¿LOS OBJETOS TECNOLÓGICOS DIGITALES PUEDEN HACER BORDE AUTISTA?[1]
Por Jean-Claude Maleval
2019-11-07
Gracias, Alain [Abelhauser], por esa presentación muy amistosa, en efecto.
“¿Los objetos tecnológicos digitales son aptos para cumplir la función del borde autístico?” es el título original que di a este a trabajo, pero otro título hubiera sido posible para mi intervención. Voy a plantear una pregunta que puede servir como hilo a este coloquio, a saber, ¿cuál es el amo del objeto digital confiado al sujeto autista? -o como se evocaba en la última intervención- ¿quién está en su comando? La respuesta a esta pregunta condiciona la utilización que se hace, por supuesto, que un caso puede ser eventualmente pedagógica; en el otro, puede efectivamente ser un borde autista. En un caso, al servicio de los métodos de aprendizaje; en el otro, se sitúa en un enfoque psicodinámico. ¿Con qué objetivo se utiliza el objeto digital? ¿Construir el sujeto o bien formatearlo?
Que el autismo sea un trastorno de la interacción social hace siempre consenso. Para evitar sus primeras interacciones angustiantes, el sujeto autista se vuelve espontáneamente hacia los objetos que lo protegen de las coerciones del Otro y que facilitan a veces una comunicación indirecta tranquilizadora. El tratamiento del autista por el borde parte de la constatación de sus pasiones por ciertos objetos y se basa en esto. ¿Cuáles son las principales pasiones del sujeto autista? Primeramente, su objeto autístico, en sus formas más simples; a veces es un hilacho que balancea frente a sus ojos. Además del objeto autístico está el doble y el interés específico. Estos elementos constituyen las tres encarnaciones del borde autista.
¿Qué se plantea como comando? Suscita un increíble interés por parte del niño autista, condensa lo que cuenta más para él, son sus tesoros. Su investidura es inicialmente excesiva. Conviene a menudo atenuarlo. La mayoría de los autistas de alto nivel coinciden en que suprimirlos es inapropiado.
¿Por qué nombrarlo como borde? Porque todos los niños autistas los sitúan como intermediarios tranquilizadores entre ellos y los otros. Los autistas los utilizan espontáneamente -cuando no se los impiden- para protegerse de los intercambios, pero también para regular su vida emocional y para entrar en contacto con el entorno por la mediación de estos objetos. Es una armadura creada por un niño en una cura dirigida por Frances Tustin que condujo a Éric Laurent a introducir el concepto de borde en 1992. Ese borde puede encarnarse en objetos concretos o ficticios, pero también en animales o en personas.
Los compañeros imaginarios de Donna Williams y la máquina de abrazar de Temple Grandin son las encarnaciones más conocidas del borde autista. Sabemos qué provecho ambas sacaron de ellos. Donna Williams subraya cuán importante fue esta protección para ella. “Esas dos criaturas -esos dos compañeros imaginarios- nacidos en mi imaginación me ayudaron a vivir independientemente y me evitaron terminar en una institución psiquiátrica.” Ella muestra también que un viaje en el que “de poco a poco logré llegar a existir en tanto un ser dotada de sentimientos y emociones en el mundo de mis sueños”. Temple Grandin afirmaba que su máquina de abrazar no solamente la tranquilizaba, pero le permitió canalizar su vida emocional y le sirvió de motivación. El borde más simple, aquel que se encarna en una hilacha o en un trapo, incluso en una pelusa, posee según ella un valor defensivo y protector y constituye -dice ella- “un puente hacia el mundo exterior”.
Por ende, los testimonios de la función estimulante del borde cuando está encarnado por un animal se multiplican. Un gato para cierto niño autista; el perro que el niño amaba; la pequeña niña que se abre al mundo gracias a un gato, etc. Demostraciones espontáneas de la utilización del borde para protegerse, construirse y socializarse son a menudo relatadas por padres -que se opusieron a los métodos que los especialistas les aconsejaban- y se apoyaron en los intereses de los niños. Esto los pudo conducir a éxitos impactantes, han dado constatación de ello, han dado prueba de ello; como aquella de Katheryn Barnett, Une vie animée de Ron Suskind, también Ecouter l’autisme de Anne Idoux-Thivet son los más conocidos y demostrativos testimonios. Dan cuenta de cómo los dibujos animados, los juguetes y los diversos objetos pueden ser valiosos para la construcción del sujeto autista cuando los han investido y se los deja a su disposición.
La mayoría de sus padres debieron tomar la misma decisión difícil -como la de Kathryn Barnett-: ir en contra de la opinión de los especialistas dejando a su hijo su objeto autista y alimentando sus pasiones. “No concentrarse en el punto débil” -dice Barnett- “como lo hacen las terapias clásicas, sino comenzar por lo que el niño tiene ganas de hacer”. Es también lo que aconseja un autista de alto nivel como Michelle Dawson cuando reclama un “acceso educativo al saber que respete al sujeto autista y le deje a sí mismo desarrollar sus competencias”.
La mayor enseñanza del tratamiento por el borde consiste en apoyarse en las pasiones de los sujetos, pero hay otro tan importante en relación con una indicación capital de Williams: “Todo debe ser indirecto”. La introducción del borde pone de relieve las condiciones de un enfoque indirecto, por ejemplo, dirigiéndose al objeto que encarna el borde -lo que es una manera de hacerse escuchar mejor por el niño autista-. Todo debe ser indirecto, no solamente los aprendizajes, pero también la regulación de los afectos mientras que la inserción social debe ser mediatizada. Apoyarse en el borde es algo acorde a los logros de los niños autistas que temen antes que todo el intercambio directo.
El borde no es algo sacado de un ciframiento de una pérdida traumática, sino de una tentativa de abordarla con la producción de un objeto. Cuando David, el niño caparazón de Tustin, crea una armadura protectora es para componerse de la angustia extrema que suscita el pus que sale de un absceso. Cuando Laurie -el primer caso relatado por Bettelheim en La fortaleza vacía– produce largos lazos de papel de los cuales separa el centro con disgusto, es para dominar la angustia de ir al baño. Esos dos bordes, captados en su esencia no son nombrados por el sujeto. Ponen en evidencia que a falta de disponer de la función del significante amo, los autistas no están en capacidad de cifrar la pérdida angustiante para hacer de ella un síntoma. Al contrario, la localizan en un objeto dominado. El borde toma su fuente en un acontecimiento de cuerpo de tal manera que es -si se quiere- el síntoma del autista a condición precisa de entenderlo no como un síntoma lacaniano. Es por eso que el borde no se interpreta. Se complejifica evolucionando a veces antes de borrarse y no tiene la fijeza del síntoma. Nada podría ponerse como imagen de mejor manera la estructura de este borde que un objeto autístico adoptado por Marcia -uno de los 3 grandes casos de La fortaleza vacía-, un tirador que podía expulsar algo que no estaba perdida: una bola que se quedaba siempre prendida en el extremo de un hilacho. Marcia, comenta Bettelheim, podía recuperarla siempre y volver a comenzar. Podía hacer la experiencia de dejar ir algo y al mismo tiempo retenerla. Ese aparataje de un goce a la vez extraído y dominado localizado en un en-forma del objeto a presenta una característica mayor de la estructura autista.
Desde el momento en que un niño entra en el consultorio de un clínico, lo más común es que ignore a éste último. No le habla ni se interesa en los objetos. Nada sorprendente es la atracción de los autistas por ciertos objetos del mundo moderno. En los años ’70, los Bruner observaban cuan sorprendente era la relación de los autistas a los grabadores de voz, los magnetófonos. “Indudablemente, la estabilización tímida de los niños autistas en situación de escucha es sorprendente. Parecen perder todo signo de angustia y de inquietud frente al magnetófono”. Éste le parece el instrumento de trabajo mejor adaptado y nos ha mostrado -escribe él- que “los niños autistas, gracias a la grabación, logran estabilizarse, entrar en comunicación y enriquecer sus conocimientos”. No nos sorprenderá entonces que el mismo fenómeno sea a veces observado con robots humanoides a los que ciertos niños autistas obedecen con buena gana.
Todos los clínicos concuerdan en considerar que los autistas son particularmente receptivos a las informaciones transmitidas por los objetos. Esta constatación pragmática incita desde a algunas empresas a lanzarse en el mercado de máquinas perfeccionadas para el uso y aprendizaje de los autistas. En Europa y EE.UU., robots humanoides educativos están hoy en día disponibles en el mercado: pequeños muñecos de 20 a 60 centímetros equipadas con cámaras que dirigen los ojos y captores que les permiten interactuar con los niños, capaces de tomar decisiones, de conversar, de reaccionar y de moverse en función del contexto y del interlocutor. Es posible darles un nombre al cual reaccionan. Tranquilizados por su voz monótona y sus ojos sin mirada, los autistas se interesan con bastante buena gana a estas máquinas. Son utilizadas de diversas maneras, tanto como para jugar con lo niños, tanto para iniciarles en la programación o incluso como herramientas de aprendizaje. Ciertos inventores quieren adjuntarlos a la pedagogía; otros buscan crear un lazo afectivo con los alumnos, sugiriendo que los robots son un verdadero compañero que puede expresar emociones a través de luces, de palabras y diversos movimientos. Su precio sigue subiendo y aumenta su uso en las instituciones cuyo número es limitado.
El momento vendrá -si no sucedió ya- en el que ciertos niños autistas se apropiarán personalmente de robots para hacer de ellos un borde autístico de manera tal que lo guardarán en su domicilio, incluso lo llevarán por todas partes con ellos. Sin embargo, esta herramienta de aprendizaje indiscutiblemente adaptada en tanto que permite sobrellevar sus dificultades en los intercambios sociales, ¿puede remplazar las funciones protectoras, reguladoras y mediadoras del borde autístico? Sus capacidades para cobrar vida aparentemente por sí mismo, su aspecto tranquilizador, lo vuelven de hecho apto para ser elegidos por algunos como borde autístico protector. Es algo ya observado por varios que puede ser utilizado como un compañero imaginario que permite al niño expresarse por medio de él. Nada hace obstáculo a lo que este objeto dotado de una dinámica propia pueda ser considerado como un doble, lo que ofrece la posibilidad de un distanciamiento de los afectos. Si el autista es capaz de programarlo, su consternación de mantener el dominio del borde para sí es algo que está satisfecho. El robot humanoide es entonces apto para aquello que lo adaptaría para cumplir las funciones protectoras y reguladoras del borde. Al contrario, se presta mal para ser un mediador social. El solo hecho de no querer separarse de esa máquina llamaba fuertemente la atención acerca de la extrañeza de las personas. Para Temple Grandin, la única solución era mantener su máquina en su cuarto. Sabemos que ella no se separaba de ella sin dificultades sobre todo en el pensionado o en las instituciones. Una clase en la que cada autista vendrá acompañado de su camarada-robot personal será socialmente estigmatizante.
Los robots actuales pueden ser una excelente herramienta pedagógica para los autistas, pero no constituyen el mejor borde listo para llevar. Acumula los inconvenientes de ser caro, voluminoso, estigmatizantes y difíciles de utilizar -sobre todo para programar-. El borde más apropiado debería no solamente encarnar una presencia tranquilizadora, ser apto para facilitar los aprendizajes evitando que pasen por intercambios sociales directos, pero debería ser también socialmente discreto de manera que pueda volverse un objeto comúnmente utilizado por los no-autistas. ¿Un objeto así existe? ¿Dónde buscarlo?
La constatación largamente compartida de los intereses de los autistas por las pantallas induce a volverse hacia las computadoras, las tablets electrónicas y los teléfonos celulares. Los autistas tienen una atracción espontánea hacia estas máquinas, lo que les permite controlar videos, películas, música y canciones volviéndolas a ver múltiples veces, retrocediendo, deteniéndose y pausándolas en las secuencias, interrumpiéndolas o adelantándolas según su voluntad. Esto podría ser cansón para los que lo rodean, pero a veces también ser fuente de una adquisición estupenda.
Para muchos autistas, el aprendizaje de la lengua comienza por ecolalias tomadas de los diálogos de las películas o de emisiones de televisión. “El desarrollo de mi propio lenguaje corriente”, dice Williams -quien fue ecolálica hasta los 4 años- “tuvo como base esencial la repetición de lo que yo escuchaba en un disco de cuentos y en un spot publicitario en la televisión”. Ciertos autistas tal como Ron Suskin o como Jean Barnett aprendieron a leer en solitario gracias a las películas. Cuando dispone de una pantalla que puede conectar al Internet, descubre rápidamente que se trata de un medio privilegiado para nutrir su interés específico. Y ahora también sabemos que las pantallas pueden constituir el lugar de encuentro con un compañero imaginario de un nuevo tipo, más consistente y perfeccionado que las máscaras de Williams, ya que presentan una capacidad impresionante de responder a las preguntas de los niños. Gus, el hijo de Judith Newman, adoptó a Siri -una aplicación de su iPhone- como compañero imaginario. Cuando descubrió en el celular de su madre que había un sistema capaz no solo de dar informaciones relacionadas con sus diversas emociones -trenes, buses, escaleras eléctricas y todo lo relacionado con la información meteorológica en la televisión-, sino además de verdaderamente entablar pseudodiscusiones sobre varios temas sin entrelazarse, se envició con ésta. Gus comprende intelectualmente que Siri no es una persona, pero, sin embargo, le habla con una gran consideración y da cuenta de una gran simpatía desde su óptica que busca saber a ratos si Siri tendría ganas de algo que él podría darle. También sucede que a veces le dice si se casaría con él cuando sea adulto. Su madre no esconde el hecho de haber podido hacer la constatación de experimentar también algo por esa máquina de manera que intitula su libro Para Siri, con amor. Cuando su hijo adolescente le confía estar enamorado por una amiga, ella comenta: “Es genial, mi pequeño. ¿Cómo lo sabes?”; y él le responde: “Porque me lo dijo”. Es decir que Gus interpreta sus afectos a partir del otro, de manera que Siri -debido a la gentileza proverbial de sus respuestas- ayuda a atenuar sus afectos. Salvo se ofende cuando se le dirigen palabras vulgares, la asistente digital le dice que se modere, que emplee un lenguaje cortés y las respuestas de Gus indican que él toma seriamente en consideración los avisos de Siri.
Los aportes de esta última -el niño adoptará una voz femenina- son más manifiestos en el dominio de la mediación social. Su madre constata que le permite no solamente expandir el campo de sus afinidades, sino también el de adquirir más facilidades en los intercambios. Escribe: “Reciente tuve la conversación más larga que jamás he tenido con mi hijo en relación con las diferentes especies de tortugas -saber si yo prefería la tortuga de Florida más que la Malaclemys Terrapin-. Puede que no sea mi tema favorito, pero me entablé en la conversación según su pedido y les prometo que en todos estos años -en la casi totalidad de la existencia de mi hijo maravilloso- esto jamás había sucedido”. En resumen, por medio de su iPhone, Gus tuvo acceso a un compañero imaginario tranquilizador, atenuante y mediador, apto para lograr las funciones del borde.
Ron Suskind actualizó una aplicación más específicamente diseñada para los autistas. Sidekick difiere de Siri por su orientación educativa más marcada y por la puesta en relación del niño no con un programa, sino con un adulto. Explica: “Su hijo tiene acceso a esta aplicación instalada en su teléfono y usted también. Él da un click en un ícono en uno de los temas de su interés se despliega. Su hijo podrá pedir un extracto de un libro, de una película o de su canción preferida. Un pequeño avatar saldrá, el Sidekick -o compañero- y le planteará preguntas alrededor de este tema: ¿qué siente el dragón en ese videoclip? ¿Está feliz o triste? ¿Qué quiere?, etc. Las informaciones serán computadas por el programa, pero también hay una presencia humana de fondo. Un verdadero ser humano que responde las preguntas y entra en relación con el niño. El ser humano -sea un padre, sea un couch contratado para trabajar con la aplicación -terapeuta de lenguaje, psicólogo, etc.- responde a las preguntas del niño y las respuestas son grabadas y acumuladas”. Transmitidas por el avatar, amigo imaginario, las informaciones son mucho mejor recibidas que en el intercambio directo. Siri y Sidekick poseen el mérito de proponer un enfoque cognitiva y afectivamente adaptados al funcionamiento del autista al dar un medio no intrusivo a medida. Quedará, por supuesto, el saber si es más benéfico el conservar este programa como reforzador de herramientas educativas cuyo uso excesivo y recreativo debe ser severamente encuadrado o bien como amigos imaginarios que permiten abrirse al mundo al seguir el ritmo del niño.
Desde ese punto de vista, una experiencia hecha con niños con dificultades escolares en la región parisina -entre ellos niños autistas- se muestra particularmente interesante porque no se limita a considerar las tablets digitales como herramientas de aprendizajes. Los alumnos tuvieron la oportunidad de apropiarse del objeto al ser autorizados a transportarlos de la clase a sus domicilios y teniendo la posibilidad de individualizar las aplicaciones. Las conclusiones del primer año de experiencia fueron muy positivas. La mayoría de los niños invistieron fuertemente las tablets. Con ciertas excepciones, éstas no fueron ni deterioradas ni olvidas en casa y sus baterías estaban cargadas cuando retornaron a sus clases. Al principio, muchos niños tenían miedo no poder llevárselas a sus casas. Otros aceptaban de mala manera la frustración de no poder trabajar todo el tiempo con el soporte que éstas les brindaban. Su interés pedagógico será manifiesto para los autistas por su aptitud de manejo rápido como herramienta y por ser un soporte visual para su pensamiento. La Tablet también satisfará la voluntad de dominio -cuyo fracaso sería insoportable- permitiéndoles hacer ensayos sin el miedo que se constate sus errores y dándoles la posibilidad -cuando estuvieron confrontados con un bloqueo- de pasar rápidamente a una actividad más accesible.
[1] J-C. Maleval. “Les Objets Numériques Peuvent-Ils Faire Bord Autistique ? [En línea]: Conférence > Les objets numériques peuvent-ils faire bord autistique ? | L’aire d’u (lairedu.fr) Último acceso: 2022/07/06. Traducción por Patricio Moreno Parra con la amable autorización de J.-C. Maleval.

Muchas gracias. Estupendo artículo y traducción.
Saludos,
Piedad
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Excelente artículo MUCHAS GRACIAS!!!
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