DÓCIL AL TRANS[1]
Por Jacques-Alain Miller
2021-04-22
La tormenta estalló. La crisis trans está sobre nosotros. Los trans están en trance (situémoslo de inmediato que esto era algo que se esperaba) mientras que los psi, pro-trans y antitrans, se agarran del entusiasmo de los partidarios de los Grandes Cascadores y los Pequeños Cascadores de huevos en Gulliver.
Estoy bromeando.
Precisamente, qué indecencia bromear, reír y burlarse, cuando lo que está en juego de esta guerra de ideas es lo más serio que hay, y que es nada menos que nuestra civilización, y su famoso malestar, o incomodidad, diagnosticado por Freud a principios de los años ’30 del siglo pasado. ¿El modo satírico es adecuado para un tema tan serio? Desde luego que no. Así que hago las paces. No lo repetiré.
Escribí «guerra de ideas». Este es el título del último libro de Eugenie Bastié. Volvió a mí inesperadamente. No creo que ahí se encuentre la palabra «trans» ni una sola vez. El libro concluye con la actualidad del feminismo radical y la guerra de los sexos. Dado que esta joven y linda madre es también la más inteligente de los periodistas, es seguro que el estallido de la crisis francesa de los trans es posterior de la escritura del libro. Encontremos la fecha del estreno en las librerías, y sabemos que, tres meses antes, esta crisis aún no era tan perceptible a un punto de vista mediático tan agudo como la de Eugenie B.
Veamos. Preordené por Amazon La guerre des idées. Enquête au cœur de l’intelligentsia française [La guerra de las ideas. Investigación en el corazón de la intelligentsia francesa], y fue entregada el 11 de marzo. Así, a principios de este año, lo trans aún no había entrado en lo que el autor, autora, autriz, llama «el debate público». Era invisible, o invisibilizado, para usar una querida palabra por los queridos decoloniales y otros wokes. ¿O tal vez todos nosotros éramos, no autores, autoras, autrices, sino avestruces [autriches]?
¡Otro juego de palabras! ¡He vuelto! ¡incorregible! Me estoy declarando culpable. Pero con circunstancias atenuantes: una infancia difícil, una adicción al significante, influencias perniciosas. No puedo ir más lejos en el asunto trans sin defender mi caso.
Defensa pro domo
Desde muy joven, me gustaba jugar con y acerca de los nombres y palabras. Por ejemplo, a Gérard, mi hermano menor, lo llamé Géraldine. Sin embargo, no se volvió trans y ahora ostenta su barba en todos los canales de televisión. He estado leyendo desde que era un niño muy pequeño, ¿y cuáles fueron mis primeros libros favoritos? Viaje al centro de la Tierra, de Julio Verne, y El escarabajo de oro, de Edgar Poe, dos historias con un mensaje secreto para descifrar. Me encantaron las listas de Rabelais, las bromas de Molière, las bufonerías de Voltaire, las letanías de Hugo, los absurdos de Alphonse Allais (no la «filosofía del absurdo» de Camus), Las Cuevas del Vaticano, de Gide (no Los alimentos terrestres), el «cadáver exquisito» de los surrealistas, los «ejercicios de estilo» de Queneau.
Cuando conocí el latín, leí los clásicos, obligatoriamente, pero secretamente atesoraba las sátiras de Juvenal. Al no ser helenístico (mi padre me había exigido que aprendiera español, «tan extendido en el mundo»), sólo leí a Lucien de Samosate en francés. Nunca me perdí en Le Canard enchaîné las inversiones burlescas de “Álbum de la Condesa”. Leí el libro de Freud sobre el Witz muy temprano.
Así que no tenía un ánimo muy serio. No respetaba a nadie, sino a los grandes escritores, los grandes filósofos, los grandes artistas, los grandes guerreros y hombres de Estado, o más bien personalidades de Estado, los poetas y los matemáticos. Incluso había concebido como Stendhal un «entusiasmo» por las matemáticas, puede que haya llegado a mí también el «horror por la hipocresía.»
Luego, a la edad de veinte años, tuve la desgracia de caer en las redes de un médico, psiquiatra, psicoanalista, de 63 años, conocido como el lobo blanco por ser una oveja negra. Con el tiempo se convirtió en una oveja galante (¡transición!). Vivía en un sótano oscuro y de techos muy bajos, una madriguera, una verdadero antro, en un edificio en el distrito VII donde había vivido el banquero de Isidoro Ducasse, por lo que es el único lugar en París que estamos seguros de haber recibido una visita de Lautréamont. El Dr. Lacan, porque estoy hablando de él, era considerado de gran importancia. Me dijo la primera vez que me recibió en su consultorio, cuya estrechez hacía imposible cualquier «distancia social» entre los cuerpos, obligaba a una cercanía opresiva.
Este personaje irregular, fuera de la norma, no escondía su juego. Mi horror stendhaliano por la hipocresía no encontraba nada para reprocharle. Era un diablo a cara descubierta, aparentemente burlándose de todo, entiéndase de todo lo que no era él y no era su causa. En la edad avanzada, no se molestaba en decir a su Seminario: «No tengo buenas intenciones». La única vez que habló en la televisión francesa, en horario estelar, dijo, refiriéndose al analista como un santo: » (…) la justicia distributiva, le importa un bledo […] no ven adonde lo conduce eso”[2]. Empujó la imprudencia hasta el punto de alardear en público, poco antes de su muerte, de haber pasado su vida «siendo Otro a pesar de la ley». Una desgracia para mí, no sólo me protegió bajo su ala, ala negra, ala demoníaca, sino que me convertí en su pariente: me concedió la mano de una de sus hijas, la que tenía la belleza del diablo, y a quien había llamado Judith, jugando allí también sus cartas sobre la mesa: el hombre que gozaría de ella debía saber que pagaría con un destino digno de Holofernes.
¿Cómo me atrapó? Al poner en mis manos Los fundamentos de la aritmética de Gottlob Frege, Die Grunlagen der Arithmetik, 1884, la elaboración lógica del concepto de número (según él, la aritmética se basaba en la lógica). Él mismo, Lacan, había intentado tres años antes demostrar a sus followers la similitud que existía entre la génesis dinámica de la serie de los enteros naturales (0, 1, 2, 3, etc.) en Frege y el desenvolvimiento lo que él mismo llamó una cadena significante. «Ellos sólo me han puesto trabas», dijo, «vamos a ver si tú lo haces mejor». Mi sencilla presentación me valió un triunfo entre los psicoanalistas, sus discípulos, y al mismo tiempo despertó muchos celos de su parte: «¿Pero cómo lo hizo? ¡Y pensar que ni siquiera está en análisis!» Y ni siquiera era «el yerno» todavía, aunque ya se había forjado un idilio, discretamente, entre Judith y yo.
Philippe Sollers, príncipe de las letras que empezaba a seguir el Seminario de Lacan, «encantador, joven, que roba todos los corazones después del propio», me pidió mi texto para su revista Tel Quel. Tenía la frente para rechazarlo, queriendo reservarlo para el primer número, roído en la Escuela Normal, Cahiers pour l’analyse, que acababa de fundar con tres camaradas, Grosrichard, Milner y Regnault. Un cuarto, por otro lado, Bouveresse, miembro del mismo Círculo de Epistemología, todavía se arrebataba veinte años más tarde, como profesor en el Collège de France, contra el descaro que había tenido que lacanizar el sacrosanto Frege de los lógicos. Derrida, por otro lado, mi caimán (tutor) de filosofía, ponía malas caras: consideró mi demostración abstrusa (estaba poco encasquillada en la lógica matemática). Curiosamente, por vías que ignoro, mi pequeña charla titulada «La sutura», se convirtió en un clásico de los estudios cinematográficos en los Estados Unidos (?).
Así iba el mundo cuando el severo estructuralismo de Roman Jakobson y Claude Lévi-Strauss pasó hacia el estado de epidemia intelectual en París y sus alrededores. El episodio hizo mi reputación, la de un genio precoz de los estudios lacanianos. Desde entonces se me señaló como una mariposa en el álbum de la intelligentsia parisina: Papilio lacanor perinde ac cadaver. Así me encontré a merced de Jacques Marie Émile Lacan, un gran pescador de hombres ante el Señor.
Cincuenta años después de los hechos, es hora de que Metoo confiese. Horresco referens, es horrible decir, pero fui, durante años, víctima de abuso de autoridad por parte de mi suegro, abusos indescriptibles e incesantes de autoridad, tanto públicos como privados, constitutivos de un verdadero delito de incesto moral y espiritual. Cedí hasta lo que más pude. ¡Incluso consentí en la vergüenza! como diría Adèle Haenel -en tomar en eso un cierto placer, un placer cierto. Me quedé dividido para siempre.
El monstruo que estiró la pata hace cuarenta años, las repercusiones que perjudicaron sólo tendrían un alcance simbólico, pero cuan decisivas para curarme las heridas del alma y reparar el daño causado a mi autoestima.
Reservo los detalles de mi testimonio ante las autoridades judiciales. Pero quiero que se lo sepa: como fue el polvo que lo compuso lo que habló a través de la boca de Saint-Just, luchando contra la persecución y la muerte, no lo olvides, lector, que es una proud victim, una víctima orgullosa, que habla a través de la mía. «Pero desafío a que se me arrebate esta vida independiente que me he dado en los siglos y en los cielos.»
Volvamos con nuestros trans. Son víctimas. Como yo.
La revuelta trans
Hay que creer que los actuales dirigentes de la Escuela de la Causa Freudiana, que antaño fue dirigida por mí y los míos en las fuentes bautismales antes de ser adoptadas por Lacan, tenían una nariz fina, ya que invitaron a tomar la palabra en las Jornadas Anuales 2019 de la Escuela, en el Gran Anfiteatro del Palais des Congrès de París, al famoso trans, Paul B. Preciado, coqueluche de los medios woke, quien aceptó de buena manera.
¿Por qué esta invitación sin precedentes que sorprendió a la comunidad psi? La crisis trans aún no había estallado, pero era predecible. De hecho, para tomar las cosas en alto, para seguir a largo plazo el proceso que culmina hoy en Francia en la revuelta de los trans, ¿qué vemos?
Digámoslo rápido. Debemos recordar que los enfermos, nuestros pacientes, todas estas personas que sufren que se presentaban para ser atendidas por cuidadores -los que fueran: enfermeras, médicos, farmacéuticos, cirujanos, dentistas, acupunturistas, osteópatas, fisioterapeutas, psiquiatras, psicólogos, psicoterapeutas, incluso psicopomposos, por no hablar de los curanderos, videntes, brujas, tan profundamente escrutados una vez por una Jeanne Favret-Saada -entonces lacaniana- en un estudio memorable, los marabutos, sanadores, desencantadores, etc., sin olvidarnos a nosotros, not least, los psicoanalistas, lacanianos y otros -esta masa, por lo tanto, de demandadores de cuidados había permanecido pasmado durante milenios ante el «saber-poder» (Foucault) de los dispensadores de cuidados. No tenía derecho sino a callarse, excepto entre los psi, por supuesto, y otros charlatanes de todo tipo.
Un nuevo paradigma surgió después de la Segunda Guerra Mundial. Se les dio a estos dominados, día tras día, año tras año, gobiernos de izquierda, gobiernos de derecha, gobiernos de centro: «¡Hablen! ¡No se dejen callar! Tienen derechos. Por estar enfermos, no son menos ciudadanos. Sólo hagan lo que hace todo el mundo: ¡Quéjense! ¡Reivindíquese! ¡Pidan que se les rinda cuentas! ¡Hagan que les rembolsen su dinero! ¡Hagan que se les compense! ¡Se acabó la dictadura sanitaria! ¡Den paso a la democracia sanitaria!»
«¿Qué creen que sucedió?»
«¿Qué creen que sucedió?» El pueblo acató: se rebeló. Los «trans» y sus aliados recibieron el mensaje cinco de cinco, y ahora lo están empujando a sus últimas consecuencias. A menudo, para rebelarse, se necesita coraje, incluso una conminación venida desde arriba, desde el Gran Cuartel General. Ejemplo: La Revolución cultural china. Fueron las instrucciones del presidente Mao las que hicieron formar en todo el vasto país las bandas de Guardias rojas que establecieron el caos en toda la sociedad.
En Francia, los poderes públicos hicieron todo lo posible para, pusieron todo su corazón, para borrar al antiguo «sujeto supuesto saber» que regía la orden médica. ¿Qué pasó? El S poder 3 se encuentra enroscado, desmonetizado, lacerado, retorcido, torturado, arrodillado, con una gorra de burro, arrastrado por las calles bajo los lazzis, arrojado por la ventana. Cae como Humpty Dumpty al pie de la pared detrás de la cual las poblaciones que sufren estaban estacionadas, y aquí están en mil pedazos, Humpty. El muro a su vez se derrumba. Los prisioneros se dan a la fuga. Está en todas partes la Noche del 4 de agosto, el fin de los privilegios médicos y de cuidados. ¡Y el orden hizo pluf! – lo que una vez, y todavía en el pasado, a duras penas, prevaleció en los asuntos del culo.
Humpty Dumpty sat on a wall.
Humpty Dumpty had a great fall.
All the king’s horses and all the king’s men
Couldn’t put Humpty Dumpty together again.
Humpty Dumpty al muro subió.
Humpty Dumpty después se cayó.
Ni los caballos ni los hombres del rey
Pudieron a Humpty Dumpty recomponer
El respeto y la gentileza
En los asuntos del culo, es decir, en el campo de la sexualidad si prefieren hablar finamente, ahora es un desastre. Ahora todo está patas arriba. La Butler y sus Ménades han puesto un desastre no posible. Interrogué a Eric Marty durante tres buenas horas, y no llegué al final de los misterios del gender. Los Misterios de Pompeya son juegos de niños al lado de esto. En resumen, se reducen a: «El falo, te lo digo.» «Phalle, guiarás nuestros pasos», como Zimmerwald una vez hizo. ¿Pero el gender? Al diablo con esa brújula. Todo el mundo pierde el norte. Más engañados por cualquier cosa, la gente erra. Es la noche en que todos los gatos son grises, como en el Absoluto de Schelling del cual Hegel se burlaba. Eso no impide que todo el mundo esté hablando de ello. Cada uno tiene su propia idea. El género es ahora una evidencia del «sujeto contemporáneo».
Mi nieto, el último de los Miller, el heredero más joven del apellido, de 16 años, activista verde, amante de la física matemática y La búsqueda del tiempo perdido, me da una lección sobre el gender. Tiene amigos trans en su clase. Hace medio siglo, yo estaba en la misma escuela secundaria, a la misma edad, y no había trans entre nosotros, a lo sumo uno o dos dandys un poco andróginos en los detalles que se dandy-neaban para divertir al público. Éramos chicos. Sin chicas, sin trans. Mi generación todavía usaba camisa en octavo grado. Escribíamos con una pluma Sargento Mayor, el bolígrafo estaba prohibido. Era la Edad Media.
El nieto: «Tú no debes decir, Jacques-Alain, que se convirtió en una chica. Es molesto para él. No, él es una chica. –Y cuando tu gran amigo tan bien peinado te dice que es una chica, ¿qué haces? – Acojo lo que me dice con respeto y gentileza». Aplausos. «¿No pasarán?» Ellos y ellos han pasado, están bien y verdaderamente pasados. «E pur si muove!» (la frase es apócrifa), lo que significa: a pesar de todas las inquisiciones, todas las demostraciones, el gender, ¡funciona! ¿Una gata no encuentra a sus pequeños? Eso no es un problema. Cuanto menos claro es, mejor funciona, precisamente. Y se lleva todo a su paso.
MGTOW
La política nacional de salud pública desde 1945 ha allanado el camino para la revuelta trans. Hay que reconstruir una cronología, paso a paso. Antes del epílogo sobre las causas del acontecimiento, sobre todo no desestimemos los hechos -a diferencia de Jean-Jacques en su Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Este es, creo, el escrito que más releí en mi adolescencia, entre los 14 y los 18 años. El título resurgió durante mi análisis, en un sueño, en la forma: «de la desigualdad entre hombres y mujeres«. El inconsciente me había interpretado. Oportunidad para el analizante que yo era de una risa inextinguible, seguido por el reconocimiento en él de un machismo disimulado detrás del sesgo de la madre. En mi infancia, en efecto, cuando mi padre hacía llorar a mi madre, que sufría de su donjuanismo compulsivo -que mantuvo como Swann hasta que desapareció a los 93 años- yo estaba decidido a ponerme de su lado, yo era el pequeño Caballero Blanco de su madre.
Desde entonces, el fantasma caballeresco en el hombre ha sido anclada y clasificada. White Knight se ha convertido recientemente en una frase de ultramar utilizada para estigmatizar a los salvadores de las mujeres en apuros, y a todos aquellos que se declaran partidarios de la gender equality para, a su vez, ceder todos los privilegios al género femenino. No son los clínicos los que han aislado el fenómeno, sino activistas masculinos, defensores de una virilidad amenazada -creen ellos- por el progreso del feminismo. Están agrupados en el movimiento masculinista MGTOW, Men Going Their Own Way -más o menos: «Hombres que siguen su propio camino.»
El vocablo «Way» tiene todo su peso. Recordamos a Sinatra crooner susurrando My way. También está la expresión idiomática estadounidense, «My way or the highway». Se traduce: «Tómalo o déjalo», «Haz lo que te digo o te largas», etc. La expresión dio su título a la canción de una banda llamada de pimp-rock (rock de los macarras). MGTOW es en cierta medida el Tao de los machos.
El grupo de macarras se llama Limp Bizkit, y aprendo interrogando a Google que este nombre es una deformación de Limp Biscuit, o «Bizcocho mojado». Altamente sugerente. Tener el bizcocho mojado sin duda significa un chulo el horror, el desempleo, la vergüenza. Por lo tanto, esta nominación es apotrófica: la maldición se conjura por el mero hecho de asumirlo with pride. Esto es lo que hicieron los homosexuales con el insulto «queer».
Hay más: al consultar The Urban Dictionary, cuya lectura me es siempre un plus-de-goce para mí debido a la extraordinaria inventiva de la jerga callejera en los Estados Unidos, me encuentro con la expresión Penis biscuit, que se refiere a una cierta práctica que involucra el prepucio. Vayan a ver por ustedes mismos porque, como solíamos hacer antaño para ocultar obscenidades, yo no podía reproducir la definición sin traducirla al latín, y al estar mi khâgne muy lejos, ya no tengo a mi disposición el vocabulario que se requeriría.
Sin embargo, basta con seguir en la Web mgtow.com, el sitio responsable de difundir la filosofía del movimiento y sus principales actividades, para verificar que desarrolla, como dice Wikipedia, una ideología misógina, antifeminista y odiosa. Todavía no tenemos el equivalente en Francia.
Sólo veo el discurso de un Zemmour que podría pasar, a rigor, por la prefiguración de un movimiento tal, o más bien por la expresión del deseo que existe. Pero el polémico francés sigue siendo un tímido masculinista, que está lejos de mostrar a las mujeres el odio -muy argumentado, hay que reconocerlo- que dedica a las minorías de color que en sus ojos infestan el país y lo llevan a la ruina. Ve a los musulmanes franceses como un futuro dominante, y hace temblar a la mayoría del Koufar al predecir que se convertirá en una minoría inexorable. Lo que es perceptible es que su retórica está calcada en la de estas personas decoloniales, gente del género y woke que pone en la picota. Se contenta con invertirles los papeles. Es la época que quiere eso: se impone la misma estructura de pensamiento a todos, a ustedes, a mí. Este es el espíritu de la época, el Zeitgeist.
El axioma de supremacía
Si me detengo en MGTOW es porque vemos a la obra en este movimiento, y al descubierto, numerosos axiomas constitutivos del paradigm shift de los nuevos tiempos. La palabra es de Kuhn, la idea le debe mucho a Foucault, que está en deuda con Koyré, no asciendo más.
¿Cuál es la noción inicial de este cambio de paradigma? Digamos por hipótesis que es la injusticia distributiva. Esta vieja noción toma aquí la forma de lo que llamaré el axioma de supremacía. Se entiende que la sociedad está completamente estructurada por una matriz de dominación, dominación siendo una relación asimétrica entre dos poderes de signo opuesto (¡binarismo!). Con MGTOW, no son los capitalistas y los proletarios, ni las élites y el pueblo, ni los francos y los galos, en lo que sé, son simplemente mujeres y hombres.
Según MGTOW, son las mujeres las que están en primer plano en la sociedad. Esto se convierte en su beneficio exclusivo, y en detrimento de los hombres. Tienen, clavado con sus cuerpos, el deseo y la intención de timar, saquear y castrar a los hombres (Lacan, admitámoslo, a veces fue en esta dirección, pero ¡shhh! No lanzaría esto sin muchas precauciones).
Tan pronto como uno decide enumerarlas, las pruebas de la supremacía femenina son innumerables: en los divorcios o separaciones, los tribunales benefician regularmente al segundo sexo; sobre la fe dada a ojos cerrados a la palabra femenina, los hombres son acusados sin pruebas de acoso, incesto y violación, mientras que no hay nadie que reduzca la inocencia masculina ultrajada. Todo conspira para depreciar, ridiculizar y expulsar los valores viriles.
Aquí, un Alain Juppé -el bien llamado por antifrase- ha sufrido durante años por haber proclamado una vez, cuando era primer ministro: «Soy recto en mis botas». Tuve la oportunidad de decirle un día de viva voz en su oficina del municipio de Burdeos -donde vine a pedirle su ayuda para contrarrestar los negocios de un jerarco de su partido que vio en el hecho de que no había un diploma estatal de psicoanálisis un «vacío legal» para ser llenado- que la época ya no permitía a un político jugarse el pellejo hablando de sus botas y de su «pararse recto» como un falo erigido, ya que el Nombre-del-Padre había dejado hace mucho tiempo el rol de nuestras sociedades para ser reemplazado por el Deseo de la Madre. Unos años más tarde, el psicoanalista-periodista Michel Schneider, aunque anti-lacaniano, debió bautizar excelentemente con un apodo orwelliano el significante metafórico: Big Mother.
Con Macron, Francia tuvo que elegir hace cuatro años a un hijo de mamá del agua más hermosa, casado muy claramente más allá del Edipo.
El axioma de separación
¿Significa esto que, a partir de ahora, todo no será sino benevolencia, dulzura, ternura, en una palabra, care? Este vocablo en inglés que se traduce por cuidado, abarca la prudencia, awareness, tomar conciencia de las cosas, darse cuenta, prestar atención a la ejecución de una tarea, proporcionar a un ser vivo los medios para perpetuarse en el ser, etc.
¿Significa esto que saldremos de la lógica supremacista por medios pacíficos y legales, gentilmente, por diplomacia y transacción, por la palabra, por el parlamento y la negociación con los dominantes?
Eso existió. Pensemos en la «revolución del terciopelo» de 1989 en Checoslovaquia, la sametovà revoluce. O incluso en la salida pacífica del apartheid en Sudáfrica, que le valió a Nelson Mandela y al líder de la antigua minoría blanca dominante, Frederik De Klerk, el recibir conjuntamente el premio Nobel de la Paz en 1993. Para retroceder más en el tiempo, el movimiento de derechos civiles estadounidense en la década de 1960 tuvo como canción de guerra la protest song We shall Overcome, Nosotros triunfaremos, pero su inspiración no fue menos no-violenta, humanista y universalista, como lo demostró el negro spiritual Kumbaya, my Lord, llamado a Dios a regresar (kumbaya es una contracción de come back) para ayudar a los involucrados, para responder a sus necesidades, take care en resumen.
Esto existía, pero eso fue antes del paradigm shift. Desde entonces, se impuso irresistiblemente el segundo axioma, que yo llamaría de separación. ¿Qué dice? Estipula cosas como estas: «No tendrás relaciones amenas con el partido adverso. Irás por tu camino. No vas a hacer pacto alguno. Atesorarás como a ti mismo, no a tu prójimo, sino a tu semejante. Amarás lo igual a ti mismo. Huirás del otro como Satanás. Quienes se asemejan se congregan. Que nadie que no se asemeje entre aquí.»
Si quisiera complacer a mis amigos argentinos, diría que este es el axioma Perón. De hecho, entre los grandes principios enunciados por el marido de Evita estaba el siguiente: «No hay nada mejor para un peronista que otro peronista». ¿Qué nombre propio podría asignarse al axioma de la supremacía? Ningún nombre de marxistas. No, podría ser el axioma Gobineau.
Bajo la influencia del axioma de separación, muchos miembros de MGTOW van tan lejos como para abstenerse de cualquier comercio sexual con el sexo opuesto, con el fin de evitar exponerse a los inconvenientes que esperan aquellos que colaboran con el enemigo, especialmente estas acusaciones falaces las cuales son familiares para los malhechores de #Metoo.
El Genio lésbico de Alice Coffin, que hizo sobresaltar a casi toda la opinión ilustrada del país en el otoño del año pasado, es sólo MGTOW invertido: FGTOW, en cierto modo. Nada que no sea muy clásico.
Pronto, retirándose a un reino horrible,
La Mujer tendrá a Gomorra y el Hombre tendrá a Sodoma,
Y, arrojándose, desde lejos, una mirada irritada,
Ambos sexos morirán cada uno por su lado.
Vigny tenía ya a su manera este concepto de «monosexual» donde Foucault, en los últimos años de su vida, depositó todas sus esperanzas de felicidad, y de donde sacó su dicha de vivir, como demostró Eric Marty en El sexo de los modernos. La Coffin tuvo el mérito de prestar su voz a lo que se susurra desde tiempos inmemoriales en los círculos lésbicos más respetables y establecidos. La noticia es que estas palabras, antaño susurradas en los oídos de las compañeras, ahora están siendo vociferadas en público y en todas las ondas. ¿Por qué esta nueva tolerancia a la intolerancia? Porque vivimos bajo el axioma de la separación.
Y cuando Tartuffe y Tartuffa se expresan, gritan al ataque: «¡Dios mío, que se nos aleje de los gustos repugnantes de estas tortilleras! «, y qué más se les responde, sino: «Olvídense, T y T, ¡olvídense, por el amor de Dios, si esto les repugna tanto! ¡Quédense entre vosotros!«
Valerie Solanas ya lo había dicho todo desde 1967 en el SCUM Manifiesto: «La «vida» en esta «sociedad» es, en el mejor de los casos, terriblemente aburrida, y ningún aspecto de la «sociedad» es pertinente para las mujeres, no les queda a las mujeres comprometidas, responsables y aventureras sino la oportunidad de derrocar al gobierno, eliminar el sistema monetario, instituir la automatización total y eliminar al sexo masculino». ¡Y pun! ¡Y pun! ¡Y pun! le dispara tres tiros a Andy Warhol, el pobre hombre. Ella casi lo hace, y vivió su vida en el terror de Solanas. Recibió una evaluación psiquiátrica y tres años de prisión. Murió en San Francisco en 1988. En la misma ciudad, su obra, la cual había dado el manuscrito a Warhol, Up your ass, o En tu culo, se presentó por primera vez en el 2000. Según la Village Voice, ella había prometido eliminar a todos los hombres de la faz de la Tierra. Norman Mailer la llamaba la Robespierre del feminismo (ver Wikipedia).
En este punto, Solanas o MGTOW, todo sigue siendo simple. Es la guerra de los sexos, conocida desde los albores de los tiempos, sólo que enardecida, con municiones reales (todavía no hay informes de asesinatos cometidos por MGTOW, eso no tardará mucho tiempo).
Esta incandescencia refleja el irresistible ascenso, en su momento, del deseo de segregación, por nombrarlo así. Para parodiar a Sully, el suprematismo y el separatismo son los dos pezones de la segregación. Nos enrolla en su ola, a nosotros en nuestra totalidad, los pros, los contras, los neutros, la derecha, la izquierda y el resto.
Un escalofrío nuevo
Hugo escribió de Baudelaire a Baudelaire que había creado «un escalofrío nuevo». Así es.
Con la introducción del trans, personaje a menudo colorido de nuestra comedia humana – (¿El trans en Balzac? Por supuesto, bajo la especie del andrógino, Serafito-Serafita) – un escalofrío nuevo entra en la civilización.
Lo que trans trae es un trastorno. No un trastorno en el género, intrínsecamente confundido, sino problemas, camorra, en la guerra inmemorial de los sexos.
Antes del trans, el monstruo era el hermafrodita. Él también perturbaba el orden público sexual. Pero el hermafrodismo no es sino una cuestión de órganos. Un hermafrodita es un caso biológico, raro de todos modos. La androginia, por otro lado, es una criatura de mito, es una cuestión de look y lifestyle. Una persona andrógina es alguien cuya apariencia no te permite determinar a qué sexo pertenece. Este ya era el caso en la antigua Grecia o en Roma: véase, de Luc Brisson, El sexo incierto. No es como tal un trastorno de identidad sexual. Trans es otra cosa.
La prosopopeya trans
Al igual que Voltaire, a Foucault le gustaba jugar a los ventrílocuos. De buen grado dio la palabra en sus libros a interlocutores, contradictores, [personajes] ficticios. Inventaba argumentos para ellos, componía discursos para ellos, y luego renunciaba a su voz de ventrílocuo para retomar su voz de gaznate con el fin de responder en su propio nombre a sus marionetas. Él usa el proceso, si mi recuerdo es correcto, desde el final de La historia de la locura. Bueno, un activista trans hoy – editor, por ejemplo, de uno de esos sitios bien hechos que han estado floreciendo en Internet desde hace dos años, Vivre Trans o Seronet – si por casualidad le cayó ante sus ojos mi conversación con Eric Marty, ¿cómo me daría una conferencia? Solamente depende de mí inventarlo.
Mi trans imaginario diría algo así como:
«Ni Marty ni tú, ni tampoco Butler, son trans. Ustedes hablan de gente trans. Los trans son los objetos de sus parloteos, como lo han sido durante mucho tiempo ahora los objetos del discurso médico, el discurso psiquiátrico, del discurso psicoanalítico. Bueno, todo eso se acabó. Un cambio de fuerzas de una magnitud que no se puede imaginar, de una naturaleza capaz de alterar la cultura y la civilización, ha hecho que la gente trans tome la palabra – como una vez se tomó la Bastilla, decía Michel de Certeau s.j. a propósito mayo del ’68. Ahora, las personas trans hablan de personas trans, hablan de personas trans a personas trans, hablan de personas trans a personas no trans, que tienen mucho que aprender y mucho que perdonar. ¿Quién más que un trans está calificado para hablar de un trans? «
Él o ella continuaría: «A pesar de lo que un pueblo vanidoso piensa y desea, no daremos ni un paso atrás. El Genio no regresará a la botella. Así es. En el futuro tendrán que contar con nosotros, con nuestra palabra, con nuestra sensibilidad, con nuestras reivindicacioness y nuestras esperanzas, con nuestros sufrimientos tal como los expresamos con nuestras palabras y no con las suyas, que, entre nosotros, apestan a rancio. Ustedes ya no están crudos, están cocinados, ya no son creíbles. El uno juega al epistemólogo, Marty, profesor de literatura; el otro se hace el clínico, Miller, de la Escuela Normal agregado de filosofía. Su epistemología como su clínica no son sino los desechos de una ideología anticuada y agotada que refleja estructuras de dominación patriarcal y heterosexual que ahora son obsoletas. Ya no somos los prisioneros, los rehenes indefensos de su detestable «saber-poder». Las palabras que tenemos no están destinadas a alimentar sus riñas críticas. Lo que ustedes llaman su «clínica» es sólo un «zoológico humano» digno de aquellos que, en los días de las colonias, exhibían a los desafortunados que ustedes arrancaron sin piedad su vida libre y salvaje, mucho más civilizada que la suya, para hacer de ellos extraños en su propio país, indígenas y finalmente animales de feria.»
Conclusión: «Sólo tienen una cosa que hacer: callarse. Y luego, arrepentirse. Y luego, una vez que se hayan quitado la culpa, ustedes irán a la escuela trans, donde finalmente aprenderán quiénes somos, aquello de lo que no tienen la menor idea. Aprenderán en qué términos deben dirigirse para hablar con nosotros y con qué oído escucharnos. Perderán el hábito de hablar por nosotros. Y le darán la vuelta siete veces a su lengua en la boca antes de contradecirnos, porque ¿quién sabe mejor que nosotros cuál es nuestra experiencia, nuestro sentimiento trans?»
«¿Me caí bien?»
«¿Me caí bien?» La frase de Cécile Sorel, una noche de la década de 1930, entró en el uso común. Salía de la Comedia Francesa hacia el Casino de París, e interpretó por primera vez como editora de la revista, cuando apostrofó a Mistinguett -ésta, estrella confirmada del music-hall- como «las piernas más bellas del mundo», ésta la observaba celosamente desde el proscenio. Sorel acababa de caer con aplomo de la gran Escalera Dorian del Casino, y según Google, «se rompió no solo un tobillo sino una carrera como bailarina ligera».
Y yo, ¿he interpretado al trans sin ningún error, sin torcer mi tobillo de un bailarín ligero? -ya que es bailando que conviene escribir – ¿no es así? – como lo recomendaba después de Nietzche mi buen amigo Severo Sarduy, el querido cubano de François Wahl, editor de Lacan en Seuil, y que era para mí, antes de la disolución de la Escuela Freudiana en 1981, un amigo fiel.
Si ahora yo fuera Mistinguett, y tuviera que evaluar la actuación de J.-A. M. como un ventrílocuo trans, no le daría una calificación tan buena. ¿Diría un verdadero trans que los vocablos psy «apestan a rancio»? Sí, es un hecho, apestan mucho. Allí donde el viento que hacía soplar Lacan acerca de la psiquiatría y el psicoanálisis no barrió las miasmas, no huele bien, como Deleuze y Guattari lo dijeron cruelmente acerca del consultorio del analista. Pero es necesario ser un familiar de esos lugares como yo lo soy y como Guattari lo era, para permitirse tales groserías. Un verdadero trans no diría eso en esos términos, me parece. Sería más educado.
Preciado entra en escena
Sólo quiero demostrar la altura de miras reforzada por el rigor -un rigor ciertamente un poco rígido a mi gusto- con el que Paul B. Preciado (FtoM) se dirigió al público reunido para la 49na Jornada de Estudio de la Escuela de la Causa Freudiana. Hizo esfuerzos meritorios para reeducarnos, y para persuadirnos de que el psicoanálisis no tenía oportunidad de sobrevivir sino solo a condición de tomarlo, a él y sus amigos como guías, y abandonar su reverencia por un patriarcado muerto y enterrado desde hace mucho tiempo sin que nos hubiéramos percatado en lo más mínimo. Eso fue hace poco menos de dos años. Preciado estaba tan contento consigo mismo y de nosotros, que inmediatamente convirtió su conferencia en un libro, con un título inspirado en Kafka: Soy un monstruo que les habla. Informe para una academia de psicoanalistas, libro bajo el patrocinio de Judith Butler, a quien se lo dedicaba, y que fue recibido por Olivier Nora en las prestigiosas ediciones de Grasset que dirige.
Sin duda, se puede reprochar a Preciado por haber desbordado el tiempo acordado para su conferencia, media hora, que acortó la media hora destinada a la improvisada conversación que iba a tener en el escenario con dos analistas que le fueron delegados por la Escuela. El intercambio duró sólo ocho minutos, reloj en mano. Sin embargo, durante ese breve momento, que admitió in fine,fue realmente alentador para la profesión: «Pienso que van a poder mantener su sitio y el lugar que han inventado históricamente, en la medida en que sean capaces de entrar en diálogo y estar en relación con el presente, con la radicalidad política contemporánea». Invitación cortés a un aggiornamento. La zanahoria desde del palo. Pienso como usted: la profesión va con mucho retraso.
Su discurso del monstruo, el palo, lo han leído. Arenga sonora, militante, vehemente. Usted nos habló como maestro, como un predicador, casi como profeta. Sin embargo, nuestro colega Ansermet, uno de los dos miembros del ECF encargados de debatir con usted, un psicoanalista lacaniano, profesor de psiquiatría infantil de no sé cuántos departamentos y servicios universitarios y hospitalarios en Suiza, autor de no sé cuántos libros, y el único miembro extranjero del Comité de Ética francés, supo acoger su manifiesto con calidez y ecuanimidad: «Paul, gracias. ¡Entendemos que tenías algo que decirnos primeramente!»
Aunque usted haya publicado su conferencia enseguida sin mencionar en absoluto el intercambio conclusivo con Ansermet, que usted haya dejado que la prensa simpática le presente como un perseguido, un maldito, abucheado por un público de anticuados ariscos, lo puedo concebir (sé cómo hacerme el suizo, también, en mis horas, como Ansermet se hace muy bien el francés cuando quiere). Usted tiene una audiencia propia, y no deje que se desconcierte demasiado diciéndoles que ha sido recibido por practicantes atentos, y desprovistos de la más mínima agresión hacia usted. El público apreció la buena voluntad que manifestó al asistir a nuestra invitación, y aplaudió calurosamente su elocuencia. Se escucharon dos o tres gritos hostiles, hay que decirlo, en tanto sus oyentes eran tres mil quinientos. Y no me digan que cada uno barre para su casa: las Jornadas de la Escuela siempre se filman.
Así, usted hizo trampa, Preciado. Yo diría que es una buena guerra, si estuviéramos en guerra. Precisamente, no lo estamos, aun si eso le iría como un anillo al dedo que lo estemos, porque usted necesita, ¿no es así?, de cocos atemorizantes para animar a su tropa trans, que no es para nada del de todos los trans, sino del ala militante de una comunidad que se crea precisamente avanzando por marcha forzada.
Yo también he conocido esas esperanzas. Y no había muchas de ellas, los barbudos, cuando derribaron al dictador Batista en Cuba, e instalaron en el poder a la familia Castro, que todavía está allí, de 1959-2021. Así, todas las esperanzas le están permitidas.
Una demografía vertiginosa
Las personas trans, usted sabe, Preciado, con cualquier nombre que se las llame, nos las encontramos más a menudo, como analistas y psiquiatras, especialmente ahora que el número no cesa de crecer, conforme a la escritura sacerdotal del Pentateuco: «Sean fecundos y multiplíquense», verbos parah y rabah (Génesis, I, 28). Le digo de inmediato que en este punto mi ciencia es nueva, y proviene de un artículo reciente en la Nouvelle Revue thélogique [Nueva Revista Teológica], debido al Padre Maurice Gilbert, s.j., exrector del Pontificio Instituto Bíblico de Roma.
A este respecto, señala que una tradición rabínica es que los mandamientos del Génesis I, 28, se dirijan únicamente a los hombres, es decir, no se dirijan a las mujeres. ¿Cómo diablos querían «multiplicarse»? Ya no lo sé. Misterio que ve tú a saber.
Una homilía, de la cual no se sabe si es de Basilio o Gregorio de Nysse, añade al binomio verbal un tercer mandamiento: «Y colmen la tierra». No se puede decir que los judíos se beneficiaran de esta recomendación. E incluso si a veces se les cree el tener el control del mundo, es sólo una gota de agua ya que son sólo 14 millones en total y para todo, mientras los musulmanes son 1.600 millones, y serán casi 3.000 millones en 2050, entonces igualarán a los cristianos, que son, ellos, 2.000 millones y tantos hoy. Al mismo tiempo, los judíos habrán crecido sólo 2 millones. Mis cifras son de 2010, pero la fuente es confiable (el Pew Research Center).
Un curioso entrecruzamiento, diría Foucault. A medida que la demografía del pequeño «pueblo elegido» disminuye, el «pueblo trans» toma el relevo, y parece estar en camino de «colmar la tierra». Todos los indicadores van en la misma dirección: cada vez más personas en el mundo se sienten y dicen que son trans. En Francia, no se las ha contado- todavía no. No obstante, en 2011, se realizaron estimaciones que dan la cifra de 15.000 personas que se identifican como transgénero. En los EE.UU., por otro lado, se cuenta y se calcula. Hace cinco años, la población trans estadounidense era de 1,4 millones de adultos, es decir, el 0,6% de la población adulta. Cinco años antes, en 2011, este porcentaje era menos de la mitad, del 0,3%, es decir, 700.000 personas (tomo tal cual son las cifras dadas en un artículo de 2016 en el New York Times).
Para medir lo que representa tal tasa de crecimiento, comparémosla, por ejemplo, con la población francesa. Sabiendo que la tasa de aumento de ésta es del 0,4%, la curva que representa el logaritmo neperiano de 2 nos permite saber que en Francia, a tasas constantes, la población tardaría 173 años en duplicarse, mientras que la duplicación de la población trans estadounidense, para la que se dispone de datos fiables y detallados, se efectúa, como hemos visto, en sólo cinco años.
De ahí el sentimiento difundido en la opinión no ilustrada de una «invasión», de una «epidemia» y de la tesis perniciosa difundida recientemente en los medios franceses por cierta autoridad académica burguesa, según la cual habría «demasiadas» personas transgénero. Juicio de valor biopolítico, formulado burdamente, carente de cualquier cientificidad y expresando prejuicios en forma malsonante.
¿Es necesario, sin embargo, dar renuncia a la vanguardia trans de su discurso a menudo triunfalista? Ella deja escuchar, parafraseando a Aragón, que lo trans sería el futuro del hombre – y de la mujer, y de todos y cada uno, cada una.
El trans es hoy descrito de buena gana como un héroe de los nuevos tiempos por haber aplastado el antiguo patriarcado y sus estereotipos odiosos con el fin de abrir a la humanidad la vía radiante de la autonomía del género. El no-trans, por otro lado, aparece como un vergonzoso trans, inhibido o neurótico, negando por cobardía, estupidez y transfobia, el volverse-trans que sería la vocación de todo ser humano. Basándose en la euforia demográfica generada por el crecimiento exponencial en el número de personas trans cuya realidad efectiva vimos anteriormente, los dirigentes del movimiento de emancipación trans ahora tienden a emitir enunciados que a veces toman el giro de lo que podría calificarse como supremacismo trans.
Un bemol
Digo la palabra que va a doler: es la de Schwärmerei. La palabra es kantiana. Es un intraducible. Se la representa en francés de diversas maneras: entusiasmo o exaltación del espíritu, fanatismo, divagación, extravagancia, iluminismo. Pongamos los pies en la tierra. Tal vez los siguientes datos sean más admisibles por los líderes trans cuando provengan de uno/una de los suyos/suyas y no de un(a) psiquiatra profesor(a) de psicopatología. Leamos, por ejemplo, lo que Claire L. (MtoF) escribió en su blog en mobilisnoo.org en 2018:
«Si sentimos la necesidad de contabilizar las personas trans es ante todo porque esta población tiene netamente más riesgos de suicidio que el resto de la población, y que se necesitan tratamientos farmacológicos específicos, y en algunos casos, tratamientos quirúrgicos».
Ella precisa: «En comparación con los adultos cisgénero, los adultos transgénero tienen tres veces más probabilidades de haber pensado ya en el suicidio y casi seis veces más probabilidades de haber intentado suicidarse». Por último, preocupada por la buena gestión de la salud pública, ella preconiza «evaluar con un buen margen el número de personas implicadas. Esta volumetría también permitiría adoptar medidas administrativas adecuadas para estar en capacidad de gestionar, en un plazo razonable, los cambios en el estado civil necesarios para una vida normal de las personas transgénero». Un recordatorio saludable de que no todo es color de rosa en la tierra de las personas trans, y que antes de ser militantes de la causa trans, son simplemente personas más frágiles que otras, más amenazadas y que sufren más.
La captura de las histéricas
Con los trans, ¿cómo se negarían los practicantes que proceden de Freud a escucharlos cuando manifiestan su deseo, lo que no siempre sucede? Es bien sabido que Freud en su tiempo supo escuchar a estas mujeres histéricas a las que los médicos más atentos consideraban simuladoras y actrices. Charcot las mostró en el escenario de su servicio en la Salpêtrière. Freud fue testigo de esto, y fue a formarse con él desde octubre de 1885 a febrero de 1886. En esa pequeña calle de Le Goff, en el Barrio Latino, donde Sartre, el mago de las Palabras, iba a pasar su infancia hasta los doce años. Una placa colocada en el Hotel de Brasil recuerda la estancia que el joven austriaco becado hizo allí.
De retorno a su país, Freud no emuló a Charcot, ni abrió un teatro vienés de la histeria. A estas mujeres -algunos hombres también, no menos histéricos- las recibió en su pequeño gabinete -convertido ahora en un lugar de recuerdo- y comenzó a escucharlas una por una. El joven André Breton en 1921, cuando llegó completamente estremecido al encuentro del descubridor del inconsciente, se decepcionó terriblemente al descubrir «una casa de apariencia mediocre», pacientes «del tipo más vulgar», y un practicante cuya modesta figura de «burgués tranquilo» no tenía nada de dionisíaco (véase Lacan, Écrits, p. 642[1]). Seamos justos: treinta años más tarde, Breton renegó lastimosamente a su relato que había hecho de su visita, donde situó su ceguera a cuenta de «un desafortunado sacrificio al espíritu dadaísta.»
Porque fue desde este lugar de no tener buena pinta que debía partir un movimiento que ganó a todo Occidente de cerca y lejos, y estremeció hasta los cimientos las costumbres de nuestras sociedades. De hecho, es la introducción de un nuevo personaje en la comedia humana, el psicoanalista, todo lo contrario del «Maestro» cuya foto de Charcot da una representación caricatural -pensamos en un cuadro del Museo de Bouville en La Nausée -el psicoanalista y su práctica de la escucha- que no tiene nada en común con la práctica judicial de la confesión ni tampoco con la práctica religiosa de la confesión, ni con disgusto con el Foucault de La voluntad de saber– que se debió a la desaparición en toda la superficie del mundo, de estas grandes «epidemias histéricas», como las llamaban los psiquiatras, que se volvieron la crónica en el siglo XIX. Una de ellas, en 1857, la famosa posesión demoníaca de Morzine, un pequeño pueblo de Saboya, fue antaño objeto de una tesis en el Departamento de Psicoanálisis que dirigí en París 8.
Sin embargo, en la época de Freud, no había grupos militantes ni lobbies dedicados a la emancipación de las histéricas, a su empowerment. Estas mujeres se acercaron a él cada una en su propio movimiento, por su propia cuenta, y él las recibió una por una, cara a cara, y luego inventó el diván acostarlas. No fue exactamente un «¡De pie! ¡Maldita de la Tierra! ¡Levántate! ¡Condenadas del hambre!» Ninguno de los fenómenos que caracterizan a los grupos o las masas, las «muchedumbres», como decía Gustave Le Bon, no vino a interferir allí. Esto no quiere decir que Freud pensó que estos fenómenos estaban saliendo del campo que había abierto. Tuvo que estructurarlos en términos metapsicológicos en su Massenpsychologie de 1921, que Lacan nos enseñó a leer en 1964, en su Seminario de Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis. Más tarde, en los acontecimientos de mayo del ’68, Lacan ofreció una nueva apertura de camino con su invención del discurso del amo, como reverso del psicoanálisis, de ahí su idea de que «el inconsciente es la política», fórmula muy esclarecedora que ha sido poco comprendida.
Lacan elogió a Freud por mostrarse «dócil al histérico». A mí también me gustaría felicitar al practicante de hoy en día por haber sabido hacerse «dócil al trans». ¿Es este el caso?
Continuará.
[1] J.-A. Miller. Docile au Trans. [En Línea] : Jacques-Alain Miller, Dócil a trans – La Regla del Juego – Literatura, Filosofía, Política, Artes (laregledujeu.org). Último acceso: 2021-04-22.
[2] J. Lacan. “Televisión”, in Otros escritos. Buenos Aires: Paidós, 2012, p. 546.
[3] J. Lacan. “La dirección de la cura y los principios de su poder”, in Escritos, tomo 2. México: Siglo XXI, 2009, p. 610.