CONVERSACIÓN VIRTUAL CON la cigarra
Por Jean-Claude Maleval
2023-03-28
Gustavo Slatopolsky:
Buenas tardes, América Latina. Buenas noches, Europa. A instancias de nuestra colega en la cigarra, Sol Gómez Peracca, nos pusimos en contacto con Jean-Claude Maleval para invitarlo a hablar sobre la presentación y la posición de su nuevo libro y él tuvo la gentileza de contestar en el acto que “Sí”. Inmediatamente se arma en la cigarra un equipo conformado por Martina Cicchetti, Sol Gómez Peracca y Eliana López para llevar adelante y se hacen cargo de la traducción: Jessica Varela, Carolina Fredda, Lorena Buchner y Cynthia Estrada. Nos presta el Zoom, Patricio Álvarez Bayón.
Entonces, La Diferencia autista[1] o “autistique” invita a conversar con la época no sin los fundamentos del psicoanálisis. Podríamos haber dicho “a partir de los fundamentos” o “con los fundamentos”, pero hacer hincapié en la diferencia, partir de allí desde el mismo título del libro que en su portada además escribe “Diferencia” con mayúscula permite arribar a una toma de distancia con las psicosis ahora con fundamentos propios del psicoanálisis.
Pero hay algo más o, más bien, algo en que vale detenerse. «La Différence autistique» busca dar cuenta del lugar de la poesía, de la posición en el amor, de la elección sexuada y sus transformaciones que encontramos también en los autistas. ¿Y cómo sería posible si no es por la vía de un acto en juego y su consecuente en un instante de enunciación? Es decir, ¿cómo serían posibles sin que el psicoanálisis les restituya a los autistas lo que reclaman hace décadas: la posibilidad de un deseo como dimensión propiamente humana también en el campo del autismo?
Para nosotros en la cigarra el esfuerzo de una formalización que busque dar cuenta con algo con lo que nos topamos día a día en el encuentro con lo real de la clínica tiene el valor de aire fresco, es decir, la posibilidad de las transformaciones de las que da cuenta Jean-Claude Maleval y que sostiene a partir de las hipótesis que hoy escucharemos de la inscripción del S1 y la posibilidad del acceso al significante-amo en lo que nombra como «descongelamiento del S1» ilumina y abre la discusión para el psicoanálisis de una dimensión propiamente humana en el autismo, es decir la posibilidad del acceso al deseo.
Sin más, agradezco enormemente a Jean-Claude Maleval la posibilidad de estar con nosotros hoy. Adelante.
Jean-Claude Maleval:
Muy bien. Agradezco esta presentación. Me toca tomar la palabra, supongo.
Buenas noches. Gracias por esta invitación para hablar acerca de mi trabajo sobre el autismo. Lamento no estar con ustedes en Buenos Aires. Es una ciudad a la que he ido varias veces y me gusta mucho.
Voy a precisar que mi intervención de esta noche no recae sobre una presentación de mi trabajo sobre La diferencia autística. Más bien es un prolongamiento de este trabajo ya que Jacques-Alain Miller aceptó hacer un prefacio de él. Lo que les propongo esta noche es más bien una continuación de la discusión dada en ese prefacio.
En este prefacio que Jacques-Alain Miller hizo de La Diferencia autística subraya:
“El autista se baña siempre en el mismo riachuelo”, subraya Jacques-Alain Miller en este prefacio, “si no, hay crisis, angustia y pánico”.
Entonces, propone un abordaje del autista que pone el acento sobre las conductas de inmutabilidad –sameness en inglés- aprehendidas como iteraciones de un S1-completamente-solo, las cuales serían un efecto de la neantización de la función paterna. Según Jacques-Alain Miller, la puesta de la mismidad como principio del autismo puede entonces inscribirse en el matema siguiente:
(S1)0 –> S1 S1 S1 S1…[2]
Él plantea una escritura a la izquierda del matema una escritura de la forclusión del significante-amo y del Nombre-del-Padre que podría, en primer análisis, empujar al autismo de las psicosis. Sin embargo, Jacques-Alain Miller no impugna que la clínica del autismo y de la psicosis sean tan diferentes que hoy en día ya no se las confunde. Él introduce para el autismo la noción de “cara psicótica”.
Los Lefort y también yo buscamos hacer del autismo una estructura subjetiva específica antes que buscar diferenciarla de la psicosis. No obstante, ninguno impugna que los trastornos del lenguaje, del goce y de la identidad que pertenecen al síndrome autístico, todos estos trastornos están relacionados con la forclusión del Nombre-del-Padre. Así, los modos de defensa capitales al que los autistas y los psicóticos recurren son muy diferentes: construcción de un borde para el autista; elaboración de un delirio para el psicótico. En el campo de la psicosis, un esquizofrénico puede volverse paranoico e inversamente -también melancólico, etc.-, mientras que, en el campo del autismo, el sujeto puede pasar del síndrome de Kanner a aquel de Asperger. Al contrario, hay que subrayar que las formas de pasaje entre psicosis y autismo son extremadamente raras. Estamos, entonces, empujados a considerar con los Lefort que existen dos estructuras subjetivas diferentes en cuanto a la manera de encontrarse con la forclusión del Nombre-del-Padre.
Esta forclusión escrita en la parte izquierda del matema parece poder suscitar en la derecha una toma en masa paranoica del S1 -que se traduce en holofrases de las cuales testimonian las intuiciones delirantes o las alucinaciones ancladas en la certeza-. Acerca de la forclusión del Nombre-del-Padre se puede generar un enjambrazón esquizofrénico del S1 que se traduce en una dispersión de la enunciación y la identidad. La transposición del (S1)0 en la derecha del matema no se concibe directamente sino con la clínica del automatismo mental o a aquella de la fuga maníaca de ideas. Observemos que en esta óptica que, en 1983, subrayando en la esquizofrenia una pluralización del significante-amo equivalente a su desaparición, Jacques-Alain Miller proponía implícitamente el mismo matema para la esquizofrenia y el autismo precisando, sin embargo, que el S1S1S1… no se leería de manera idéntica en los dos matemas. De una parte, iteración del S1 en la mismidad -en el autismo-; de otra parte, pluralización del S1 en la confusión paranoide.
Aunque tanto Kanner como Asperger hayan ido a buscar la noción de autismo en los trabajos de Bleuler sobre la esquizofrenia, fue necesario que Kanner invente la sameness, la mismidad, jamás descrita antes en psiquiatría, lo que confirma la originalidad de la clínica del autismo en relación a aquella de la psicosis. Mi investigación está orientada en la separación entre el autismo y la psicosis…
Gustavo Slatopolsky:
Disculpe. ¿Podría esperar un minuto? Es por la traductora…
Jean-Claude Maleval:
¿Un poco menos rápido? De acuerdo.
Entonces, mi investigación se orienta más bien por una distinción entre el autismo y la psicosis y esto me conduce a considerar que la parte derecha del matema, ese S1S1S1… es necesario distinguirlo mucho más en la esquizofrenia situando ahí no una iteración del S1 -como en el autismo, que ciertamente está presente esa iteración del S1-, sino que me parece que el congelamiento del S1…
Gustavo Slatopolsky:
Disculpe, ¿podría esperar? Es que la traductora se perdió en la lectura del texto…
Jean-Claude Maleval:
¡No! Efectivamente, disculpen. Me equivoqué de texto. Estaba en uno un poco más largo…Esperen.
Retomo. Estaba leyendo otro texto un poco más largo. Esperen, retomo el texto que les envié. ¿Dónde está? Listo. Lo encontré.
Gustavo Slatopolsky:
Sr. Maleval, ¿quisiera que le reenvíe el texto que usted nos envió?
Jean-Claude Maleval:
No. No importa. Efectivamente, era un texto más largo.
Bueno, lo acabo de encontrar. Estaba al final de la página 1.
Estamos conducidos a considerar con los Lefort una estructura subjetiva diferente en cuanto a la manera de vérselas con la forclusión del Nombre-del-Padre.
Es éste el texto que tienen.
Esta forclusión parece poder suscitar numerosos modos de disfuncionamiento del significante-amo: su holofrase con el S2 -dominante en la paranoia-, su dispersión inmensa esquizofrénico, su congelamiento autístico y su no-función radical en la manía y el automatismo mental.
Entonces, ¿por qué preferir la noción de «congelamiento del S1» en el autismo? Esta noción de «congelamiento del S1» está tomada de una de las pocas indicaciones dadas por Lacan. Se trata de saber -observa en 1975- a propósito del autista “por qué hay algo en el autista […] que se congela”[3].
Lacan ya tuvo esta intuición al comentar la observación del caso Dick relatado por Mélanie Klein. No obstante, ahora se muestra más preciso al constatar la presencia de un sujeto que está ahí y que, literalmente, no responde, no obstante, siendo dueño del lenguaje es capaz de poner en juego una simbolización anticipada fijada. La indicación de Lacan no está alejada de la hipótesis de un congelamiento del sujeto, mientras que hace más explícita sobre lo que está fijado: una simbolización anticipada[4].
¿Cómo aprehender mejor la noción de S1 en 1954 sino utilizando esta noción de «simbolización anticipada»? Lacan precisa que está correlacionada con una hiancia que se refiere a lo que es humano en la estructura propia del sujeto. Añade que es eso lo que responde en Dick, el cual no tiene contacto sino con esa hiancia. Así, según la enseñanza ulterior de Lacan bajo el S1, eso hace agujero en lo real, lo que autoriza a correlacionar la S1 a la hiancia del Otro que él evocaba.
Es apenas posible considerar que el congelamiento del autista pueda concernir otra cosa que el sujeto o el S1. Además, desde esta óptica, Lacan no presenta ambigüedades. No recae sobre el sujeto que está ahí -negativista desde el punto de vista del lenguaje- y que luego en la cura progresa, verbaliza un primer llamado y se integra al sistema simbólico -inclusive si esta ocasión, en el caso Dick, lo hace a través de una palabra que no es la suya-.
Este último punto es esencial para aprehender el congelamiento del S1. Si se concibe -como un desarrollo más lejano- que este congelamiento está operado por el autista, dándose la ilusión de que el significante-amo es llevado por un objeto -estrategia necesaria para enmascarar su implicación subjetiva en su decir y en sus actos-. En esta hipótesis, la estrategia defensiva del congelamiento del S1 utilizada por el sujeto induce un congelamiento de los afectos y un congelamiento del deseo. Por supuesto, el congelamiento no es la no-función.
Al privilegiar la iteración del S1 antes que su congelamiento, Jacques-Alain Miller se sitúa en los pasos de los Lefort. De los Lefort, Jacques-Alain Miller comparte la tesis en la cual en el autismo no es el Otro que domina, sino el Uno, de manera que hay el Uno-completamente-solo en lo real, pero no S1 que represente al sujeto.
No obstante, el abordaje más radical del autismo por la mismidad [mêmeté] fue desarrollado en los años 1970 por uno de nuestros colegas italianos, Panayotis Kantzas, en un texto sobresaliente de 1985 titulado “Le passe-temps d’un Dieu. Analyse de l’autisme infantile”[5]. La inmutabilidad sería, para Kantzas, probablemente para él la característica fundamental del autismo infantil. Considera que el autismo está regido “por una lucha desesperada con la que los niños buscan día tras día mantener una imposible fijeza de las cosas preservándose del cambio y del devenir”. De ahí viene su comparación de los autistas con pequeños Budas a la que hace eco el título de su artículo “Le pase-temps d’un Dieu”.
Kantzas parece anticipar con muchas decenas de años el abordaje milleriano. En su curso “Inmutables de los eventos”, Kantzas escribe: “El tiempo parece contraerse como si tendiese a un límite extremo e inmóvil donde cada oscilación, cada distancia es enseguida absorbida en una indivisibilidad del Uno”. Es lo que escribe Kantzas en 1985. Hacer de la inmutabilidad la característica mayor del autismo conlleva una consecuencia inmediata sostenida por Kantzas: “No puede haber allí devenir. El ser, mantenido en una ausencia de tiempo, se agota en el hecho de ser ahora.”
Una tal concepción del autismo hace difícil pensar en un cambio e inclusive en una terapia al no incitar en buscar y movilizar una dinámica propia al sujeto.
El primado del Uno-completamente-solo postulado por los Lefort no les hace obstáculo en concebir el posible advenimiento de una suplencia -suplencia muy difícil de poner en marcha ya que, dice, “a falta de la clavija del significante-amo, no sabrían construirse sino a través de un doble con el cual el autista sostendría una relación siempre amenazada de destrucción o autodestrucción”.
En resumen, plantear la inmutabilidad y el Uno-completamente-solo en el principio del funcionamiento del sujeto autista induce la suposición que sus aptitudes al cambio y sus capacidades creativas son débiles.
Por otro lado, Asperger se sorprendía de la hipertrofia compensatoria de sus «psicópatas autísticos» mientras que Kanner notaba una tendencia a la evolución del autismo infantil precoz pasando por un desarrollo precavido de pseudópodos hacia un mundo que los niños observaban y que había sido completamente extraño desde el comienzo.
Hoy en día, sabemos que la creatividad de ciertos autistas puede dar nacimiento a producciones sobresalientes. Ciertamente, están a veces ancladas en la iteración, como los dibujos de Stephan Wiltshire[6]. Son de una precesión que da la impresión de una reproducción fotográfica y a las cuales Sacks constata que la escena representada se aparece a un Uno-completamente-solo ya que son retenidas como algo exterior y como no-integradas sobre las cuales nada ha sido construido y que no están nunca ligadas a otra cosa, ni remodeladas. Si bien él no confluyó en absolutamente nada, él nunca fue influenciado por nada.
Sin embargo, ciertos autistas son capaces de producciones verdaderamente innovadoras. Conocemos a compositores de música que nunca antes fueron escuchados -Ouellette, por ejemplo-, creadores gráficos reconocidos -Carlos Vacas-, ingenieros innovadores -Grandin-, inventores de mundos imaginarios complejos y estructurados -Gil Tréhin-, pintores, arquitectos, poetas, etc. Las obras de Donna Williams y de Temple Grandin son obras completamente sin precedentes, de tal manera que han cambiado la visión del autismo.
Aunque las conductas de inmutabilidad sean persistentes en la mayoría de autistas llamados «de alto nivel», muchos se revelan capaces de romper con ellas, al menos temporariamente. Así lo atestigua, por ejemplo, un gusto por los viajes de Donald Triplett, de Donna Williams o de Josef Schovanec.
Los autistas de alto que se caracterizan por la adquisición de una actitud de llevar su existencia de manera independiente son capaces de plantear actos sin precedentes -así como la elección de homosexualidad por Tammet-, o aquella de cambiar de estudios o escoger una profesión, etc.
No obstante, las capacidades de acciones innovadoras y de producciones creadoras de autistas de alto nivel no platean una objeción al matema propuesto por Jacques-Alain Miller porque él considera que “el autismo no es un tipo clínico bien formado”[7]. Él impugna la extensión considerada del susodicho espectro de manera que propone retornar en el abordaje del autismo a la era pura kanneriana. Ciertamente, es pertinente considerar, con Jacques-Alain Miller, que el espectro del autismo es un cajón de sastre. Su exageración se basa principalmente en los niños en la inclusión de psicosis infantiles y de ciertos déficits intelectuales; mientras que, en los adultos, muchos psicóticos ordinarios son sensibles al atractivo de este diagnóstico que se ha vuelto hoy en día valorizante.
Aprehender el autismo como lo propone el DSM-5 -únicamente a partir de comportamientos que testimonian de un déficit persistente de la comunicación y de las interacciones sociales, unido a un carácter restringido y repetitivo de comportamientos, de intereses o de actividades- puede conducir a considerar como autistas un buen número de investigadores, científicos…
Gustavo Slatopolsky:
¿Podría detenerse? Porque la traductora se congeló.
Jean-Claude Maleval:
¿Se congeló?
Gustavo Slatopolsky:
Su Internet se congeló.
Jean-Claude Maleval:
Bueno, me dicen cuando se descongele.
Gustavo Slatopolsky:
Sí es por eso. Espere un minuto, por favor. Espero porque antes se congeló, ahora se perdió. Desapareció.
Jean-Claude Maleval:
De acuerdo.
Gustavo Slatopolsky:
Seguimos con Lore. Sol, ¿seguimos con Lore? ¿Volvió? Está volviendo.
Jean-Claude Maleval:
Sí.
Gustavo Slatopolsky:
O que siga Lore y después volvemos. Lore, ¿tienes el texto? ¿Dónde estamos? Página 5. Ya volvió.
Jean-Claude Maleval:
Decía que aprehender el autismo como lo propone el DSM-5 a partir de comportamientos puede conducir a considerar como autistas un buen número de investigadores, científico y artistas apasionados por sus actividades e incluso políticos -anclados en certezas restringidas y repetitivas. No faltan ejemplos…
Gustavo Slatopolsky:
Un minuto, por favor. ¿Está Cynthia o no? ¿Estamos Cynthia? Esperamos. Página 5.
Martina Cicchetti:
Te esperamos, Cynthia. No adelantamos mucho.
Gustavo Slatopolsky:
Dale, dale. Vamosl
Jean-Claude Maleval:
Decía que aprehender el autismo como lo propone el DSM-5 a partir de comportamientos puede conducir a considerar un buen número de personas como autistas. No faltan ejemplos: Einstein, Glen Wood, Newton, Van Gogh, Wittgenstein, incluso Hitler y Putin son de buena gana siempre considerados -abusivamente- como autistas hoy en día.
Sin embargo, los pioneros de la descripción del autismo concuerdan en considerar que “hay progresos y mejorías”, como Kanner; “Que la evolución es bastante favorable”, Zucker y Dovan. Y, a veces, las personas autistas en el trascurso de su desarrollo logran encontrar posibilidades de inserción social inesperadas antes, Asperger. La mayoría de los clínicos concuerdan hoy en día en la presencia de “actitudes que evolucionan” en los sujetos autistas y existe casi un consenso sobre el hecho que esta evolución se hace del autismo hacia el autismo.
Desde esta óptica, Jacques-Alain Miller no impugna la existencia de formas mixtas. Se encuentra, de hecho, con sujetos mudos que presentan cuadros severos de autismo que, no obstante, testimonian a través de sus escritos de capacidades intelectuales sobresalientes y de una excelente apropiación del lenguaje. Evoco aquí a Dohen, Birger Sellin, Kedart, Babouillec, Higa Shida, etc. No hay duda de que la originalidad de sus producciones sobrepasa las posibilidades inherentes a la iteración. No se limita a describir lo que experimentan. Adoptan una actitud reflexiva en relación con sus vivencias, del autismo en sí o del tratamiento que les fue propuesto.
Sin embargo, no son las formas mixtas -mixtas entre el síndrome de Kanner y el de Asperger- las que han conducido a Lorna Wing a promover en 1996 la noción de «espectro del autismo», adoptado en el 2015 por el DSM-5, sino la existencia de formas de pasaje entre el de Kanner y el Asperger que dan cuerpo a esta noción.
La demostración menos discutible de este pasaje reside en el devenir de Donald Triplett, el caso #1 del artículo prínceps de Kanner. Observado en los años 1930 en el John Hopkins Hospital de Baltimore, Donald, en el 2010, gozaba de una apacible jubilación en el Misisipi. Después de haber trabajado como cajero en el banco de sus padres, vivía de manera independiente y solo, conducía su carro y continuaba cultivando sus ocios: el golf y los viajes. Es notable que el único caso de autismo comentado por Lacan -el de Dick, tomado en tratamiento por Melanie Klein- también es conocido por tener un devenir muy favorable. Se volvió un autista de Asperger.
Las formas de pasaje del autismo de Kanner al de Aperger no son ni previsibles ni poco comunes. La existencia de formas mixtas de autismo de Kanner y de Asperger, así como aquellas de una forma de pasaje de una u otra, hacen difícil operar oposiciones seccionadas entre sus clínicas. Es posible que el progreso de la investigación conduzca a afinar este espectro, pero en el estado actual de conocimientos, la hipótesis de la expresión del autismo en un continuum clínico parece ser la más apropiada para englobar el conjunto de datos disponibles.
Los autistas kannerianos no están fijados en la inmutabilidad. Son capaces de actos, de ponerse a la obra, de actos y, a veces, incluso de palabras creativas. El objeto autista, por ejemplo, es el más elegido por el sujeto entre los objetos de su medio circundante. Esto da cuenta ya de una aptitud a plantear un acto innovador, e incluso sucede que este objeto sea una construcción operada por el sujeto y que dé nacimiento a una cosa jamás antes vista. Este es seguramente el caso para el “glinglin” de Roland, autista mudo de 7 años. El “glinglin” era nombrado así por el personal del servicio hospitalario donde era acogido sin duda por su parecido con una campanilla o un péndulo. Roland las fabricaba arrancándose cabellos y recogiendo de su ano una pequeña pelota de materia fecal que las unía una a la otra. Hacía oscilar muy rápidamente al “glinglin” delante de sus ojos y durante horas se perdía en esa contemplación del movimiento perpetuo, estando totalmente indiferente al mundo exterior e incluso a una estimulación dolorosa.
Bettelheim nota como decisivo en el progreso de Laurie -Laurie es uno de los tres grandes casos de La fortaleza vacía-, una niña flácida muda de 7 años, el momento en que ella comienza a largas tiras y hacer fronteras con ellos. Bettelheim dice: “Es una de sus primeras actividades espontáneas deliberadas y sobre todo simbólicas”. Añade: “Eran realmente su invención, su creación a partir de materiales externos con el fin de dominar las tensiones internas”. Se trataba de actividades de las cuales no tenía ejemplos. Durante horas partir de papel higiénico, producía largas tiras al rasgar concéntricamente desde el borde hasta llegar al centro. Con la ayuda de estas tiras y de su fabricación, ella creaba fronteras entre su mundo y el resto del mundo.
No hay duda, entonces, que los niños autistas más encerrados en sus mundos -se muestran capaces de tener iniciativas. Nadie les enseña comportamientos muy frecuentes: taparse las orejas, agitar las manos, mover objetos, practicar oposiciones on/off, tomar a alguien por la mano para alcanzar un objeto codiciado que podría ser tomado sin ayuda, etc.
Hay autistas de Kanner capaces de creaciones artísticas sobresalientes. Los dibujos de Lucile Notin-Bourdeau[8] han dado lugar a numerosas exposiciones en Francia y al extranjero. Sus dibujos son de cuerpos en movimientos en posiciones variadas y el estilo evoluciona de manera muy aparente en la medida en que Lucile avanza en edad.
Las pinturas de Iris Grace producidas por una niña muy joven -sin cultura artística- son acuarelas y acrílicos de una originalidad y de una belleza sorprendentes. Son compendiadas en un libro excelente en la que su madre nota que el estilo de Iris evolucionaba constantemente en relación con sus experimentos con diferentes materiales y herramientas.
En 1946, Kanner constata que autistas que parecen casi mudos, son sin embargo capaces de proferir frases enteras en situaciones de urgencia. Esta observación sorprendente de emisión de frases espontáneas en autistas que parecen amurallados en su mutismo ha sido desde hace mucho reiterada. El ejemplo más mencionado es aquel de Birger Sellin que exclama de repente: “¡Devuélveme mi pelota!”, en una circunstancia en la que su padre se la quitó. Ciertamente, Sellin presenta una forma mixta de autismo -mixta entre autismo de Kanner y de Asperger-. Pero este fenómeno se observa también en autistas puramente kannerianos. Un niño de cinco años, Gérard Berquez, a quien nadie había escuchado jamás pronunciar una sola palabra en su vida, se enoja cuando la cáscara de una uva se pega a su paladar. Exclama indistintamente: “¡Quítenla!”. Luego retorna a su mutismo anterior.
Las enunciaciones inesperadas surgen únicamente en situaciones inquietantes y presentan un carácter de necesidad o de urgencia. En estas circunstancias no es una elección subjetiva reflexionada o asumida, sino una suerte de reflejo suscitado por el contexto. El sujeto -en las frases espontáneas- no puede modular de lo que acaba de decir, ni parafrasearlas, ni comentarllas, efectuar un retorno reflexivo. Las frases espontáneas en las cuales la enunciación está fuertemente afirmada pueden ser consideradas como holofrases ancladas en una certeza, pero ellas no se ligan a nada, se disuelven seguidamente en el silencio de manera que competen de una manifestación del S1-completamente-solo. Sin embargo, no están al servicio de la inmutabilidad, muy al contrario, el entorno se vuelve estupefacto en tanto el acontecimiento es inesperado.
Tal potencialidad -esbozada por una movilización innovadora del S1-completamente-solo en favor de estas frases espontáneas o en ocasión de la resolución puntual de problemas- no está irremediablemente bloqueada. Puede, en ciertos autistas, lograr expresarse de manera más compleja y más indirecta al utilizar la estrategia del congelamiento del significante-amo.
¿Cómo opera este congelamiento del S1?
Partamos de lo que Kantzas nombra a justo título “una escena habitual” en el mundo autístico. “Lapo escoge un disco”, Lapo es un autista, “lo toma de la mano y la guía hacia el disco escogido. Se acerca entonces al tocadiscos para que esa misma mano lo ponga en funcionamiento”. Una práctica así es característica del funcionamiento del sujeto autista, se vuelve a veces invasora. “Durante muchos años”, cuenta una madre, “mi hijo autista consideró que mi mano era la prolongación de su propia mano. En un momento dado, este problema tomaba tanta importancia que no lograba ni hacer la limpieza ni a trabajar”. Esta conducta frecuente y sorprendente del niño autista consiste en tomar un adulto por la mano para hacer una acción que él mismo podría, en general, efectuar muy bien solo. Esta conducta es paradigmática del congelamiento del significante-amo. Este congelamiento es esencialmente operado por el sujeto autista dándose la ilusión de que el S1 es portado por un objeto, lo que le permite así quitarse de encima su implicación subjetiva en sus actos y su decir. Bettelheim anotaba el rechazo total de los autistas por sentirse concernidos en relación con el mundo. Rothenberg constata -a propósito de un niño autista-: “Hablar o escuchar era para él una responsabilidad muy pesada”. Muchos de ellos son como Gilles, a quien escoger le da mucho miedo. Cuando aparece este tema de la elección, Gilles se pone rojo, tiembla, incluso por la respuesta a una pregunta anodina como la elección de una galleta. Dice tener siempre miedo de equivocarse.
La indicación de Lacan según la cual, para estos sujetos, el peso de las palabras es muy serio, de tal manera de que no están fácilmente dispuestos a usarlos con facilidad parece ser una constatación emparentada. El congelamiento del S1 es una estrategia que apunta a borrar el hecho de que el sujeto está ahí comprometido al dejar suponer que esta dinámica viene de un objeto. Este congelamiento del S1 opera más frecuentemente haciendo creer que el punto de inserción del goce y de la toma de decisiones está desplazado sobre un objeto que parece constituir el centro vital del sujeto. Este objeto puede ser adoptado -cuando se trata de un doble humano o animal- y puede ser también inventado -ser una máquina, un compañero imaginario, una marioneta, etc.-.
Que la característica más frecuente del objeto autístico no sea su dureza -como lo pensaba Tustin-, sino su aparente dinámica propia encuentra aquí su lógica. La atracción del autista por estos objetos -trompos, hélices, ruedas, máquinas, “glinglin”, ventiladores, tocadiscos, etc.- reside en una gran parte en su sentimiento de que poseen una propiedad esencial que le a él le hace falta [fait défaut] y de la cual intenta apropiarse por procuración. La fascinación por las cosas que dan vueltas sobre sí mismas -notaba Bettelheim- se volvió una de las características que permiten plantear el diagnóstico de autismo infantil.
Hay autistas que no tienen necesidad de tomar la mano del otro para deshacerse de la responsabilidad de sus acciones. Les es suficiente que se les de la autorización de actuar. ¿Por qué Higashida tenía necesidad de señales o de consignas para actuar? “Las personas con autismo”, responde Higashida, “son a veces incapaces de actuar sin antes haber recibido la consigna oral. Yo, por ejemplo, cuando me pasan un vaso de jugos de frutas que pedí, no puedo comenzar a beber antes de que alguien antes me diga “Ten” o “Adelante””. “E incluso el autista dice “Voy a colgar mis vestidos en el ropero”, no juntará el gesto a la palabra”, dice Higashida, “antes de haber recibido luz verde”. Higashida dice: “No sé por qué los autistas tienen necesidad de esas señales, pero lo único que sé es que soy así. Nos es muy difícil ejercer una acción sin haber recibido una señal. Cumplir lo que sea, sin obedecer a la regla de la señal es algo que aterroriza”. En los autistas de alto nivel, este mismo fenómeno puede pasar desapercibo, escondido en bajo un aspecto de respeto escrupuloso de reglamentos.
Muchos están en posibilidad de hacer un uso del lenguaje como un objeto apto para borrar la expresión de la subjetividad. Así, canciones pueden ser utilizadas como ecolalias retardadas con el fin de hacer pasar un mensaje alusivo. “La lengua de poeta”, según la expresión de Williams, puede ser utilizada para el mismo fin. Un amigo le cuenta a Donna Williams que ella habla de una manera que la mayoría de personas no comprenden -precisando-: “No sabíamos siempre de qué hablabas, pero si no pensábamos en ello, llegábamos a hacerlo”. Es por ello por lo que una reportera le confía haberla percibido como la persona más evasiva que ella jamás había entrevistado.
Bettelheim hace una constatación parecida en lo que concierne a la palabra de Joey -el niño máquina-. “Habla tanto por oposición, por alusión privada y con un orden y una utilización de palabras tan inhabitual que por mucho tiempo no podíamos comprender lo que decía. Su palabra era así por el hecho de sus neologismos y de su de habla por opuestos. Esto era un obstáculo al establecimiento de la relación entre él y nosotros”.
En la “lengua de poeta”, en las ecolalias retardadas, en la evocación de canciones, en las palabras jerguescas, en la lengua evasiva, en todas estas comunicaciones alusivas -que los autistas aprecian-, el mensaje está filtrado por un objeto protector que parece poseer una capacidad expresiva propia que permite así enmascarar la implicación del sujeto. “Todo debe ser indirecto”, subraya Williams, “con el fin de engañar siempre a su mente de manera que éste se tranquilice y se relaje”.
Que el congelamiento del S1 produzca la puesta en juego de una expresión mediada por canciones, por una lengua evasiva, juerguesca, poética, preciosa, extraña, etc., se basa regularmente en un borramiento del goce del sujeto y en la ilusión de que la lengua es un objeto protector y que porta una capacidad expresiva que le es propia. Todos estos usos de la lengua dan al autista el sentimiento de que él habla de sí mismo sin que esté implicado en el mensaje interferido.
El congelamiento del S1 aparece de manera muy pura cuando un sujeto autista mudo no puede expresarse sino por la intromisión de un computador o mediante un cuadro con letras. Annick Deshays dice: “Yo utilizo una máquina como ustedes utilizan su voz”[9]. Dice: “Sin embargo, la fractura de las sinapsis me priva de la información real corporal”. Es la máquina la que goza. Asimismo, Birger Sellin considera que la escritura -a través de un computador- le es de una ayuda formidable, pero “él no percibe realmente el vivir”. La vida está en la máquina.
El corte en relación con los afectos -del cual testimonian la mayor parte de los autistas- suscita un fenómeno regularmente observado en ocasión de la práctica de la comunicación facilitada, asistida, aumentada, etc. Todas esas técnicas hacen inicialmente la curiosa constatación de que, para expresarse mediante el sesgo de un objeto, el sujeto autista tiene a menudo necesidad de que se le tome por la mano, así como la presencia de un asistente parece necesaria. Sellin relata: “Incluso la escritura no me es posible sino con la ayuda de otra persona. Es muy humillante. Tengo vergüenza”. Sin embargo, busca escribir solo, aunque sienta una gran angustia intensa que le hace sentir que su vida está amenazada o una resistencia brutal y bestial de una energía negadora de vida.
Para contornear esa falta de dinámica propia, un desvío es necesario por un objeto que supuestamente procure esa dinámica. Deshays constata: “Mi hándicap produce una dependencia fusional. Olvido mi autismo desde el momento en que siento una directividad fuerte. Necesito estar propulsada en mi dependencia.”
Cuando los autistas se adhieren a una de las diversas técnicas de comunicación facilitada, se nota claramente que su centro vital se sitúa, primeramente, en sus asistentes mientras que, con el tiempo, la máquina puede convertirse a veces por sí misma el lugar de su dinámica subjetiva. El niño-máquina, Joey de Bettelheim, se da la ilusión de que el objeto le aporta la electricidad necesaria para vivir, testimonia igualmente una localización externa del punto de inserción de su goce. Esta localización externa es indisociable de su sentimiento de ser él mismo una máquina insensible con el fin de protegerse del terror de que sus propios afectos pudieran destruirlo.
“Expresarse de manera indirecta, simbólica o alusiva -subraya Williams- es la única manera para la mayoría de los autistas de osar decir las cosas demasiado importantes para ayudarse a expresarlas de manera más directa”. Se sabe que el recurso a marionetas, portadoras de los mensajes del sujeto, pueden ser utilizados a veces con esa finalidad.
Un procedimiento aún más utilizado para permitir la expresión congelada del S1 consiste en poner una enunciación cortada de los afectos en “fachadas”. Estas fachadas son designadas tanto como compañeros imaginarios como personalidades de sustitución, incluso como máscaras, rostros, personajes o soportes de imposturas. Bueno, cito términos utilizados por autistas.
Estas estrategias de abnegación, como dice Williams, son desplegadas para parecer normal, pero son dolorosamente vividas y esto se acompaña con el sentimiento de estar cortado del mundo. Estas estrategias son solidarias de una falta de conexión entre los afectos y los actos. “Es a falta del cuerpo interno -explica Williams- que el sujeto aprende a emular y a hacer comedias”. Es muy conocido que Donna Williams se borraba bajo la personalidad de Carole y de Willie. “Nadie -afirmaba- podía entrar en relación con Donna, sino únicamente con los dos personajes a quien aceptaba servirles en bandeja: Willie, quien encarnaba todo mi furor y mi combatividad y Carole, esa concha vacía de emociones, que figuraba mi sociabilidad y mi aptitud de sostener diferentes roles”. Estas figuras fueron implementadas para adquirir una fachada de adaptación social. Williams dejaba a estos personajes jugar su rol y la gente les daba la réplica, pero esto se acompañaba con una vivencia según la cual le daba la sensación de ser su propio fantasma que vigilaba sus gestos y acciones. Ella se escondía detrás de sus compañeros imaginarios, pero no confundiéndose con ellos. Dice: “Como Willie me sentía mal, como Carole me sentía mujer, como yo misma me sentía neutra”. Ella subraya que esto le permitía decir lo que pensaba, pero no lo que sentía. Esto confirma a este recurso en el trabajo del sujeto para cortarse de sus afectos.
En la cura, si no hay coerciones que intenten separar al autista del objeto investido -como lo hace el método ABA, por ejemplo-, el autista pone en juego manifestaciones del congelamiento del S1 al buscar instaurar un orden en el caos de su mundo por medio de diversos objetos entre los cuales los figurines tienen un lugar privilegiado. Louange, el niño del placard[10] gracias a su psicoanalista pudo engancharse a una terapia mediante juguetes y bricolajes -como dice su analista-. Durante las sesiones, él construía un circuito gráfico que representaba las calles de un espacio urbano, espacio que se enriquecía progresivamente de edificios hasta convertirse en una mini-ciudad en la cual transitaban figurines humanos. Louange utilizaba esta invención fuertemente investida para dominar sus miedos proyectándolos ahí, pero también para apropiarse de ciertas maneras de actuar. Gracias a estos dobles-figurines, captores de flujos de energía y de variaciones de intensidad de lo vivo -es lo que dice su analista-, Louange pudo operar en su cura no solamente un ordenamiento del mundo, sino también una cierta regulación de sus afectos, mientras su propio comportamiento durante las sesiones se volvió más apacible y más afectuoso.
El congelamiento del S1 se sirve de varias técnicas: utilizar el lenguaje como un objeto, prestar su voz a un computador o a marionetas, borrarse tras un compañero imaginario, transferir los afectos a figurines, etc. Todas estas técnicas poseen en común un anclaje en el congelamiento de los afectos del sujeto autista que se acompañan con su aplazamiento ilusorio a un objeto externo aparentemente dotado de una dinámica propia. El congelamiento del S1 se funda en una constatación de Williams: “Comunicar por vía de los objetos no presenta peligro.”
La existencia del congelamiento de los afectos del sujeto autista hace consenso entre los clínicos. Muchos autistas insisten, incluso, en este punto. Para Sellin, “el autismo es el corte del hombre de las primeras simples, así como de las experiencias esenciales e importantes, por ejemplo, llorar”. Hay otras indicaciones parecidas: “Me urge ligar mi cuerpo a mi mente”. Y precisa: “Ordeno a mis neuronas a actuar…
¿Hay un problema?
Gustavo Slatopolsky:
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Jean-Claude Maleval:
¿Puedo avanzar? Bien.
Dewey dice: “Hay que ligar mi cuerpo a mi mente”. Y precisa: “Ordeno a mis neuronas actuar, pero la grieta de las sinapsis me corta de la información corporal real”. Grandin dice que algo le hace falla en lo profundo: “Mis decisiones”, afirma ella, “no son comandadas por mis emociones. Nacen del cálculo”. En suma, la mayoría de autistas acuerdan en considerar que el lenguaje no logra expresar sus vivencias. Entre el afecto y el intelecto la conexión se pierde. Su voz, a menudo descrita como monocorde, átono, ahorcada, mecánica o artificial, traduce de entrada una falta de afectividad en su expresión más corriente. Esto le dio a Asperger la impresión de una falta de sentimiento. Kanner, en cambio, observaba que no tenían contacto afectivo directo con la gente -lo que subraya en el título de su artículo de 1943-.
La indicación de Williams es decisiva en esta óptica según la cual el congelamiento de los afectos participa de una estrategia defensiva capital del sujeto autista. Williams scribe “fundamentalmente con el fin de diferenciar el autismo de la esquizofrenia, la solución que encontré para reducir la sobrecarga afectiva y permitir así mi propia expresión consistía en combatir para y no contra la separación y mis emociones”. Entonces, hay un trabajo de corte del intelecto y las emociones en el sujeto autista.
La imagen del autista niño-máquina tiene su origen en esta escisión. Si se anima conectándose al objeto es porque quiere creer que la fuente de lo vivo se encuentra en ese objeto. Congela sus afectos localizándolos imaginariamente en máquinas que -según Joey- “son mucho mejores que el cuerpo”, porque son “insensibles”, no se rompen y no pueden ser lastimadas[11].
La sorprendente necesidad de enchufarse en un facilitador para que la comunicación facilitada opere responde a la misma lógica. Es porque el autista intenta resituar su dinámica en un objeto que éste último ocupa un lugar capital en la clínica del autismo. El fenómeno puede llegar tan lejos en el rechazo de la percepción corporal que el sujeto autista deja a veces al otro la tarea de localizarlo incluso cuando son dolorosos. “Hasta el sufrimiento”, relata Rothenberg -un autista-, “Peter rechazaba toda responsabilidad. Lloraba, gritaba y era necesario ser un fino detective para llegar a descifrar dónde le dolía. Nunca lo decía”[12]. Lo esencial de estos afectos estaban en la dependencia de su terapeuta. Debía pasar por ella para identificar sus afectos y para decidir. Peter ponía en su terapeuta la carga propia del significante-amo, aquella de interpretar sus afectos, incluso de ordenarlos. Joey relataba más tarde: “Tenía mucho miedo de sentir verdaderamente que había algo que yo quería de verdad”.
Bettelheim hizo la misma constatación que Williams. Escribía en 1967: “El niño autista es un niño que impide a sus afectos ser sentidos, ser concientizados y así impide su actuar en función de sus afectos”. Joey indicaba en ese sentido: “No es suficiente combatir en esa separación entre el intelecto y las emociones. También hay que evitar entrar en una relación afectiva”. El congelamiento del S1 y el congelamiento los afectos -que está correlacionado- se articulan a un congelamiento del deseo.
De esta manera, si el sujeto busca ahogar sus afectos, las manifestaciones de ternura o de amor desde su óptica son sentidas como insoportables tentativas de movilizar sus afectos. Esto puede conducir a ciertos autistas a pedir que se les cese de amar y, a otros, a constatar que la gentileza desde su punto de vista los vuelve locos. Este sentimiento -paradójico para los no-autistas- encuentra su lógica en una manera de protegerse contra la angustia, angustia generada por el intercambio y la toma de decisiones al rechazar los afectos -el principio de ordenamiento- en un objeto exterior.
Este rechazo de lo vivo determina la creación del borde -uno de los objetos en que los afectos pueden ser localizados para evitar sentirlos-. Gracias al borde, la vulnerabilidad propia a la “sensación de vivir” -como dice Williams- puede ser alejada. El borde permite proteger al autista de lo que lo hiere, a saber, precisa Williams, “el retorno a la vida”. Ella subraya fuertemente que “matar el sentimiento de la vida con el fin de protegerse de los sentimientos que hacen mal está en el principio del funcionamiento autístico.”
Así, en las formas más severas del autismo, el asesinato de la vida parece haber tenido lugar. Sucede entonces que un sujeto apático, sin iniciativa, no siente lo que sucede en su cuerpo; micciones y defecaciones son vividas sin ningún tipo de reacción. La sensación de hambre está ausente y las sensaciones dolorosas no son experimentadas. Williams califica estos autistas severos como “amos del no-ser”[13]. Parece que muchos de autistas pueden dejarse morir, incluso. Uno de los niños observados por Kanner en 1943, Barbara K. “detuvo cualquier alimentación a los 3 meses y fue nutrida artificialmente 5 días por día hasta el año.”[14]
Sin embargo, cuando el sujeto autista se estructura, la inhibición de los afectos se vuelve selectiva. Esta inhibición recae particularmente sobre los afectos de contactos con otro, a saber, el amor, la gentileza, la simpatía, estos afectos, si se los experimenta, podrían incitar al intercambio. Es lo que ciertos autores nombran esto como una empatía autística no antropocentrada[15]. Mientras que otros observan que los problemas de empatía de los autistas afectan más específicamente al reconocimiento de las emociones positivas -no todas las emociones, pero mientras más se escala en el espectro, más son las emociones positivas las que son rechazadas-. Sin embargo, la inhibición de los afectos de contacto es compatible con la sensación en ciertas circunstancias. Un niño autista puede sentir amor por un animal o por un lugar ya que es un afecto menos aterrador que el amor que recae sobre un humano que tiene el riesgo de hacerle sufrir. Un niño autista puede incluso amar a un doble humano, a menudo encarnado por su madre o por un terapeuta, pero entonces se vuelve un amor fusional que no es peligroso en tanto que el autista no sea solicitado a implicarse en intercambios que pongan en juego su deseo y su falta.
La incidencia del significante sobre el sujeto autista produce una extrema mortificación del goce del cuerpo que se acompaña muy lo más a menudo de una propensión a que haga retorno en objetos excesivamente investidos. Desde los primeros meses, se constata en la mayoría de los autistas una investidura inmoderada de los objetos pulsionales -de la voz, de la mirada, de las heces, etc.- de los cuales no acepta casi nunca soltar, lo que los encierra en su mundo y los vuelve apáticos. Mientras que más tarde la defensa principal pasa por la elección de un borde al cual se ata inicialmente un goce extremo -por el objeto autístico-.
La indicación mayor de Éric Laurent según la cual en el autismo el goce hace retorno en un borde[16] implica un rechazo preliminar de éste que se manifiesta por un congelamiento de los afectos. Entonces, no hay retorno del goce sobre el borde sin congelamiento del significante-amo y, por ende, de los afectos y del deseo.
En la retroacción del abandono de su estrategia defensiva de congelamiento del S1 -porque en un autismo de alto nivel puede haber un descongelamiento del S1-, Williams constata: “Yo me había pasado la vida renegando mis anhelos”. El congelamiento del S1 implica, en efecto, al congelamiento de los afectos que poseen, por consecuencia, un congelamiento del deseo. Dick, nota Lacan, es un niño a quien no le gusta ningún llamado y que no tiene el deseo de hacerse comprender. Kanner observa que los autistas son autosuficientes, como en unas caparazones, actuando como si nadie estuviera presente. Bettelheim subraya: “Lo que los angustia es el hecho de ligarse”. Marcia -un caso de Bettelheim- se afirmaba como una niña fuerte, pero para no hacer nada. Si se le ofrecía un juguete a Joey, él decía en un tono muerto: “Sería maravilloso jugar con eso, pero no lo toquen”. Para Asperger, no tienen relación viviente con el ambiente y considera que “Nada es natural en ellos. Todo pasa por el intelecto”.
La conducta paradigmática del congelamiento del S1, la toma de la mano en un adulto para acceder a un objeto deseado manifiesta que el deseo congelado en ellos no es un deseo ausente, sino un deseo que privilegia una expresión indirecta por el desvío de un objeto. El congelamiento del S1 está al servicio de dos maneras de protegerse del deseo, a la vez aquel del sujeto y aquel del Otro. Primeramente, congelando el deseo propio del sujeto -que huye toda responsabilidad-, luego induciendo la creación del borde que parece quitarle el peso de la toma de decisiones, pero que puede permitir, en añadidura, introducir un objeto mediador y protector en la relación al Otro.
Una de las formas más importantes y sutiles del congelamiento del S1 consiste para el autista en comunicarse haciendo uso de una lengua reificada. En sus formas menos elaboradas, se manifiesta como una lengua que constata. Williams la describe como una lengua de “acumulación de hechos”, aquella que permite según sus términos “una conversación que no tiene ningún contenido afectivo, que se contenta con postular hechos simples o decir banalidades o futilidades”.
Pero esta lengua conoce formas más complejas en las cuales los signos se elevan a conceptos mediante sumatoria de imágenes lo que permite una comunicación más rica. Podemos calificarla como «lengua reificada», primeramente, porque cortada de los afectos aparece como una herramienta de comunicación y no como un vector de la subjetividad. Además, porque esta herramienta está compuesta de signos -y no de significantes- que se caracterizan por pegarse al referente y buscar sus articulaciones en el mundo de las cosas -y no de la gramática-. De esto se desprende que cada uno subraye que es una lengua concreta de manera que, para poder captar las abstracciones, deben traducirlas en representaciones de palabra. El sujeto autista cuando habla usa una lengua que se caracteriza por su aspecto de fijeza. Se observa siempre la tendencia a la descripción exacta del mundo, la exposición simple y sistemática sin ningún margen de interpretación sin que los afectos o las emociones vengan a parasitar las formas de pensamiento.
Una de las características iniciales de la lengua reificada reside en la permanencia de la situación original de aprendizaje. En esta lengua factual y reificada, en razón de una adhesividad de los términos y de las expresiones a la situación primera en la cual fueron recibidos, la significación tiende a permanecer fija [figée]. Una lengua así posee una codificación de la realidad. Ésta realiza el ideal: un vocablo, un sentido. Esta lengua no utiliza sino términos-etiquetas. No solamente los vocablos deben ser unívocos, sino que las cosas en sí no deben cambiar de denominación.
Las palabras de los niños autistas apuntan a eliminar la ambigüedad para forzarlas a ser del orden de las constataciones. Borrar en su pensamiento las imágenes del referente encuentra un obstáculo de manera que tienen dificultades para hacer semblante. De ahí que sean honestos, sinceros, tienen una aversión hacia las mentiras y les es difícil guardar un secreto.
La lengua reificada tiende a estructurarse en paralelo al mundo de las cosas -no lo son por la gramática-. Los elementos de la lengua reificada son primeramente tomados uno por uno y buscan organizarse tomando apoyo en las cosas. Esta lengua da un privilegio a elementos lingüísticos aislados en detrimento de la aprehensión contextual. Es lo que constatan los estudios de psicología cognitiva que dan cuenta que los niños autistas tratan la información de manera anormal no prestando atención a la estructura del conjunto y sin demasiada atención a pequeños elementos de esa estructura. Esto se traduce en lo que llama su «hiperselectividad», la cual les plantea dificultades en distinguir lo esencial de lo accesorio.
El carácter discreto del signo no da acceso sino a una memorización fragmentada que ciertos autistas -gracias a un trabajo mnémico intenso apoyado en lo visual- son capaces de volver, a pesar de todo, más o menos coherentes. Las articulaciones operadas por los signos de la lengua reificada se operan no a partir de una gramática o de una lógica significante, sino a partir de imágenes, al mismo tiempo elementos y de lo que los reúne. El stock mnémico de los autistas es espacial y no auditivo-verbal. Cuando buscan comunicarse, el autista utiliza una lengua reificada -que es un código espacialmente estructurado-.
Bueno, no tengo tiempo para darles ejemplos esta noche, pero ustedes los encontrarán en La Diferencia autística.
El autista posee una propensión a dotar la lengua con una dinámica que le es propia y considerar a los signos como estando en armonía con el orden de las cosas, lo que vuelve a la lengua reificada propicia a llevar una fuerza apremiante por la cual se manifiesta una expresión congelada del S1.
En las instituciones que utilizan plannings individuales y/o colectivos ha sido notada la sorprendente obediencia del niño autista a los signos exhibidos en representaciones espacializadas del tiempo. Es sobresaliente que ciertos autistas sin rechinar hagan tareas, incluso displacenteras, a partir del momento en el que están previstas en un pizarrón, dibujadas lo más a menudo con ayuda de pictogramas que representan actividades o lugares. Todos los especialistas concuerdan en considerar que tratan mejor las informaciones transmitidas por objetos, así como la escritura, los pictogramas o los signos gestuales. Ciertas técnicas de aprendizaje -makaton, PECS, etc.- toman en cuenta útilmente esta constatación.
Si para la mayoría de nosotros es el mundo de las palabras el que crea el mundo de las cosas, para el autista es lo inverso. El mundo de las cosas determina la estructura del mundo de las palabras -al menos cuando se sirven de éste para comunicar a través de la lengua reificada-.
El pensamiento del autista se forma privilegiando una lengua reificada de manera tal que se construye a partir de elementos independientes y no organizados por su diferencia como lo son los significantes. Un pensamiento autístico inicialmente tan poco estructurado…
Gustavo Slatopolsky:
Espere, por favor, ya que tenemos un problema con el Internet.
Jean-Claude Maleval:
Bien.
Martina Cicchetti:
Cynthia, se está entrecortando mucho. ¿Está mejor? A vera ahí, Cynthia. Perdón. ¿Se escucha un poco entrecortado?
Gustavo Slatopolsky:
Habla un poco, Cynthia. A ver, prueba hablar, Cynthia.
Martina Cicchetti:
Ahora mejor. Ahora sí, perfecto, Cynthia. Gracias. Seguimos.
Gustavo Slatopolsky:
Siga, por favor. Ella arregló la conexión.
Jean-Claude Maleval:
¿Puedo continuar? De acuerdo.
El pensamiento autístico inicialmente es tan poco estructurado que aprehende el mundo como un caos. Es por lo cual una de las grandes dificultades del autista reside en el discernimiento de regularidades. Su apego a la inmutabilidad encuentra ahí una de sus fuentes. De esto se desprende una extraña obediencia notada por Asperger a las órdenes que les son presentadas, no como personales, no como muy directas, sino como una ley objetiva impersonal. Por ejemplo, enunciando una ley que se impone tanto al niño como al educador, por ejemplo: “Esto se hace de tal manera…”, “Ahora, todo el mundo debe…”, “Un chico inteligente debe…”, etc. Asperger dice: “De tales palabras, viene su eficacia a lo que responde a una preocupación mayor del autista, la existencia de una única regla general que se aplica a todos dominios”, o aquella que puede formular Williams: “La voluntad de obtener reglas absolutas” o incluso según Sellin “el deseo de acceder a valores más que absolutos”.
Poner en marcha rutinas, repeticiones, itinerarios dados, rituales -testimonian los autistas-, todo esto contribuye a poner orden en el caos insoportable de la vida intentando mantener todo idéntico y reducir parcialmente este terrible miedo. Miedo de un caos, ciertamente, pero la angustia de la cual la inmutabilidad protege se apoya antes que nada en la revelación del caos en ocasiones de sorpresa. Los autistas están pegados a la inmutabilidad que tienen un horror a las sorpresas. Estas últimas constituyen para ellos una vulneración al orden de las cosas que adviene esencialmente por la intrusión del deseo del Otro. Es por esto por lo que Sellin afirma que “el cambio en el transcurso de la jornada no es gestionable”. Barron parece confirmar esta vivencia de intromisión cuando relata que una de sus reglas era que no se le debía servir agua en un restaurante. Cuando esto pasaba, ciertamente lo leía como si el mesero o la mesara lo hiciera a propósito para contrariarlo y probarle su impotencia.
Lo que es esencial en las conductas de inmutabilidad es menos la búsqueda de iteración que la protección frente a lo inesperado. Se testimonia en efecto que los niños autistas aceptan generalmente el ceder la conducta iterativa a condición de que se les proteja de lo inesperado. “Se puede obtener todo de los niños autistas”, constatan los Brauner, “a condición de saber prepararlos para ello. Para que el niño acepte sin angustia modificaciones y cambios, le son necesarios conocimientos, es necesario explicarles.”[17]
Los autistas se preocupan más en evitar las sorpresas que en satisfacerse de una iteración de sus conductas. Grandin dice: “No tengo ningún problema si repito mentalmente todos los escenarios posibles, pero me da pánico siempre cuando no estoy preparada a hacer frente a una situación inédita”. Kantzas sostiene que el enganche de sus niños en una tentativa de producir una serie de acontecimientos que se sigan sin ningún miramiento en relación con un modelo inicial posee una significación que no hay que buscar en un modelo particular ni en su repetición, sino más bien en la ausencia de variantes. Es una observación muy pertinente si se subraya que de las variantes surge lo inesperado.
Una madre atenta al funcionamiento de su hijo autista concluye, también, que “los rituales se acompañan con el miedo al cambio y se confabula con el precipicio de angustia abierto por lo desconocido”.
La mejor manera de llevarse con las conductas de inmutabilidad pasa para el autista por un dominio intelectual de las sorpresas. Más que a una búsqueda de repeticiones, el autista está más bien inquieto por que los elementos de la vida sean previsibles. Barron explica que los sentimientos positivos que les daban las conductas repetitivas eran de una fugacidad irritante y parecían evaporarse tan rápido como aparecían. El control, el confort y la seguridad ceden inmediatamente su lugar al miedo una vez más y siempre.
Entonces, el objetivo primero no es la satisfacción procurada por la iteración fugaz, sino la búsqueda de protección contra un miedo tenaz, aquel de lo imprevisible. “Yo quería que todo sea previsible”, subraya Velden, “y es ahí que mi necesidad de repetición se hacía más patente.”
Al contrario de lo que suponía Kantzas, la inmutabilidad no rige todo el universo del sujeto autista. Ciertos cambios de lugar le pueden ser indiferentes. Ciertos objetos pueden ser movidos sin que él se interese. Todos no tienen conductas alimentarias rígidas ni rituales para defecar, etc.
Asperger constata a propósito de Hans que él podía estar muy apegado a la inmutabilidad en ciertos dominios, pero que en otros podía ser muy desordenado. Al escoger aplicar la inmutabilidad a tales o cuales emplazamientos de objetos, a una conducta alimentaria, a una secuencia temporal, etc., el sujeto autista se da la ilusión de haber captado en el mundo de las cosas una regla absoluta que lo protege del caos. Las conductas de inmutabilidad se presentan en general como sumisión al orden de las cosas y competen ciertamente lo más a menudo de regularidades observadas -en el mundo de las cosas-, pero de hecho se basan siempre en una elección arbitraria del sujeto. Williams relata: “Yo funcionaba bajo la égida de una masa de principios muy estrictos”. Así, lo que no ignoraba era que se trataba de sus propias reglas.
Las rutinas son aprendidas por ciertos autistas de alto nivel como una estrategia pertinente no para someterse a un orden ya dado, sino para crearlo. La elección del sujeto es a veces particularmente aparente cuando la inmutabilidad no toma su fuente en una situación anterior, sino en un acto iniciado por el autista en sí. Barron, por ejemplo, debía ser el primero en entrar en la cocina todas las mañanas o bien el último en subirse al cuarto. A propósito de esta última regla, comenta: “Tenía así la impresión de poseer un poder sobre toda mi escuela”. Detrás del pequeño Buda de Kantzas se esconde, a menudo, un pequeño tirano. “Mi voluntad de que mis reglas sean respetadas primaban sobre todo” afirma Barron. Mientras que los que estaban en contra de sus reglas le dan la impresión de haber quitado todo poder, de estar desarmado.
La mejor manera de enfrentarse a lo inesperado consiste en dominar todo de manera tal que sucede que la lista de reglas se alarga volviéndose a veces tan restrictiva para los que lo rodean que suscitan tensiones fuertes con los miembros de la familia.
Si es exacto que el cambio -cuando no es preparado ni explicado- es vivido como una intromisión producida por el deseo del Otro, entonces las conductas de inmutabilidad no poseen la misma importancia que la soledad -el otro rasgo capital del autismo despejado por Kanner-. Las conductas de inmutabilidad están al servicio de la soledad, es decir esfuerzos por parte del autista para no comprometer su deseo en el intercambio. Barron quería estar libre de entregarse a los juegos repetitivos que se inventó porque -precisa- “desde el momento en que era yo el que decidía, no podía cometer errores. Si era necesario que haga lo que me pedía mi mamá, había un riesgo de fracaso, de que pudiese equivocarme”. Su encantamiento -como dice- por las conductas repetitivas las opone a a la gente que le horripilaba porque no sabía a qué servían ni lo que le iban a hacer hacer. “No son siempre iguales las personas y con ellas uno no se siente con seguridad”. Entonces, la inmutabilidad da seguridad, protege del caos, pero también del deseo del Otro y se ancla en una elección del sujeto del cual testimonian los sentimientos de dominio que acompañan su ejercicio.
La iteración que opera en la inmutabilidad ciertamente pone en juego un S1-completamente-solo en tanto una regla que se afirma, aislada, sin razón, sin articularse a nada, pero está portada por un S1 congelado. Ésta localiza los afectos del autista en objetos que parecen obedecer al orden de las cosas al mismo tiempo que borra la implicación del sujeto en la elección de tal regla en vez de tal otra.
La inmutabilidad es una de las estrategias de puesta en marcha del congelamiento del S1 mediante la cual el sujeto se hace embaucar sometiéndose al orden de las cosas al borrar que este orden está anclado en una elección de su parte que busca preservarlo de lo inesperado y del deseo del Otro. La inmutabilidad es un rasgo menos característico del síndrome autístico que la búsqueda de soledad anclada en un evitamiento del deseo del Otro.
Sucede que autistas de Asperger hagan referencia a una sorprendente mutación subjetiva que se caracteriza por una aptitud de aprehender la palabra [parole] en nombre propio y plantear actos sin la ayuda de nadie. Esto se consigue viendo o pasando por modos de expresión indirectos o veladas que ponen en juego el mecanismo del congelamiento del S1. Una cantidad de autistas hacen referencia a una eclosión o a un nacimiento tardío a menudo en la adolescencia. “Estimo haber nacido a los 19 años”[18] escribe Anneclaire. Fue a los once años y medio que Peter tuvo el sentimiento de salir de Myra, su terapeuta, al precisar: “Nací de ella al igual que de mi mamá”. Bettelheim constató que la mayoría de los niños autistas de la Escuela Ontogenética habían querido ser vueltos a nacer de nuevo. Sucedía incluso que intentasen morir para eso. Bettelheim observaba: “El niño debe estar convencido de que ha escogido él mismo su renacimiento, que la controla con el fin de que la vía a seguir no le aparezca como demasiado angustiante.”
La mutación subjetiva que da nacimiento al autista de alto nivel se acompaña a menudo de un fantasma de auto-procreación o de tentativas de auto-nominación. Barron relata: “El ser que estaba fundido en mí salía a la superficie y yo tenía la impresión curiosa de dar a luz”. Este sentimiento es correlativo de la emergencia de una aptitud a tomar riesgos y el advenimiento de una capacidad de vivir solo y sentirse independiente. Además, Barron puede comprometerse en aventuras sentimentales que testimonian que él sabe temperar la angustia que le impedía confrontarse al deseo del Otro.
En la retroacción de una separación con un terapeuta “decepcionante” en una cura que duró cuatro años, Gerland relata una modificación de su posición subjetiva que le parece que se produjo progresivamente. “Algo se desencadenó en mí”, escribe ella, “haciendo que pueda hablar automáticamente. Antes no lo lograba nunca. Ahora, ya no tengo necesidad de pensar en todo lo que voy a decir. Incluso no tengo necesidad de escribirlo mentalmente. La palabra y el pensar iban a la par espontáneamente y ya no tenía necesidad de dar a la voz la orden de decir lo que quería decir”. Desde entonces, ella podía explicar lo que pensaba o sentía “de una manera completamente diferente de lo que lo precedía”. Así, testimonia que un corte entre el goce y el intelecto dejó de funcionar, al menos parcialmente. Lo vivo se inserta en el pensamiento confiriéndole a ésta un automatismo, una espontaneidad que contrasta con las formas anteriores para movilizar parsimoniosamente la voz. Es la interrupción del combate por la separación entre el intelecto y los afectos que dan a Gerland el sentimiento de volverse -según el título de su obra- “Una persona entera”. Ya no hay ese corte entre el intelecto y los afectos. Al término del recorrido relatado por Gerland en su libro, un cambio se opera haciendo de él un autista de alto nivel -posición subjetiva- que le permite afirmar: “Yo me las arreglo solo en todo.”
El descongelamiento del S1 se acompaña de una asunción de la enunciación que hace posible una apertura a la ambigüedad significante. Para ciertos autistas de alto nivel, el acceso al humor y a la poesía, así como a una comprensión de las mentiras y de la hipocresía se da.
Luego de su eclosión, Barron comienza a poder tomar decisiones solo y su madre constataba que se desarrollaba conjuntamente su sentido del humor. En la edad adulta, Tammet desarrolló un gusto por la poesía y se considera hoy en día en capacidad de “animar las palabras con su imaginación de tal manera que cada palabra es un pájaro al que se le enseña a cantar”. Tammet indica también con mucha sutiliza que la poesía comienza con el uso del significante propio de la palabra habitada. “Para poder narrar nuestras vivencias”, analiza Tammet, “nos es necesaria la poesía. Sin poesía estamos mudos. Se pueden repetir cosas como yo lo hacía a los 10 años, diálogos en las novelas como un periquito que no comprende el sentido de lo que dice, pero a partir del momento en que comprendemos el sentido de lo que se dice, la palabra se vuelve forzosamente múltiple.”
La introyección lograda de lo vivo vuelve no solamente al sujeto independiente, sino también creativo. Se vuelve capaz de tomar una posición dinámica frente a los objetos. Es él quien los acciona. Ya no está animado por su borde.
El autista de Asperger permanece como un sujeto al cual “hay que enseñarle todo mediante el intelecto” -como dice Asperger- mientras que el autista de alto nivel alcanza una conexión mucho más ceñida del pensamiento y de los afectos y se vuelve capaz de tomar decisiones capitales que le conciernen sin ayuda de nadie: para Tammet la elección de su homosexualidad, para Grandin la elección de sus estudios, para Williams el publicar su libro -a pesar de la angustia-, etc. Tal toma de decisiones no sería posible sin la implicación del goce en el pensamiento que testimonia de un descongelamiento del significante-amo.
El autista está tomado en la alienación significante de manera que padece del impacto del S1. Pero éste no funciona para él inicialmente sino congelado a través de un objeto que soporta indirectamente la enunciación. Inclusive congelado, el S1 instaura una mortificación del goce de una parte por el congelamiento de los afectos, de otra parte, por la producción del borde. Sin embargo, esta mortificación no está regulada. Ésta inhibe el deseo del sujeto y deja subsistir trastornos de la sensibilidad. El borde no es un objeto plenamente extraído, el autista lo guarda en su mano.
El retorno inicialmente excesivo sobre el borde se muestra como indisociable del congelamiento del S1. Sin embargo, cuando se tempera el goce pegado al interés específico -la forma más compleja del borde-, éste puede hacer sinthoma y abrir al lazo social. En los autistas de alto nivel se opera un descongelamiento progresivo del S1, de los afectos y del deseo -más o menos logrado- que abre la posibilidad de funcionar de manera independiente y permite tomar en cuenta el deseo del Otro -según testimonian algunos la apertura a una vida sexual con un partenaire-.
El penetrante comentario de Lacan comentado sobre el caso Dick parece haber captado de entrada una característica esencial: hay en los autistas de Kanner y Asperger algo que se congela y que se fija, a saber, el S1, lo que induce una inhibición de los afectos y del deseo y un desplazamiento de la enunciación sobre un objeto.
Entonces, he tomado la idea esencial: es un congelamiento del S1 y no una forclusión del S1 en el autismo -lo que sería muy difícilmente compatible con el descongelamiento del S1 que se observa en la clínica de autistas de alto nivel-.
Helo ahí. He intentado discutir un poco el matema que propone Jacques-Alain Miller sobre el que insistí al inicio. Bueno, si tienen preguntas ahora podría intentar decir algo.
Gustavo Slatopolsky:
Primero, le agradezco enormemente la exposición. He leído con mucho detalle, incluso, el libro.
Tengo dos preguntas para que me oriente. Si puedo seguirlo bien, el advenimiento de lo que es mal nombrado «autismo de alto nivel» permitiría la conexión afecto-intelecto, por decirlo de alguna manera, el descongelamiento del S1 permitiría un acceso a algún modo del deseo.
Mi pregunta es la siguiente: ¿en la clínica sería posible algún orden de deseo a partir del acto del analista sin necesidad de alcanzar el alto nivel? ¿Sería posible pensar en alguna modalización del significante-amo que no implique necesariamente el pasaje por el retorno reflexivo de aquello que se dice?
La segunda pregunta que me gustaría hacerle en la misma dirección es si recorta de todos los testimonios que ha leído algo que para usted ilumine lo que sería algo así como la modalidad que debiera tener la interpretación, el acto o lo que fuera que dé cuenta de un vaciamiento logrado.
Jean-Claude Maleval:
No comprendí.
Gustavo Slatopolsky:
¿Repito yo, Cynthi?
Jean-Claude Maleval:
Esta sería la pregunta: ¿sería posible por el acto del analista producir un decir?
Gustavo Slatopolsky:
Vaciamiento, “un vidage”.
Jean-Claude Maleval:
Es una pregunta algo complicada. Lo que diría es que lo que constatamos más a menudo en las curas de autistas de Kanner, bueno, primero es necesario lograr entrar en contacto con ellos, establecer, hacer una suerte de que haya una transferencia porque al inicio, como dice Tustin, la transferencia está trabada. Para lograr que haya una transferencia, en general, es necesario tomar una actitud algo discreta, tener una aproximación indirecta que no ponga en primer plano el acto del analista, al inicio. Luego, se trata de acompañar al autista en sus construcciones. Vemos bien lo que hizo Melanie Klein. Hizo más que acompañar. Ella las construyó. Pero lo que más a menudo se trata es acompañar al autista en sus construcciones a partir de objetos que va a investir y que va a complejificar como lo vemos bien en la cura de Louange, por ejemplo. Entonces, ahí el analista es un acompañante. No es alguien que va a cortar en el discurso del sujeto.
No obstante, efectivamente, hay un exceso de goce que se pega al objeto, que se pega al borde. En cierto momento, cuando el borde está bien instalado, ciertamente es necesario operar un cierto vaciamiento del goce limitando la investidura de ese objeto. Por ejemplo, es lo que hacía Bettelheim con la máquina de Joey cuando quería llevarlo al comedor, le dice: “Bueno, puedes llevar una pequeña parte”. Ahí hay un acto del analista que limita el goce invasor pegado al objeto. Pero veo eso así y no como una intervención de corte. Eso me parece difícil porque el autista no está en el significante. Está en una lengua de signos. Cortado de la lengua de signos provocaría una sorpresa y nada más de eso. Entonces, diría que hay que acompañarlo en sus construcciones y el acto del analista en tanto que va a limitar el goce no puede intervenir sino cuando el borde está ya construido y es demasiado invasor.
No sé si respondí a su pregunta.
Ricardo Seijas:
Buenas noches, Jean-Claude. También muchas gracias por su exposición y su libro que estamos leyendo atentamente. ¿Se me escucha bien?
Jean-Claude Maleval:
Sí, le escucho.
Ricardo Seijas:
Quería hacerle un par de preguntas, una necesita una breve introducción.
Usted plantea una estructura del funcionamiento del congelamiento del S1, su proyección en un objeto externo -siendo un modo de evitación no solo del propio deseo del autista, sino del deseo del Otro, pues ambos son vividos como caóticos y, por tanto, angustiantes y terroríficos-. Sin embargo, usted también sitúa otras dos dimensiones de esta estrategia: por un lado, esta estrategia puede servir, por ejemplo, para atreverse a decir cosas que son demasiado importantes como para expresarlas de forma directa, según la misma Donna Williams; o para apropiarse de formas de hacer cosas, regular los afectos, lo que produce que sea más afectuoso, como lo es en el caso de Louange. Es decir, esta estrategia no eliminaría completamente el deseo, sería una especie de rodeo para su realización. Por otro lado, usted también que esta defensa puede ser dolorosa para el sujeto autista, es decir la soledad que implica el no poder conectar su decir con sus afectos, el no sentir el cuerpo. La pregunta es la siguiente: ¿se podría pensar entonces que la defensa funciona como una especie de formación de compromiso y que hay entonces una posición dividida del parlêtre autista entre una posición de rechazo del deseo y otra posición deseante que va hacia el encuentro con el deseo del Otro? Y, entonces, si es posible pensar que no siempre que un otro deseante sea contraproducente…
Jean-Claude Maleval:
Sí. Usted ha captado bien lo que trataba de expresar. Hay giros de deseo por un objeto. Es por lo que utilizo el término de «congelamiento». No es una ausencia de deseo. Es un deseo que toma estrategias complejas para poder expresarse. Es una defensa dolorosa. Es vivida así. Williams dice que es una “mutilación psíquica” que debe al pasar por sus compañeros imaginarios. Entonces, hay un cierto corte en el sujeto. Hay un corte diferente al del sujeto neurótico, por supuesto. No es un clivaje. Hay un escisión entre el sujeto y su objeto que está muy presente ya que el borde es una encarnación del objeto a, pero una encarnación que no ha caído totalmente, que está extraída, pero que no ha caído. Es por lo que no está simbolizada y no hay la función fálica.
Entonces, hay una tentativa de compromiso, efectivamente, para el sujeto autista para tratar de expresar su deseo, pero por el intermediario de estrategias complejas y, al mismo tiempo, hay un ahogamiento del deseo ya que sus estrategias implican inicialmente que esté cortado de los afectos del cuerpo.
No sé si respondí a su pregunta, pero usted la ha resumido bien antes lo que trataba de decir -en todo caso-.
Ricardo Seijas:
Gracias. Tengo otras dos preguntas. No sé si alguien más quiere hacer alguna.
Martina Cicchetti:
Adelante, Seijas.
Ricardo Seijas:
Usted señala, Jean-Claude, para indicar sus posibilidades creativas que los autistas de Kanner son capaces de conductas corporales que nadie les enseña, por ejemplo, taparse los ojos o los oídos.
En la cigarra, venimos pensando que estas conductas también son señales de que algún imaginario se ha constituido, alguna unidad del cuerpo que les permite disponer funcionalmente de él. Por otra parte, usted dice que en la proyección del S1 en un objeto externo, el autista se hace la ilusión, por ejemplo, de que el objeto le proporciona energía. ¿Cómo entiende usted esa ilusión? ¿Sería parte de un imaginario presente ya en todo parlêtre autista? ¿También en los autistas de Kanner cuando logran armar un borde?
Jean-Claude Maleval:
Efectivamente, hay comportamientos corporales inventivos en el autista de Kanner que traducen un cierto imaginario, pero no hay solamente comportamientos corporales inventivos. Pueden crear un objeto, por ejemplo. Entonces, no es solamente lo imaginario que está en juego. El imaginario, lo real y lo simbólico están presentes para el autista. Simplemente su conexión no es borromea. ¿Cuál sería su conexión? No sabría precisarlo, pero en todo caso no es borromea. Eso es seguro.
Entonces, se da la ilusión que es el objeto el que actúa y no él, por supuesto, hay algo del orden imaginario que está ahí. El autista tiene dificultades con el hacer semblante, pero eso no quiere decir que no haya imaginario. Hay una pobreza de lo imaginario, así como hay una pobreza de lo simbólico, pero las dimensiones de lo simbólico e imaginario están ahí. Sin duda, hay cierta pobreza y la conexión entre lo simbólico y lo imaginario no se hace de manera reglada. No sería ser más preciso en este punto por el momento. Ha habido tentativas de nudos del autista, pero me no me parecen que son muy convincentes. De acuerdo que no sea borromeo, pero ¿cuál es el nudo que podríamos hacer para el autista? No son muy convincentes esas tentativas que se han hecho hasta el momento. Y no soy capaz de decir cuál es el nudo del autista.
Ricardo Seijas:
Nosotros también tenemos en la cigarra ese problema de cuál sería el nudo para el autista.
Una última pregunta. Ésta es más teórica -se podría decir-. Usted, refiriéndose al caso Dick, precisa que para Lacan la simbolización anticipada es correlativa a una hiancia que remite a lo que hay de humano en la propia estructura del sujeto. Añade que “esto es lo que responde en Dick”, Lacan dice esto, “que solo tiene contacto con esa hiancia”. Y usted agrega: “Según la enseñanza posterior de Lacan bajo el S1, eso hace un agujero en lo real, lo que permite correlacionarlo con la hiancia del Otro”. Entonces, ¿usted objeta la tesis de Éric Laurent de la forclusión del agujero como fundante de la estructura autista?
Jean-Claude Maleval:
Es verdad que es una tesis que no me parece muy esclarecedora. No retomé esa tesis de la forclusión del agujero. No llego a asimilarla. Es cierto que si se postula un congelamiento del S1, eso quiere decir que hay una manera de vérselas con ese agujero. Entonces, tal vez la forclusión del agujero tiene una pertinencia en las formas más radicales del autismo. En las formas más severas hay a menudo una tentativa de agujerear en lo real, rompiendo, cuarteando, pero eso es verdaderamente en los autistas mudos que se automutilan, etc. Hay ahí tal vez, efectivamente, una tentativa de hacer un agujero en lo real en las formas más severas. Pero cuando el borde está en lugar, ahí algo del S1 funciona -hay frases espontáneas, etc.-, el S1 funciona y ese agujero está cegado por el S1 -diría-. Entonces, hay forclusión del agujero en las formas más severas del autismo, pero en las formas más elaboradas -sobre todo en las formas más elaboradas-, me parece que ya hay un agujero, que la hiancia del Otro está pacificada por el S1, un S1 que funciona completamente-solo, de manera desviada, que traduce la forclusión del Nombre-del-Padre, pero que, aún así, logra vérselas con la hiancia del Otro. Es lo que diría sobre esa pregunta hoy. Le agradezco. Es una pregunta muy interesante. La forclusión del agujero me parece pertinente en las formas más severas, pero no pienso que podamos extender eso a la estructura autística en sí. Es mi respuesta hoy sobre esa pregunta hoy. Tal vez que evolucione.
Ricardo Seijas:
Muchas gracias.
Gustavo Slatopolsky:
Bueno, ¿hay preguntas? Yo quisiera hacerle dos preguntas más. No sé si alguien quiere preguntar.
Usted hace un hincapié y me sorprende y lo saludo porque me gusta en relación con el esfuerzo de pensar el autismo como un esfuerzo de no comprometer el dese en el intercambio. Es raro escucharlo porque, de alguna manera, permite resonar -con todas las distancias del caso- con la estrategia de la neurosis: no comprometer el deseo en el intercambio. En ese punto, me gustaría preguntarle lo siguiente: ¿si se piensa el autismo como una estrategia frente al deseo -ya que, efectivamente, se lo considera con el S1 inscrito-, no consideraría que a lo mejor que en el análisis el poner a jugar el propio deseo del analista de manera advertida -lo digo no al modo de la escansión, pero sí de hacer resonar- puede tener un efecto de sacudida de la defensa de una manera favorable?
La segunda pregunta en la misma línea es: cuando usted plantea las frases espontáneas en el sentido de “una emergencia del contexto que obliga frente a la angustia a responder”, por ejemplo, “Devuélveme la bola”, o “Quítame esto”, ¿por qué hace tanto esfuerzo usted en formalizarlo como una emisión de cuerpo -así lo nombra Laurent-, usted lo nombra como un S1-solo? ¿Por qué no darle el valor de un instante de enunciación en el cual se hace presente el significante-amo?
Jean-Claude Maleval:
Sobre esta última pregunta sobre las frases espontáneas, insisto, efectivamente como usted lo dice, acerca del hecho de que es una enunciación muy fuerte, pero permanece como una enunciación sorprendentemente aislada, que no se adjunta a nada. Una vez que el sujeto salió de ella, jamás va a comentarla, jamás va a correlacionarla a otra cosa. Se tiene el sentimiento de que está sorprendido él mismo de haber lanzado esa frase y que le angustia el haberlo hecho. Entonces, son frases que no se articulan a nada. Es en eso en que son S1 aislados que no son comentados, parafraseados, que no se articulan a un S2. Entonces, es por lo que indico un congelamiento del S1 en esas frases ya que permanecen sin conexión.
El evitamiento del deseo del Otro… Es verdad, en la neurosis, en la psicosis también, en el autismo también, hay deseo del Otro. Simplemente, lo que hace la estructura es la manera de evitarlo. La manera de evitarlo en la psicosis es crear un delirio, por ejemplo. En la neurosis puede haber fantasmas histéricos, obsesivos. En el autismo es el construir un borde lo que va a ser la manera capital de evitar el deseo del Otro. Cito a menudo a Donna Williams quien dice que lo esencial para ella es de ni dar ni recibir. Es una manera algo radical de evitar el deseo del Otro. Eso va más lejos que en la neurosis, sobre todo.
El deseo del analista… ¿Cómo podemos intervenir? Lo que decía hacía un instante: es sobre todo mediante el acompañamiento del sujeto autista que el deseo del analista se manifiesta, por el acompañamiento en sus construcciones. Por ejemplo, el terapeuta ABA, quien no tiene un deseo de analista, no va a acompañar las construcciones, al contrario, va a oponérselas quitándole el objeto. El deseo del analista es más bien trabajar con el sujeto y tomar en cuenta sus defensas y buscar con él construirlas. Y luego, efectivamente, más tarde cuando se está en cierto nivel de evolución con el espectro, es necesario atenuar el goce excesivo pegado al borde y ahí intervenir cortando un poco ese goce. Ahí es más clásicamente una intervención analítica clásica -digamos-.
Es lo que diría. No se trata de precipitarse en cortar en un discurso que tiene dificultades en estructurarse, más bien no es un discurso, sino una lengua reificada que toma la lengua en sí como un objeto protector con el que se puede expresar ciertas cosas, pero de manera muy velada, muy discreta. El autista expresa más bien constataciones antes que su deseo con la lengua reificada. Cortar en esta lengua reificada no me parece, ni tampoco interpretar. No se trata de interpretar. No hay abertura a un inconsciente posible por esta lengua de signos. Se trata, una vez más, de acompañar al sujeto en sus construcciones defensivas y de la elaboración del borde. El borde es al inicio el objeto autístico. Luego, a menudo, un doble. El analista toma ese lugar de doble, es el que el sujeto autista le da. Y luego es el interés específico el que va a volverse la forma mayor de borde y es la más facilitadora desde un punto de vista social ya que sabemos que muchos autistas van a encontrar un oficio a partir de su interés específico -la electricidad con la máquina eléctrica de Joey, lo condujo a ser electricista-. Entonces, hay que acompañar al autista antes que interpretarlo -diría-.
Gustavo Slatopolsky:
Muchísimas gracias. Marcela Piaggi.
Martina Cicchetti:
Perdón. Ya estamos en hora. Por ahí que haga Marcela la pregunta y después ya vamos cerrando. ¿Sí?
Marcela Piaggi:
Bueno, gracias. Justamente la pregunta iba en línea a lo que acaba de decir Maleval. La pregunta era sobre la interpretación. Si podemos hablar de intervenciones en vez de interpretaciones. Pero bueno, con lo que acaba de decir que no hay apertura del inconsciente, justamente, me respondo qué lugar para la interpretación. Se trata más bien de acompañar las defensas del sujeto, la construcción de un borde antes que por ahí el orden intrusivo, sorpresivo que puede tener la interpretación. O quizá podemos pensar en otro tipo de interpretación más aconsejable para el autismo.
Por otro lado, soy breve en respecto de lo que usted dice: “No hay apertura al inconsciente”. Se me hace una segunda pregunta que es respecto del inconsciente, del valor del inconsciente en el autismo. Seguramente es bastante larga la respuesta y tampoco puedo terminar de formular bien la pregunta. Este binomio interpretación-inconsciente, no sé si hay algo que…
Gustavo Slatopolsky:
Marcela, más lento para que te puedan traducir.
Marcela Piaggi:
Sí. Digo que, quizá, este binomio que me surge ahora a partir de la respuesta de Maleval entre interpretación e inconsciente, bueno, ¿qué decir de este binomio? Por supuesto tenemos poco tiempo para ello, pero quizá alguna guía para eso, para pensar la interpretación en el autismo. Eso.
Jean-Claude Maleval:
Que no haya inconsciente en el autismo es algo que hay que matizar. Lacan dice a propósito de Dick que no hay inconsciente. Margareth Maler dice: “No hay represión”. Efectivamente no hay represión en el autismo. ¿Quiere decir que no hay inconsciente? No. La creación del borde, por ejemplo, es un mecanismo inconsciente. Nadie le enseñó eso al autista. La investidura de signo antes que significantes se le impone a él. No es su voluntad. El congelamiento del S1 es algo también específico del inconsciente del autismo. Pero este inconsciente no está reprimido. No hay represión. Entonces, no se interpreta. El problema es más bien construir las defensas y ayudarlo a construir las defensas. Entonces, se trata de intervenir en esto, pero no se trata de interpretar. Se trata de intervenir para facilitar la construcción del borde, pero también tratar de que ese borde pueda volverse un lazo social, que el autista no esté muy invadido por ese borde. De ahí, parece que ciertos autistas de alto nivel logran prescindir del borde a veces. Temple Grandin, por ejemplo, abandonó su máquina de abrazar muy tardíamente. Pero bueno, la caída de la máquina de abrazar muestra un cierto vaciamiento del goce del borde que hace que llegue a una forma muy bien estabilizada del autismo.
Entonces, yo diría más bien intervenir antes que interpretar con el autista. El deseo del analista debe más bien manifestarse en esa forma.
Martina Cicchetti:
Muchas gracias. Bien.
Gustavo Slatopolsky:
¿Hay tiempo para más preguntas o vamos cerrando?
Martina Cicchetti:
Brevísima.
Ricardo Seijas:
Ah, entonces yo tengo una. Me había dicho que es la última.
Gustavo Slatopolsky:
…porque es muy tarde en Francia. La última, Ricardo. Hazla.
Jean-Claude Maleval:
Una pregunta más si quieren.
Ricardo Seijas:
A mí me parece que en esto último que usted dijo está todo el problema que tenemos nosotros en relación con el acto del analista. Me parece que usted plantea el vaciamiento del borde una vez que está bien constituido. Y entonces habría un primer momento de apoyo en la construcción del borde y un segundo momento de vaciamiento. Mientras que, en la cigarra, nos da la impresión de que esta dialéctica construcción-vaciamiento es, de algún modo, desde el inicio, desde el autismo de Kanner y de una forma permanente. Hay algo de construcción y hay algo de vaciamiento que proviene de la posición del analista. Nuestro planteo sería que el deseo del analista se mueve entre esos dos momentos permanentemente.
Gustavo Slatopolsky:
Y yo podría agregar a lo que dice Ricardo Seijas la idea de que esta oscilación en la cigarra es posible por el sostén de la transferencia misma. Es decir, me parece que hay una posición del analista a la hora de poder pensar qué aportaría la idea de Lacan. Y las formulaciones que usted trae, a diferencia de otros psicoanálisis, que permiten que la transferencia misma sostenga sin que el vaciamiento sea vivido de manera mutilatoria. Entonces eso hace que se fijen menos a soluciones fijas y que sea mucha más dúctil el poco apego a la defensa para ir avanzando hacia nuevas posiciones. Es mi impresión.
Jean-Claude Maleval:
Sí. Es muy interesante lo que usted dice. Dije muy rápidamente que hay que construir el borde y vaciar su goce. Bueno, usted dice que de entrada habría que operar un cierto vaciamiento del goce pegado al borde. Tal vez eso es posible porque en la transferencia el analista en sí es un borde. Se debe convertir en un doble para que la transferencia se ponga en marcha. Entonces, es posible que, con el sostén de un doble, un cierto vaciamiento de goce pueda operarse de una manera algo precoz. Por ejemplo, es verdad que los objetos autistas a menudo el autista los abandona para tomar otro y tomar otro y tomar otro. En el pasaje de un objeto autista a otro hay un cierto vaciamiento de goce, efectivamente. Entonces, estaría bastante de acuerdo que el acto analítico esté, una vez que la transferencia esté en marcha…Es necesario ponerla en marcha porque al inicio está trabada, pero cuando se llega a ponerlo en marcha, se trata de acompañarlo, ciertamente, de construir el borde, pero tal vez también de vigilar que el goce del borde no sea muy invasor. Y eso tal vez es algo que hay que hacer desde el comienzo. No hay que esperar el final de la construcción del borde, efectivamente. Pienso que tiene razón en este punto. El acto analítico está en ese punto del vaciamiento de goce de manera algo precoz, pero es necesario que sea sostenible por la transferencia, sin duda. Bueno, habría que precisar eso, pero bueno, estoy de acuerdo con esa observación completamente pertinente que usted hace. No se debe esperar necesariamente que el borde muy sólido para vaciar su goce.
Gustavo Slatopolsky:
Gracias.
Ricardo Seijas:
Gracias. Ahora sí, Martina.
Martina Cicchetti:
Sí, ahora sí. Muchísimas gracias.
Gustavo Slatopolsky:
Tenemos que cerrar. Le agradecemos infinitamente haber conversado con nosotros. Para nosotros es de un valor enorme tenerlo acá. Muchísimas gracias a todos.
Martina Cicchetti:
Lo invitamos a la cigarra cuando esté en Buenos Aires.
Jean-Claude Maleval:
Gracias. Hasta luego.
*Encuentro organizado por la cigarra vía Zoom, 28 de marzo de 2023. Inédito.
[1] Maleval J.-C., La Différence autistique, Saint-Denis, PUV, 2021.
[2] Ibíd., p. 13.
[3] Lacan J., “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”, Intervenciones y textos 2, Buenos Aires, Manantial, 1998, p. 134.
[4] Lacan J., El Seminario, libro I, La relación de objeto, Buenos Aires, Paidós, 2003, p. 114.
[5] Panayotis Kantzas, Le Passe-temps d’un Dieu. Analyse de l’autisme infantile, trad. Marie-José Schmitt, París, Dialogues, 1987.
[6] Cfr. Stephen Wiltshire – Wikipedia, la enciclopedia libre
[7] Miller J.-A., “Préface”, La différence autistique, op. cit., p. 7.
[8] Cfr. Lucile Notin-Bourdeau | Avignon | Facebook
[9] Annick Deshays, Libres propos philosophiques d’une autiste, París, Presses de la Renaissance, 2009, p. 5.
[10] Christine Bouyssou-Gaucher, Louange, l’enfant du placard. Psychothérapie psychanalytique d’un enfant autiste, París, Ediciones Penta, 2019, p. 53.
[11] Bruno Bettelheim, La Forteresse vide. L’autisme infantile et la naissance du Soi, op. cit., p. 343 et p. 335.
[12] Mira Rothenberg, Des Enfants au regard de pierre, op. cit., pp. 277-279.
[13]Donna Williams, Quelqu’un, quelque part, op. cit., p. 35.
[14] Kanner L., « Traduction de l’article original de Leo Kanner : “Autistic disturbances of affective contact” » en Gérard Berquez, L’Autisme infantile. Introduction à une clinique relationnelle selon Kanner, op. cit., p. 233.
[15] Maleval J.-C., La différence autistique, op. cit, p. 183.
[16] Laurent É., La batalla del autismo, Buenos Aires, Grama Ediciones, 2013, p. 80
[17] Alfred et Françoise Brauner, Vivre avec un enfant autistique, op. cit., pp. 45-46.
[18] Nicole Damaggio, Une Épée dans la brume. Syndrome d’Asperger et espoir, op. cit., p. 243.

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