LA CUESTIÓN DEL GOCE EN LA CURA
DE UN PSICÓTICO[1]
Por Yves Kaufmant
2000
Politécnico de formación, es ingerido en una empresa que se ocupa de la cuestión atómica. La primera vez que lo encuentro, ya ha visto en dos meses más de una docena de analistas. Lo que él se pregunta en su recorrido, tanto conmigo como con mis predecesores, no es el comenzar un análisis -lo que después de todo sería algo banal- sino saber si los intereses y la formación del analista hacen posible un análisis o al menos lo que designa con ese término: sus entrevistas anteriores no le aportaron ninguna satisfacción desde esa óptica. Continúa sus recorridos, convencido de que encontrará lo que el es necesario. La condición preliminar que plantea es no obstante, según él, simple de rellenar: es necesario que el analista tenga un poco de formación matemática.
Enseguida me señala en efecto que él mismo es matemático, que está muy mal desde algunos meses porque no ha llegado a una concepción matemática coherente de las relaciones intersubjetivas, contrarrestando la incomunicabilidad ligada según él a “desfachatez de sus semejantes respecto a las palabras.”
El análisis es para él una relación de “comprensión plena”, basada en el hecho de hablar el mismo lenguaje. El único lenguaje propio para conllevar el rigor necesario en el abordaje de ese problema crucial de comunicación es para él las matemáticas. Solo un analista matemático puede ayudarlo a actualizar su teoría que será, por extensión, aplicable a las relaciones que existen entre los seres humanos.
Sus dificultades comenzaron por una observación del presidente de su sociedad, que le señala, a propósito de un desacuerdo sobre una cuestión técnica, que su brillantez no maquillaba su falta de síntesis, lo cual le ponía en riesgo de denegarle el acceso a un puesto de mayor responsabilidad. Esa misma noche, comienza a escuchar voces, aquellas de los colegas, algunos desconocidos, que le decían “pequeño hazmerreír”, “incapaz”, o de “Don Nadie”. Estas injurias, que acompañan un comentario incesante de sus pensamientos, palabras y actos, son para él la prueba indudable de un complot tramado contra él por sus colegas y por el presidente como cabeza. Quieren impedirle descubrir un secreto. Algunas semanas de reflexión le permitieron descubrir que éste traicionó a sus capacidades de relacionarse con la gente. Es para lograr poner en jaque a este complot que quiere lo que él llama un análisis.
Entonces seguirán dos meses de sesiones semanales en las que Jean me hará testigo de una elaboración teórica coherente y armoniosa (de la cual no voy a hablar aquí), cuya función apaciguadora sobre sus síntomas alucinatorios y persecutorios es espectacular. El rol que me atribuye durante este último período es de lo más limitante. Mi silencio es interpretado como una aprobación y como el signo de que no he cometido errores de razonamiento, en el sentido matemático, por supuesto.
Mientras más la teoría se acerca a su objetivo, más la exaltación de Jean crece. La megalomanía se vuelve prevalente. Jean se ve como cabeza de Francia, incluso del mundo, ya que no es concebible que aquel que penetró en los secretos de la humanidad no haga beneficiar a la susodicha humanidad. Las alucinaciones regresan. Dios le ha dicho, entre otras cosas, que “así él llena a la humanidad”. Después de una sesión situada dos meses después del inicio de nuestras entrevistas, me dijo que acabó de hacer lo que tenía que realizar, que me agradece por mi escucha, pero que estima no tener más necesidad de mis servicios en lo que sigue, que es comunicar a algunos jefes de Estado, periodistas, los resultados de sus -se interrumpe con una sonrisa- de “nuestros” trabajos de los cuales yo estaré feliz de escuchar su éxito en los medios de comunicación. Añade que sabe muy bien que un análisis dura mucho más tiempo, pero que hay que escoger entre las palabras, del costado del análisis, y la realidad, que le empuja a actuar, y concluye diciendo que regresará a verme para mantenerme al corriente. Le respondo que no estaré feliz de enterarme de su internación en el hospital psiquiátrico, que le pedía ir inmediatamente a ver a un psiquiatra que le prescribiese neurolépticos, y dejar de lado un trabajo del cual yo no le reprochase que tuviera un valor formal, sino que le aseguraba que el uso que quería hacer de él no tenía el menor interés más que para él mismo. Se sentó con las piernas cruzadas y me dijo: “¿Entonces por qué me ha escuchado durante estos dos meses?”, para responder inmediatamente por sí mismo que “sin duda mi interés por las matemáticas no se redoblaba, como el suyo, por un interés en la aplicación práctica para el mejoramiento de la humanidad…”. Hospitalizado en una clínica, regresó a verme un mes más tarde, con un tratamiento neuroléptico, deseoso de continuar con las entrevistas y, decía, “explorar sus relaciones con los otros”. Me confió las huellas escritas de sus elaboraciones y no hablaba sino con alusiones acerca de “su secreto”. Igualmente, me dice que ya no les hace caso a las voces que a veces le acechan: “ya no les doy crédito”, añade. Durante algunas semanas, se mostrará muy crítico a mi punto de vista, diciendo que no entiende que uno se pueda contentar con lo abstracto de las matemáticas sin explorarlas en concreto. Luego en una tercera fase, me anuncia que se preocupará de ahora en delante de su carrera, conservando sus placeres matemáticos para sus fines de semana. Actualmente, lo que subsiste fenomenológicamente de su psicosis es un sentimiento latente de persecución, que lo liga explícitamente al tal secreto, pero queriendo dejarlo de lado, es porqué me ha confiado sus escritos: la convicción delirante está intacta.
Este relato de un fragmento de la cura merece comentarios sobre dos cuestiones de hecho ligadas, que son aquellas de la transferencia y la del goce: que la transferencia exista en un psicótico es una constatación de la práctica cotidiana, que viene a confirmar lo que Lacan dice en el Seminario sobre las psicosis: “El delirio puede ser considerado como una perturbación de la relación con el otro, y está ligado entonces a un mecanismo transferencia”.[2] Más aún, añade, a propósito de Schreber: “Es, en suma, una transferencia, que ciertamente no debe tomarse del todo en el sentido en que ordinariamente la entendemos, pero que es algo de ese orden, relacionado de manera singular con quienes tuvieron que cuidarlo”. [3]
En la psicosis, siendo fundamentalmente un efecto de transferencia, no es sorprendente entonces el que para un psicótico pueda haber un sujeto supuesto saber, como Flechsig para Schreber en su segunda recaída: notemos sin embargo al pasar que este saber, el psicótico supone que el analista lo comparte con él.
La cuestión sería entonces más bien saber si hay o no transferencia que está ahí en juego, que está en juego en esa dirección del delirio, en una sola palabra, a quién el sujeto psicótico habla. Las denominaciones discutidas de transferencia precaria o de transferencia masiva recortarían respectivamente la dirección a la sombra de hombres armados al apuro[4], o a aquella de otro, lugar del significante al cual la sumisión es inevitable.
Podríamos avanzar aquí que este sujeto viene a confirmar su estatuto de objeto de goce del Otro por una correlación de este goce al saber que él le supone. Hay más, el acoplamiento de su propia cadena significante a aquella del analista, por la vía del significante común de la matemática puede ser leído como un esbozo de engarce de su S2 a un S1 del cual estaría, él, despojado.
La constatación de esta transferencia efectuada, ¿qué hay que hacer con eso?
Lacan en 1958 dice que lo que es operativo para los psicóticos es la maniobra de la transferencia.[5] ¿Eso quiere decir que su maniobra de transferencia puede hacer al psicótico una metáfora delirante? Es ciertamente la finalidad de una cura psicótica el operar sobre el delirio de manera que éste ya no se encuentre en primer plano. Por otro lado, la estabilización de la metáfora delirante no está al final de todas las elaboraciones delirantes. En la medida que se vaya, a propósito de la maniobra de la transferencia, más allá de lo que Lacan pudo decir, se puede, no obstante, suponer difícilmente que sea necesario esperar tan solo un encuadre del delirio. En efecto, el psicótico y Jean no escapa a esta regla estructural, se siente siempre obligado de dar una respuesta, que el Otro dejaría en suspenso. Esta red de interpretaciones constituye el delirio. Por lo demás, Freud veía ahí, al mismo tiempo un intento de curación, y un elemento narcisista: “aman su delirio como se aman a sí mismos”.[6]
Se trata de paliar la falla del Nombre-del-Padre. Pero la falla del Nombre-del-Padre es la causa de lo que la barrera del deseo carece: esta prótesis del delirio, lejos de efectuar lo que hace el significante de la castración -una regulación del acceso del sujeto al goce- es al contrario su vector, incluso el objeto.
En el engarce de este paciente a la transferencia, se mide en qué lugar está el analista: sujeto supuesto gozar en la medida en que el sujeto supuesto saber toma su lugar en el seno mismo de la construcción delirante como elemento constituyente, como lazo social.
La cura no puede consistir en que el analista responda a ese estado de la transferencia imponiendo al sujeto su saber, y eso incluso si el psicótico le demanda intervenir en ese sentido, en nombre de un saber supuesto común. Sería dar la impresión de que hay coalescencia, confusión de dos goces: lo que el psicótico puede percibir de aquel de su analista y aquel que podemos saber de aquel del psicótico. Si retenemos esta hipótesis, no es suficiente con hacer la constatación de ella. Habría cura a condición de introducir un corte para el sujeto entre estos dos goces, o más bien, en el seno de este goce común. Esto tiene el interés de introducir a la dimensión de la diferencia, de la alteridad: empujando la hipótesis un poco más lejos, se podría decir que le clivaje se hace igualmente del hecho de esta operación entre el saber y el goce del Otro. En efecto, de lo que se trata en el principio en el psicótico, es de una confusión entre el goce del Otro y su saber. Se puede adelantar que la suposición al analista por este paciente de un saber sobre lo humano y sobre las matemáticas desenmascaran para él el saber matemático y el goce a propósito de lo humano.
En el fondo, el movimiento de una cura sería de apuntar a aquello que el sujeto distingue, que ese saber que posee y atribuye al Otro no es para ese Otro su goce. Es lo que opera para mi paciente la frase del analista que sitúa el saber (situado más bien del lado de la construcción matemática): como no correlacionado a un goce- sobre el mejoramiento del humano, que ya no tiene el hábito de suponerle a su analista. Si, propiamente hablando, no hay cómo hablar de corte, no ahí, allí, analista supuesto gozar. El analista llevado al rol de simple depositario de un saber que comparte con el psicótico, no cae sin embargo de su lugar de testigo en la escucha: es lo que el paciente sigue esperando de él.
Siempre sucede que hay algo que permite en el paciente una regulación del acceso a su propio goce. Hay allí un impacto de lo simbólico sobre lo real, el delirio pierde su eflorescencia, aún si las convicciones no han cambiado en nada, y que el automatismo sacado del Otro pierde su pregnancia.
Podemos adelantar la hipótesis de que se trata allí de encaminar para el sujeto otra vía de acceso a su goce en lugar de hacerse objeto del goce del Otro.
El analista, dice Lacan en 1958, es “garante de la ley del Otro”[7]. La transferencia, no sostenida por un solo significante, plantea la pregunta del objeto: el objeto a sería aquí lo que resulta que el goce haya sido sacado del Otro. El psicótico no podría dejar su lugar de objeto del goce del Otro sino en la medida en que pasaría de su posición inicial de S a aquella de objeto a, lo que Lacan designa como “hacer semblante del objeto”: este objeto es, a falta de Nombre-del-Padre, lo que podría soportar la interpretación. Es así a mi modo de ver que hay que entender la intervención en la locura.
¿Hay un tratamiento posible de la psicosis? La existencia fundamental de los fenómenos de transferencia no es en nada decisiva, no más hoy en día que en la neurosis, la transferencia nunca ha sido suficiente para resumir un análisis cualquiera que sea.
La constitución en sí de la metáfora delirante en el curso de una cura no debe forzosamente ser considerada como ligada a sus efectos. Después de todo, los dos ejemplos de psicóticos que evocan la cura y que Lacan cita vienen de procedimientos de suplencias elaboradas fuera de transferencia: Schreber con su estabilización de la metáfora delirante, Joyce con su ensamblaje del ego. Nada indica que para nuestros pacientes, cuya elaboración se hace bajo transferencia, que lo que es para ellos resorte de la asociación libre sea fundamentalmente diferente de la asociación libre del Otro que es el automatismo mental: el cual prescinde perfectamente del lazo transferencial.
Sucede de otro modo cuando el analista opera para el sujeto este corte entre su saber compartido y su goce supuesto. Marcándose como ausente en el lugar de ese goce él prescinde, si está preliminarmente situado allí, de su estatuto de Otro, lugar del significante, a aquel del objeto a como desierto de goce. Esta operación tiene, en el ejemplo citado, una doble función: al mismo tiempo rectificación de la posición del sujeto en relación con real e interpretación sobre la transferencia.
Es la firma de lo que Lacan en “La dirección de la cura…” designa como los dos últimos tiempos de las entrevistas preliminares. Podemos suponer que la cura empieza allí, sin que sea truncada la cuestión de una demanda que el psicótico no podría dejar emerger sin que los mensajes reales del Otro no vengan infaltablemente a obturar su proceso con una anticipación de la respuesta.
[1] Y. Kaufmant « La question de la jouissance dans la cure d’un psychotique », in L’essai – Revue clinique annuelle. París: Publicación del Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de París VIII, 2000, pp. 31-36.
*Y. Kaufmant. « La question de la jouissance dans la cure d’un psychotique », in L’essai. Revue clinique annuelle, No 3.
[2] J. Lacan. El Seminario, libro III, Las psicosis. Buenos Aires: Paidós, 2012, p. 441.
[3] Ibíd., p. 49.
[4] Referencia a la denominación de los semejantes de Schreber en sus Memorias.
[5] J. Lacan. “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis”, in Escritos, tomo 2. México: Siglo XXI, 2012.
[6] S. Freud. “Sobre de un caso de paranoia descrito autobiográficamente”, in Obras completas, tomo XII. Buenos Aires: Amorrortu, 2002.
[7] J. Lacan. “La dirección de la cura y los principios de su poder”, in Escritos, tomo 1. México: Siglo XXI, 2012.
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