EL NIÑO TERRIBLE ES SIN LEY
Por Hélène Bonnaud
2022-10-05
¿Cómo interpretar el título de la próxima Jornada del Instituto Psicoanalítico del Niño del Campo Freudiano, y más particularmente el orden que marca sus dos elementos, el primero, bajo la frase «padres exasperados» y el segundo bajo el de «niños terribles»? ¿Es un azar que la propuesta no ponga al niño terrible como efecto de la exasperación de los padres? ¿Es esto para indicarnos que no existe un vínculo causal entre los dos, cuando, precisamente, la pareja padres exasperados-hijos terribles parece tener una cierta consistencia?
El argumento de Valeria Summer-Dupont[1] va en este sentido. La exasperación de los padres no está conectada con el niño terrible. Los dos no están lógicamente anudados. Todavía es necesario insistir en el hecho de que no son para el psicoanalista orientado por lo real porque, para los padres, ellos hacen síntoma al menos para aquellos que consideran que el comportamiento de su hijo actúa sobre ellos, los agita, incluso los exaspera. En este “exaspera” se entiende “padre” con la preposición ex (salir de). Se podría oír como lo que se extrae, sale del padre. Para tomarlo por este cabo, hacemos una hipótesis, la de entrever lo que haría soporte al guion en el título.
El niño terrible es indescifrable
¿Qué es un niño terrible? Este significante proviene del latín, terribilis, que significa aterrador, espantoso. El niño terrible asusta a los que lo rodean. Lo hace a través de la manifestación de crisis de cólera incoercibles, comportamientos agresivos y, sobre todo, no le tiene miedo a nadie. No tiene ley. Es un niño fuera de sentido, y es en esto que rápidamente se vuelve exasperante y puede, a su vez, provocar en retorno una violencia verbal o incluso física en sus padres o en quienes lo rodean. No es descifrable. Sus padres, sin comprender el sentido de su ira y la agitación que se apodera de él, buscan por todos los medios meter sentido donde, muy a menudo, se trata de manifestaciones fuera de sentido. El niño no sabe por sí mismo lo que motiva sus crisis. Cuando la demanda del Otro no es audible, el rechazo no debe entenderse tanto como un no, sino como un imposible. Nada se le puede pedir al niño. El veredicto es inapelable. La nada no responde a un deseo, sino a un vacío. Es el vacío de lo sin-sentido. Sin embargo, puede producirse otra versión del rechazo de la demanda cuando el niño es mayor. Cuando la demanda se experimenta como una coerción, una orden, una amenaza, un chantaje, una injusticia, su rechazo refuerza la exclusión del sujeto. A veces uno de los padres se da cuenta de esto. Encuentra en este rasgo de exclusión, una identificación con su propia subjetividad. Podemos entonces observar que el S1 exclusión es el significante del progenitor puesto en acción en el síntoma del niño, y considerar que este último es una palabra «flechada[2]«, que condena a la exclusión.
Está excluido del sentido
El niño terrible aterroriza, pero él también a menudo es aterrorizado por el Otro con quien tiene que tratar. Digamos que no tiene otro recurso que manifestar su presencia mediante una descarga de violencia que lo abruma. Al no haber simbolizado la falta, es entonces actuado por la pulsión. Ésta lo domina. Es su punto de inflexión, atrapado en una pinza en su trayecto de ida y vuelta. Lacan especifica que Freud habla del Reiz, de una excitación que hace el empuje de la pulsión: «El Reiz de que se trata concerniente a la pulsión es diferente de cualquier estimulación proveniente del mundo exterior, es un Reiz interno[3]«. Por lo tanto, se puede argumentar que lo que agita al niño es su Reiz interno.
“¿De dónde viene esto? ¿Qué pasa?” preguntan los padres al analista. La respuesta a menudo es dada por los propios padres: «Finalmente entendimos que él o ella estaba haciendo su berrinche y que ella se detendría por su cuenta». De hecho, la crisis es una agitación que manifiesta la pulsión de muerte en marcha. Desde este punto de vista, el síntoma del niño no responde a la definición de Lacan de «representar la verdad de la pareja en la familia[4]«. No sólo no está atrapado en los significantes del Otro, sino que lo que se le dice no tiene ningún efecto en él. Es sordo al Otro porque no está conectado a su lengua. Llora, grita y se choca con lo imposible. A veces los padres lo interpretan dándole una posición de niño que sufre. Y se angustian cuando su «empatía» -para usar un concepto de moda- no cambia nada.
¿El Otro se excluye o el otro se excluye?
Las consecuencias pueden ser dolorosas. El niño puede convertirse en el objeto a, el objeto malo, detestado, incluso rechazado, pero también el kakon[5], del que habla Lacan, este objeto éxtimo, que es rechazado. La angustia que el niño inspira puede convertirse en una defensa prohibitiva -una forma de no dejarlo que invada la vida familiar. Al protegerse, los padres a menudo aíslan al niño de sus hermanos y también de su espacio. A veces se revela un anhelo de muerte o de rechazo. El niño terrible es un síntoma que forma parte de un real sin ley y provoca rechazo. Se convierte en una molestia. El conductismo se ha aprovechado de ello: al dar un diagnóstico «neuro», al tratar al niño con Ritalina, redobla la no-relación entre los padres y el niño. Ese discurso hace de ello una no-escritura. ¿Es el Otro quien excluye? ¿O el otro que se ha excluido a sí mismo? Para el conductismo, esta pregunta no tiene sentido, pero para el psicoanálisis, este punto es crucial.
El Uno de la pareja parental
Daniel Roy[6] señala muy acertadamente que hoy en día la familia es una invención singular. Por lo tanto, hay que acogerla con su propio bricolaje. El niño terrible es una consecuencia actual de los discursos superyoicos que impulsan un mito en torno al amor al niño como una pasión sin límites. Todo para él. Los padres confrontados con su niño terrible se ponen ansiosos, asustados cuando éste ya no responde a sus farfullas. Desarrollan un miedo al niño que los hace sentir culpables. Este miedo toma la forma de exasperación. El niño terrible responde al hecho de que en el amor, uno no da nada más que su falta. El niño es puesto en este lugar. Él lo ocupa. La falta viene a faltar para él, que solo puede construirse a partir de las dos faltas de sus padres. Se vuelve terrible para no ser la presa de su goce de la Una-separación. Cuando los padres hacen Uno, el niño tiene razones para hacer Uno sin ellos, Uno sin Otro.
[1] Sommer-Dupont V., « Des parents en question », textos de orientación hacia la 7ma Jornada del Instituto psicoanalítico del niño del Campo freudiano, disponible en internet (institut-enfant.fr).
[2] Lacan J., El Seminario, libro XI, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 2007, p. 186.
[3] Ibíd., p. 171.
[4] Lacan J., “Nota sobre el niño”, in Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 393.
[5] Lacan J., “La agresividad en psicoanálisis”, in Escritos, tomo 1, México, Siglo XXI, 2009, p.
[6] Roy D., « Parents exaspérés – Enfants terribles », textos de orientación hacia la 7ma Jornada del Instituto psicoanalítico del niño del Campo freudiano, disponible en internet (institut-enfant.fr).
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