ITERACIÓN Y CONGELAMIENTO DEL S1 EN EL SUJETO AUTISTA
Por Jean-Claude Maleval
2023-02-04
José Borlle:
Buenos días a todos y a todas.
Vamos a dar inicio no solo a la actividad de hoy, sino a la jornada que nos convoca con la presencia tan esperada de Jean-Claude Maleval. Estamos contentos porque damos inicio al ciclo 2023 de nuestro taller. Les pedimos entonces a los que se sumaron hoy que sus preguntas o aportes las hagas a través del chat. Pueden hacerlo durante el desarrollo de la conferencia. Les pedimos que tengan el cuidado de tener su micrófono en silencio para no interrumpir y que exista mayor fluidez del desarrollo.
Doy la palabra entonces al director del taller, Jorge Yunis, quien va a dar inicio a la jornada de hoy.
Jorge Yunis:
Bueno. Muchísimas gracias. Hola a todos. Buenos días. Este es el décimo sexto que el taller da su curso. Doctor Maleval, le damos la más cálida bienvenida. Es un placer y un honor poder escuchar esta disertación suya. Como director del taller y en nombre de todos los integrantes, quiero agradecer su tiempo, su disposición, su generosidad. Como conversábamos hace un momento, hay asistentes de 7 países de América; 4 o 5 amigos españoles o residentes de España. El Dr. Maleval es uno de los psicoanalistas de mayor reconocimiento a nivel internacional sobre todo en los temas de psicosis y autismo. Su último libro La diferencia autística -esperemos que sea pronto traducido al español- cuenta con un extenso prefacio de Jacques-Alain Miller que conjuga elogio y valoración de tan meritoria tarea. Tiene razón, Miller, “Maleval trabaja solo y debería abrir un laboratorio”. También Éric Laurent elogia su trabajo en una intervención publicada en la última Lacaniana[1] -la última revista de la EOL- hablando de la despatologización. No vamos a dar más detalle porque lo hemos expuesto extensamente en nuestra difusión. Hace muy pocas semanas realizamos tres encuentros preparatorios presentando algunos de sus textos y artículos sobre autismo, sobre el libro dedicado a la forclusión del Nombre-del-Padre y sobre un artículo suyo de 1986 referido a las psicosis pasionales y la disputa Lacan – De Clérambault.
Dr. Maleval, lo saludamos desde Santa Fé y nuevamente nuestro más sincero agradecimiento.
Jean-Claude Maleval:
Gracias por haberme leído atentamente y haberme invitado a hablar sobre autismo, sobre los últimos trabajos sobre autismo.
Les agradezco por haberme invitado a hablar sobre mi trabajo acerca del autismo, sobre todo acerca de la investigación que he hecho seguido a la introducción que Jacques-Alain Miller hizo de La diferencia autística[2]. He titulado este trabajo “Iteración y congelamiento del S1 en el sujeto autista.”
“El autista se baña siempre en el mismo riachuelo”, subraya Jacques-Alain Miller en este prefacio, “si no, hay crisis, angustia y pánico”.
Jacques-Alain Miller, entonces, propone un abordaje del autista que pone el acento sobre las conductas de inmutabilidad aprehendidas como iteraciones de un S1-completamente-solo, las cuales serían un efecto de la neantización de la función paternal. La puesta de la mismidad, de la inmutabilidad, como principio del autismo puede entonces inscribirse en el matema siguiente que propone Jacques-Alain Miller:
(S1)0 à S1 S1 S1 S1…[3]
Es una manera de escribir la iteración del S1.
Proponiendo una escritura a la izquierda del matema una proposición de la forclusión del significante-amo y del Nombre-del-Padre, Jacques-Alain Miller sitúa al autismo del lado de la psicosis. Sin embargo, Jacques-Alain Miller no impugna que la clínica del autismo y de la psicosis sean tan diferentes que hoy en día ya no se las confunde. Jacques-Alain Miller introduce para el autismo la noción de “cara psicótica”.
Los Lefort me llevaron a hacer del autismo una estructura subjetiva específica antes que buscar diferenciarla de la psicosis. No obstante, ninguno impugna que los trastornos del lenguaje, del goce y de la identidad que pertenecen al síndrome autístico están relacionados con la forclusión del Nombre-del-Padre. Así, los modos de defensa capitales al que los autistas y los psicóticos recurren son muy diferentes: construcción de un borde para el autista; elaboración de un delirio para el otro. En el campo de la psicosis, un esquizofrénico puede volverse paranoico e inversamente, mientras que en el campo del autismo puede pasar del síndrome de Kanner a aquel de Asperger. Al contrario, hay que subrayar que las formas de pasaje entre psicosis y autismo son extremadamente raras. Estamos, entonces, empujados a considerar con los Lefort que existe dos estructuras subjetivas diferentes en cuanto a la manera de encontrarse con la forclusión del Nombre-del-Padre.
La forclusión parece poder suscitar numerosos modos de disfuncionamiento del significante-amo: su holofrase con el S2 -dominante en la paranoia-, su dispersión inmensa esquizofrénico, su congelamiento autístico y su no-función radical en la manía y el automatismo mental.
Entonces, ¿por qué un congelamiento del S1 en el autismo? La noción está tomada de una de las pocas indicaciones dadas por Lacan. En 1975, Lacan a propósito del autista dice que hay que saber “por qué hay algo en el autista […] que se congela”[4]. Lacan ya tuvo esta intuición al comentar la observación del caso Dick relatado por Mélanie Klein. No obstante, ahora se muestra más preciso al constatar la presencia de un sujeto que está ahí y que, literalmente, no responde, no obstante dueño del lenguaje es capaz de poner en juego una simbolización anticipada fijada. La indicación de Lacan no está alejada de la hipótesis de un congelamiento del sujeto, mientras que hace más explícita sobre lo que está fijado: una simbolización anticipada[5]. ¿Cómo acercarse mejor la noción de S1 en 1954 -noción que todavía no tenía- sino utilizando esta noción de «simbolización anticipada»? Lacan precisa que las coordenadas tienen una hiancia que se refiere a lo que es humano en la estructura propia del sujeto. Añade que es eso lo que responde en Dick, el cual no tiene contacto más que con esa hiancia. Así, según la enseñanza ulterior de Lacan sobre el S1, hace agujero en lo real, lo que autoriza a correlacionar la S1 a la hiancia del Otro, una consideración posible el de apuntar que el congelamiento en el autista pueda concernir otra cosa que el sujeto o el S1. Ahora, esta consideración tiene en Lacan una ambigüedad: no recae sobe el sujeto “que está ahí”, dice, “negativista ante el lenguaje”, luego en la cura progresa, verbaliza un primer llamado y se integra al sistema simbólico, aun si -en la ocasión- es mediante el intermediario de una palabra que no es suya, sino la de Mélanie Klein.
Este último punto es esencial para aprender el congelamiento del S1. Si se concibe -como un desarrollo más lejano- que este congelamiento está temperado por el autista, uno se da la ilusión de que el significante-amo es llevado por un objeto -estrategia necesaria para enmascarar su implicación subjetiva en su decir y en sus actos-. En esta hipótesis, la estrategia defensiva del congelamiento del S1 utilizada por el sujeto induce un congelamiento de los afectos y un congelamiento del deseo. Por supuesto, el congelamiento no es la no-función. Es, más bien, una función que permanece en potencia y que no se expresa o que se expresa de una manera desviada.
Al privilegiar la iteración del S1 antes que su congelamiento, Jacques-Alain Miller se sitúa en los pasos de los Lefort. Jacques-Alain Miller comparte la tesis en la cual en el autismo no es el Otro que domina, sino el Uno, de manera que hay el Uno-completamente-solo en lo real, pero no S1 que represente al sujeto.
No obstante, el abordaje más radical del autismo por la mismidad [mêmeté] fue desarrollado en los años ’70 por uno de nuestros colegas italianos, Panayotis Kantzas, en un texto sobresaliente de 1985 titulado “Le passe-temps d’un Dieu. Analyse de l’autisme infantile”[6]. La inmutabilidad sería probablemente para él la característica fundamental del autismo infantil. Kantzas considera que el autismo está regido “por una lucha desesperada con la que los niños buscan día tras día mantener una imposible fijeza de las cosas preservándose del cambio y del devenir”. De ahí viene su comparación de los autistas con pequeños Budas a la que hace eco el título de su artículo “Le pase-temps d’un Dieu”.
Kantzas parece anticipar con muchas decenas de años el abordaje milleriano. En su curso “Inmutables de los eventos”, Kantzas escribe: “El tiempo parece contraerse como si tendiese a un límite extremo e inmóvil donde cada oscilación, cada distancia es enseguida absorbida en una indivisibilidad del Uno”. Hacer de la inmutabilidad la característica mayor de autismo conlleva una consecuencia inmediata sostenida por Kantzas: “No puede haber devenir. El ser, mantenido en una ausencia de tiempo, se agota en el hecho de ser ahora.”
Una tal concepción del autismo hace difícil pensar en un cambio e inclusive en una terapia al no incitar en buscar y movilizar una dinámica propia al sujeto.
El primado del Uno-completamente-solo postulado por los Lefort no les hace obstáculo en concebir el posible advenimiento de una suplencia -suplencia muy difícil de poner en marcha ya que “a falta de la clavija del significante-amo”, dicen ellos, “no sabrían construirse sino a través de un doble con el cual el autista sostendría una relación siempre amenazada de destrucción o autodestrucción”. Es la tesis de los Lefort.
En resumen, plantear la inmutabilidad y el Uno-completamente-solo en el principio del funcionamiento del sujeto autista induce la suposición que sus aptitudes al cambio y sus capacidades creativas son débiles.
Por otro lado, Asperger se sorprendía de la hipertrofia compensatoria de quienes llamaba sus «psicópatas autísticos» mientras que Kanner notaba una tendencia a la evolución del autismo infantil precoz pasando por un desarrollo precavido de pseudópodos hacia un mundo que los niños observaban y que había sido completamente extraño desde el comienzo.
Hoy en día, sabemos que la creatividad de ciertos autistas puede volverse una fuente de producciones sobresalientes. Ciertamente, estas producciones están a veces ancladas en la iteración, como los dibujos de Stephan Wiltshire[7]. Sus dibujos son de una precesión que da la impresión de una reproducción fotográfica y a las cuales Sacks constata que la escena representada se aparece a un Uno-completamente-solo ya que son retenidas como algo exterior y como no-integradas sobre las cuales nada ha sido construido y que no están nunca ligadas a otra cosa, ni remodeladas. Él nunca fue influenciado por nada.
Sin embargo, ciertos autistas son capaces de producciones verdaderamente innovadoras. Conocemos a compositores de música que nunca antes fueron escuchados -Ouellette, por ejemplo-, creadores gráficos reconocidos -tal como Carlos Vacas-, ingenieros innovadores -tal como Temple Grandin-, inventores de mundos imaginarios complejos y estructurados -tal como Gil Tréhin-, pintores, arquitectos, poetas, etc.
Las obras de Donna Williams y de Temple Grandin son obras completamente sin precedentes, de tal manera que han cambiado la visión del autismo. Así, aunque las conductas de inmutabilidad sean persistentes en la mayoría de autistas llamados «de alto nivel», muchos se revelan capaces de romper con ellas, al menos temporariamente. Así lo atestigua, por ejemplo, un gusto por los viajes de Donald Triplett, de Donna Williams o de Josef Schovanec.
Los autistas de alto que se caracterizan por la adquisición de una actitud de llevar su existencia de manera independiente son capaces de plantear actos sin precedentes -así como la elección de homosexualidad por Tammet-: aquella de cambiar de estudios, escoger una profesión, etc.
No obstante, la capacidad de acciones innovadoras y de producciones creadoras de autistas de alto nivel no platean una objeción al matema propuesto por Jacques-Alain Miller porque él considera que “el autismo no es un tipo clínico bien formado”[8]. Jacques-Alain Miller impugna la existencia considerada del susodicho espectro de manera que propone retornar en el abordaje del autismo a la era pura kanneriana. Ciertamente, es pertinente considerar, con Jacques-Alain Miller, que el espectro del autismo es un cajón de sastre. Su exageración se basa principalmente en los niños en la inclusión de psicosis infantiles y de ciertos déficits intelectuales; mientras que, en los adultos, muchos psicóticos ordinarios son sensibles al atractivo de este diagnóstico que se ha vuelto hoy en día valorizante.
Aprehender el autismo como lo propone el DSM-5 -únicamente a partir de comportamientos que testimonian de un déficit persistente de la comunicación y de las interacciones sociales, unido a un carácter restringido y repetitivo de comportamientos, de intereses o de actividades- puede conducir a considerar que el autista -para numerosos investigadores, científicos y artistas apasionados por sus actividades e incluso políticos- está anclado en certezas restringidas y repetitivas. No faltan ejemplos: Einstein, Glen Wood, Newton, Van Gogh, Wittgenstein, incluso Hitler y Putin son de buena gana siempre considerados -abusivamente- como autistas.
Sin embargo, los pioneros de la descripción del autismo concuerdan en considerar que “hay progresos y mejorías”, cito aquí a Kanner; “Que la evolución es bastante favorable”, cito ahora a Zucker y Dovan. Y, a veces, las personas autistas en el trascurso de su desarrollo logran encontrar posibilidades de inserción social inesperadas antes. Asperger insistía en este punto. La mayoría de los clínicos concuerdan hoy en día acerca de “actitudes que evolucionan” en los sujetos autistas y existe casi un consenso sobre el hecho que esta evolución se hace del autismo hacia el autismo: en lo esencial del autismo de Kanner hacia el autismo de Asperger.
Desde esta óptica, Jacques-Alain Miller no impugna la existencia de formas mixtas. Se encuentra solo, de hecho, con sujetos mudos que presentan cuadros severos de autismo que, no obstante, testimonian a través de sus escritos de capacidades intelectuales sobresalientes y de una excelente apropiación del lenguaje. Evoco aquí a Annick Dohen -una francesa-, Birger Sellin -un alemán-, Kedart -un estadounidense-, Babouillec -una francesa-, Higa Shida -japonés-, etc. No hay duda de que la originalidad de invención de estos sujetos sobrepasa las posibilidades inherentes a la iteración. No se limita a describir lo que experimentan. Adoptan una actitud reflexiva en relación con sus vivencias, del autismo en sí o del tratamiento que les es propuesta.
No son las formas mixtas -mixtas entre Asperger y Kanner- las que han conducido a Lorna Wing a promover en 1996 la noción de «espectro del autismo», adoptado en el 2015 por el DSM-5, sino la existencia de formas de pasaje que dan cuerpo a esta noción. La demostración menos discutible de esta forma de pasaje reside en el devenir de Donald Triplett, el caso #1 del artículo prínceps de Kanner. Observado en los años 1930 en el John Hopkins Hospital de Baltimore, Donald, en el 2010, gozaba de una apacible jubilación en el Misisipi. Después de haber trabajado como cajero en el banco de sus padres, vivía de manera independiente y solo, conducía su carro y continuaba cultivando sus ocios: el golf y los viajes. Es notable que el único caso de autismo comentado por Lacan -el de Dick, tomado en tratamiento por Melanie Klein- también tuvo un devenir muy favorable. Se volvió un autista de alto nivel apasionado por la música.
Las formas de pasaje del autismo de Kanner al de Aperger no son ni previsibles ni poco comunes. La existencia de formas mixtas de autismo de Kanner y de Asperger, así como aquellas de una forma de pasaje de una u otra, hacen difícil operar oposiciones seccionadas entre sus clínicas. Es posible que el progreso de la investigación conduzca a afinar este espectro, pero en el estado actual de conocimientos, la hipótesis de la expresión del autismo en un continuum clínico parece ser la más apropiada para englobar el conjunto de datos disponibles.
Los autistas kannerianos no están fijados en la inmutabilidad. Son capaces de actos, de ponerse a la obra y, a veces, incluso de palabras creativas. El objeto autista es el más elegido por el sujeto entre los objetos de su medio circundante. Esto da cuenta ya de una aptitud a plantear un acto innovador, e incluso sucede que este objeto sea una construcción operada por el sujeto y que dé nacimiento a una cosa jamás antes vista. Este es seguramente el caso para el “glinglin” de Roland, autista mudo de 7 años. El “glinglin” era nombrado así por el personal del servicio hospitalario donde era acogida sin duda por su parecido con una campanilla o un péndulo. Roland las fabricaba arrancándose cabellos y recogiendo de su ano una pequeña pelota de materia fecal que las unía una a la otra. Hacía oscilar muy rápidamente al “glinglin” delante de sus ojos y durante horas se perdía en esa contemplación del movimiento perpetuo, estando totalmente indiferente al mundo exterior e incluso a una estimulación dolorosa.
Bettelheim nota, por otra parte, como decisivo en el progreso de Laurie -Laurie es uno de los tres grandes casos de La fortaleza vacía-, una niña flácida muda de 7 años, el momento en que ella comienza a largas tiras y hace fronteras con ellos. Bettelheim dice: “Es una de sus primeras actividades espontáneas deliberadas y sobre todo simbólicas”. Añade: “Eran realmente su invención, su creación a partir de materiales externos con el fin de dominar las tensiones internas”. Se trataba de actividades de las cuales no tenía ejemplos. Entonces, no se trata de inmutabilidad. Durante horas partir de papel higiénico, producía largas tiras al rasgar concéntricamente desde el borde hasta llegar al centro. Con la ayuda de estas tiras y de su fabricación, ella creaba fronteras entre el mundo de ella y el resto del mundo.
No hay duda, entonces, que los sujetos autistas más encerrados en sus mundos -los dos casos que acabamos de citar son verdaderamente autistas muy severos- se muestran capaces de tener iniciativas. Nadie les enseña comportamientos muy frecuentes: taparse las orejas, agitar las manos, mover objetos, practicar oposiciones on/off, tomar a alguien por la mano para alcanzar un objeto codiciado que podría ser tomado sin ayuda, etc.
Hay autistas de Kanner capaces de creaciones artísticas sobresalientes. Los dibujos de Lucile Notin-Bourdeau[9] -artista francesa- han dado lugar a numerosas exposiciones en Francia y al extranjero. Sus dibujos son de cuerpos en movimientos en posiciones variadas y el estilo evoluciona de manera muy aparente en la medida en que Lucile avanza en la edad.
Las pinturas de Iris Grace, una autista inglesa, producidas por una niña muy joven -sin cultura artística- son acuarelas y acrílicos de una originalidad y de una belleza sorprendentes. Son compendiadas en un libro excelente en la que su madre nota que el estilo de su hija evolucionaba constantemente en relación con sus experimentos con diferentes materiales y herramientas.
En 1946, Kanner constata que autistas que parecen casi mudos, son sin embargo capaces de frases enteras en situaciones de urgencia. Esta observación sorprendente de emisión de frases espontáneas en autistas que parecen amurallados en su mutismo ha sido desde hace mucho reiterada. El ejemplo más mencionado es aquel de Birger Sellin -un alemán- que exclama de repente: “¡Devuélveme mi pelota!”, en una circunstancia en la que su padre se la quitó. Sellin no habla. Es un autista mudo. Sellin presenta una forma mixta de autismo -mixta entre autismo de Kanner y de Asperger-. Pero este fenómeno se observa también en autistas puramente kannerianos. Un niño de cinco años, Gérard Berquez, a quien nadie había escuchado jamás pronunciar una sola palabra en su vida, se enoja cuando la cáscara de una uva se pega a su paladar. Exclama indistintamente: “¡Quítenla!”. Luego retorna a su mutismo anterior. Otro niño de cuatro años al ser examinado por un pediatra grita: “¡Quiero irme!”. Un año más tarde en ocasión de una hospitalización por una bronquitis grita: “¡Quiero regresar!”.
Estas enunciaciones inesperadas surgen únicamente en situaciones inquietantes y presentan un carácter de necesidad o de urgencia. En estas circunstancias la enunciación no es una elección subjetivo reflexionado o asumido, sino una suerte de reflejo suscitado por el contexto. El sujeto no puede modular de lo que acaba de decir, ni sus paráfrasis, ni comentarlo, efectuar un retorno reflexivo. Las frases espontáneas en las cuales la enunciación está fuertemente afirmada pueden ser consideradas como holofrases ancladas en una certeza, pero no se ligan a nada, se disuelven seguidamente en el silencio de manera que competen de una manifestación del S1-completamente-solo. Sin embargo, no están al servicio de la inmutabilidad, muy al contrario, el entorno se vuelve estupefacto ya que el acontecimiento es inesperado.
Tal potencialidad -esbozada por una movilización innovadora del S1-completamente-solo en favor de estas frases espontáneas o en ocasión de la resolución puntual de problemas- no está irremediablemente bloqueada. En ciertos autistas ésta puede expresarse de manera más compleja y más indirecta al utilizar la estrategia del congelamiento del significante-amo.
¿Cómo opera el congelamiento del S1?
Partamos de lo que Kantzas nombra a justo título “una escena habitual” en el mundo autístico. He aquí la escena: “Lapo escoge un disco”, Lapo es un autista, “lo toma de la mano y la guía hacia el disco escogido. Se acerca entonces al tocadiscos para que esa misma mano lo ponga en funcionamiento”. Una práctica así característica del funcionamiento del sujeto autista se vuelve a veces invasora. “Durante muchos años”, cuenta una madre, “mi hijo autista consideró que mi mano era la prolongación de mi mano. En un momento dado, este problema toma tanta importancia que no lograba ni hacer la limpieza ni a trabajar”. Esta conducta frecuente y sorprendente del niño autista consiste en tomar un adulto por la mano para hacer una acción que él mismo podría, en general, efectuar solo. Esta conducta es paradigmática del congelamiento del significante-amo. Su congelamiento es esencialmente operado por el sujeto autista dándose la ilusión de que el S1 es portado por un objeto, lo que le permite quitarse de encima su implicación subjetiva en sus actos y su decir. Bettelheim anotaba su rechazo total de los autistas por comprometerse en relación con el mundo. Bettelheim constata -a propósito de un niño autista-: “Hablar o escuchar era para él una responsabilidad muy pesada”. Muchos de ellos son como Gilles, a quien escoger le da mucho miedo. Cuando aparece este tema de la elección, se pone rojo, tiembla, incluso por la respuesta a una pregunta anodina como la elección de una galleta. Dice tener siempre miedo de equivocarse.
La indicación de Lacan según la cual, para estos sujetos, el peso de las palabras es muy serio, de tal manera de que no están fácilmente dispuestos a usarlos parece ser una constatación aparente. El congelamiento del S1 es una estrategia que apunta a borrar el hecho de que el sujeto está ahí comprometido al dejar suponer que esta dinámica, esta del sujeto, viene de un objeto. El congelamiento del S1 opera más frecuentemente haciendo creer que el punto de inserción del goce y de la toma de decisiones está desplazado sobre un objeto y parece constituir el centro vital del sujeto. Este objeto puede ser adoptado -cuando se trata de un doble humano o animal- y puede ser también inventado -ser una máquina, un compañero imaginario, una marioneta, etc.-.
Que la característica más frecuente del objeto autístico no sea su dureza -como lo pensaba Tustin-, sino su aparente dinámica propia encuentra aquí su lógica. La atracción del autista por estos objetos -trompos, hélices, ruedas, máquinas, “glinglin”, ventiladores, tocadiscos, etc.- reside en una gran parte en su sentimiento de que poseen una propiedad esencial que le a él le hace falta y de la cual intenta apropiarse por procuración. La fascinación por las cosas que dan vueltas sobre sí mismas -notaba Bettelheim- se volvió una de las características que permiten plantear el diagnóstico de autismo infantil. Es algo muy diferente de Tustin. Yo estoy totalmente de acuerdo con Bettelheim.
Hay autistas que no tienen necesidad de tomar la mano del otro para deshacerse de la responsabilidad de sus acciones. Les es suficiente que se les de la autorización de actuar. ¿Por qué Higashida tenía necesidad de señales o de consignas para actuar? “Las personas con autismo”, él mismo siendo autista, “son a veces incapaces de actuar sin antes haber recibido la consigna oral. Yo, por ejemplo, cuando me pasan un vaso de jugos de frutas que pedí, no puedo comenzar a beber antes de que antes me diga “Ten” o “Adelante””. “E incluso el autista dice “Voy a colgar mis vestidos en el ropero”, no juntará el gesto a al palabra”, dice Higashida, “antes de haber recibido luz verde”. Higashida dice: “No sé por qué los autistas tienen necesidad de esas señales, pero lo único que sé es que soy así Nos es muy difícil ejercer una acción sin haber recibido una señal. Cumplir lo que sea, sin obedecer a la regla de la señal es algo que aterroriza”. En los autistas de alto nivel, el mismo fenómeno puede pasar desapercibo, escondido en bajo un aspecto escrupuloso de reglamentos.
Muchos están en posibilidad de hacer un uso del lenguaje en cuanto un objeto propio ha borrado la expresión de la subjetividad. Así, canciones pueden ser utilizadas como ecolalias retardadas con el fin de hacer pasar un mensaje alusivo. “La lengua de poeta”, según la expresión de Williams, puede ser utilizada para el mismo fin. Un amigo le cuenta a Donna Williams que ella habla de una manera que la mayoría de personas no comprenden -precisando-: “No sabíamos siempre de qué hablabas, pero si no pensábamos en ello, llegábamos a hacerlo”. Es por ello que una reportera le confía haberla percibido como la persona más evasiva que ella jamás había entrevistado.
Bettelheim hace una constatación parecida en lo que concierne a la palabra de Joey -el niño máquina de La fortaleza vacía-. “Joey presentaba una utilización de las palabras tan inhabitual que por mucho tiempo no podíamos comprender lo que decía. Su palabra era así por el hecho de sus neologismos y de su de habla por opuestos. Esto era un obstáculo del establecimiento de la relación entre él y nosotros”.
En la “lengua de poeta”, en las ecolalias retardadas, en la evocación de canciones, en las palabras jerguescas, en la lengua evasiva, en todas estas comunicaciones alusivas de los autistas, el mensaje está filtrado por un objeto protector que parece poseer una capacidad expresiva propia que permite así enmascarar la implicación del sujeto. “Todo debe ser indirecto”, subraya Williams, “con el fin de engañar siempre a su mente de manera que éste se tranquilice y se relaje”. Entonces, toda forma indirecta -e, incluso, el lenguaje- puede ser utilizado como un objeto indirecto para comunicar.
Que el congelamiento del S1 produzca la puesta en juego de una expresión mediada por canciones, por una lengua evasiva, juerguesca, poética, preciosa, extraña -a veces- se basa regularmente en un borramiento del goce del sujeto y en la ilusión de que la lengua es un objeto protector y que porta una capacidad expresiva que le es propia. Todos estos perfiles de la lengua dan al autista el sentimiento de que él habla de sí mismo sin que esté implicado en el mensaje interferido.
El congelamiento del S1 aparece de manera muy pura cuando un sujeto autista mudo no puede expresarse sino por la intromisión de un computador o mediante un cuadro con letras. Annick Deshays dice: “Yo utilizo una máquina como ustedes utilizan su voz”[10]. Dice: “Sin embargo, la fractura de las sinapsis me priva de la información real corporal”. Asimismo, Birger Sellin considera que la escritura -a través de un computador- le es de una ayuda formidable, pero “no percibe realmente el vivir”. El corte en relación con los afectos -del cual él testimonia- suscita un fenómeno regularmente observado en ocasión de la práctica de la comunicación facilitada -asistida, aumentada, con ayuda de todo un conjunto de técnicas-: la curiosa constatación que, para expresarse mediante el sesgo de un objeto, el sujeto autista tiene a menudo necesidad que se le tome por la mano, así como la presencia de un asistente es necesaria. Sellin relata: “Incluso la escritura no me es posible sino con la ayuda de otra persona. Es muy humillante. Tengo vergüenza”. Sin embargo, busca escribir solo, aunque sienta una gran angustia intensa que le hace sentir que su vida está amenazada, una resistencia brutal y bestial de una energía negadora de vida.
Para contornear su falta de dinámica propia -o su bloqueo de la dinámica-, un desvío es necesario por un objeto que supuestamente procure esa dinámica. Deshays constata: “Mi hándicap produce una dependencia fusional. Olvido mi autismo al momento en que siento una directividad fuerte. Necesito estar propulsada en mi dependencia. Necesito sentir una de las fuerzas que dispensan de juego ligadas a al bi-funcionamiento vivo intercoporal e intelectual”.
Los autistas se adhieren a una de las diversas técnicas de comunicación facilitada y se nota claramente que su centro vital se sitúa, primeramente, en sus asistentes mientras que, con el tiempo, la máquina puede convertirse a veces por sí misma el lugar de la dinámica subjetiva. El niño-máquina, Joey de Bettelheim, se da la ilusión de que el objeto le aporta la electricidad necesaria para vivir, testimonia igualmente una localización externa del punto de inserción de su goce. Esta localización externa es indisociable de su sentimiento de ser él mismo una máquina insensible con el fin de protegerse del terror de que sus propios afectos pudieran destruirlo. Los afectos son experimentados por la máquina, no por él.
“Expresarse de manera indirecta, simbólica o alusiva -subraya Williams- es la única manera para la mayoría de los autistas de osar decir las cosas demasiado importantes para ayudarse a expresarlas de manera más directa”. El recurso a marionetas, portadoras de los mensajes del sujeto, pueden ser utilizados a veces con esa finalidad, o también el recurso a figurines diversos.
Un procedimiento aún más utilizado para permitir la expresión congelada del S1 consiste en poner una enunciación cortada de los afectos en “fachadas” -es una palabra que utiliza Williams-. Estas fachadas son designadas tanto como compañeros imaginarios como personalidades de sustitución, incluso como máscaras, rostros, personajes o soportes de imposturas. Estas estrategias de abnegación son desplegadas para parecer normal, pero son dolorosamente vividas por el sujeto autista, y esto se acompaña con el sentimiento de estar cortado del mundo. Son solidarias de una falta de conexión entre los afectos y los actos. “Es a falta del cuerpo interno -explica Williams- que el sujeto aprende a emular y a hacer comedias”. Es muy conocido que Donna Williams se borraba bajo la personalidad de Carole y de Willie. “Nadie -afirmaba- podía entrar en relación con Donna -quien estaba escondida detrás de Carole y de Willie-, sino únicamente con los dos personajes -Carole y Willie- a quien aceptaba servirles en bandeja. Willie encarnaba todo mi furor y mi combatividad y Carole, esa concha vacía de emociones, que figuraba mi sociabilidad y mi aptitud de sostener diferentes roles. Estas criaturas nacidas de mi imaginación eran protectores del ser sin defensa. Willie y Carole fueron implementados para adquirir una fachada de adaptación social”. Williams dejaba a estos personajes jugar su rol y la gente les daba la réplica, pero esto se acompañaba con una vivencia según la cual le daba la sensación de ser su propio fantasma que vigilaba sus gestos y acciones. Ella se escondía detrás de sus compañeros imaginarios, pero no confundiéndose con ellos. Dice: “Como Willie me sentía mal, como Carole me sentía mujer, como yo misma me sentía neutra”. Ella subraya que esto le permitía decir lo que pensaba, pero no lo que sentía. Esto confirma a este recurso en el trabajo del sujeto para cortarse de sus afectos.
En la cura, si no hay coerciones que intenten separar al autista del objeto investido, el meollo del autista presenta manifestaciones del congelamiento del S1 al buscar instaurar un orden en el caos de su mundo por medio de diversos objetos entre los cuales los figures tienen un lugar privilegiado. Louange, el niño del placard[11] -es el título de un libro que relata la historia de la cura de este niño, un libro sobresaliente- gracias a su psicoanalista pudo engancharse a una terapia mediante juguetes y bricolajes -como dice su analista-. Durante las sesiones, él construía un circuito gráfico que representaban las calles de un espacio urbano que se enriquecía progresivamente de edificios hasta convertirse en una mini-ciudad en la cual transitaban figurines humanos. Louange utilizaba esta invención fuertemente investida para dominar sus miedos proyectándolos ahí, pero también para apropiarse de ciertas maneras de actuar. Gracias a los dobles-figurines, captores de flujos de energía y de variaciones de intensidad de lo vivo, Louange pudo operar en su cura no solamente un ordenamiento del mundo, sino también una cierta regulación de sus afectos, mientras su propio comportamiento durante las sesiones se volvió más apacible y más afectuoso. Su inserción escolar también mejoró.
El congelamiento del S1 se sirve de varias técnicas: utilizar el lenguaje como un objeto, prestar su voz a un computador o a marionetas, borrarse tras un compañero imaginario, transferir los afectos a figurines, etc. Todas estas técnicas en común poseen un anclaje en el congelamiento de los afectos del sujeto autista y su acompañan con su aplazamiento ilusorio a un objeto externo aparentemente dotado de una dinámica propia. El congelamiento se funda en una constatación de Williams: “Comunicar por vía de los objetos no presenta peligro”.
La existencia del congelamiento de los afectos del sujeto autista hace consenso entre los clínicos. Muchos autistas insisten en este punto. Para Sellin, “el autismo es el corte del hombre de las primeras simples así como de las experiencias esenciales e importantes, por ejemplo, llorar”. Hay otras indicaciones parecidas: “Me urge ligar mi cuerpo a mi mente”. Y precisa: “Ordeno a mis neuronas a actuar, pero la grieta de las sinapsis me corta de la información corporal real”. Grandin dice que algo le hace falla en lo profundo: “Mis decisiones”, afirma ella, “no son comandadas por mis emociones. Nacen del cálculo”. En suma, los autistas acuerdan en considerar que el lenguaje no logra expresar sus vivencias. Entre el afecto y el intelecto la conexión se pierde. Su voz, a menudo descrita como monocorde, átono, ahorcada, mecánica o artificial, traduce de entrada una falta de afectividad en su expresión más corriente. Esto le dio a Asperger la impresión de una falta de sentimiento. Kanner, en cambio, observaba que no tenían contacto afectivo directo con la gente -lo que subraya en el título de su artículo de 1943-.
La indicación de Williams es decisiva en esta óptica según la cual el congelamiento de los afectos participa de una estrategia defensiva capital del sujeto autista. Escribe “fundamentalmente con el fin de diferenciar el autismo de la esquizofrenia, la solución que encontré para reducir la sobrecarga afectiva y permitir así mi propia expresión consistía en combatir para -ella subraya para– y no contra la separación y mis emociones”. Y allí ella lo opone a la esquizofrenia. Es un combate para expandir su intelecto y sus emociones. Por supuesto que es un trabajo que se hace más o menos de manera voluntaria.
La imagen del autista niño-máquina tiene su origen en esta escisión. Se anima conectándose al objeto porque quiere creer que la fuente de lo vivo se encuentra en ese objeto. Congela sus afectos localizándolos imaginariamente en máquinas que -según Joey- “son mucho mejores que el cuerpo”, porque son “insensibles” y no pueden ser lastimadas[12].
La sorprendente necesidad de enchufarse en un facilitador para que la comunicación facilitada responde a la misma lógica. Es porque el autista intenta situar su dinámica en un objeto que éste último ocupa un lugar capital en la clínica del autismo. El fenómeno puede llegar tan lejos como el rechazo de la percepción corporal que el sujeto deja a veces al otro la tarea de localizarlo incluso cuando es doloroso. “Hasta el sufrimiento”, relata Rothenberg -un autista-, “Peter rechazaba toda responsabilidad. Lloraba, gritaba y era necesario ser un detective para llegar a descifrar dónde le dolía. Nunca lo decía”[13]. Lo esencial de estos afectos estaban en la dependencia de su terapeuta. Debía pasar por él para identificar sus afectos y para decidir, así como identificar su dolor. Peter ponía en su terapeuta la carga propia del significante-amo, aquella de interpretar sus afectos, incluso de ordenarlos. Joey relataba más tarde: “Tenía mucho miedo de sentir verdaderamente que había algo que quería de verdad”. Bettelheim hizo la misma constatación que Williams. Escribía en 1967: “El niño autista es un niño que impide a sus afectos ser sentidos, ser concientizados y así impide su actuar en función de sus afectos”. Joey indicaba en ese sentido: “No es suficiente combatir en esa separación entre el intelecto y las emociones. También hay que evitar entrar en una relación afectiva”. El congelamiento de los afectos se articula a un congelamiento del deseo.
De esta manera, si el sujeto busca ahogar sus afectos, las manifestaciones de ternura o de amor desde su óptica son sentidas como insoportables tentativas de movilizar sus afectos. Eso puede conducir a ciertos autistas a pedir que se les cese de amar y, a otros, a constatar que la gentileza desde su punto de vista los vuelve locos. Este sentimiento -paradójico para los no-autistas- encuentra su lógica en una manera de protegerse contra la angustia, angustia generada por el intercambio y la toma de decisiones al rechazar los afectos -el principio de ordenamiento- en un objeto.
Este rechazo de lo vivo en un objeto determina la creación del borde, uno de los objetos en que los afectos pueden ser localizados para evitar sentirlos. Gracias a estos objetos, la vulnerabilidad propia a la “sensación de vivir” -como dice Williams- puede ser alejada. El objeto permite proteger al autista de lo que lo hiere, a saber, precisa Williams, “el retorno a la vida”. Subraya fuertemente que “matar el sentimiento de la vida con el fin de protegerse de los sentimientos que hacen mal está en el principio del funcionamiento autístico.
En las formas más severas del autismo, el asesinato de la vida parece haber tenido lugar. Sucede entonces que un sujeto apático, sin iniciativa, no siento lo que sucede en su cuerpo; micciones y defecaciones son vividas sin ningún tipo de reacción. La sensación de hambre está ausente y las sensaciones dolorosas no son experimentadas. Williams califica estos autistas severos como “amos del no-ser”[14]. Parece que muchos de autistas pueden dejarse morir. Uno de los niños observados por Kanner en 1943, Barbara K. “detuvo cualquier alimentación a los 3 meses y fue nutrida artificialmente 5 días por día hasta el año”[15].
De esta manera, cuando el sujeto autista se estructura, la inhibición de los afectos se vuelve selectiva. Esta inhibición recae particularmente sobre los afectos de contactos con otro, a saber, el amor, la gentileza, la simpatía, aquellos cuya experiencia podría incitar al intercambio y aquellos de la no-reciprocidad que podrían ser dolorosos. Es lo que ciertos autores nombran como una empatía autística no antropocentrada[16]. Mientras que otros observan que los problemas de empatía de los autistas afectan más específicamente al reconocimiento de las emociones positivas. Sin embargo, la inhibición de los afectos de contacto es compatible con la sensación en ciertas circunstancias. Un niño autista puede sentir amor por un animal o por un lugar ya que es un afecto menos aterrador que el amor que recae sobre un humano que tiene el riesgo de hacer sufrir. Un niño autista puede incluso amar a un doble humano, a menudo encarnado por su madre o por un terapeuta, pero entonces se vuelve un amor fusional que no es peligroso en tanto que el autista no sea solicitado en implicarse en intercambios que pongan en juego un deseo o una falta.
La incidencia del significante sobre el sujeto autista produce una extrema mortificación del goce del cuerpo que se acompaña muy a menudo de una propensión a que haga retorno en objetos excesivamente investidos. Desde los primeros meses, se constata en la mayoría de los autistas una investidura inmoderada de los objetos pulsionales de los cuales no acepta casi nunca soltar, lo que los encierra en su mundo y los vuelve apáticos. Más tarde la defensa principal pasa por la elección de un borde al cual se ata inicialmente un goce extremo.
En la retroacción del abandono de su estrategia defensiva de congelamiento del S1 -porque en un autismo de alto nivel hay un descongelamiento del S1-, Williams constata: “Yo me había pasado la vida renegando mis anhelos”. El congelamiento del S1 aplica, en efecto, al congelamiento de los afectos que poseen, por consecuencia, un congelamiento del deseo. Dick es un niño que no le gusta ningún llamado y que no tiene el deseo de hacerse comprender. Kanner observa que los autistas son autosuficientes, como en sus caparazones, actuando como si nadie estuviera presente. Bettelheim subraya: “Lo que los angustia es el hecho de ligarse”. Marcia -un caso de Bettelheim- se afirmaba como una niña fuerte, pero para no hacer nada. Si se le ofrecía un juguete a Joey, él decía en un tono muerto: “Sería maravilloso jugar con eso, pero no lo toquen”.
Para Asperger, no tienen relación viviente con el ambiente y considera que “Nada es natural en ellos. Todo pasa por el intelecto”.
La conducta paradigmática del congelamiento del S1, la toma de la mano en un adulto para acceder a un objeto, manifiesta que el deseo congelado en ellos no es un deseo ausente, sino un deseo que expresa una expresión indirecta por el desvío del objeto. El congelamiento del S1 está al servicio de dos maneras de protegerse del deseo, a la vez aquel del sujeto y aquel del Otro. Primeramente, congelando el deseo propio del sujeto -que huye toda responsabilidad-, luego induciendo la creación del borde que parece quitarle el peso de la toma de decisiones, pero que puede permitir, en añadidura, introducir un objeto mediador y protector en la relación al Otro.
Una de las formas más importantes y sutiles del congelamiento del S1 consiste para el autista en comunicarse haciendo uso de una lengua reificada. En sus formas menos elaboradas, esta lengua reificada se manifiesta como una lengua que constata. Williams la describe como una lengua de “acumulación de hechos”, lo que permite según sus términos “una conversación que no tiene ningún contenido afectivo, que se contenta con postular hechos simples o decir banalidades o futilidades”. Pero esta lengua conoce formas más complejas en las cuales los signos se elevan al concepto mediante sumatoria de imágenes lo que permite una comunicación más rica. Podemos calificarla como «lengua reificada», repitámoslo, porque cortada de los afectos aparece como una herramienta de comunicación y no como un vector de la subjetividad. Además, porque esta herramienta está compuesta de signos -y no de significantes- que se caracterizan por pegarse al referente y buscar sus articulaciones en el mundo de las cosas. De esto se desprende que cada uno subraye que es una lengua concreta de manera que, para poder captar las abstracciones, deben traducirlas en representaciones de palabra. El sujeto autista cuando habla usa una lengua que se caracteriza por su aspecto de fijeza. Se observa siempre la tendencia a la descripción exacta del mundo, la exposición simple y sistemática sin ningún intento de interpretación sin que los afectos o las emociones vengan a parasitar las formas de pensamiento.
Una de las características iniciales de la lengua reificada reside en la permanencia de la situación original de aprendizaje. En esta lengua factual y reificada, en razón de una adhesividad de los términos y de las expresiones a la situación primera en la cual fueron recibidos, la significación tiende a permanecer fija [figée]. Una lengua así posee una codificación de la realidad. Ésta realiza el ideal de ciertos autistas: un vocablo, un sentido. Esta lengua no utiliza sino términos-etiquetas. No solamente el mundo debe ser unívoco, sino que las cosas en sí no deben cambiar de denominación. Las palabras de los niños autistas apuntan a eliminar la ambigüedad para forzarlas a ser del orden de las constataciones. Borrar en su pensamiento las imágenes del referente encuentra un obstáculo de manera que tienen dificultades para hacer semblante. De ahí que sean honestos, sinceros, tienen una aversión hacia las mentiras y les es difícil guardar un secreto.
La lengua reificada tiende a estructurarse en paralelo al mundo de las cosas. Sus elementos son primeramente tomados uno por uno y buscan organizarse tomando apoyo en las cosas. Esta lengua da, entonces, un privilegio a elementos lingüísticos aislados en detrimento de la aprehensión contextual. Es lo que constatan los estudios de psicología cognitiva que dan cuenta que los niños autistas retienen la información de manera específica y no prestan atención a la estructura del conjunto y demasiada atención a pequeños elementos de esa estructura. Esto se traduce en lo que llama su «hiperselectividad» la cual les plantea dificultades en distinguir lo esencial de lo accesorio.
El carácter discreto del signo no da acceso sino a una memorización fragmentada que ciertos autistas -gracias a un trabajo mnémico intenso apoyado en lo visual- son capaces de volver más o menos coherentes. Las articulaciones operadas por los signos de la lengua reificada se operan no a partir de una gramática o de una lógica significante, sino a partir de imágenes, al mismo tiempo elementos y lo que los reúne. El stock mnémico es espacial y no auditivo-verbal. Cuando buscan comunicarse, el autista utiliza una lengua reificada -que es un código espacialmente estructurado-.
El autista posee una propensión a dotar la lengua con una dinámica que le es propia y considerar a los signos como estando en armonía con el orden de las cosas, lo que vuelve a la lengua reificada propicia a llevar una fuerza apremiante por la cual se manifiesta una expresión congelada del S1.
En las instituciones que utilizan plannings individuales y/o colectivas ha sido notada la sorprendente obediencia del niño autista a los signos exhibidos en representaciones espacializadas del tiempo. Es sobresaliente que ciertos autistas sin rechinar hagan tareas, incluso displacenteras, a partir del momento en el que están previstas en un pizarrón dibujadas lo más a menudo con ayuda de pictogramas que representan actividades o lugares. Todos los especialistas concuerdan en considerar que tratan mejor la información transmitida por objetos, así como la escritura, los pictogramas o los signos gestuales. Ciertas técnicas de aprendizaje -makaton, PECS, etc.- toman en cuenta útilmente esta constatación.
Si para la mayoría de nosotros es el mundo de las palabras el que crea el mundo de las cosas, para el autista es lo inverso. El mundo de las cosas determina el mundo de las palabras -al menos cuando se sirven de éste para comunicar a través de la lengua reificada-. Hay otras utilizaciones de la lengua en el autista, así puede haber una utilización de la lengua para un goce autosuficiente cuando no buscan comunicar.
El pensamiento del autista se forma privilegiando una lengua reificada de manera tal que se construye a partir de elementos independientes y no organizados por su diferencia como lo son los significantes. Un pensamiento inicialmente tan poco estructurado aprehende el mundo como un caos. Es por lo cual una de las grandes dificultades del autista reside en el discernimiento de regularidades. Su apego a la inmutabilidad encuentra ahí una de sus fuentes. De esto se desprende una extraña obediencia notada por Asperger a las órdenes que les son presentadas, no como personales, sino como una ley objetiva impersonal. Por ejemplo, enunciando una ley que se impone tanto al niño como al educador: “Esto se hace de tal manera…”, “Ahora, todo el mundo debe…”, “Un chico inteligente debe…”, etc. Asperger dice: “De tales palabras, viene su eficacia a lo que responde a una preocupación mayor del autista, la existencia de una única regla general que se aplica a todos dominios”, o aquella que puede formular Williams: “La voluntad de obtener reglas absolutas” o incluso según Sellin “el deseo de acceder a valores más que absolutos”. Ésta es una constante en el autismo: algo que les permite ubicarse en el caos del mundo, como reglas sólidas.
Poner en marcha rutinas, repeticiones, itinerarios dados, rituales -testimonian los autistas-, todo esto contribuye a poner orden en el caos insoportable de la vida intentando mantener todo idéntico y reducir parcialmente este terrible miedo. Miedo de un caos, ciertamente, pero la angustia no protege de la inmutabilidad que se sostiene antes que nada a la revelación de éste -del caos- en ocasiones de sorpresa. Los autistas están pegados a la inmutabilidad y tienen un horror a las sorpresas. Esta última constituye para ellas una vulneración al orden de las cosas que adviene esencialmente por la intrusión del deseo del Otro. Es por esto por lo que Sellin afirma que “el cambio en el transcurso de la jornada no es gestionable”. Barron parece confirmar esta vivencia de intromisión cuando relata que una de sus reglas era que no se le debía servir agua en un restaurante. Cuando esto pasaba, ciertamente lo leía como si el mesero o la mesara lo hiciera a propósito para contrariarlo y probarle su impotencia.
Lo que es esencial en las conductas de inmutabilidad es menos la búsqueda de iteración que la protección frente a lo inesperado. Se testimonia en efecto que los niños autistas aceptan generalmente el ceder a la conducta iterativa a condición de que se les proteja de lo inesperado. “Se puede obtener todo de los niños autistas”, constatan los Brauner, “a condición de saber prepararlos para ello. Para que el niño acepte sin angustia modificaciones y cambios, le son necesarios conocimientos, es necesario explicarles”[17].
Los autistas se preocupan más en evitar las sorpresas que en satisfacerse de una iteración de sus conductas. Grandin dice: “No tengo ningún problema si veo mentalmente todos los escenarios posibles, pero me da pánico siempre cuando no estoy preparada a hacer frente a una situación inédita”. Kantzas sostiene que el enganche de sus niños en una tentativa de producir una serie de acontecimientos que se sigan sin ningún miramiento en relación a un modelo inicial posee una significación que no hay que buscar en un modelo particular ni en su repetición, sino más bien en la ausencia de variantes. Es una observación muy pertinente.
Una madre atenta al funcionamiento de su hijo autista concluye que “los rituales se acompañan con el miedo al cambio y se confabula con el precipicio de angustia abierto por lo desconocido”.
La mejor manera de llevarse con las conductas de inmutabilidad pasa para el autista por un dominio intelectual de las sorpresas. Más que a una búsqueda de repeticiones, el autista está más bien inquieto por que los elementos de la vida sean previsibles. Barron explica que los sentimientos positivos que les daban las conductas repetitivas eran una de una fugacidad irritante y parecían evaporarse tan rápido como aparecían. El control, el confort y la seguridad ceden inmediatamente su lugar al miedo una vez más y siempre.
Entonces, el objetivo primero no es la satisfacción procurada por la iteración fugaz, sino la búsqueda de protección contra un miedo tenaz, aquel de lo imprevisible. “Yo quería que todo sea previsible”, subraya Velden, “y es ahí que mi necesidad de repetición se hacía más patente”.
Al contrario de lo que suponía Kantzas, la inmutabilidad no rige en todo el universo del sujeto autista. Ciertos cambios de lugar le pueden ser indiferentes. Ciertos objetos pueden ser movidos sin que él se interese. Todos no tienen conductas alimentarias rígidas ni rituales para defecar, etc. -incluso entre los autistas severos-.
Asperger constata a propósito de Hans que él podía estar muy apegado a la inmutabilidad en ciertos dominios, pero que en otros podía ser muy desordenado. Al escoger aplicar la inmutabilidad a tales o cuales emplazamientos de objetos, a una conducta alimentaria, a una secuencia temporal, etc., el sujeto autista se da la ilusión de haber captado en el mundo de las cosas una regla absoluta que lo protege del caos. Las conductas de inmutabilidad se presentan en general como sumisión al orden de las cosas y competen ciertamente lo más a menudo de regularidades observadas -en el mundo de las cosas-, pero de hecho se basan siempre en una elección arbitraria del sujeto. Williams relata: “Yo funcionaba bajo la égida de una masa de principios muy estrictos”. Así, lo que no ignoraba era que se trataba de sus propias reglas. Ella lo dice.
Las rutinas son aprendidas por ciertos autistas de alto nivel como una estrategia pertinente no para someterse a un orden ya dado, sino para crearlo. La elección del sujeto es a veces particularmente aparente cuando la inmutabilidad no toma su fuente en una situación anterior, sino en un acto iniciado por el autista en sí. Barron, por ejemplo, debía ser el primero en entrar en la cocina todas las mañanas o bien el último en subirse al cuarto. A propósito de esta última regla, comenta: “Tenía así la impresión de poseer un poder sobre toda mi escuela”. Detrás del pequeño Buda de Kantzas se esconde un pequeño tirano. “Mi voluntad de que mis reglas sean respetadas primaban sobre todo” afirma Barron. Mientras que los que estaban en contra de sus reglas le dan la impresión de haber perdido poder, de estar desarmado.
La mejor manera de enfrentarse a lo inesperado consiste en dominar todo de manera tal que sucede que la lista de reglas se alarga volviéndose a veces tan restrictiva para los que lo rodean que suscitan tensiones fuertes con los miembros de la familia.
Si es exacto que el cambio -cuando no es preparado ni explicado- es vivido como una intromisión -como dice Sellin- producida por el deseo del Otro, entonces las conductas de inmutabilidad no poseen la misma importancia que la soledad -el otro rasgo capital del autismo despejado por Kanner-. Las conductas de inmutabilidad están al servicio de la soledad, es decir esfuerzos por parte del autista para no comprometer su deseo en el intercambio. Barron quería estar libre de entregarse a los juegos repetitivos que se inventó porque -precisa- “desde el momento en que era yo el que decidía, no podía sino entrar en pánico. Si era necesario que haga lo que me pedía mi mamá, había un riesgo de fracaso, de que pudiese equivocarme”. Su encantamiento por las conductas repetitivas la planteaba a la gente que le horripilaban porque no sabía a qué servían ni lo que le iban a hacer. “No son siempre iguales las personas y con ellas uno no se siente con seguridad”. Entonces, la inmutabilidad da seguridad, protege del caos y del deseo del Otro y se ancla en una elección del sujeto del cual testimonian los sentimientos de dominio que acompañan su ejercicio.
La iteración que opera en la inmutabilidad ciertamente pone en juego un S1-completamente-solo en tanto una regla que se afirma, aislada, sin razón, sin articularse a nada, pero está portada por un S1 congelado. Ésta localiza los afectos del autista en objetos que parecen obedecer al orden de las cosas al mismo tiempo que borra la implicación del sujeto en la elección de tal regla en vez de tal otra.
La inmutabilidad es una de las estrategias de puesta en marcha del congelamiento del S1 mediante la cual el sujeto se embaucar sometiéndose al orden de las cosas al borrar que la inmutabilidad está anclada en una elección de su parte que busca preservarlo de lo inesperado y del deseo del Otro. La inmutabilidad es un rasgo menos característico del síndrome autístico que la búsqueda de soledad anclada en un evitamiento del deseo del Otro.
Sucede que autistas de Asperger hagan referencia a una sorprendente mutación subjetiva que se caracteriza por una aptitud que aparece, una aptitud de aprender la palabra [parole] en nombre propio y plantear actos sin la ayuda de nadie. Esto se consigue viendo o pasando por modos de expresión indirectos o veladas que ponen en juego el mecanismo del congelamiento del S1. Una cantidad de autistas hacen referencia a una eclosión o a un nacimiento tardío a menudo en la adolescencia. “Estimo haber nacido a los 19 años”[18] escribe Anneclaire. Fue a los once años y medio que Peter tuvo el sentimiento de salir de Myra, su terapeuta, al precisar “nací de ella al igual que de mi mamá”. Bettelheim constató que la mayoría de los niños autistas de la Escuela Ontogenética habían querido ser vueltos a nacer de nuevo. Sucedía incluso que intentasen morir para eso. Bettelheim observaba: “El niño debe estar convencido de que ha escogido él mismo su renacimiento” con el fin de que la vía a seguir no le aparezca como demasiado angustiante.
La mutación subjetiva que da nacimiento al autista de alto nivel se acompaña a menudo -no siempre- de un fantasma de auto-procreación o de tentativas de auto-nominación. Barron relata: “El ser que estaba fundido en mí salía a la superficie y yo tenía la impresión curiosa de dar a luz”. Este sentimiento es correlativo de la emergencia de una aptitud a tomar riesgos y el advenimiento de una capacidad de tomar decisiones y sentirse independiente. Además, Barron puede comprometerse en aventuras sentimentales que testimonian que él sabe temperar la angustia que le impedía confrontarse al deseo del Otro.
En la retroacción de una separación con un terapeuta “decepcionante” -según sus términos- en una cura que duró cuatro años, Gerland -un autista sueco- relata una modificación de su posición subjetiva que le parece que se produjo progresivamente. “Algo se desencadenó en mí”, dice, “haciendo que pueda hablar automáticamente”. Automáticamente quiere decir más bien sin pensar. “Antes no lo lograba nunca. Ahora, ya no tengo necesidad de pensar en todo lo que voy a decir. Incluso no tengo necesidad de escribirlo mentalmente. La palabra y el pensar iban a la par espontáneamente y ya no tenía necesidad de dar a la voz la orden de decir lo que quería decir”. Desde entonces podía explicar lo que pensaba o sentía “de una manera completamente diferente de lo que lo precedía”, dice. También testimonia que un corte entre el goce y el intelecto dejó de funcionar, al menos parcialmente. Lo vivo se inserta en el pensamiento confiriéndole a ésta un automatismo, una espontaneidad que contrasta con las formas anteriores para movilizar parsimoniosamente la voz. Es la interrupción del combate por la separación entre el intelecto y los afectos que dan a Gerland el sentimiento de volverse -según el título de su obra- “Una persona entera”. Al término del recorrido relatado en su libro, un cambio se opera haciendo de él un autista de alto nivel -posición subjetiva- que le permite afirmar: “Yo me las arreglo solo en todo”. Ya no tiene necesidad del congelamiento del S1. Ya no tiene necesidad de proyectar su dinámica en un objeto.
Entonces en el descongelamiento del S1 hay una potencialidad en el autista que puede expresarse y descongelarse. El descongelamiento del S1 se acompaña de una asunción de la enunciación que hace posible una apertura a la ambigüedad significante. Para ciertos autistas se acredita de alto nivel el acceso al humor y a la poesía, así como a una comprensión de las mentiras y de la hipocresía.
Luego de su eclosión, Barron comienza a poder tomar decisiones solo y su madre constataba que se desarrollaba conjuntamente su sentido del humor. En la edad adulta, Tammet -otro autista bien conocido- desarrolló un gusto por la poesía y se considera hoy en día en capacidad de “animar las palabras con su imaginación de tal manera que cada palabra es un pájaro al que se le enseña a cantar”. Tammet indica también con mucha sutiliza que la poesía comienza con el uso del significante propio de la palabra habitada. “Para poder narrar nuestras vivencias”, dice, “nos es necesaria la poesía. Sin poesía estamos mudos. Se pueden repetir cosas como yo lo hacía a los 10 años, diálogos en las novelas como un periquito que no comprende el sentido de lo que dice, pero a partir del momento en que comprendemos el sentido de lo que se dice, la palabra se vuelve forzosamente múltiple”.
La introyección lograda de lo vivo vuelve no solamente al sujeto independiente, sino también creativo. Se vuelve capaz de tomar una posición dinámica frente a los objetos. Es él quien los acciona. Ya no está animado por su borde.
El autista de Asperger permanece como un sujeto al cual “hay que enseñarle todo mediante el intelecto” -como dice Asperger- mientras que el autista de alto nivel alcanza una conexión mucho más ceñida del pensamiento y de los afectos y se vuelve capaz de tomar decisiones capitales que le conciernen sin ayuda de nadie : para Tammet la elección de su homosexualidad, para Grandin la elección de sus estudios, para Williams el publicar su libro -a pesar de la angustia-, etc. Tal toma de decisiones no sería posible sin la implicación del goce en el pensamiento que testimonia de un descongelamiento del significante-amo.
El autista está tomado en la alienación significante de manera que padece del impacto del S1. Pero éste no funciona para él sino congelado a través de un objeto que soporta indirectamente la enunciación. Inclusive congelado, el S1 instaura una mortificación del goce de una parte por el congelamiento de los afectos, de otra parte, por la producción del borde. Sin embargo, esta mortificación no está regulada. Ésta inhibe el deseo del sujeto y deja subsistir trastornos de la sensibilidad. Mientras que el borde no es un objeto plenamente extraído, el autista lo guarda en su mano. El autista tiene el objeto a en su mano, no en su bolsillo. Es decir que lo domina.
El retorno inicialmente excesivo sobre el borde se muestra como indisociable del congelamiento del S1. Sin embargo, cuando se tempera el goce pegado al interés específico, éste puede hacer sinthoma y abrirse al lazo social. En los autistas de alto nivel se opera un descongelamiento progresivo del S1, de los afectos y del deseo -más o menos logrado- que abre la posibilidad de funcionar de manera independiente y permite tomar en cuenta el deseo del Otro -según testimonian algunos la apertura a una vida sexual con un partenaire-.
El penetrante comentario de Lacan comentado sobre el caso Dick parece haber captado de entrada una característica esencial: hay en los autistas de Kanner y Asperger algo que se congela y que se fija, a saber, el S1, lo que induce una inhibición de los afectos y del deseo y un desplazamiento de la enunciación sobre un objeto.
Bueno. Les agradezco el haberme escuchado hasta el final. Ahora podemos intercambiar, si lo desean, si alguno tiene alguna pregunta.
José Borlle:
Bien. Muchísimas gracias por esta conferencia que nos ha brindado, sobre todo por las orientaciones clínicas. Dieron ocasión para algunas preguntas y comentarios que voy a leer. Les comento que voy a tomar dos en principio de los comentarios y preguntas y luego, de acuerdo con el tiempo, vamos a ir agregando algunas más para no extendernos demasiado.
En principio, hay una intervención de Rumina Fernández. Rumina dice: “Teniendo en cuenta que el diagnóstico diferencial es importante para la dirección de la cura, ¿cuál sería la orientación para hacer la diferencia entre autismo y psicosis con niños pequeños donde la inclusión de la lengua todavía no está estabilizada?
Jean-Claude Maleval:
El diagnóstico diferencial, efectivamente, es un punto en el que insisto, muy importante. No conducimos la cura de un autista, de un neurótico, de un psicótico de la misma manera. Entonces, digamos rápidamente que para el psicótico el punto capital es de, sea poner en juego una suplencia o de favorizar o restaurar un punto de apoyo en un partenaire. Para el sujeto autista, todo pasa por el borde. El borde es un objeto que puede ser un animal o una persona, pero que se adjunta a un exceso de goce, pero a partir del cual el sujeto se anima y el objetivo es, por supuesto, situar un borde. En las formas más severas no hay un borde. Y luego hacer que el goce un poco desinvestida -el goce del borde sea un poco desinvestido- para que pueda progresivamente revestida.
Este concepto nuevo de «borde» el que es totalmente esencial para conducir la cura de los autistas. Éste no tiene equivalente en aquella de los psicóticos.
En cuanto al lenguaje, hay muchas maneras para el autista. Hay una manera -en la que insistí hoy- que es la lengua reificada, la que le permite comunicarse, la que da ciertos puntos de referencia en el mundo. Es una lengua cortada de sus afectos. Entonces, la interpretación no tiene mucho que ver ahí. Sin embargo, con esa lengua de signos, esa lengua reificada, el sujeto puede adquirir cierto número de puntos de referencia que lo protegen del caos y que son un poco estabilizantes. En fin, lo inquietan menos. Están menos inquietos cuando el mundo es comprensible. Es sobre todo a través de esta lengua de signos, de esta lengua reificada que logran hacerlo.
Luego, habrá que tomar las cosas al caso por caso como siempre.
José Borlle:
Muchas gracias. Vamos a tomar otra pregunta que es de Mirka Zbrun. ¿Podemos pensar si las manifestaciones del Uno en el autismo puede ser un acontecimiento como en la neurosis?
Jean-Claude Maleval:
El Uno en la neurosis es lo que está en el principio del sinthome. Lo que se trata de mostrar en evidencia a través de la cura atravesando las identificaciones narcisistas. Es ahí donde el Uno es acontecimiento. No dije que el Uno sea acontecimiento en el autismo. El Uno en la neurosis está articulado bajo un acontecimiento de cuerpo inicial. En el autismo, a menudo es la inmutabilidad la que viene del orden de las cosas, es una sucesión reglada que el sujeto busca mantener o bien es una elección de su parte. Pero no es un acontecimiento de cuerpo. Es una creación en su parte, mientras que en la neurosis viene a tocar el cuerpo. En la neurosis se trata de descifrar eso, hasta llegar a la cifra del sinthome. En el autismo es muy diferente. En el autismo la iteración está al servicio de un ordenamiento del mundo y de una protección contra lo inesperado. Entonces es muy diferente.
José Borlle:
Muy bien, muchas gracias. Pasemos entonces a la pregunta de Maximiliano Mó. Dice: “En ese matar el sentimiento de la vida por lo aterrador de lo imprevisible, en esa falta de dinámica propia esperando que el objeto la proporcione, ¿cómo pensar un lugar para el lazo en la transferencia?”
Jean-Claude Maleval:
No es muy claro. Si la pregunta recae sobre la transferencia, el punto esencial para aprehender la transferencia en el autismo es que se trata de aceptar hacerse borde, de aceptar el convertirse en un borde para el autista.
La primera cosa es, por supuesto, hacerse aceptar porque al inicio no hay transferencia; el autista no desea investir al terapeuta, quien más lo pone intranquilo. Hay que hacerse aceptar como borde.
Cuando uno es aceptado como borde, el autista está en una gran dependencia al analista, al cual sitúa como lugar de su dinámica.
Entonces, luego es necesario vaciar el exceso de goce adjuntado al analista desviándolo hacia objetos, hacia otras formas de bordes de los cuales los más útiles son los intereses específicos. Es con los intereses específicos que el autista puede crear un lazo social. Es gracias al borde que el autista logra generar lazos sociales, a veces, gracias al interés específico. Por ejemplo, el caso de Joey quien tenía una pasión por la electricidad. Su máquina de cartón se suponía que le dotaba de electricidad cuando era niño. Y en la edad adulta se volvió electricista. Asperger había notado que lograban hacer un oficio ligado al interés específico de la infancia.
José Borlle:
Paso a leer, aprovechando estos minutos que nos quedan -por supuesto que van a quedar aportes ya que el tiempo es acotado- el mensaje de Diana Boicovitch: “Muchísimas gracias por su conferencia tan detallada y esclarecedora. Quisiera entender cómo es posible el pasaje de la iteración a la reflexión sobre lo vivido cuando se leen los testimonios de Grandin y Williams.”
Jean-Claude Maleval:
Mi idea es que la iteración es un efecto del congelamiento del S1. La iteración en Grandin o en Williams se traduce en conductas de inmutabilidad. Grandin así como Williams son autistas de alto nivel. Es decir, hay descongelamiento del S1. Entonces, son sujetos que no están dominados por la iteración. Aun si subsisten algunas tendencias a la inmutabilidad -ellas lo dicen-, tienen ciertas rutinas, pero son capaces de sobrepasarlas. Lo que quería subrayar en este artículo es que la iteración no es lo esencial del autismo. Lo que es esencial es el congelamiento del S1. Las conductas de iteración son conductas basadas en el congelamiento del S1. Como lo subraya en su pregunta, eso puede ser sobrepasado en el autismo de alto nivel. No es la iteración la que domina en los autistas de alto nivel ya que pudo operar un descongelamiento del S1.
José Borlle:
Bien. La idea era culminar 11:30. Vamos a leer otra intervención si está de acuerdo el Profesor Maleval. Quedarán pendientes algunas por leer. Voy a tomar una pregunta de Victoria Pacheco: “¿Cómo pensar la posición del analista en la transferencia cuando hay un intento del sujeto autista de protegerse de lo inesperado, del caos de la vida?”
Jean-Claude Maleval:
Como lo decía hace un instante, la idea capital es que el analista debe aceptar tomar el lugar del borde. Eso permite al sujeto autista un abordaje del mundo estando protegido por el borde. Esto lo protege del deseo del Otro. El borde es un objeto que hace mediación entre él y el deseo del Otro. La otra protección que le da el borde es que va a proyectar el S1 en el borde. Es éste el que va a convertirse en el lugar de su dinámica. Al principio, la transferencia puede estar entrabada, pero cuando no lo está, esto puede dar una transferencia intensa. En ese momento el sujeto se vuelve muy dependiente del analista; espera demasiado de él. Entonces, es necesario vaciar el goce en exceso puesto en el analista y desviarla hacia otros bordes más útiles socialmente.
Esto puede estar ligado con la idea de que para el sujeto autista todo debe ser indirecto -es lo que dice Williams-. El borde puede ser un modo de establecer una relación indirecta al mundo exterior y a los otros, sobre todo.
Entonces, no hay que olvidar que el sujeto tiene el objeto a en su mano. En la transferencia extrema va a tener tendencia a dominar el objeto que el analista es. Es necesario dejarlo poco a poco soltar ese dominio, lo que es una manera de hacer que haya una pérdida de goce para él.
José Borlle:
Hay un montón de mensajes de agradecimiento y preguntas en torno a la transferencia, lo que de alguna forma ya fue respondiendo Maleval. Leo una pregunta más de Juan Manuel Mordini: “¿El lenguaje cosificado es una defensa frente a la presencia del objeto a o como Lacan define la angustia -la falta de la falta-?”
Jean-Claude Maleval:
La defensa desde la óptica de la falta de la falta es el borde. El borde es una manera de tener el objeto a en su mano. Es decir, no está perdido -como en la neurosis- ni es invasor -como en la psicosis-. La lengua de signos, la lengua reificada protege, no contra el objeto a, sino contra el agujero, contra una hiancia en lo simbólico, protege contra lo inesperado. La sorpresa puede ser angustiante también. Pero no es el objeto que sorprende, sino un agujero en lo real -diría-.
José Berllo:
Muchísimas gracias por todos los aportes y todas las respuestas que nos ha dado Maleval. Paso la palabra a Jorge Yunis para dar cierre a la jornada de trabajo de hoy.
Jorge Yunis:
Doctor Maleval, su exposición ha sido muy clara, muy rigurosa y muy rica. No nos queda sino agradecerle este aporte y su generosidad. Le deseamos un buen fin de semana.
Jean-Claude Maleval:
Les agradezco por su invitación y sus preguntas que han sido muy pertinentes. Espero algún momento irles a visitar.
Jorge Yunis:
Muchas gracias.
Jean-Claude Maleval:
Hasta pronto.
*Maleval J.-C., “Iteración y congelamiento del S1 en el sujeto autista”, conferencia de apertura del Taller Clínico ciclo 2023 organizado por Jorge Yunis. 2023-02-04.
[1] Laurent É., “La despatologización del autismo por la neuro y la nuestra”, Lacaniana – Las astucias del principio del placer, #32, Buenos Aires, Grama Editores, diciembre 2022, pp. 156-166.
[2] Maleval J.-C., La différence autistique, Paris, PUV, 2022.
[3] Ibíd., p. 13.
[4] Lacan J., “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”, Intervenciones y textos 2, Buenos Aires, Manantial, 1998, p. 134.
[5] Lacan J., El Seminario, libro I, La relación de objeto, Buenos Aires, Paidós, 2003, p. 114.
[6] Panayotis Kantzas, Le Passe-temps d’un Dieu. Analyse de l’autisme infantile, trad. Marie-José Schmitt, París, Dialogues, 1987.
[7] Cfr. Stephen Wiltshire – Wikipedia, la enciclopedia libre
[8] Miller J.-A., “Préface”, La différence autistique, op. cit., p. 7.
[9] Cfr. Lucile Notin-Bourdeau | Avignon | Facebook
[10] Annick Deshays, Libres propos philosophiques d’une autiste, París, Presses de la Renaissance, 2009, p. 5.
[11] Christine Bouyssou-Gaucher, Louange, l’enfant du placard. Psychothérapie psychanalytique d’un enfant autiste, París, Ediciones Penta, 2019, p. 53.
[12] Bruno Bettelheim, La Forteresse vide. L’autisme infantile et la naissance du Soi, op. cit., p. 343 et p. 335.
[13] Mira Rothenberg, Des Enfants au regard de pierre, op. cit., pp. 277-279.
[14]Donna Williams, Quelqu’un, quelque part, op. cit., p. 35.
[15] Kanner L., « Traduction de l’article original de Leo Kanner : “Autistic disturbances of affective contact” » en Gérard Berquez, L’Autisme infantile. Introduction à une clinique relationnelle selon Kanner, op. cit., p. 233.
[16] Maleval J.-C., La différence autistique, op. cit, p. 183.
[17] Alfred et Françoise Brauner, Vivre avec un enfant autistique, op. cit., pp. 45-46.
[18] Nicole Damaggio, Une Épée dans la brume. Syndrome d’Asperger et espoir, op. cit., p. 243.

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