicho de otro modo, la zona erotizada vale en tanto que otras zonas están excluidas. Es decir que todo en el cuerpo no está erotizado. Todo el cuerpo en el cuerpo no goza. Pero ¿qué ocurre justamente en el movimiento inverso cuando la zona de la realidad es la zona excluida que prevalece? Dicho de otro modo, cuando el objeto sexual mismo se va por la pendiente de la realidad y no se presenta más investido de libido, erotizado, es decir se presenta como un paquete de carne. Ahí surge, dice Lacan, esa zona de caída que Lacan llama desexualización. Ésta es tan manifiesta que se llama en la histérica reacción de asco, cuando lo sexual generó asco. Por lo tanto, una dimensión que, en lugar de provocar deseo, trae aparejada la caída del deseo en una reacción de asco. Lacan precisa: “Esto no quiere decir que el deseo no interese, que sólo se dirige a las zonas erógenas. Otras zonas pueden estar interesadas en la economía del deseo, algo diferente del organismo implicando, al mismo tiempo, en diversos niveles del organismo, pero respecto de la satisfacción que se supone engendrar la pulsión es fundamental que la zona de la realidad anexa esté excluida. Dicho de otro modo, que lo real pulsional prevalezca sobre la realidad.
Cada vez que el objeto, el partenaire se reduce a una función de realidad, se manifiestan las dos vertientes del deseo: el asco cuando el partenaire sexual queda reducido a una función de realidad, cualquiera sea ella y la envidia que es algo diferente de la pulsión escópica.
Podemos considerar que Lacan aquí, más allá del objeto oral, da el principio del asco por desencanto contemporáneo que conduce el goce al cuerpo propio. Ese desencanto, esa morosidad son las pasiones tristes de hoy, pero sin pasión. La particularidad contemporánea es que no hacen síntoma porque el discurso moderno no da lugar al síntoma. Esto testimonia del aburrimiento o el afecto de morosidad y el fracaso de toda sublimación. El sujeto está a la búsqueda de todo y, por lo tanto, de nada.
Me gustó mucho la fórmula de un colega francés, Philippe La Sagna, quien habla de una “juventud en suspenso, suspendida a un futuro líquido” en el sentido de Zygmunt Bauman. Es decir, a la espera de que se le dé su deseo, como lo formula Hamlet. Hay una película que ilustró para mí maravillosamente ese desencanto y una sexualidad reducida a un hacer, a una acción sin erotismo. Se trata de la película “Shame”. No sé si ustedes la han visto.
Podemos considerar que Lacan aquí, más allá del objeto oral, da el principio del asco por desencanto contemporáneo que conduce el goce al cuerpo propio. Ese desencanto, esa morosidad son las pasiones tristes de hoy, pero sin pasión. La particularidad contemporánea es que no hacen síntoma porque el discurso moderno no da lugar al síntoma. Esto testimonia del aburrimiento o el afecto de morosidad y el fracaso de toda sublimación. El sujeto está a la búsqueda de todo y, por lo tanto, de nada.
Me gustó mucho la fórmula de un colega francés, Philippe La Sagna, quien habla de una “juventud en suspenso, suspendida a un futuro líquido” en el sentido de Zygmunt Bauman. Es decir, a la espera de que se le dé su deseo, como lo formula Hamlet. Hay una película que ilustró para mí maravillosamente ese desencanto y una sexualidad reducida a un hacer, a una acción sin erotismo. Se trata de la película “Shame”. No sé si ustedes la han visto.
Fabián Naparstek:
Sí se llamó en Argentina también “Shame”.
Christiane Alberti:
Es un film americano de Steve McQueen con Michael Fassbender y Carey Mulligan. Entonces, “Shame” muestra la vida de Brandon, joven, trader y sex addict. En encuentros furtivos, fugaces frecuenta a prostitutas, mira films pornográficos en el trabajo y en la casa, masturbación compulsiva sobre el fondo de salidas a discotecas. El film es extraordinario por mostrar maravillosamente bien cómo Brandon se esfuerza por colmar el vacío y el film muestra, al mismo tiempo, las formas de colmar el vacío en la modernidad, en un mundo de traders tejido en el ideal de independencia. Es en el cuerpo, en la búsqueda de un goce permanente e inmediato cómo el sujeto intenta colmar el vacío. No supone nada de un saber no sabido sobre sí mismo. Se abandona no al destino que le hace el inconsciente, sino a una consumación donde se anula toda división en la estricta dependencia corporal y que vuelve imposible la apuesta en forma de un camino. Dicho de otro modo, el síntoma mismo está desinvestido y llevado a la adicción. ¿Qué queda, entonces? Queda “shame”, la vergüenza, afecto fundamental del lazo con el otro que muestra que no se trata aquí de un vacío forclusivo, de un vacío psicótico, que Brandon es sensible al Otro, del efecto del significante, pero no logra hacer la hipótesis del saber inconsciente. Se defiende de la vergüenza en el acting, en la masturbación compulsiva. Es una defensa que no aspira más que a volverse demanda al Otro.
Entonces, ahora, identificaciones e identidades. ¿En qué se convierte hoy la práctica del psicoanálisis cuando lo que viene al lugar de un cuestionamiento sobre sí mismo son las normas plurales e identitarias? Quiero decir, ¿en qué sentido ocultan el menor cuestionamiento de un sujeto sobre sí mismo, la vuelta sobre sí mismo que abre la vía de una suposición de saber, que abre la vía de la transferencia? Viene exactamente al lugar de la interpretación que constituye el principio del método analítico. Hoy, las identificaciones le son impuestas al sujeto de manera salvaje y pretenden fabricar identidades como reivindicando ser lo que se dice: “Soy lo que digo”, “Soy trans”, “Soy negro”, “Soy vegano”, “Soy blanco”, etc. Constituyen normas de pleno derecho, alimentan el imaginario no de un ideal enclavado en el cuerpo -lo que se llama en psicoanálisis Ideal del yo- y, mientras pretenden representar una llamada diversidad, empujan a lo mismo: una captura imaginaria por lo mismo. Es lo que captamos en psicoanálisis como un espejo mortífero. Es ese espejo para ser como los mismos de una comunidad -trans, blanco, negra, etc.- pareciéndoles sobre el fondo de “Soy esto” o “Soy así” que se le ofrece al sujeto. En el fondo, los significantes-amo etiquetados introducen un forzamiento identificatorio en el sentido de una identidad fija. ¿Por qué dijo “forzamiento”? Porque esta identidad está separada de la experiencia de las relaciones. En ese “Digo lo que soy” y “Soy lo que digo”, la palabra precede cuestionamiento del sujeto sobre sí mismo, suprime cualquier interpretación. El sujeto está fijado a una identidad que lo fija, excepto que ella ordena un goce que no es forzosamente el suyo. En este sentido, no es una verdadera nominación, es decir encuentro del significante y del goce para un sujeto que fija el nombre de su goce propio. El valor de la experiencia de goce está escotomizado y, en su lugar, viene un significante-amo de la época. Es el registro de la identificación estándar que hace entrar al sujeto en la fila. La cuestión de la identificación me parece central si queremos considerar que no se reduce al espejo: “Soy como los otros de esa comunidad.”
Entonces, vamos a preguntar qué pone en escena el estadio del espejo. En el espejo, el sujeto, por ejemplo, un niño, espera un signo, un gesto para validar algo que sea de él, que es amable. El otro, por lo tanto, está presente en el júbilo del niño. No se ve más que si se mira en los ojos del Otro. Se mira desde los ojos del Otro. Es el punto a partir del cual uno se identifica, el punto a partir del cual esta imagen de yo ideal es mirada. Es el Ideal del yo. En el mejor de los casos, el niño va a introyectar el Ideal del yo bajo la forma de un significante y luego va a arreglar su yo ideal a partir de este Ideal del yo. Va a arreglar su yo a partir de este Ideal del yo. Por ejemplo, el hombre en el volante de su magnífico automóvil, la mujer con sus hermosos vestidos gozan de una cierta imagen porque están bajo la mirada del Otro, interpretan que el Otro los ama, los quiere así. Las imágenes no son nada si no son atrayentes, si no son coloridas y el deseo del Otro es el que les da ese sabor. En la función de la visión, me veo y me reconozco en el espejo y la función del Otro agrega la plusvalía de la mirada, es decir la dimensión en el que el sujeto se siente mirado metafóricamente, por supuesto, mirado por el Otro, elegido, consentido u odiado. Esto permite al sujeto separarse del objeto. Es esta dimensión la que le permite aprehenderse como objeto del Otro en el fantasma. El sujeto avanza de este modo en la vida como niño preferido del padre o rechazado. Entre los significantes circula el objeto que se separó del cuerpo, la voz que llama, la mirada que capta, la boca que devora. Es el objeto plus-de-gozar que concentra, orienta el goce del sujeto.
En la psicosis, el objeto no se separa. El sujeto es mirado realmente por el Otro. El sujeto está apuntado sin metáfora. El objeto no circula, están S1-S2, pero con una relación rígida, sin relación con el saber. Atrapa los ideales, pero sin incorporarlos.
Entonces, la identificación verdadera, digamos, subjetiva, la que proviene del Ideal del yo, por el contrario, está en el lugar desde donde el sujeto se mira, el lugar donde se aprehende y que es diferente de ahí donde él se ve en un espejo, ese punto desde donde el sujeto permanece ciego para el sujeto y, sin embargo, es el lugar de su goce ignorado, en la juntura más íntima del sentimiento de la vida. Es el lugar desde dónde habla. Es lo que lo empuja a hablar, la causa que está en él y que anima su palabra. Y si la familia hoy, también, constituye un lugar, el crisol donde nace un sujeto, también es el lugar donde el sujeto podrá encontrar una salida, podrá escaparse por un pelo a través de su propio Ideal como punto de fijo en el horizonte. Esto supone que puede despejar lo que constituye su manera singular de satisfacerse en la existencia. Es un hecho. Podemos ver proliferar identificaciones estándar directamente del cuerpo y, sin embargo, privadas de imaginario: el cuerpo sexuado, el color de piel, el cuerpo en piezas sueltas. El sujeto es captado por la imagen de otro, de un doble idealizado. Es la naturaleza de las figuras que fascinan, pero esta captura tiene un precio: el sujeto puede perderse en ella, el aplastamiento por la imagen del yo ideal implica, para él, el riesgo de la locura cuando no hay ninguna mediación y, sobre todo, cuando el sujeto no tiene recurso al punto de apoyo esencial que es el punto de ese de dónde se mira, como un punto de fuga en el horizonte, es decir su propio ideal o deseo.
Lacan había profetizado el ascenso al poder de los racismos. Se anticipó al ideal de la separación que se conforma hoy en el separatismo contemporáneo, constitución de grupos múltiples homogéneos en el sentido de una causa compartida como si se pudiera disponer de un goce común. Es la ilusión de compartir una causa de goce de manera identitaria. Podríamos decir que hay inmixión de los goces, lo que evoca Lacan. Sin embargo, el goce no se comparte. Es el goce del Uno, Uno-solo. Entonces, la dimensión identitaria confunde los caminos porque nos da la ilusión de que podría haber ahí un goce común.
El psicoanálisis justamente desenmaraña lo que produce la ilusión del goce común, compartido y, si la palabra auténtica se escucha, es operante, es lo que permite extraer con claridad las relaciones de un sujeto con el Otro de su familia, el Otro del amor, el Otro del deseo. Si señalo el valor de la experiencia es porque el psicoanálisis es porque el psicoanálisis es una experiencia de palabra absolutamente única. Hoy se deja de lado el valor de la experiencia, se separa al sujeto de su lengua y de sus significantes propios. Y con ello se refieren a una causalidad biológica o neurológica. La evacuación del sujeto como ser de palabra y de goce es inversamente proporcional al ascenso al poder de la responsabilidad jurídica del ciudadano. El individuo se vuelve puro sujeto de la voluntad, se lo vuelve responsable de su malestar, se invoca su mala voluntad.
El psicoanálisis justamente desenmaraña lo que produce la ilusión del goce común, compartido y, si la palabra auténtica se escucha, es operante, es lo que permite extraer con claridad las relaciones de un sujeto con el Otro de su familia, el Otro del amor, el Otro del deseo. Si señalo el valor de la experiencia es porque el psicoanálisis es porque el psicoanálisis es una experiencia de palabra absolutamente única. Hoy se deja de lado el valor de la experiencia, se separa al sujeto de su lengua y de sus significantes propios. Y con ello se refieren a una causalidad biológica o neurológica. La evacuación del sujeto como ser de palabra y de goce es inversamente proporcional al ascenso al poder de la responsabilidad jurídica del ciudadano. El individuo se vuelve puro sujeto de la voluntad, se lo vuelve irresponsable de su malestar, se invoca su mala voluntad.
Entonces, hay que decir por qué es una experiencia única de palabra y por eso tomar, por fin, como referencia esencial esta frase de Lacan: “Que se diga queda olvidado tras lo que se dice en lo que se escucha.” La frase de Jacques Lacan tomada en “El atolondradicho”, este escrito está en el texto “…o peor” y anuncia Aún.
Gracias.
*Alberti C., “El psicoanálisis en dirección de la juventud hoy”, intervención en el XVI Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología, Buenos Aires. Inédito.
[1] Lacan J., « Discours de Jacques Lacan à l’Université de Milan le 12 mai 1972», Lacan in Italia 1953- 1978, Milan, La Salamandra, 1978, pp. 32-55.
[2] Cfr. Freud S., “Una dificultad del psicoanálisis” (1917 [1916]), Obras completas, tomo XVII, Buenos Aires, Amorrortu, 2003, p. 135.
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